Francisco Arnáiz de las Heras.- Parece palmario que lo que nos venden como democracia liberal es una unidad política, ideológica, intelectual y sociolingüística.
Vivir en este sistema significa tener que obedecer las minuciosas consignas de lo políticamente correcto hasta el punto de que nuestras palabras, pensamientos y actos se pretenden indistinguibles de los millones de nuestros conciudadanos.
Nosotros creemos que el sistema aún tiene una enorme diversidad, pero esto se ha ido alejando tanto de la realidad, que ahora parecemos estar más cerca de la visión opuesta.
El sistema liberal en el que vivimos es un potente mecanismo uniformador que borra, o pretende borrar, las diferencias entre las personas, imponiendo (bajo pretexto de la igualdad de todos los ciudadanos) homogeneidad de visiones, comportamiento y lenguaje. Por cierto; las recientes acciones promovidas por el inútil ministerio de “igual da” van a suponer un gran avance en la igualdad entre hombres y mujeres.
Por mor de la cacareada igualdad, ello va a suponer que los hombres podamos tener “menstruaciones, y a ser posible muy dolorosas”. ¡Qué güay! Dicen los arcanos que la señora Montero está preparando un gabinete de quejas. Yo el primero.
Las democracias actuales se comportan como entidades unificadoras que dictaminan cómo pensar, qué hacer, cómo valorar los sucesos, a qué aspirar y qué lenguaje se puede usar. Esta democracia tiene su propia ortodoxia y su modelo de ciudadano ideal. Cualquier oposición a este proceso es estúpida y dañina para la sociedad, pues dicho avance hacia la sociedad progresista es inevitable.
Quien se opone a todo esto no es sólo malvado y estúpido, es fascista, nazi, retrógrado, negacionista, machista, xenófobo, a favor del hetero-patriarcado, seguidor de los arcanos, insolidario, y sigan poniendo ustedes todos los adjetivos del neo-lenguaje.
¡Qué malvado soy! Cualquier sustantivo que se inventan no es nada si no va acompañado del adjetivo: “democrático”.
La nueva ideología permea la vida pública y privada, emana de los medios de comunicación, los anuncios, las películas, el teatro; se expresa a través de lo que nos presentan como el “sentir común” o la “opinión pública” y de unos descarados estereotipos, y mediante los currículos educativos, desde el parvulario a las universidades.
En las feminazis y cristofóbicas democracias liberales, como la española y las de nuestro entorno, ser varón heterosexual, blanco y ceder el paso a una mujer supone enfrentarse a una presunción de culpabilidad y a penas agravadas, junto con la pena de telediario.
Esta última pena no se aplica cuando los mismos delitos son cometidos por personas de otra raza o color, además de los atenuantes consiguientes en el caso de inmigrantes, sobre todo ilegales. El intento de conocer la verdad, porque se dude de la “verdad oficial” será consecuencia de la muerte civil. A que parece que estoy hablando de la URSS de los “gulags”. Pues no; pero también.
La atmósfera que el sistema está produciendo es particularmente eficaz para crear un cierto tipo de mentalidad: la del moralista y el informador (señor policía, “ese se salta el confinamiento o no cumple las leyes liberales”), todo en uno.
El primero de ellos, puede creer que realiza algo particularmente valioso para la comunidad; para el segundo, la situación le ayuda a desarrollar un sentido de poder de otro modo inalcanzable, a la vez que no puede resistir la tentación de abandonarse a un bajo deseo de hacer daño a los otros con impunidad.
Se complacen en crear y manejar eslóganes y así se convierten en adalides y apóstoles de la paz, la libertad, la inmigración, la ecología, la tolerancia, el progreso, la islamofilia, el pluralismo y la solidaridad. Se exalta y sacraliza la sexualidad elevándola a la categoría de nueva religión, se invierten los fines del matrimonio e incluso inventan una nueva definición de éste muy distinto del genuino sentido antropológico.
Para que todo ello ocurra, el liberalismo necesita que el pensamiento del individuo se diluya en la opinión pública, en lo que piensa la mayoría; esta opinión será creada y organizada por la educación, y, posteriormente, por los medios de educación. Por su propia inercia, el liberalismo ¿intelectual? cae en el totalitarismo del pensamiento único. Es la muerte de la libertad.
Por último, en este entorno viene el “progre”, el progre católico (por supuesto), que ve un peronista de los de ahora y le falta tiempo para declararse católico progresista y acudir a los podemitas para que le asignen un carnet de progre de izquierdas.
Estos católicos progresistas, y sus similares, se sienten más cercanos a los progresistas no católicos que a los católicos no progresistas; es decir, para aquéllos es fundamental ser progresista, y accesorio ser católico y creyente.
https://www.alertadigital.com/2022/08/07/democracia-liberal-y-comunismo-cada-vez-son-menos-diferentes/