Nos fuimos de escapada con nuestros seguidores a la España de los procesos inquisitoriales, la brujería y las leyendas y mitos de tierras navarras. Así de increíbles son los lugares que pudimos visitar. Óscar Herradón.
Zugarramurdi es un pueblo que conocen bien los autores especializados en brujomanía y artes demoníacas. Tras el éxito de la película Las Brujas de Zugarramurdi, dirigida por Álex de la Iglesia en 2013, la pequeña localidad, casi en el límite de la frontera con Francia, se ha convertido en un reclamo turístico de primer orden. No es para menos.
Tras la visita obligada al Museo de Brujería del pueblo, nos dirigimos hacia las famosas cuevas bautizadas en como “la Catedral del Diablo”, donde siglos atrás cuenta la tradición que las “brujas” se reunían para realizar sus aquelarres, en unas ceremonias presididas por el maligno –que tomaba la forma de un macho cabrío negro– donde las acólitas de Satán se entregaban a todo tipo de excesos en medio de un éxtasis alucinógeno y sexual. Al menos eso les obligaron a decir en los juicios de la Inquisición.
Cuando uno baja las escaleras de madera que conducen al interior de la cueva, un calor intenso, húmedo y pegajoso, verdadero microclima de aquel espacio, lo invade todo… seguir bajando para acabar anonadado con un paisaje que parece de otro mundo, como si uno siguiera al conejo de Alicia y pasara a otra dimensión. Hermoso y a la vez inquietante. No es de extrañar que unos hombres fanáticos y temerosos de Dios creyeran que en aquel paraje el infierno tomaba forma en la tierra.
SAN MIGUEL DE ARALAR
Dejamos atrás la España de los autos de fe para regresar al hotel en el hermoso pueblo de Elizondo, en pleno Valle del Baztán, protegido por el Basajaun, el “yeti navarro”.
A la mañana siguiente nos esperaba la cima del monte Artxueta, en la sierra de Aralar, donde, desde hace más de mil años, vigila desde las alturas el santuario de San Miguel in Excelsis. Emplazado en un lugar de poder, fue construido en la primera mitad del siglo XI como ampliación de un edificio románico un siglo anterior.
El santuario es muy conocido por el llamado Retablo de Aralar, una obra de dos metros de longitud por 1,14 de altura que preside el presbiterio, obra maestra del románico conformada por un frontal de esmaltes y cristal de roca que en 1979 fue robado por el famoso ladrón de arte Eric “El Belga”, siendo restaurado y devuelto al santuario en 1991.
Lo que más llama la atención en el interior de este austero, sobrio, pero impresionante templo, es la imagen de San Miguel, un relicario del siglo XVIII de plata sobredorada que representa al arcángel con las alas desplegadas y los brazos en alto sosteniendo una cruz donde se guarda una antigua talla de madera, una reliquia que, reza la leyenda, fue dejada por el propio San Miguel en dicho lugar tras matar a un dragón y que es venerada por todo el pueblo navarro.
De hecho, la imagen –o al menos su réplica– recorre docenas de localidades navarras todas las primaveras en un acto de devoción sin igual. La talla es conocida también como “el santo con escafandra” –ver recuadro–, y todo el entorno está marcado, como la misma reliquia, por la leyenda y la tradición que se pierde en tiempos inmemoriales.
SANTA MARÍA DE EUNATE
Después pusimos rumbo a nuestro próximo y último destino, la iglesia románica de Santa María de Eunate, desafiante en pleno campo a dos kilómetros de Muruzábal, también en tierras navarras.
Construida en la segunda mitad del siglo XII, muy cerca de donde confluyen el camino de Santiago que llega de Somport y el que llega desde Roncesvalles, se cree que pudo ser un hospicio para peregrinos o levantarse sobre un antiguo hospital de la ruta jacobea, una suerte de faro-guía para los caminantes, de linterna arquitectónica en la que el fuego siempre se mantenía encendido para que, por las noches, los peregrinos hallaran un punto de referencia.
De planta octogonal imperfecta, sorprende por su galería porticada de 33 arcos con capiteles decorados al estilo de un bestiario medieval, y también porque posee un ábside pentagonal y una torreta de planta cuadrada adosada al lado de la nave de la Epístola que rompe la armonía.
