Cuando el independentismo estaba por los suelos el ejecutivo de Rajoy no pudo ser más estúpido. Ya no solo eran las imágenes de gente despidiendo a policías y guardia civiles con las proclamas de “a por ellos”.
Siempre quise pensar que al menos se referirían a los independentistas y no a los catalanes. Al Ministerio de Interior no se le ocurrió a otro para dirigir a los mossos y fuerzas de seguridad en la operación contra el 1-O, que a Diego Pérez de los Cobos, hijo de miembro de Fuerza Nueva y hermano menor de Francisco Pérez de los Cobos, el expresidente del TC que derogó el Estatut. Parecían hacerlo aposta.
Cayeron en la trampa. Al final el independentismo logró las imágenes que buscaba. Esas con las que tantas veces habían soñado para internacionalizar su proceso.
Aquella noche del 1 de octubre me contactó
David Rey, un periodista argentino que quiso entrevistarme hacía unos meses sobre el tema catalán y con el que he entablado cierta camaradería. Estaba muy preocupado por aquellas imágenes.
Yo aún no era consciente de su impacto internacional, me lo advirtió él. Ni Europa ni America Latina veían ahora a España con buenos ojos, aunque nadie sabía exactamente cual era el problema.
Ambos compartimos que el gobierno de Rajoy había cometido una gran torpeza, pero David insistió en no culpar a la policía, explicándome que aquellos agentes habían estado allí para protegernos de un golpe de estado.
Yo aún no era consciente de esa dimensión de los hechos.
En todos estos años la gente no se había enterado de nada. Yo os llevo siguiendo desde 2012 y sé lo que el independentismo ha hecho y como lo había preparado. Mis familiares y amigos ahora compartían mi preocupación cuando antes pensaban me había desquiciado con este tema.
A David Rey le dije que para dar una solución a Cataluña “hace falta que sepan la verdad”, a lo que este me contestó: “A la gente no le interesa la verdad, Rafael. Naturalmente es devota de los mitos”. Estas palabras de David me han quedado marcadas.
No sé llorar, y este año me ha ocurrido dos veces. Una de ellas el día después, el 2-O. Observaba un video en Youtube de la fiesta de la cerveza en Alemania. Una orquesta al mando de André Rieu de repente comenzaba a interpretar el "Que viva España" de Manolo Escobar. Lo que nosotros éramos incapaces de querer ya lo querían otros por nosotros.
Me ocurrió otra vez al día siguiente, cuando mi amigo Sergi, independentista de Girona, me envió un video con imágenes de las cargas policiales. Eran tan ruines... Abuelos golpeados, gente pateada por votar. ¿Como se pudo perder la cabeza así? Si algo puedo decir es que lo siento.
Las mentiras tienen las patas muy cortas, decimos en castellano.
Evidentemente ahí estaban esas imágenes pero en la sociedad de las redes todo aparece rápido, y la estrategia se desenmascaraba a lo largo de los días posteriores.
Allí aparecían los videos grabados por cientos de catalanes que hasta las narices de los independentistas habían grabado a policías huyendo de los pueblos apedreados, otros que tratando de entrar a los colegios se encontraban con cientos o miles de personas impidiéndoles el paso con los mayores en primera línea a modo de escudos humanos, policías convenciendo a un padre para sacar a un niño de allí y otros sacando a abuelos de los brazos para evitar que fuesen golpeados.
Se veían policías de paisano increpados por la muchedumbre cuando sacaban las urnas, barricadas con tractores para evitar el paso de los agentes y masas de gente empujando a las fuerzas de seguridad mientras los mossos no hacían nada o incluso les avisaban de las actuaciones policiales.
Al final todo se sabe. Muchos mossos se quejaron de no recibir ni ordenes ni medios, no se preocuparon por precintar las aulas de madrugada como habían convenido y les dejaron todo el marrón a las fuerzas de seguridad del Estado.
En general la gente pudo votar con tranquilidad, de hecho parecía que algunos votaron con varias papeletas. El resultado, después de los supuestos 1000 heridos que se hablaban, o según Jordi Sanchez, de la ANC, un "balance de heridos que no existe en Europa desde la II Guerra Mundial”, es que solo hubo 4 hospitalizados.
De estos dos por heridas leves, otro por un infarto, y otro que perdió un ojo por un pelotazo de goma.
Este último que se supone que pasaba por allí, resulta que aparece en las imágenes golpeando a policías y tirándoles vallas. La de los dedos rotos y abusada sexualmente también era mentira.
(+info)
La estrategia del independentismo ha sido tan descarada y cínica que lleva a la mofa. La pena es que haya tanta gente que aún no se dé cuenta. Parece que nadie ya se acuerda de las cargas de los mossos en Plaza Catalunya el 27 de mayo de 2011 sobre indignados pacíficos sentados en la calle. Se saldó con 121 heridos hospitalizados, pero nadie lloró por ellos.
Entonces los mossos explicaban que no existe la resistencia pacífica.
Paradójicamente ninguna de las instituciones catalanas o partidos y medios independentistas habló de violencia institucional o vulneración de derechos humanos.
Los mossos reventaron el movimiento 15M en Cataluña, otro fenómeno que se ha llevado por delante el process. Por lo que parece aquello no era del gusto del exvicepresidente de la Generalitat y exlíder de ERC, Carod Rovira, que expresó textualmente:
“Tienen, como españoles, todo el derecho del mundo a indignarse. Pero si quieren hacerlo, como españoles, lo mejor es que no se equivocasen en el mapa y se manifiesten, se indignen, meen, pinten, chillen e insulten, allí donde les corresponde, en su país", España.
Los días que han venido después del 1-O han sido una verdadera locura en España. El cúmulo de información que se recibía mareaba. Conozco gente involucrada que prefirió dejar el móvil en casa. Lamentablemente los 280 caracteres de Twitter dan lugar para muchas proclamas pero para poca información argumentada. No me extraña que la gente se agarre a una idea sin tener ni idea del porqué lo hace.
Los españoles fuera de Cataluña han pasado de la más completa apatía hacia lo que ocurría en Cataluña, a en los dos últimos años convertirse en el centro de debates de bar, bromas de whatsapp y entretenimiento en general.
Pero en las semanas posteriores al 1-O de las bromas se pasó a la indignación de las imágenes y de ahí a la preocupación. Hasta en los grupos de whatsapp de hombres desapareció el porno. El tema catalán lo ocupó todo.
Sí, la gente comenzó a saber la verdad. Ahí fuera podían decir lo que les diese la gana, pero los españoles no somos ni fascistas ni ladrones.
No les hemos hecho nada a los catalanes para que nos traten como tales. Más bien los nacionalistas han hecho lo que les ha dado la gana, discriminándonos a todos los demás y callando a los que no comulgaban con el régimen.
Ahora veíamos las consecuencias de nuestra apatía, de los pactos de gobierno otorgándoles cada vez más privilegios, de cómo habían convertido Cataluña en su patrimonio robando sistemáticamente gracias a las competencias concedidas y como ahora las ponían contra el Estado, contra todos nosotros.
Había rabia, y a la vez tristeza por haber dejado hacer al nacionalismo. Y ahora todo dependía del capricho de unos locos por declarar la independencia de una parte de nuestra tierra, de nuestra historia, de nuestras familias y amigos. Por una vez en la vida, a esa España que tanto nos hemos esforzado por detestar, la observábamos con compasión y hasta con cariño.
Si en vez de inventaros la historia la hubieseis estudiado, os podríais haber hecho una idea de lo que iba a ocurrir.
Las instituciones catalanas han tenido la manía a lo largo de su historia, desde tiempos de su pertenencia a la Corona de Aragón, de echar la culpa al Estado de todos los males mientras succionan con impuestos a su pueblo.
Y esto se lo creen algunos catalanes, pero no todos, lo que ha llevado a no pocas guerras civiles y luchas internas que han arruinado Cataluña, y con ella al resto del Estado.
Así ocurrió en 1470, 1640, 1714, 1873, 1931 y ya veremos ahora en 2017.
Amigos independentistas, lo que se vivió entonces sí fue espontáneo, transversal y pacífico, una verdadera revolución de las sonrisas sin subvenciones del Estado ni gobiernos fletando autobuses.
Mientras las muchedumbres echaban a los policías de allí, otros catalanes los llamaban para ofrecerles sus casas. Mientras vosotros retirabais las banderas españolas de los ayuntamientos, toda España se cubría de ellas.
Y mientras vosotros decías que sois el pueblo de Cataluña, el pueblo de Cataluña salía a la calle envuelto en banderas rojigualdas gritando la españolidad que siempre tuvieron.
Los valientes no habéis sido vosotros, que os habéis alzado cubiertos por unas instituciones corruptas al poder de Cataluña.
Los valientes han sido gente como los chicos del balcón del barrio de Sarriá-Sant Gervasi, que con la única ayuda de un megáfono y decenas de independentistas tratando de callarlos golpeando cacerolas, ha hecho oír su voz por encima del pensamiento único independentista.
O esos chavales que todos los años siguen pidiendo la retransmisión de un partido de la selección al ayuntamiento de Barcelona.
O el inspector de educación Jordi Cantallops, que se atrevió a denunciar el adoctrinamiento de los niños en las escuelas y acabó despedido.
O artistas como Loquillo y Albert Boadella, que por criticar el nacionalismo identitario han sufrido tal persecución que les ha obligado a dejar de actuar en Cataluña.
Los héroes de todo esto no son los Jordis ni los presidentes y consellers que se han forrado con el soberanismo.
Los héroes son los intelectuales de
CCC (Convivencia Cívica Catalana) o el
Somatens que aparecieron de la nada casi sin financiación para predicar en el desierto del pensamiento único nacionalista.
O
SCC (Societat Civil Catalana), que desde su aparición no ha dejado de elaborar estudios objetivos con los que contraargumentar al independentismo a pesar de sufrir continuos boicots y agresiones en sus actos.
O la web
Dolça Catalunya que lleva años destapando las corruptelas y manipulaciones del soberanismo cuando nadie se atrevía a escribir sobre ellas.
O la gente de los partidos de la oposición que llevan años sufriendo el señalamiento a ellos y sus familias, negocios y sedes.
Los héroes son los fiscales y los jueces que por hacer su trabajo son víctimas de insultos y gritos a las puertas de los juzgados, y que se encuentran las ruedas pinchadas de sus coches o la puertas pintadas en sus casas.
Son esos empresarios, como Xavier Gabriel de la Bruixa d´Or, catalán de toda la vida, que se han visto obligados a dejar Cataluña por evitar los ataques de independentistas a sus negocios.
Algunos pedimos diálogo hasta el final.
Yo mismo participé en una de esas concentraciones de banderas blancas que abogaban por ello y que espontáneamente nacieron de una pancarta colgada de un balcón de Madrid con el lema “Parlem?”, respondida por un “Hablemos” en otro balcón de Barcelona.
Pero ya nadie quería hablar. Incluso los que acudimos a esas manifestaciones de banderas blancas lo que realmente queríamos es que dejasen de engañar a la gente.
España ya no estaba para diálogos.
Ahora había que salvar a la patria. El independentismo había logrado unir a todos los españoles, por vez primera en el amor a España, ondeando sin pudor su bandera.
En la multitudinaria manifestación del 8 de octubre en Barcelona, Borrell increpaba a los empresarios por no haberse pronunciado antes sobre las consecuencias de la secesión.
Tenía razón. Muchos de ellos trataron de aprovecharse del pulso al estado para obtener mayores beneficios y otros temieron perder los contratos a dedo con los que a través de comisiones ilegales habían alimentado la merendola soberanista de la Generalitat. Ahora la inseguridad jurídica que había provocado el procés les obligaba a marcharse.
Finalmente, el 10 de octubre, Puigdemont declaraba la independencia para suspenderla inmediatamente. Un hecho que provocó la risa en toda España pero que evidenciaba las presiones que estaba sufriendo. La declaración unilateral de independencia ya era cuestión de días.
Uno de los grandes periodistas españoles de nuestro tiempo, Iñaki Gabilondo, el 26 de octubre culpaba en una de sus grabaciones a los “incendiarios independentistas” de una situación que él preveía de pre-guerra: “¿Así que era así?, ¿era así como se desencadenaron esos desastres históricos?, decía. Los españoles vivimos aquellos días con el corazón en un puño.
Finalmente, el mismo 26 de Octubre, tras filtrarse que se convocarían elecciones para evitar la aplicación del 155, Puigdemont no pudo soportar la presión del secesionismo.
En las puertas de la Generalitat le llamaban traidor, Gabriel Rufián tuiteaba que se había vendido por 155 monedas y parece que sufrió una rebelión de los partidos independentistas que le habían acompañado y de sus propios compañeros.
La realidad es que posiblemente temía más a un sector secesionista desbocado que al Estado por declarar la independencia.
Puso la responsabilidad en manos del parlament que se encargaría de aprobar formalmente la secesión al día siguiente.
Nadie reconoció la nueva República Catalana que el 27 de octubre se declaraba solemnemente por el parlament.
No hubo ningún país en todo el mundo que se pronunciase a su favor.
La única alternativa para supervivencia de aquella República era echar a la gente a la calle contra los cuerpos de seguridad del Estado, algo que temíamos muchos españoles y de lo que el mundo entero estuvo pendiente.
Aquel día me fui a Barcelona con mi mujer, que siempre ha querido acompañarme. Necesitaba saber como lo estabais viviendo. Llevo tanto tiempo siguiendo esto que no podía dejar de saberlo.
En el tren no había nadie que hablase de ello, daba la sensación de no haber ocurrido nada. Cuando llegué a la estación de Sants tampoco había nada que recordara estar sucediendo un hecho histórico, como el nacimiento de un nuevo estado en Europa presuponía.
La gente pasaba, de hecho no llegué a ver ninguna bandera estelada. En ese momento comencé a sentirme eufórico. Todo el mundo iba a la suya, a su casa después de un día de trabajo o a salir de fiesta aprovechando el fin de semana.
Comenzamos a retransmitir la aventura en los grupos de whatsapp. Hermanos, primos, amigos repartidos por Castellón, Madrid, Cataluña, Valencia y Londres se hacían participes de la recién proclamada República de Cataluña.
Una vez en el hotel, el recepcionista nos comentó que la gente llevaba todo el día de fiesta y estaría ya cansada, pero que en plaza Sant Jaume aún estaban los conciertos. Nos consultó si preferíamos la fiesta política o la de todos los fines de semana. Vamos, que la gente estaba de fiesta con independencia de la Nueva República.
Tal y como nos íbamos acercando a plaza Sant Jaume se veía más gente involucrada. Banderas independentistas, la mayoría gente muy joven y muy borracha. Nos reíamos de aquella situación. La preocupación de nuestras familias y de los medios por algo que no parecía ser más que una buena fiesta, excusa para emborracharse.
Allí estaba, la celebración de la nueva República Catalana. La plaza Sant Jaume atestada de esteladas, gente contenta, bebiendo y alegre. Gente viviendo su fiesta. Uno llorando emocionado, supongo más por la embriaguez que por el momento.
Muchos aprovechando a contar sus historias a los medios de comunicación de todo el mundo que por allí andaban repartidos. Supongo que estos se morirían de risa al observar la opresión a la que les estaba sometiendo el Estado.
Aproveché allí para hablar con algunos de vosotros. Entablé conversación con un chico muy majo, fotógrafo, un tal David Puig, catalán instalado en Montevideo. Al final hubo acuerdo en que lo mejor sería una España más federal. Vamos, lo que pensamos todos, aunque solo sea por poner el título. Como decía Piqué, "si hablo 10 minutos con ellos seguro que nos ponemos de acuerdo".
Puig me reconocía que si en Uruguay la gente hubiese obstruido una acción policial como ocurrió el 1-O la policía los hubiese linchado a palos. Esto es lo que supongo piensa todo el mundo por ahí fuera.
Allí la gente sencillamente estaba disfrutando una fiesta. Nadie creía que estuviesen viviendo en un nuevo país, de hecho todos sabían que mañana seria otro día y que nada habría cambiado.
