“Y los Dioses gobernaron desde Akakor. Gobernaron sobre los hombres y sobre la Tierra. Tenían naves más rápidas que el vuelo de los pájaros; naves que llegaban a su punto de destino sin velas y sin remos, tanto por la noche como por el día. Tenían piedras mágicas para observar los lugares más alejados, de modo que podían ver ciudades, ríos, colinas y lagos.
Karl Brugger
Cualquier hecho que ocurriera sobre la Tierra o en el cielo quedaba reflejado en las piedras. Pero lo más maravilloso de todo eran las residencias subterráneas. Y los Dioses se las entregaron a sus Servidores Escogidos como su último regalo. Porque los Maestros Antiguos son de la misma sangre y tienen el mismo padre”
El 3 de enero de 1984, Karl Brugger (imagen inferior-izquierda), corresponsal de origen alemán que por ese entonces residía en el estado de Río de Janeiro –Brasil -, fue asesinado en pleno día por un tirador anónimo que le disparó a quemarropa mientras se encontraba paseando con un colega amigo, Ulrich Eucke, por la famosa playa de Ipanema. (1)
En una ciudad donde la criminalidad, marginalidad y pobreza registran una de las tasas más elevadas del mundo, nadie prestó demasiada atención a la desaparición del periodista. La policía abrió un expediente para investigar el hecho, aunque las pruebas recopiladas no fueron muy efectivas. Solamente se pudo reconocer el arma, identificada como una ametralladora portátil 9 mm similar a una mini UZI, y que suele utilizar el personal militar. El agresor nunca fue detenido y el caso entró en zona muerta.
Ocho años antes de su deceso, Brugger, había alcanzado cierto éxito con un libro de su autoría, “La Crónica de Akakor. Mito y leyenda de un pueblo antiguo de Amazonia (1976)” (2), best-sellers en Europa y EE.UU. La obra fue la culminación de un largo reportaje que dejó un saldo de doce tapes de grabación, con un único interlocutor,Tatunca Nara, mestizo indígena y líder de los Ugha Mongulala quién en forma oral contó un extraño y fantástico relato sobre los orígenes milenarios de su pueblo.
Nacía la leyenda de Akakor.
Remontémonos a 1971. Cuenta la historia, que los integrantes de una línea área comercial alemana Swissair, se encontraban paseando por Manaus estado de Amazonia, cuando fueron abordados por un mendigo vestido en forma harapienta, que les solicitó el pago de una comida.
La sorpresa surgió al comprobarse que el desconocido, podía expresarse en perfecto alemán, causando el asombro de los tripulantes y en especial de su comandante, Ferdinand Schmidt, experimentado aviador.
“ En 1977, un medio europeo, Spekula, publicó un artículo crítico sobre la historia de Akakor. Las comparaciones entre las declaraciones del libro, y las grabaciones mostraron serias desviaciones. Se advirtieron conceptos más refinados e intelectuales que de ningún modo se esperaban de un indígena de la selva. Se determinó, que Brugger habría manipulado Crónica de Akakor, intercalando pasajes completos de viejas leyendas mitológicas.”
El misterioso personaje dijo llamarse Tatunca Nara, príncipe de una tribu perdida de la selva, los Ugha Mongulala. Reveló además, que un contingente de 2.000 alemanes arribaron a su país en los últimos tramos de la Segunda Guerra Mundial -1939-1941-, refugiándose en Akakor, antigua ciudad subterránea legada por maestros venidos de las estrellas.
De vuelta en Alemania y aún impresionado por el relato de Tatunca Nara, Schmid, decide informar acerca del extraordinario encuentro a un periodista, Kart Brugger quién prestaba colaboración para una televisora pública nacional, la ARD, una de las cadenas de comunicación más importante de Europa.
Nacido en Munich -1941-, Brugger, además de su título como Periodista, contaba con estudios en Sociología e Historia. Con el tiempo se transformó en un reputado especialista de culturas nativas americanas.
Intrigado por la confidencia, el corresponsal alemán decide aceptar el reto y partir a Brasil en busca del “príncipe del mundo subterráneo”.
A su llegada, inicia una serie de investigaciones que después de un año de pesquisas e indagaciones, se verían coronadas por el éxito.
Tatunca Nara
“El 3 de marzo de 1972. M., al mando en Manaus del contingente brasileño en la jungla, facilitó el encuentro. Fue en el bar Gracas á Deus («Gracias a Dios») donde por primera vez me enfrenté con el blanco caudillo indio. Era alto, tenía el pelo largo y oscuro y un rostro finamente moldeado. Sus ojos castaños, ceñudos y suspicaces, eran los característicos del mestizo. Tatunca Nara vestía un descolorido traje tropical, regalo de los oficiales, como posteriormente me explicaría.
El cinturón de cuero, ancho y con una hebilla de plata, era realmente sorprendente. Los primeros minutos de nuestra conversación fueron difíciles. Con cierta indiferencia, Tatunca Nara (imagen derecha) expuso en un deficiente alemán sus impresiones de la ciudad blanca, con sus miles de personas, la prisa y la precipitación en las calles, los altos edificios y el ruido insoportable. Sólo cuando hubo vencido sus reservas y su suspicacia inicial, me contó la más extraordinaria historia que jamás había escuchado. Tatunca Nara me habló de la tribu de los ugha mongulala, un pueblo que había sido «escogido por los dioses» hacía 15.000 años.
Describió dos grandes catástrofes que habían asolado la Tierra, y habló de Lhasa, el legislador, un hijo de los dioses que gobernó el continente sudamericano, y de sus relaciones con los egipcios, el origen de los incas, la llegada de los godos y una alianza de los indios con 2.000 soldados alemanes. Me habló de gigantescas ciudades de piedra y de los poblados subterráneos de los antepasados divinos. Y afirmó que todos estos hechos habían sido registrados en un documento denominado la Crónica de Akakor.
Pero Brugger, dudó.
“ La historia parecía demasiado extraordinaria: otra leyenda más de los bosques, el producto del calor tropical y del efecto místico de la jungla impenetrable. Cuando Tatunca Nara concluyó su relato, yo tenía doce cintas con un fantástico cuento de hadas”
A pesar de sus vacilaciones en el terreno, el periodista decidió sondear entre sus contactos regionales para ver si se obtenían datos extras que validaran la historia. Cuando le fueron presentados los resultados, quedó sorprendido.
Supo, que la irrupción de Tatunca Nara en escena se produjo en 1968.
“Cuando un periódico menciona a un caudillo indio que salvó las vidas de doce oficiales, le fueron concedidos un permiso de trabajo brasileño y un documento de identidad. Según diversos testimonios, el misterioso caudillo habla un deficiente alemán y sólo comprende algunas palabras de portugués, pero está familiarizado con varias lenguas indias habladas en las zonas altas del Amazonas. Unas pocas semanas después de su llegada a Manaus, Tatunca Nara desapareció súbitamente sin dejar huella ”.
En 1969 estalló un violento enfrentamiento que involucró a las tribus salvajes y los colonos blancos en la provincia fronteriza peruana Madre de Dios.
“El líder de los indios, quien, según los informes de prensa peruanos, era conocido como Tatunca («gran serpiente de agua»), huyó tras la derrota a territorio brasileño. Con objeto de impedir una repetición de los ataques, el gobierno peruano solicitó del brasileño la extradición, pero las autoridades brasileñas se negaron a cooperar. Las hostilidades en la provincia fronteriza de Madre de Dios se prolongaron durante 1970 y 1971.
Las tribus indias salvajes huyeron hacia los bosques casi inaccesibles cercanos al nacimiento del río Yaco. A Tatunca Nara parecía habérselo tragado la tierra. Perú cerró la frontera con Brasil e inició la invasión sistemática de los bosques vírgenes. Según los testigos oculares, los indios peruanos compartieron el destino de sus hermanos brasileños: fueron asesinados y murieron víctimas de las enfermedades de la civilización blanca”.
