En la sociedad actual la estupidez acaba rezumando por todos los poros.
Y nada parece poder detenerla.
Estos últimos días, hemos visto una noticia que expone claramente el nivel de estulticia y superficialidad que tanto nos afecta.
Así es como la exponían en RT:
¿Una obra de arte o solo unas gafas? Visitantes de un museo se confunden
Un joven de 17 años ha colocado unas gafas en el suelo en el Museo de Arte Moderno de San Francisco (EE.UU.) para ver la reacción de otros visitantes, informa el portal BuzzFeed.
Según el joven, unos segundos después de que las gafas fueran puestas numerosas personas empezaron a acercarse a la ‘pieza’ para observarla y tomar fotos.
Las imágenes del joven en las que se aprecia cómo los visitantes observan con detenimiento el objeto se han hecho virales en Internet y han sido compartidas más de 32.000 veces y cuentan con 36.000 me gusta en Twitter.
Como es de imaginar, el asunto ha levantado una oleada de críticas y comentarios afilados en las redes e incluso en algunos medios, la mayoría de las cuales se han centrado en criticar la estupidez que rodea al arte contemporáneo.
Y es que el quid de la cuestión no está en criticar aquello que la gente interpreta como “arte” en la actualidad.
Ni tampoco se llega al fondo de la cuestión tildando de bobos a los que estaban en la galería e interpretaron erróneamente lo que significaban esas gafas.
Probablemente, la mayoría de esa gente tenga un cierto nivel cultural y una cierta capacidad de análisis y raciocinio; al menos el suficiente como para estar en un museo y no sentados en un sofá viendo la tele.
Al fin y al cabo, si los que estaban en el museo y creyeron que las gafas eran arte son unos memos, entonces
¿cómo debemos calificar a todos aquellos que pasan horas viendo por la tele a un grupo de semi-analfabetos barriobajeros chillándose en una tertúlia del corazón o presenciando embelesados como un grupo de repugnantes pseudo-famosos se pelean entre sí mientras estan presuntamente abandonados en una isla?
¿cómo debemos calificar a todos aquellos que pasan horas viendo por la tele a un grupo de semi-analfabetos barriobajeros chillándose en una tertúlia del corazón o presenciando embelesados como un grupo de repugnantes pseudo-famosos se pelean entre sí mientras estan presuntamente abandonados en una isla?
La clave del asunto pues, radica en tratar de comprender a través de qué mecanismos toda esa gente que estaba en la galería y que presumiblemente deberían tener una cierta cultura y capacidad intelectual, interpretó que esas gafas en el suelo eran una obra de arte.
Y la respuesta a esta cuestión es bien sencilla, aunque parezca una perogrullada: esa gente interpretó que las gafas eran una obra de arte, por el simple hecho de que estaban dentro de un museo de arte contemporáneo.
Así de simple.
Museo de Arte Contemporáneo de San Francisco
Si hubieran visto esas mismas gafas en un banco del parque o al lado de una fuente, no habrían creído que fueran una obra de arte.
Solo habrían visto un objeto.
Solo habrían visto un objeto.
Al ver las gafas, esas personas han presupuesto que debían ser una obra de arte, por que su mente ha sido programada para presuponerlo así; en otras palabras:
la programación mental recibida les ha llevado a crear una realidad artificial alrededor de cualquier objeto que esté en ese lugar concreto llamado “museo”, convirtiéndolo potencialmente en un elemento abstracto llamado “obra de arte”, aunque el objeto en cuestión sea una compresa pegada en una pared o unas gafas tiradas en el suelo.
Como vemos pues, en su interpretación de lo que es “arte”, en ningún momento han obedecido a su sensibilidad individual, ni se han escuchado a sí mismos.
Eso implica que en la interpretación de lo que es arte en la actualidad, ya no importa el criterio propio o la propia sensibilidad: solo importa la programación mental recibida.
De hecho, el incidente de las gafas nos demuestra que hemos llegado a un punto tal, que el arte, no es arte por la obra en sí misma, ni por el efecto que provoca en quién la ve, sino por el edificio en la que está ubicada o por el envoltorio social o definitorio que la rodea.
Por lo tanto, la definición de “arte” ha cambiado.
Hasta ahora, era la siguiente:
Arte: Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.
En cambio, ahora podríamos definirla como:
Arte: todo aquello que la Autoridad Oficial correspondiente decida definir como “arte”
¿Y qué es la “Autoridad Oficial correspondiente”?
Pues bien, la “Autoridad Oficial” puede manifestarse de muchas formas, a veces combinadas; puede ser una autoridad política, policial, judicial, social, religiosa, moral, mediática, o en el caso que nos afecta, una “autoridad académica”.
