La Prehistoria sudamericana es uno de los estudios llevados a cabo desde Crónica Subterránea, tarea que para muchos se antoja imposible, y ello ocurre porque a fuerza de sonar repetitivos,
la destrucción de documentación establecida desde la época colonial así como el ocultamiento, y substracción de información,
…impiden gozar hoy día de un mejor entendimiento sobre las culturas que una vez se erigieron en este continente.
Los Andes son una de la zona donde esa devastación cultural encuentra su punto más álgido, sin embargo sobreviven monumentos de factura imposible, hoy día mudos testigos de aquel pasado ciclópeo que una vez se extendió por todo el continente.
Unos de esos registros enigmáticos, salió a la luz en los años 40’, cuando desde el hermano país de Perú se difundió la existencia de Marcahuasi gracias a los oficios del sabio peruano Daniel Ruzo De los Heros [1] quién se transformó en su máximo difusor.
Obra pétrea monumental, Marcahuasi es la prueba viviente que antiguas culturas avanzadas supervivientes del Diluvio Universal, encontraron refugio en los Andes.
Para ilustrarnos sobre Marcahuasi, nada mejor que la obra cumbre de Ruzo, Marcahuasi: la Historia Fantástica de un descubrimiento, donde brinda pormenores de este sensacional hallazgo, que para algunos, constituye tan solo un capricho natural, y que no pudo ser obra del hombre.
1905 – 1974 La historia de un descubrimiento
Este libro es, verdaderamente, la historia misteriosa de un descubrimiento.
Empieza el relato en 1905, cuando cumplíamos cinco años de edad. En ese año, Pedro Astete nacido en 1871, tuvo el sueño de Masma en la ciudad de Andahuaylas y este sueño orientó su vida: lo decidió a emprender estudios sobre prehistoria, primero en Buenos Aires, de 1911 a 1923, y después en Lima hasta su muerte en 1940.
En 1915 Astete había redactado en Buenos Aires la versión de su sueño, que reproducimos, y una primera exposición de sus teorías prehistóricas e históricas, de las que damos también algunas páginas para que el lector pueda formarse una idea de las bases sobre las que comenzaron estos estudios. Trajo de Buenos Aires sus cuadernos de apuntes sobre la simbología del ajedrez y sobre otros conjuntos simbólicos.
Había trabajado 11 años y había descubierto un sistema de símbolos muy antiguo al que pertenece la svástica, de la que hay representaciones en todas las culturas conocidas, pero al que pertenece también la torre o rueda, una figura que nadie antes que él ha explicado nunca: Se trata de un sistema de figuras que se presentan en serie en el cuadriculado, es decir, en el espacio a dos dimensiones -sujeto a proporción por la cruz, repetida en ambas direcciones a intervalos iguales.2
Había descubierto también muchas combinaciones de esas figuras que constituyen pantaclos* y expresan gráficamente los símbolos y los sistemas simbólicos más importantes de la humanidad, conocidos desde tiempos inmemoriales y que se salvan del olvido, de generación en generación, en los cuentos fantásticos, en los libros sagrados y en las leyendas, a pesar de las traducciones y de las interpolaciones de la ignorancia.
* Pantaclo: especie de talismán mágico. (N. del E.)
Nos asociamos a esos estudios desde 1924.
En diciembre de ese año descubrimos las primeras esculturas protohistóricas en el cerro San Cristóbal, junto a la ciudad de Lima, como se relatará más adelante. Después, en 1930, hizo Astete una segunda versión de todo lo que había estudiado respecto a Masma, incluyendo los tesoros ocultos, las nociones bajo las cuales fueron establecidos, las cavernas en que se guardan, las señales para encontradas y la manera de penetrar en ellas.
Había recopilado multitud de datos repartidos en libros sagrados, en cuentos y leyendas, en las obras voluminosas de Rosa de Luna, quien había dedicado largos años a igual recopilación y, sobre todo, en las Mil y una Noches, cuyos cuentos mágicos, muy antiguos, que se diferencian fácilmente de los sensuales cuentos árabes; parecen escritos con la única finalidad de impedir que desaparezcan de la memoria de los hombres las nociones del tesoro.
Astete creía firmemente que todas esas indicaciones se referían a un solo tesoro, de metales y de conocimientos, que nunca había sido encontrado y que debía estar en el centro de la región huanca o en uno de sus tres lugares principales:
Lima
Jauja
Andahuaylas
Hasta ese momento, tanto él como nosotros, considerábamos el gran problema circunscrito al Perú y a Masma. Creíamos que, a través del Perú, se produciría un movimiento mundial para la utilización del oro y la sabiduría que encerraba ese tesoro.
Pero la misma grandiosidad del problema nos impidió comprender su verdadera dimensión humana y nos obligó a detenemos. Era Pedro Astete el intérprete de Masma y era él quien tenía que tomar una determinación.
La responsabilidad lo abrumaba.
Desde 1953, había publicado un cuento “El deber incumplido” que incluimos en 1953, en México, en la edición de su obra “Los Signos”.
Ese cuento expresa su tragedia. Creía que le había sido dada una misión y que él no la había cumplido, que la realización dependía de él y que por su culpa estaba detenida. Al mismo tiempo no aceptaba afrontar la posibilidad de una publicación que nosotros repetidamente le habíamos propuesto. Consideraba que teníamos la obligación de mantener en secreto todo lo referente al tesoro.
En ese estado de espíritu, el 5 de enero de 1940 se lo llevó la muerte.
En los 34 años transcurridos después de la desaparición de Pedro Astete “La marcha al abismo” 3 de la humanidad, su avance acelerado hacia una catástrofe, ha sido evidente. La ilusión que hasta 1940 guiaba nuestros trabajos, el concepto del tesoro como oro y conocimientos, nuestro anhelo por encontrado para aumentar la felicidad de los hombres, todo eso ya no tenía sentido.
Astete tuvo una misión y la cumplió.
Su obra, aunque inconclusa, será el punto de partida de nuevas concepciones prehistóricas. Su libro “Los Signos” será piedra angular de la simbología; sus estudios sobre la mitología y la química, demostrando que los dioses, los semidioses y los héroes representan a los cuerpos químicos, no quedarán abandonados.4
En medio siglo de lecturas sólo hemos encontrado una cita que a esta antiquísima ciencia se refiere.
Tollius, filólogo y alquimista holandés del siglo XVII, traductor de Basilio Valentín, se presenta como discípulo respetuoso del sabio monje de Erfurt y dice textualmente:
“¡Él sabía esto y lo ha enseñado (a los químicos), mi maestro Basilio, que yo venero al más alto grado”, “cosas fortuitas, en las cuales, además de algunas críticas, toda la historia mitológica griega, fenicia, egipcia, está probado se refiere a la química”.
Desgraciadamente nuestra edición de Valentín es de 1956 y Astete, muerto en 1940, no supo que sus trabajos estaban respaldados por tan insigne maestro. 5
Eran perfectamente legítimas las deducciones de Astete.
Sus datos históricos y legendarios lo autorizaban a situar a Masma en el Perú y a vincular a los huancas con los cananeos o fenicios y a los aimaras con loshimiaritas. Son muchos los autores que aceptan hoy la posibilidad de migraciones atlante s a América y muchos más suponen que los rojos fenicios y los egipcios, o por lo menos uno de los grupos étnicos que formaron Egipto, eran atlantes.
Sebastián Cubero en su “Descripción general del mundo”, Nápoles 1684, llama aborígenes ophiritas a los peruanos y establece una relación entre el patriarca Ophir y el Perú que encontramos más explicada en el “Origen de los indios en el Nuevo Mundo” de Fray Gregario García, Madrid, 1729, quien dice:
“…la opinión que Arias Montano, Genebrardo y otros arriba referidos dan, afirmando que Ophir es el Perú: bien fácil es inferir de aquí que los que venían a estas tierras en las flotas de Salomón y de Hiram, darían noticias a otros…
“
Podríamos multiplicar las citas que relacionan los patriarcas bíblicos, posteriores a Noé, con América.
No se puede sostener, dadas las razas que pueblan la tierra, que se salvaron del diluvio solamente 16 personas de la familia de Noé. Seguramente el cataclismo originó migraciones que transportaron las riquezas y conocimientos que pudieron salvar.
Al emigrar, dejaron cerradas sus cavernas: sus antiquísimos templos. Pero debemos aceptar que cada migración llevó consigo el depósito que consideraba sagrado confiando en encontrar, en un nuevo territorio, el lugar que reuniera las condiciones apropiadas para conservarlo. Pueden haber llegado, así, al Perú tesoros de sabiduría.
Con Astete, nunca creímos que el diluvio de Noé se debiera a la lluvia ni que la salvación de su familia hubiera sido realizada en un barco. Interpretamos el relato bíblico como el resultado de un movimiento de las aguas del planeta debido al paso de un astro cerca de la tierra o a una tremenda conmoción telúrica. Creímos siempre con Pedro Astete que Noé se había salvado en un arca de piedra: en una caverna.6
Después de la muerte de Pedro Astete fueron precisándose nuestros conceptos históricos, prehistóricos y protohistóricos. Pasaron doce años y descubrimos en 1952 la meseta de Marcahuasi. Para nosotros fue un descubrimiento. En realidad era conocida y algunos años antes los periodistas de El Comercio de Lima habían hecho una expedición y habían publicado fotografías.
Pero para nosotros era la confirmación de una teoría después de veintiocho años de investigación.
Todos creían que se trataba de caprichos de la naturaleza con algún trabajo humano de los famosos “primitivos” que no han existido jamás en los últimos 25.824 años. Nadie aceptaba la cultura Masma prehistórica. Aún hoy, aquellos que dan todos los argumentos necesarios para situar en la protohistoria las esculturas que estudiamos, siguen hablando del paleolítico y el neolítico para poder titularse “científicos”.
En esta vuelta del sol sobre la eclíptica ya no ha habido ningún primitivo en el planeta y no lo hay hoy. Existen, para el estudio antropológico, grupos étnicos en diferentes grados de degeneración. Los grupos humanos, como los individuos, nacen, viven y mueren.
La muerte puede ser más o menos lenta pero los grupos degenerados no son primitivos.
Siempre tienen palabras para las que ya no tienen objeto y siempre hablan de la edad de oro en la que un hombre blanco o un personaje fabuloso, que los visitó en el pasado, les enseñó más de lo que saben ahora.
Estudiamos la meseta de Marcahuasi durante nueve años.
Construimos una choza y pasamos en ella todo el tiempo que podíamos disponer durante los meses secos, de abril a septiembre. Solamente una vez subimos en diciembre. Comprobamos en los raros momentos de sol que algunas esculturas estaban hechas para ser apreciadas bajo la iluminación de ese solsticio, que en la latitud del Perú es el solsticio de verano. En los Andes es la época de las grandes lluvias.
Después de veinte días vividos dentro de la humedad de una nube que no permitía la visión ni la fotografía, nos vimos obligados a abandonar nuestro trabajo. En cambio en los meses secos el sol esplendoroso, en un cielo absolutamente puro nos permitió miles de magníficas fotografías.
En 1953 tuvimos nuestro primer contacto con la protohistoria mexicana. Dimos una conferencia en la Academia Nacional de Ciencia de México ellO de enero de ese año. Habíamos llegado ya a la convicción de que la cultura Masma no era una cultura peruana sino una cultura americana.
Mantuvimos el nombre de cultura Masma que, según nosotros, correspondía al Perú, pero defendimos nuestra tesis del origen y antigüedad de las esculturas en la roca natural contra nuestros amigos mexicanos los doctores Antonio Pompa y Pompa y Manuel Manzanilla que seguían creyendo en los caprichos de la naturaleza. Años después recibimos una carta de Pompa y Pompa: había hecho una excursión peligrosa al Cerro del Meco, cercano a Guanajuato, nombre que significa “Cerro de las Ranas”, y había comprobado el trabajo humano en esos megalitos.
En nuestra conferencia habíamos propuesto establecer una vertical de esa cultura arcaica a través del continente americano.7
De regreso al Perú, en ese mismo año de 1953, visitamos el Bosque de Piedra en las alturas de Junín a más de cinco mil metros de altura sobre el mar. Fue para nosotros una revelación. Los trabajos escultóricos, similares a los de Marcahuasi, en ese lugar inhospitalario, no podían ser considerados históricos ni prehistóricos; empezamos a pensar, para nuestros descubrimientos escultóricos, no solamente en la protohistoria como época de su realización sino en la posibilidad de un clima y de una altura sobre el mar, diferentes, producidos por las lunas y las mareas de Hoerbiger.
En 1954 dimos una segunda conferencia, en lima, sobre la cultura Masma. Nos ocupamos muy especialmente de la meseta de Marcahuasi, pero citamos las esculturas similares que ya conocíamos en México y Brasil.
Nuestro viaje a Brasil, en ese mismo año, nos permitió descubrir en Río de J Janeiro algunas esculturas de la misma calidad y de mucho mayor tamaño. Se hizo más firme nuestra convicción de la existencia de una cultura americana muy antigua y totalmente desconocida. Posteriormente, en 1962, nos instalamos en Río de Janeiro donde vivimos ocho años rodeados de esas esculturas.
Durante los últimos meses de 1954 visitamos Tiahuanaco y en los dos años siguientes repetimos nuestras visitas al Cuzco, Ollantaitambo y Machu Picchu.
En enero de 1957 y en diciembre de 1958 dimos dos conferencias en La Sorbona, en París, sobre Marcahuasi y la cultura Masma.
En 1959 descubrimos en el bosque de Fontainebleu esculturas similares a las que habíamos estudiado en América desde 1924. La “casualidad” que nos acompaña en todo lo que tiene relación con este misterio de una humanidad desaparecida, nos puso en Fontainebleau frente a la roca de los elefantes en un momento en que la luz del sol producía el milagro.
No habíamos pensado nunca en la posibilidad de encontrar esa calidad de trabajos escultóricos fuera de América y nadie antes que nosotros los había apreciado en Fontainebleau. Nos era imposible radicarnos en París para realizar el trabajo fotográfico y años después tuvimos que convencer a nuestra amiga, Edith Gerin, dedicada a la fotografía artística y gran admiradora del bosque de Fontainebleau, de que las rocas aparentemente informes de ese bosque, eran esculturas talladas por artistas desconocidos, anteriores al diluvio.
En seis años de trabajo, realizado los domingos cuando el sol iluminaba las figuras, Gerin logró una serie de fotografías admirables que no dejan lugar a duda sobre el arte y la técnica del enorme trabajo humano realizado en Fontainebleau.
En septiembre del mismo año, 1959, visitamos Stonehenge y Avebury. No pudimos dedicar mucho tiempo a la investigación, pero en ochenta fotografías tomadas durante el equinoccio, con el sol a la espalda, quedó demostrado que los megalito s habían sido decorados por la misma raza de escultores que habían trabajado la roca natural en el Perú, en México, en Brasil y en Francia.
Después de treinta y seis años de investigación encontrábamos una dimensión diferente al sueño de Pedro Astete que había guiado nuestros trabajos. No se trataba de una cultura prehistórica, perdida en América, desconocida antes de Colón. Se trataba de una cultura humana protohistórica, anterior a los sumerios y a todas las esculturas a tres dimensiones que llenan los museos de Europa.
Las esculturas protohistóricas, hechas para apreciarse desde un determinado punto de vista y cuando el sol se encuentra en un lugar exacto del cielo, son cuadros a dos dimensiones en los que las luces y las sombras completan las figuras. Su técnica y estilo no han sido empleados en la prehistoria. Tienen que ser trabajos protohistóricos anteriores al diluvio.
El sueño de Masma llevó a Astete a la prehistoria.
Fontainebleau nos llevó hasta la protohistoria. Aceptando esa antigüedad remota en 1959 y estudiando durante diez años la cronología mística de Tritheme y la cronología tradicional de Nostradamus, llegamos a descubrir la identidad de las cronologías secretas de hebreos y egipcios, indostanos y caldeos, corroboradas por la piedra del Sol de México, por los muros de Babilonia y por una frase del griego Hesiodo.
Habíamos encontrado en Marcahuasi, en Brasil y en México, huellas egipcias. Creímos que debíamos visitar Egipto y lo hicimos en 1961. Recorrimos con admiración y profundo respeto desde Gizeh hasta Wadi-Haifa.
Nuestro viaje de cuarenta días nos dio la prueba fotográfica de que nuestra teoría era mucho más que una hipótesis. Detrás del grandioso templo de Tebas se levanta una alta pared de granito cubierta de cientos de esculturas erosionadas durante milenios por los elementos. Junto a la obra egipcia de tiempos históricos se eleva otra más importante de tiempos protohistóricos, en que están representados los mismos dioses egipcios. Los trabajos de esa pared no constan en la historia de Egipto y son muy anteriores a ella.
Estaba igual que hoy antes de la primera dinastía. Sufrió las convulsiones del diluvio y quedó como testigo de un pueblo atlante del que hemos descubierto iguales vestigios en tres países de América.
Finalmente, en 1968, organizamos una expedición en Rumania, dirigiendo a los fotógrafos de la empresa cinematográfica estatal. Con nuestras fotografías tomadas en el Perú, con nuestra experiencia después de cuarenta y cuatro años de investigación, con nuestra dirección y con nuestros descubrimientos de esculturas en los Carpatos, durante la expedición a que nos referimos, hicieron una película que ganó dos premios en Alemania. No recibimos ni siquiera unas palabras de agradecimiento y tuvimos que pagar una copia de la película para nuestro archivo.
Habíamos terminado nuestro trabajo fotográfico y nuestra investigación cronológica. En 1969 comenzamos a poner en orden nuestras notas y a presentar en libros el resultado de nuestros estudios.
Nuestra humanidad ha heredado las pinturas rupestres, las esculturas y trabajos hechos en la roca natural, las más antiguas construcciones ciclópeas, la matemática sexagesimal, la cronología secreta de las Edades y de los ciclos históricos, la astronomía necesaria para esa cronología, que se establece sobre la eclíptica y sobre la precesión equinoccial, y las divisiones del tiempo para la vida diaria de una humanidad destruida por un cataclismo.
Ha heredado también todas las especies de animales domésticos y todas las plantas alimenticias que el hombre ha creado. Nada de eso ha podido ser realizado por salvajes primitivos. Todo ha sido heredado de una humanidad tan evolucionada, o más, que la nuestra porque tenemos que agregar, como perteneciente a ella, todo el acervo místico, mítico y simbólico, al que nada hemos añadido.
Por el contrario, hemos desordenado los mitos y no hemos comprendido en toda su grandeza los conjuntos simbólicos: citaremos solamente el Tarot, el Ajedrez, el Zodiaco y la Mitología. Esta última clave de la Química y, muy probablemente, clave universal de la ciencia, ha sido estudiada siempre como creación literaria de personajes fabulosos.
Se ha llegado a creer que reemplazaba a la historia.
Cuando Tritheme ha titulado su trabajo “cronología mística”, nadie lo ha comprendido. Cuando se ha ocupado de las siete causas segundas después de Dios, refiriéndose a los siete días de la semana, nadie ha seguido el camino que ha trazado y que nos lleva a la ciencia mística mitológica, que hemos heredado para estar ante ella durante siglos, como un niño ante una computadora electrónica.
No queremos aceptar que los hombres, unidos íntimamente con la naturaleza y con su Dios, no necesitaban escribir enormes volúmenes. Para ellos, cada dios, cada semidiós, cada héroe, era una realidad. El nombre de un dios era también el nombre de un planeta, de un metal y de un día de la semana; había una profunda relación verdadera y científica, entre todo lo que ese nombre abarcaba. Una serie de dioses formaba un conjunto simbólico muy fácil de recordar.
Como las relaciones de ese conjunto simbólico eran verdaderas, traían a la mente todo lo que representaban. Hemos encontrado la relación entre los días de la semana y la serie de los números atómicos de los metales, que representan esos días y cada vez encontramos nuevas relaciones que se establecen entre las seis series, tres directas y tres retrógradas, a que da lugar esa ordenación de los siete metales.
Si tenemos en cuenta que la Mitología cataloga no siete sino cientos de personajes, tendremos que aceptar nuestra ignorancia. La humanidad ha seguido otro camino científico, ha abandonado la sabiduría milenaria de una humanidad anterior; ignorando la existencia de esa sabiduría, hemos olvidado la deuda que tenemos que pagar.
Debemos recibir esa herencia y hacerla nuestra; solamente así podremos legada a la próxima humanidad.
En el curso de los últimos treinta y cuatro años hemos descubierto, en cuatro continentes, centenares de esculturas similares a las primeras que descubrimos en el cerro San Cristóbal, junto a la ciudad de Lima. Solamente una humanidad desaparecida pudo tallar las montañas con un estilo definido que quedó olvidado durante la vida de la humanidad actual.
Pretendemos, en este libro, presentar una prueba fotográfica indiscutible de esas esculturas y montañas talladas. Señalan y decoran siempre los lugares de los bosques sagrados y de las cavernas iniciáticas de esa humanidad. Avanzan los tiempos. Desde 1957 las estructuras construidas por el hombre, de acuerdo con la influencia general de los astros, durante los últimos dos mil años, han empezado a derrumbarse con estruendo. Este proceso de destrucción durará ciento ochenta años hasta la época de la gran catástrofe en 2137.
Los gritos histéricos de la juventud en todos los continentes sólo pueden compararse con el ruido desordenado de los peces que se arrojan por millares en marcha suicida hacia las playas cuando el instinto les advierte que han superado el número que les permite la vida dentro de su medio.
Hemos quedado solos frente a la responsabilidad de estos estudios. Nos hemos ocupado ya, y lo haremos en este libro y en publicaciones posteriores, del tesoro espiritual y físico y de las cavernas que lo encierran Explicaremos por qué guardan la salud y la salvación de la humanidad; la salud: por la magia de las corrientes telúricas que en ellas se condensan y por la magia de la fe colectiva; la salvación: porque esperan ser utilizadas cuando el próximo cataclismo amenace al planeta con su violencia acelerada.
Débora Goldst
Fuente: www.bibliotecapleyades.net/arqueologia/marcahuasi04.htm