Por ese mismo año, una terrible sequía golpeó a la región de los Ugha Mongulala. Con el hambre en puerta, Tatunca Nara decidió arriesgarse a salir a la superficie, para pedir ayuda a los “Blancos Bárbaros”, y así aliviar los pesares que amenazaban a su gente.
Su confianza se depositó en un sacerdote (3).
“Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia. Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al sumo sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor. La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas discusiones con el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la guerra rechazaron todo contacto con él.
Para evitar cualquier posible traición, exigieron incluso su cautividad. Solamente los sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa. Después de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los Blancos Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor.
Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de que había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había enviado los documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.)”
En las postrimerías de 1972, Tatunca Nara llevó su historia a las autoridades brasileñas, para convencerlas de tomar cartas en el asunto.
“Con la ayuda de los doce oficiales cuya vida había salvado, entró en contacto con el servicio secreto brasileño. Apeló asimismo al Servicio de Protección India (FUNAI) y le habló a N., secretario de la embajada de la República Federal de Alemania en Brasilia, sobre los 2.000 soldados alemanes que, según sostenía, habían desembarcado en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y están todavía vivos en Akakor, la capital de su pueblo. N. no creyó la historia y negó a Tatunca Nara todo acceso posterior a la embajada.
FUNAI sólo accedió a cooperar una vez que muchos de los detalles de la historia de Tatunca Nara sobre tribus indias desconocidas de la Amazonia fueron comprobados durante el verano de 1972. El servicio formó una expedición para establecer contacto con los misteriosos ugha mongulala y dio instrucciones a Tatunca Nara para que hiciera todos los preparativos necesarios. Sin embargo, estos planes se vieron interrumpidos por la resistencia de las autoridades locales de la provincia de Acre. Siguiendo instrucciones personales del entonces gobernador Wanderlei Dantas, Tatunca Nara fue arrestado. Poco antes de su extradición a la frontera peruana, sus amigos oficiales lo liberaron de la prisión de Río Branco y lo devolvieron a Manaus”
Con los datos recogidos, Brugger decidió emprender una expedición hacia Akakor, que contaría con la guía de Tatunca Nara y la participación de un fotógrafo. Pero la aventura casi termina en tragedia.
Fotografías tomadas del archivo de Karl Brugger,
“Abandonamos Manaus el 25 de septiembre de 1972. Remontaríamos el río Purus hasta donde pudiéramos en un barco alquilado, tomaríamos después una canoa con motor fuera borda y la utilizaríamos para alcanzar la región del nacimiento del río Yaco en la frontera entre Brasil y Perú, luego continuaríamos a pie por las colinas bajas al pie de los Andes hasta llegar a Akakor. Tiempo necesario para la expedición: seis semanas; probable regreso: a comienzos de noviembre. Nuestro equipo se componía de hamacas, redes para mosquitos, utensilios de cocina, alimentos, las ropas habituales para la jungla y vendajes médicos. Como armas, un Winchester 44, dos revólveres, un rifle de caza y un machete. Además, llevábamos nuestro equipo de filmación, dos registradoras magnetofónicas y cámaras.
Los primeros días fueron muy diferentes de lo que esperábamos: nada de mosquitos, ni de serpientes de agua ni de pirañas. El río Purus era como un lago sin orillas. Contemplábamos la jungla sobre el horizonte, con sus misterios ocultos tras una muralla verde. El primer pueblo que alcanzamos fue Sena Madureira, último asentamiento antes de penetrar en las todavía inexploradas regiones fronterizas entre Brasil y Perú. Era un lugar Típico de la Amazonia: polvorientas carreteras de arcilla, ruinosas barracas y un desagradable olor a agua estancada. Ocho de cada diez habitantes sufren de beriberi, lepra o malaria. La malnutrición crónica ha dejado a estos seres en un estado de triste resignación. Rodeados por la brutalidad de la inmensidad y aislados de la civilización, dependen principalmente del licor de caña de azúcar, único medio de escapar a una realidad sin esperanza.