El hecho de la situación aislada del monumento y su particular planta ha sugerido diversas hipótesis, entre ellas la de que se trataría de una ermita erigida por los templarios, probablemente una encomienda. Uno de los elementos que más llama la atención del templo es su pórtico románico que es, además, como nos contó nuestro compañero Juan Ignacio Cuesta, un mapa de las estrellas.
Cuenta una leyenda que el rey Salomón entregó los restos de la reina de Saba a los templariospara que los enterrasen en un lugar del camino de Santiago. Para mantener secreto el enclave, el monarca les dio también un código secreto que los caballeros de la Orden esculpirían en los dos pórticos gemelos de Eunate y san Miguel de Olcoz –situado a seis kilómetros–, ambas portadas idénticas aunque invertidas, con su particular leyenda cada una.
También la brujería salpica las tradiciones sobre este lugar, un auténtico libro en piedra de simbolismo, lleno de marcas de cantería y la supuesta representación del Baphomet en la citada portada, la extraña deidad de origen egipcio que adoraban los templarios –o al menos los acusaron de ello una vez que se inició su persecución en el siglo XIV–.
Un itinerario mágico, marcado por la huella de procesos ignominiosos en nombre de una fe enajenada, donde lo pagano pervive disimulado en las ceremonias oficiales, en el que los ecos del pasado nos hablan de gigantes, serpientes aladas, aquelarres y ceremonias iniciáticas. Un viaje para repetir que recomendamos imperiosamente a todos nuestros lectores.
EL SANTO CON ESCAFANDRA
En la iconografía clásica suele representarse a San Miguel vestido con armadura y yelmo. Lo que llama la atención en esta pieza es que el casco que toca su cabeza es muy peculiar, tanto, que hay quien ha visto en ella la imagen de un astronauta con escafandra –o una suerte de buzo–, convirtiendo así a la talla en una suerte de oopart –Objeto fuera de su tiempo por sus siglas en inglés–, aunque parece poco probable.
Una leyenda muy célebre cuenta que, en el siglo VIII, en el valle navarro de Goñi, vivía don Teodosio, señor de la comarca. Cuando regresó de luchar contra los árabes, se encontró en el camino con un diablo disfrazado de ermitaño que le dijo que su mujer le había estado engañando con un criado.
Cuando volvió a su hogar, lleno de ira, atravesó con su espada a la pareja que yacía en su cama para descubrir, horrorizado, que se trataba en realidad de sus padres.
Como penitencia, el Papa le condenó a vagar por los montes cargando una cruz y atado con unas cadenas hasta que éstas se rompieran. Un buen día se le apareció un dragón, y el penitente invocó a San Miguel, que mató a la bestia alada y lo liberó de sus ataduras. En ese mismo lugar Teodosio mandó erigir el santuario en el que se guardan las cadenas y se venera la reliquia del santo.
LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI
Todo comenzó el año 1608, cuando María de Ximildegui, una sirvienta que había venido de Francia, de la región del Labourd, que había sufrido una brutal fiebre inquisitorial, acusó a María de Yureteguía de realizar prácticas de brujería. Desde ese mismo momento, una ola de terror azotó la región, provocando un aluvión de acusaciones.
El pánico colectivo fue alentado por los sermones combativos de algunos clérigos, y las denuncias siguieron la misma tónica que los conocidos procesos europeos.
Los testigos referían casos de vuelos nocturnos, aquelarres, encuentros con el demonio, ungüentos mágicos y pócimas para realizar todo tipo de maleficios. Una relación publicada en 1611 y realizada por el impresor Juan de Mongastón, ha permitido que dispongamos de una detallada descripción de los hechos.
Destacado fue el papel del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, “el abogado de las brujas” que, gracias a sus críticas –que casi le cuestan ser él mismo condenado– a la falsedad de muchos testimonios y a cuestionar las deliberaciones de sus compañeros, Alonso Becerra Olguín y Juan Valle Albarado, contribuyó a frenar la brujomanía en España.
No pudo evitar, sin embargo, que en el Auto de Fe de Logroño celebrado los días 6, 7 y 8 de noviembre de 1610, se quemaran en la hoguera a 11 personas –cinco en persona y seis en efigie, junto a sus restos mortales, pues habían fallecido durante los interrogatorios o su cautiverio–. Uno de los episodios más ignominiosos de nuestra historia.
Miércoles 16 de Enero, 2019
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