Cuando la fiesta terminaba y miraba a toda aquella gente tan contenta, me di cuenta que lo que celebraban era el haberse salido con la suya, el mero hecho de fastidiar y pasar por encima de la autoridad de un gobierno al que odian, el del PP.
Cuando terminó la fiesta nos encontramos en otra plaza con unos chicos con una bandera española y acabamos haciéndonos fotos con ellos. Como tuiteó el brillante Eduard Punset, no somos fascistas.
Efectivamente, la mayoría de españoles, independentistas catalanes incluidos, somos gente normal, gente buena que me diríamos. Si de algo estoy seguro es que no nos vamos a echar a la calle a matarnos entre nosotros.
Los españoles ya hemos descubierto mejores formas de entretenernos. Ahora nos enviamos chorradas por el whatsapp y nos manifestamos con banderas en la calle.
Al día siguiente me encontré con aquel tenderete donde un par de chicas venden artículos de la selección. Nos contaron aquel episodio en que les reventaron la carpa y las pegaron. Lo había visto en los periódicos.
Las chicas pasaron mucho miedo. Estaba allí también Ferran Brunet, profesor de Economía de la UAB y uno de los fundadores de SCC, que ha convocado todas las manifestaciones españolistas en Cataluña.
Un gran tipo y otro de los primeros valientes que tuvieron el coraje de enfrentarse al pensamiento único nacionalista. He usado algunos de sus artículos en mis blogs, no le quise decir que invertía mi tiempo en esto pero ya lo hizo mi mujer por mí.
Me animó a entrevistarme con un periodista israelí que se encontraba allí. El profesor me advirtió simpáticamente que estos aún no se habían pronunciado. Al periodista le preocupaba lo que parecía preocupar a toda la comunidad internacional, si habría violencia.
Le contesté que por supuesto que no. Que a los españoles nos gusta la juerga y que los independentistas ya se habían corrido la suya.
Curiosamente en medio de la entrevista, dos inmigrantes me vocearon el “visca la República de Catalunya independent !!”. ¡Si que el independentismo tiene raíces históricas! me dije a mí mismo.
Por vez primera en mi vida compraba una bandera de España, junto a unos artículos rojigualdos, que vendían en el tenderete. Nos hicimos rápidamente unas fotos en plaza Catalunya y allí cogimos el tren de vuelta.
Aquel día se convocaba otra de las emblemáticas manifestaciones españolistas, pero no soy yo muy de banderas y nosotros ya habíamos disfrutado nuestra fiesta.
Pienso hoy lo que habría ocurrido si muchos catalanes no se hubiesen echado a la calle a defender su españolidad o si parte de la comunidad internacional hubiese reconocido la República Catalana.
O si el Estado hubiese enviado el
arsenal de armas que pidió Puigdemont para armar a los mossos, con los que podría haber armado un regimiento de 3.000 efectivos.
Me pregunto si estos líderes fanáticos del independentismo hubiesen sido capaces de echar a aquellos jóvenes que tanto disfrutaron su fiesta contra las fuerzas de seguridad del Estado.
Si hubiésemos vivido una nueva Kaleborroka catalana, como yo le advertía a mi amigo Sergi se podría sufrir en Cataluña, cuando él me aseguraba que la independencia sería pacífica.
La gracia de todo esto es que luchabais por una libertad que nadie entiende donde os falta, y habéis acabado prisioneros de la paranoia de un procés que no ha hecho ningún bien a nadie, ni tampoco a vosotros os hubiese dado más libertades.
Le dije a David Rey que soy un creyente, y que pensaba que la verdad al final prevalecería, y es esto mismo lo que intento, hacer saber la verdad.
A vosotros, independentistas, os tengo que agradecer lo mucho que me habéis hecho aprender, sobre todo a amar a mi patria, España, que a los de mi generación tanto nos ha costado aprender.
Por una vez, una bandera de España ondeaba en mi balcón. Eso si, solo duro dos días, que los nacionalismos nunca fueron buenos.
martes, 19 de diciembre de 2017
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