En un bar, nos despedimos de la civilización y nos topamos con un hombre que dice conocer las zonas altas del río Purus. En su búsqueda de oro, fue hecho prisionero por los indios haisha, una tribu semi-civilizada que se asienta en la región del nacimiento del río Yaco. Su relato es desalentador: nos habla y no para sobre rituales caníbales y flechas envenenadas. El 5 de octubre, en Cachoeira Inglesa, cambiamos el bote por la canoa. A partir de aquí dependemos de Tatunca Nara. Los mapas de ordenanza describen el curso del río Yaco, pero sólo de una manera imprecisa. Las tribus indias que viven en esta región no tienen aún contactos con la civilización blanca. A J. y a mí nos domina un sentimiento de incomodidad. ¿Existe, después de todo, un lugar como Akakor? ¿Podemos confiar en Tatunca Nara? Pero la aventura se muestra más apremiante que nuestra propia ansiedad.
Doce días después de haber dejado Manaus, el paisaje comienza a cambiar. Hasta aquí el río semejaba un mar terroso sin orillas. Ahora nos deslizamos a través de las lianas por debajo de árboles voladizos. Tras una curva del río, hallamos a un grupo de buscadores que han construido una primitiva factoría sobre la orilla del río y criban la arena de grano grueso con cedazos. Aceptamos su invitación de pasar la noche y escuchar sus extraños relatos sobre indios con el pelo pintado de rojo y azul con flechas envenenadas. El viaje se convierte en una expedición contra nuestras propias dudas. Nos hallamos a apenas diez días de nuestro presunto objetivo.
La monótona dieta, el esfuerzo físico y el temor a lo desconocido han contribuido cada uno lo suyo. Lo que en Manaus parecía una fantástica aventura se ha convertido ahora en una pesadilla. Principalmente, comprendemos que nos gustaría dar la vuelta y olvidarlo todo sobre Akakor antes de que sea demasiado tarde .Todavía no hemos visto a ningún indio. En el horizonte aparecen las primeras cumbres nevadas de los Andes; a nuestras espaldas se extiende el verde mar de las tierras bajas amazónicas. Tatunca Nara se prepara para el regreso con su pueblo. En una extraña ceremonia, se pinta su cuerpo: rayas rojas en su rostro, amarillo oscuro en el pecho y en las piernas. Ata su pelo por detrás con una cinta de cuero decorada con los extraños símbolos de los ugha mongulala.
El 13 de octubre nos vemos obligados a regresar. Después de un peligroso pasaje sobre rápidos, la canoa es atrapada por un remolino y zozobra. Nuestro equipo de cámaras, empaquetado en cajas, desaparece bajo los densos arbustos de la orilla; la mitad de nuestros alimentos y de las provisiones médicas se han perdido también. En esta situación desesperada, decidimos abandonar la expedición y regresar a Manaus. Tatunca Nara reacciona con irritación: se muestra violento y contrariado. A la mañana siguiente, J. y yo levantamos nuestro último campamento. Tatunca Nara, con la pintura de guerra de su pueblo, cubriéndole únicamente un taparrabos, toma la ruta terrestre para regresar con su pueblo. Este fue mi último contacto con el caudillo de los ugha mongulala. ”
Pasaría mucho tiempo hasta que Karl Brugger y Tatunca Nara volvieran a reunirse. Con la edición del libro, la fama de Akakor se extendió por todos los rincones, y su historia, trascendió fronteras.
En su crónica oral, el líder de los Ugha Mongulala relató al periodista germano, que visitantes estelares aterrizaron en Sudamérica hace cerca de 15.500 años, procedentes de Schwerta, lugar remoto y “centro de un imperio conformado por numerosos mundos situado en los confines de nuestro universo ”.