Una “Autoridad Académica”, conformada por unos presuntos “expertos en arte”, que en este caso definen que cualquier basura que puedas encontrar dentro de ese edificio llamado “museo de arte contemporáneo”, puede llegar a ser interpretada como “arte”.
Y lo peor es que esa definición ya no tiene porqué circunscribirse al espacio de un museo.
Si por la razón que sea, esa misma autoridad te indica en un momento determinado que un objeto o actividad cualquiera, situada en un entorno no museístico, también es “arte”, automáticamente deberás interpretar al objeto o actividad en cuestión como “obra de arte” o “actividad artística”.
Por ejemplo, supongamos que un día vas por la calle y te cruzas con un grupo de imbéciles semidesnudos pintados de blanco, gestualizando teatralmente como gilipollas alrededor de un inodoro situado enmedio de la acera; si existe una “autoridad académica” que decida certificar aquello como “acción artística”, el conjunto de memeces que esos idiotas realicen, recibirá el calificativo de “performance” y automáticamente será considerada “actividad artística”.
Y lo será aunque los tipos en cuestión sean unos descerebrados con el mismo talento artístico que una ardilla.
Sin embargo, si tú decides hace algo similar enmedio de la calle, sin el respaldo de una autoridad académica que te respalde mediante la definición correspondiente, probablemente serás considerado un loco o un payaso; aunque lo más posible es que tengas la suerte de que la gente que pase a tu alrededor piense:
“mira, debe ser alguna actividad artística o teatral promovida por el ayuntamiento, como las estatuas humanas o los músicos del metro…vamos a tirarle una moneda”.
“mira, debe ser alguna actividad artística o teatral promovida por el ayuntamiento, como las estatuas humanas o los músicos del metro…vamos a tirarle una moneda”.
En defintiva, el suceso de las gafas en el museo de San Francisco, no es algo tan anecdótico como puede parecer a primera vista.
Nos indica que estamos en un estado concreto en nuestra evolución psico-social.
Nos señala que nuestro criterio individual ha quedado completamente subyugado a una autoridad oficial externa, que es la que define todo aquello que debemos sentir o pensar a cada momento, sin que tan solo lleguemos a poner en duda si ello tiene o no tiene sentido.
El arte, ya no es arte porque nos conmueva, por que nos invite a la reflexión o porque nos diga algo como individuos.
Es arte porque nos dicen que lo es y porque nos dicen dónde se puede considerar como tal.
Un montón de harapos tirados en la acera, son “basura” y el que los ha tirado ahí es un “guarro”. En cambio, si los mismos harapos están tirados en la sala de un museo, son “arte” y el que los ha puesto ahí, es un “artista” super reflexivo.
Se nos ha negado pues toda posibilidad de definición de nuestro entorno y de nuestro mundo a nivel individual.
Y si vamos más allá, veremos que este mecanismo de rendición ante la autoridad oficial, es extrapolable a casi todas nuestras actividades sociales y que lleva ahí desde hace mucho tiempo.
De la misma forma que obedecemos a una “autoridad oficial” que nos indica que todo lo que encontremos dentro de un museo de arte contemporáneo es susceptible de ser considerado arte por el simple hecho de estar ahí, durante siglos ha existido un mecanismo análogo que ha llevado a las personas a creer que todo lo que dijera un sacerdote era moralmente bueno y tenía que ver con un ser superior llamado “Dios”.
El mismo tipo de mecanismo psicológico de sumisión que lleva a un grupo de personas a creer que unas gafas en el suelo pueden ser “arte”, es el que nos lleva a creer que aquello que nos diga un hombre uniformado debe ser obedecido porqué es “ley”, sin que nadie tenga derecho a ponerlo en duda; es el mismo tipo de mecanismo que nos dice que lo que haga la mayoría debe ser imitado porque es “moda” o “tendencia”; y es el mismo tipo de mecanismo que nos lleva a creer sumisamente que todo lo que nos diga un tipo con bata blanca y un diploma en la pared, ha de ser cierto e indiscutible por fuerza, porque nos han inculcado que él sabe cosas que nosotros no podemos entender y que jamás actuará movido por la ambición, el interés o el dinero, sino dirigido por la mano invisible de un ente maravilloso de fantasía, infalible e incorruptible, llamado “ciencia”.
El mecanismo básico de obediencia y anulación del criterio propio es muy similar en todos estos casos.
Simplemente, adquiere diversas formas.
Así que, quizás sí, al final va a resultar que esas gafas en el suelo en el museo de arte de San Francisco, nos decían mucho más de lo que creíamos inicialmente.
Quizás esas gafas no se limitaban a llamar “estúpidos” a todos los que pululaban por la galería, sino que estaban chillando un atronador “estúpidos” dirigido a todos los rincones de la sociedad y del planeta.
El problema es que con tanto ruido, poca gente ha logrado escuchar el mensaje…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS