Fuente: Pxfuel 17 enero, 2015
Afganistán es uno de esos lugares del planeta donde es mejor no nacer. Pobreza extrema, analfabetismo generalizado, corrupción política endémica, un clima de violencia perpetua y el peso de la tradición y la religión son algunas de sus señas. Sin embargo, caprichos de la naturaleza, el país centroasiático esconde en su subsuelo una reserva mineral enormemente variada y en cantidades considerables, lo que le convierte en un potencial punto estratégico de las dinámicas de seguridad económica a nivel regional y global.
El atractivo es inmenso para gobiernos y empresas de países vecinos y no tan vecinos. El valor de los yacimientos se estima en un billón de dólares, y algunos cálculos más optimistas lo elevan hasta los tres billones. Pero a pesar de este potencial, pocos son los que se atreven a internarse en su explotación. La difícil situación y configuración del país no dan demasiada seguridad a los estados interesados en los yacimientos. Tampoco puede el estado afgano, joven y absolutamente carente de recursos económicos, acometer tal empresa.
Y es que la historia de Afganistán es bien conocida. No es un país al que puedas entrar si no eres bienvenido. Los soviéticos tomaron buena cuenta de ello en los años ochenta al adentrarse para apoyar al gobierno socialista afgano contra los muyahidines. La misma experiencia han vivido los países de la OTAN y en especial Estados Unidos, que entraron en 2001 en tierras afganas para expulsar a los talibanes y erradicar a Al-Qaeda. Casi quince años después, los resultados son bastante discretos y los costes económicos y humanos, altísimos.
Generosa geología
La extracción de minerales en Afganistán ha sido una actividad constante a lo largo de los siglos, pero limitada de una manera muy rudimentaria y artesanal. En el siglo XIX, los británicos comenzaron el trabajo de identificación y marcación de yacimientos, si bien la explotación nunca se puso en práctica, ya que la creación de Afganistán como estado corresponde a las motivaciones británicas y rusas de crear un “estado-tapón” en la zona para no entrar en competencia directa.
El testigo de los trabajos británicos lo recogerían los soviéticos un siglo después. Entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, los equipos soviético-afganos que trabajaron en el tema revelaron con mayor detalle la abundante riqueza del suelo del país. Sin embargo, salvo alguna perforación puntual en el norte del país y en las afueras de Kabul, todo su trabajo se redujo a la cartografía, ya que la retirada soviética en 1989 dejó sin capacidades a los afganos.
Hubo que esperar a la invasión estadounidense del país en 2001 para que los proyectos geológicos volviesen a aflorar. El Instituto Geológico de Estados Unidos (USGS) aprovechó las investigaciones previas para avanzar más en los estudios gracias a la moderna tecnología. Así, en los años sucesivos se fueron ampliando y delimitando los yacimientos, que no paraban de crecer tanto en tamaño como en variedad mineral.
Los resultados de las investigaciones, con su correspondiente “tasación”, fueron presentados en junio de 2010, con bastante revuelo al valorar billonariamente tales depósitos minerales. No era para menos; Afganistán, un país que aparentemente no tenía ningún potencial, podía acabar resultando un proveedor fundamental de minerales para países emergentes y desarrollados sin tanta fortuna geológica.
La lista de riquezas que yacen en el subsuelo afgano es abultada: hierro, cobre, gas natural, petróleo, tierras raras, litio, oro, carbón, potasio, aluminio, uranio o piedras preciosas son sólo algunas de ellas, pero en su totalidad se trata de un conjunto mineral amplísimo y que podría suponer un cambio sustancial en el mapa de productores globales de muchos elementos si algún día la extracción en Afganistán funcionase a pleno rendimiento.
Otra de las características que presenta esta situación geológica es que los yacimientos se encuentran repartidos por todo el país. Tampoco es algo raro, ya que Afganistán es un país extremadamente montañoso.
Sin embargo, este hecho, en un aspecto político-económico es altamente positivo, ya que permitiría que todas las zonas del país pudiesen aprovecharse de la explotación de un mineral u otro, minimizando uno de los grandes problemas que tienen aquellos países productores de materias primas poco terciarizados como es el conflicto entre regiones con recursos y regiones sin recursos, con el correspondiente desarrollo desigual.
Especialmente a nivel industrial, el tesoro afgano tiene un importante valor. El cobre, por ejemplo, es básico en la industria electrónica, al igual que el litio, otro mineral muy presente en el subsuelo del país centroasiático y cuya valor va en aumento; también la presencia de hidrocarburos es significativa, ya que Afganistán apenas consume petróleo y gas, por lo que podría destinar buena parte de su producción a la exportación, obteniendo sustanciales ingresos; las tierras raras, otro elemento cuya extracción monopoliza China con el 97% y que se está haciendo fundamental en la tecnologización global que vive el mundo.
Del mismo modo, tampoco se pueden desdeñar los posibles yacimientos de uranio al sur del país, que de existir y ser cuantiosos, supondrían un cambio importante en la geopolítica regional.
El que no arriesga, no gana
A pesar de que fue en 2010 cuando se conoció el potencial de Afganistán, los proyectos puestos en marcha se cuentan con los dedos de una mano, lo que no es de extrañar con el clima de violencia que ha vivido el país y sobre todo con el que se espera vivir una vez se retire totalmente Estados Unidos en 2016.
Ya en 2007, la metalúrgica china MCC decidió pujar por el yacimiento de cobre de Aynak, al sureste de Kabul. En ese estilo chino de los negocios caracterizado por el win-win y tan empleado en África, a cambio de una concesión por treinta años ofreció una inversión de 3.000 millones de dólares, una serie de industrias auxiliares – una central energética, una mina de carbón, una planta de procesamiento, etc. –, la construcción de un ferrocarril para llevar el mineral a China y generosos royalties de explotación al gobierno afgano. La inversión oriental se valoraba en un 10% del PIB afgano.
Siete años después, los chinos no están tan dispuestos a la generosidad como antes y presionan para modificar el contrato. La caída del precio del cobre, de un 30% desde la firma en 2007, el deterioro de la seguridad en Afganistán y las menores expectativas de crecimiento de la potencia asiática han obligado a MCC a intentar reconducir los términos de la explotación.
No habrá ferrocarril sino una carretera y todas las instalaciones añadidas no se harán realidad en la nueva oferta china. Además, la metalúrgica oriental pretende rebajar el pago de derechos de explotación al estado afgano. A pesar de este traspiés económico para Kabul, parece que aceptarán, puesto que es un todo o nada para la república afgana.
A pesar de ello, tampoco se descartan sobrecostes por parte de los chinos para asegurarse ganar el contrato y poder extraer cobre en paz. La oferta de MCC era 800 millones de dólares superior a sus competidoras, algo clave para llevarse el concurso.
Ahora, regatean hasta las cifras verdaderamente competitivas que debían haber ofrecido en un principio. Igualmente, la empresa asiática habría pactado con gobierno y grupos armados rebeldes la protección del lugar, por lo que a base de talonario se habría asegurado un santuario en el que poder trabajar sin miedo a sabotajes o atentados.
Al contrario que los chinos, la empresa Steel Authority of India no se ha atrevido a invertir finalmente al oeste de Kabul en un proyecto de 11.000 millones de dólares en un yacimiento de hierro. Las dudas en cuanto a la seguridad del país y la discusión sobre quién debe pagar la infraestructura necesaria para transportar el material extraído han provocado que los hindúes acaben desistiendo.
El resto de las inversiones y explotaciones están a cargo de empresas públicas afganas, de un tamaño tan reducido y con un capital tan pequeño que su ritmo productivo es mínimo, por lo que apenas tiene un impacto real en la economía nacional.
Un país en otro mundo
A pesar de la inaudita riqueza mineral de Afganistán, la geología también ha sido caprichosa en extremo al colocarla tan en el interior de la masa terrestre. Así, las reticencias de numerosas empresas y países a invertir en el país se deben fundamentalmente a la ausencia total de infraestructuras en el país.
Y es que factores políticos como la violencia son importantes pero secundarios. A China no le importa invertir en un país africano arrasado por la guerra si va a obtener buenos beneficios y la explotación y el transporte no es difícil, sin embargo, en Afganistán todo es difícil.
Como país interior evidentemente no tiene salida al mar, por lo que los puertos más cercanos los tiene en Irán y Pakistán a 600 kilómetros de la frontera sur. Sin embargo, lo más alarmante y crítico para el país reside en la infraestructura ferroviaria. No existe. Desde 2011 funciona una discreta línea férrea entre la ciudad norteña de Mazar-e-Sharif y la frontera de Uzbekistán de apenas 100 kilómetros de longitud. Esa es toda la red ferroviaria afgana.
Tanto para la minería como para la industria, tener una red de ferrocarriles que al menos conecte puntos clave del país con otros estados es fundamental para poder comercializar los minerales. Por ello, un requisito básico que exige el gobierno afgano para poder explotar nuevas minas es hacerse cargo de la construcción de alguna conexión de ferrocarril entre el yacimiento y un núcleo urbano u otra red extranjera. No obstante, el coste de construir este tipo de infraestructuras en un país como Afganistán es elevadísimo dada la orografía del país, ya que salvo el sur, el resto son montañas del Hindukush.
Que no haya líneas férreas no es el único problema como tal. La contrapartida añadida es que en un país con semejante relieve, hacer líneas de ferrocarril es terriblemente caro al tener que sortear constantemente montañas y ríos.
Un proyecto de poco más de 300 km que uniría Turkmenistán con Tayikistán a través de Mazar-e-Sharif cuesta 1.000 millones de dólares, que ya es el 4% del PIB afgano – y eso que desde 2001 el PIB se ha multiplicado por diez –. Como es lógico, esto no lo puede sufragar el estado afgano, y es el Banco de Desarrollo Asiático quien financia la infraestructura.
La más “osada” de las intenciones ferroviarias afganas es construir una red de mínimos que circunvalase todo el país y estuviese conectada con todos sus vecinos, especialmente iraníes y pakistaníes.
Dicha red tendría una longitud de más de 2.500 kilómetros y su coste podría ascender a los 30.000 millones de dólares. Eso sólo construirla. Añadir estaciones, locomotoras, vagones y su mantenimiento acrecentaría bastante la factura. Inasumible a día de hoy para la república centroasiática.
Tampoco la red viaria está exenta de críticas. De configuración básica y totalmente inadaptada a los vehículos propios de actividades mineras, las carreteras afganas han sido un campo de batalla habitual durante todos estos años de guerra, por lo que al deterioro causado por el conflicto se le suma la imposibilidad gubernamental por mantenerla o mejorarla, dando como resultado la precariedad logística del país.
Muchos retos y pocas certezas
Además de a la ausencia total de infraestructuras básicas para la minería, Afganistán en general y aquellos que pretendan ir a excavar su suelo tienen un futuro complicado por delante. En el estricto ámbito de la seguridad, el estado afgano pende de un fino hilo para no convertirse en un estado fallido.
Los talibanes no han desaparecido del país y Estados Unidos se va a marchar dejando un estado sin recursos para enfrentarse a ellos y con una policía y ejército sobredimensionados, algo que el futuro Afganistán será incapaz de mantener.
Paradojas de la historia, una vez se retiraron los soviéticos en 1989 de suelo afgano, el régimen afgano aguantó tres años antes de caer. EEUU se irá en 2016, y las expectativas son de que no pasará mucho más tiempo que la otra vez con los talibanes a las puertas de Kabul salvo cambio de última hora en la política de Washington.
La situación política interna tampoco es mucho mejor. Las inversiones extranjeras se muestran reticentes con un gobierno tan corrupto y clientelar como el afgano, cuya permanencia en el poder se mantiene o ve en peligro en tanto en cuanto favorezca o no los intereses de las distintas tribus repartidas por el país, que actúan a modo de gobiernos autónomos, que por supuesto también quieren su parte del pastel minero. No sería extraño que la competición entre empresas acabara dirimiéndose en ser la que más partes deja satisfecha dentro de la política afgana.
Con todo ello, es difícil pensar que la actividad económica derivada de la minería acabase repercutiendo positivamente y en la medida que debería ser a la población afgana. La mayor parte de la riqueza generada se irá del país y la que quede dentro será repartida entre la élite afgana. Poco verá la población en un país donde sólo una de cada cuatro personas sabe leer y escribir.
No hay que descartar que de haber prosperado la misión occidental para erradicar a los talibanes y diversos grupos yihadistas del territorio afgano, en la actualidad o en un futuro próximo, el país fuese Eldorado para las empresas mineras. Sin embargo, ese episodio de la “Guerra contra el terror” se ha resuelto como un rotundo fracaso, por lo que la situación en Afganistán no ha experimentado una mejoría notable desde entonces.
Parece por tanto que la mayoría de estados y empresas interesadas en las riquezas minerales afganas tendrán que esperar. Por mucho que se pueda ganar, meterse en un avispero semejante es poco recomendable. No obstante, como los yacimientos no se van a evaporar y el potencial del país va a seguir ahí, será interesante ver cómo en un futuro Afganistán podría convertirse en un punto vital de la geopolítica y geoeconomía global.
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17 enero, 2015
https://elordenmundial.com/el-tesoro-mineral-de-afganistan/