Fueron 130 familias que se establecieron en este continente.
“Ellos civilizaron a los hombres y fundaron la Tribu de los Ugha Mongulala, que significa “Tribus Escogidas Aliadas”. Y para sellar su alianza eterna, se unieron a ellos. De aquí que los miembros de esta Tribu se parezcan a los Shuerta, hasta en el color de la piel”.
Tatunca los describió como similares a nosotros en lo físico, salvo por un detalle: los desconocidos contaban con seis dedos.
Los extranjeros erigieron 26 ciudades, casi todas subterráneas, tres de las cuales fueron elegidas como principales.
“ La ciudad de Akakor se extendía más allá del río Purus, en un alto valle, situado en la frontera que divide a Brasil de Perú. La región de Madre de Dios (Perú) y Acre (Brasil), señalarían los límites de su territorio”
En la lengua de Schwerta, Akakor significa Fortaleza 2. (Aka: 2 Kor: Fortaleza).
Toda la ciudad está rodeada por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que únicamente permiten el acceso de las personas de una en una.
La llanura del Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las que escogidos guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos. Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se cruzan dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los cuatro puntos universales de nuestros Dioses.
El Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque están situados sobre una gran plaza en el centro.
El templo mira hacia el Este, hacia el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de jaguar. La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta semejante.
El edificio más impresionante de Akakor es el Gran Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del templo por ambos lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos”
Luego le sigue Akanis (Fortaleza 1), edificada “sobre una estrecha lengua de tierra, cercana a México, dónde se enfrentan los dos océanos (4).
La última, Akahim (Fortaleza 3) quizás la más misteriosa, se encuentra al norte de Brasil lindante con Venezuela.
“ Se parece a Akakor, con su puerta de piedra, el Templo del Sol y los edificios para el príncipe y los sacerdotes. Una piedra labrada en forma de dedo extendido señala el camino hacia la ciudad. La entrada real está oculta detrás de una inmensa cascada de agua. Sus aguas caen hasta una profundidad de 300 metros”. . Yo puedo revelar estos secretos porque desde hace 400 años Akahim está en ruinas.
Después de guerras terribles contra los Blancos Bárbaros, el pueblo de los Akahim destruyó las casas y los templos de la superficie y se retiró al interior de las residencias subterráneas. Estas residencias están dispuestas como la constelación estelar de los Dioses y se hallan conectadas mediante unos largos túneles de forma trapezoidal. Hoy en día, sólo cuatro de las residencias están todavía habitadas; las nueve restantes están completamente vacías. Los en un tiempo poderosos Akahim apenas ascienden actualmente a 5.000 almas.
“Akahim y Akakor se comunican entre sí mediante un pasadizo subterráneo y un enorme sistema de espejos. El túnel comienza en el Gran Templo del Sol de Akakor, continúa por debajo del cauce del Gran Río y termina en el centro de Akahim. El sistema de espejos se extiende desde el Akai por encima de la alineación de los Andes, hasta las Montañas Roraina, que es como las llaman los Blancos Bárbaros.
Consiste en una serie de espejos de plata de altura equivalente a la de un hombre y montados sobre unos grandes andamios de bronce. Cada mes, los sacerdotes se comunican por este sistema los acontecimientos más importantes en un idioma de signos secretos. Fue de esta forma cómo la nación hermana de los Akahim tuvo noticias por primera vez sobre la llegada de los Blancos Bárbaros al país llamado Perú.”
Además de la descripción de las ciudades subterráneas, se incluyeron otras revelaciones importantes, que acrecentaron aún más el enigma
Tatunca habló de tecnología extraterrestre y documentos antiguos que se ocultarían en los recintos.
“Mi pueblo únicamente ha conservado la memoria del Imperio de Samón y sus regalos a Lhasa, los pergaminos escritos y las piedras verdes. Nuestros sacerdotes los han guardado en el recinto religioso subterráneo de Akakor, en donde también se conservan el disco volante de Lhasa y la extraña vasija que puede atravesar las montañas y las aguas. El disco volante es del color del oro resplandeciente y esta hecho de un metal desconocido. Su forma es como la de un cilindro de arcilla, es tan alto como dos hombres colocados uno encima del otro, y lo mismo de ancho. En su interior hay espacio para dos personas. No tiene velas ni remos.
Pero dicen nuestros sacerdotes que con él Lhasa podía volar más rápido que el águila más veloz y moverse entre las nubes tan ligero como una hoja en el viento. La extraña vasija es igualmente misteriosa. Seis largos pies sostienen una bandeja plateada. Tres de los pies apuntan hacia delante, otros hacia atrás. Estos e parecen a cañas dobladas de bambú y son móviles; terminan en unos rodillos de la largura parecida a los lirios del valle. Fieles a los deseos de nuestros Maestros Antiguos, los sacerdotes recogieron todos los conocimientos y todas las experiencias y lo conservaron en las residencias subterráneas.
Los objetos que dan testimonio de 12.000 años de la historia de mi pueblo se guardan en una habitación labrada en la roca. Aquí se hallan también los misteriosos dibujos de nuestros Padres Antiguos. Están grabados en verde y en azul sobre un material desconocido para nosotros. Ni el agua ni el fuego pueden destruirlo.”
“Uno de los mapas muestra que nuestra Luna no es la primera y que tampoco es la única de la historia de la Tierra. La Luna que nosotros conocemos comenzó a acercarse a la Tierra y a girar en derredor de ella hace miles de años. En aquel entonces el mundo tenía otro aspecto.
“En el Oeste, allí donde los mapas de los Blancos Bárbaros solamente registran agua, existía una gran isla. Asimismo en la parte septentrional del océano se encontraba una gigantesca masa de tierra. Según nuestros sacerdotes, ambos quedaron sumergidas bajo una inmensa ola durante la primera Gran Catástrofe, la de la guerra entre las dos razas divinas. Y añaden que esta guerra trajo la desolación a la Tierra y también a los mundos de Marte y de Venus, que es como los Blancos Bárbaros los llaman.”
Y también de cuerpos alienígenas en estado de suspensión.
“Entré en el recinto religioso al despuntar la mañana, poco después de la salida del sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra labrada había pan y una fuente de agua, los signos de la vida y la muerte. Un profundo silencio reinaba en la habitación. Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me ordenó que me levantara y que entrara en la siguiente habitación, que se parecía al Gran templo del Sol. Sus paredes estaban recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos. Brillaban y resplandecía en todos los colores.
Tres grandes losas hundidas en el suelo fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los extraños instrumentos durante algún tiempo. Tan deslumbrados estaban, mis ojos por la brillante luz que tarde bastante tiempo en reconocer algo que ya nunca olvidaré. En el centro de la habitación cuyas paredes irradiaban una misteriosa luz se encontraban cuatro bloques de piedras transparentes. Cuando, lleno de temor, pude acercarme, descubrí en ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes, cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un líquido que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en todos los aspectos, sólo tenían seis dedos en las manos y seis dedos en los pies.”
Cuando esta información llegó a oídos de los investigadores, Erich Von Däniken, de origen suizo, fue uno de los primeros en retomar la posta abandonada por el periodista alemán. En el libro de Brugger, Däniken , figuraba en los créditos como redactor del prólogo de Akakor, y por ende, contaba con antecedentes en el tema. Teniendo en cuenta el espíritu aventurero que el escritor tan bien supo imprimir en sus libros, no resultó sorpresa su intención de lanzar una expedición en busca de la ciudad perdida, a pesar de la experiencia fallida de Brugger. Pero desde el comienzo, arreciaron las dificultades.
En Testigo de los Dioses, el suizo relató los pormenores que hicieron fracasar la operación.
“Hace dos años entré en contacto, sin que ello guardase ninguna relación con el libro de Brugger, con un señor de Manaus llamado Ferdinand Schmidt. Dicho señor Schmidt había sido toda su vida piloto de la Swissair. Después de jubilarse aceptó la misión de trabajar para la Cruz Roja en Brasil. Esa misión le llevó a Manaus, y en el marco de sus actividades tuvo ocasión de tratar muchas veces a Tatunca Nara. Este le contó al señor Schmidt la historia de su tribu, exactamente en los mismos términos que más tarde publicaría Brugger.
Schmidt y yo intercambiamos algunas cartas, y luego tuvimos una entrevista en Zurich. Yo propuse organizar una expedición al territorio de la tribu de Tatunca, como única manera de verificar hasta que punto era verídica tan extraordinaria historia. Schmidt regresó a Manaus y, en su calidad de experto piloto, empezó a programar la expedición, manteniéndose al mismo tiempo en contacto con Tatunca, quién dijo hallarse dispuesto a guiar un pequeño grupo hasta los lugares donde moraba su tribu.
La expedición estaba prevista para la primera quincena de julio (1977), y deberíamos acercarnos cuanto fuese posible al territorio de la tribu empleando dos helicópteros. Contábamos para ello con la autorización de la Comisaría brasileña de asuntos indígenas, la FUNAI. El jefe de la expedición iba a ser Tatunca Nara, pues sólo él sabía el emplazamiento de la misteriosa ciudad. Pese a mi gran curiosidad, yo no deseaba lanzarme a ciegas a una aventura que iba implicar para mí un esfuerzo financiero bastante considerable. Después de las conversaciones preliminares, Ferdinand Schmidt convenció al caudillo indígena para que regresara solo, de momento, a reunirse con los de su tribu y recoger allí una prueba convincente de la existencia de artefactos técnicos como los descritos por él.
Por ejemplo, Tatunca podría tomar fotografías de los mismos. La presentación de esos documentos sería la señal de salida para la expedición, ya preparada en todos sus detalles. Tatunca recibió una cámara de manejo sencillo y, además, un motor fuera de borda nuevo para su barca. A finales de marzo salió de Manaus con instrucciones de regresar dos meses más tarde. Tatunca nunca apareció.
“Ahora bien, como los indios no tienen la noción de la puntualidad tan definida como nosotros, los retrasos no son cosa rara tratándose de ellos. Por otra parte, era posible que la demora viniese impuesta por condiciones climáticas adversas. A veces, los afluentes del río Negro, llevan tan poco caudal, que dejan pasar una lancha motora y se hace preciso aguardar a las próximas lluvias. El 10 de julio aterricé en Manuas. Tatunca aún no había aparecido. El retraso era de un mes y medio.
Sin su presencia, hubiese sido absurdo iniciar la expedición con los helicópteros. Pero la empresa que alquilaba los helicópteros no estaba dispuesta a tener inmovilizados por mucho tiempo sus costosos aparatos. Insistió en que avisáramos con cuatro semanas de anticipación, cuando estuviéramos dispuestos a utilizarlos. Por tanto, si yo hubiera dado luz verde a la expedición el 10 de julio, habríamos tenido que partir cuatro semanas más tarde, con Tatunca o sin él. Como a mediados de julio Tatunca seguía si aparecer, anulé la expedición.
Saqué pasaje para regresar a Europa, y precisamente el último día de mi estancia allí se presentó Tatunca con su barca por el río Negro. Su primera pregunta fue si habíamos recibido las fotos, entregadas diez días antes a un carguero comercial con instrucciones que nos fuesen transmitidas a nosotros. Desde luego, no habíamos recibido nada. Tatunca dijo que había estado con los de su tribu en la ciudad de Akahim, y nos reiteró de nuevo sus manifestaciones acerca de los depósitos de material técnico de los dioses en la mencionada ciudad. El caso es que no lleva consigo ninguna prueba.
Cuando se lo reprochamos, él nos contestó que su obligación era mirar por su pueblo y no por nosotros, y que no podía traicionar a los suyos llevándose ningún objeto de los que ellos consideraban sagrados; que ello sería lo mismo que para nosotros robar una Iglesia. Nuestra conversación duró doce horas, y todavía no sé que pensar de toda esa historia. Lo que nos contó no era ilógico ni imposible …¡pero sí extraordinariamente improbable!. Tatunca notó mi desconfianza, y prometió hablar con sus sacerdotes aquella misma noche …”
“Tatunca dijo que los indios sabían comunicarse por vía extrasensorial o, como diríamos nosotros, telepática.(5) Si bien, según Tatunca, esa clase de comunicación no emplea palabras ni frases, sino una concentración intensa de sentimientos, de sensaciones como el hambre, el amor, la amistad, el odio, la felicidad, la guerra, la enemistad, y así sucesivamente. Con ello sería posible crear símbolos y entenderse a distancia. Dijo que todos los indios practicaban esta clase de comunicación telepática desde su primera infancia.”
“Aplacé mi regreso veinticuatro horas. Al día siguiente, Tatunca se presentó con mucho aplomo y dijo que había conseguido explicar a sus sacerdotes que no podía presentarse ante mí con las manos vacías, pues el hombre blanco no le haría caso. Ahora tenía permiso de los sacerdotes para aportar una prueba capaz de convencerme. Por consiguiente, partiría de nuevo a reunirse con los suyos, recogería la prueba y volvería a Manaus. El señor Schmidt quedó encargado de avisarme por teléfono cuando todo ello se hubiese cumplido. Hasta la fecha Tatunca no se ha presentado con las pruebas prometidas. Sigo esperando.”
Cuando Tatunca se relacionó con Däniken , le contó detalles inéditos de las ciudadelas y que diferían un tanto del relato confiado a Brugger. Uno de esos ejemplos se presentó con Akahim.
El indígena señaló que en esa fortaleza se,
“adoraba un objeto misterioso que hace mucho tiempo atrás había sido entregado a los sacerdotes por los Dioses venidos del cielo en una nave brillante. Un objeto milenario que según las tradiciones comenzaría a cantar en el momento que esos Dioses retornaran a la Tierra. Y que recientemente había comenzado a emitir extraños zumbidos semejantes al de las abejas, causando un intenso fervor y reverencia entre su pueblo”.
Esto motivó las ansias del escritor por encontrar el objeto extraterrestre.
A pesar de sus reservas iniciales, Däniken dio luz verde para que la expedición se concretase. Nuevamente Tatunca y Schmidt fueron convocados. El gobierno brasileño la autorizó, pero con la condición que se contará con la participación de Roldão Pires Brandão, un renombrado arqueólogo y expedicionario. Faltando dos días para arribar a Akahim, se produjo un confuso episodio que involucró a Pires Brandão (6), el cual resultó herido de bala en un brazo, hecho calificado como “accidente”.
Durante la travesía truncada, Pires Brandão observó extrañas formaciones en la selva. A su regreso partió en un vuelo por la zona, dándose cuenta que esos montículos no eran normales, sino que se asemejaban a pirámides. Por esa época un grupo de exploradores ingleses intentaban llegar a Akahim a través de Venezuela. Temiendo perder la primicia, el arqueólogo informó de su descubrimiento a la revista “Veja”, una de las más importantes de Brasil. El 1 de Agosto de 1979, un reportaje de cinco páginas mostró el increíble hallazgo. La noticia recorrió el mundo (7).
Cuatro años antes, en 1975, el satélite Landsat de la NASA había captado diez formaciones piramidales en el sudeste del Perú, en la zona de Alta Madre de Dios.
por Ana Débora Goldstern
Publicado el 5 de enero de 2006
05/01/2006
del Sitio Web RevistaInvestigacion