El
emperador del universo. Nos vamos a Tierra con esplendor el antiguo
pueblo desplazado. Tal afirmación guarda relación con el legado que
encierran los pasadizos de Tayu Wari, en la selva del Ecuador. Las
láminas de oro de los lacandones. De aquí hacia el Sur, al estado
mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala. Allí moran unos
indios diferentes, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos ya se
había interesado en marzo de 1942 el presidente Roosevelt.
Pues cuentan los lacandones que saben de sus antepasados que en la extensa red de subterráneos que surcan su territorio, se hallan en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre las que alguien dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del mundo, amén de describir con precisión lo que sería la Segunda Guerra Mundial, que implicaría a todas las naciones más poderosas de la Tierra.
Este relato llega a oídos de
Roosevelt a los pocos meses de sufrir los Estados Unidos el ataque
japonés a Pearl Harbor.
Semejantes planchas de oro guardan estrecha relación, igualmente, con las que se esconden en los túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano. 50 km de túnel.
Semejantes planchas de oro guardan estrecha relación, igualmente, con las que se esconden en los túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano. 50 km de túnel.
El paso siguiente que se da desde Chiapas pisa tierra
guatemalteca. En el año 1689 el misionero Francisco Antonio Fuentes y
Guzmán no tuvo inconveniente en dejar descrita la maravillosa estructura
de los túneles del pueblo de Puchuta, que recorre el interior de la
tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala, situado a unos 50 km del
inicio de la estructura subterránea.
A México en una hora. A finales de los 40 del siglo pasado apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central, Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo el artista Frederick Catherwood.
Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al otro lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún en el estado original en que se hallaban antes de la conquista.
En conferencia de
prensa celebrada en New York después de la publicación del libro, añadió
que, recabando más información por la zona, averiguó que dichos indios
habrían podido sobrevivir en su estado original gracias a que —siempre
que aparecían tropas extrañas— se escondían bajo tierra, en un mundo
subterráneo dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos
antiguos por los dioses que habitan bajo tierra.
Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a desandar un túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que en opinión de los indios antiguamente se llegaba en una hora a México.
El templo de la Luna. En octubre de 1985 tuve ocasión de acceder a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Nos internamos en una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las profundidades de aquel terreno.
Los lugareños —que estaban desde hace años limpiando aquel túnel de la tierra y las piedras que lo taponaban— nos narraron su historia, afirmando que al final del mismo se halla el templo de la Luna, un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida, que de acuerdo con sus registros había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios.
La biblioteca secreta. Y ya bastante más al Sur, me interné en 1986 en la intrincada selva que, en el Oriente amazónico ecuatoriano, me llevaría hasta la boca del sistema de túneles conocidos por Los Tayos —Tayu Wari en el idioma de los jíbaros que los custodian—, en los que el etnólogo, aventurero y minero húngaro Janos Moricz había hallado años atrás, y después de buscarla por todo el subcontinente sudamericano, una auténtica biblioteca de planchas de metal.
En ellas, estaba grabada con signos y escritura ideográfica la relación cronológica de la historia de la Humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización extinguida.
Las
ciudades subterráneas de los dioses. Por los testimonios recogidos, a
partir de allí partían dos sendas subterráneas principales: una se
dirigía al Este hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la
otra se dirigía hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano
hasta el Cuzco, el lago Titicaca en la frontera con Bolivia, y
finalmente alcanzar la zona lindante a Arica, en el extremo norte de
Chile.
De acuerdo por otra parte con las informaciones recogidas en Brasil por el periodista alemán Karl Brugger, con cuyo asesinato en la década de los 80 desaparecieron los documentos de su investigación, se hallarían en la cuenca alta del Amazonas diversas ciudades ocultas en la espesura, construidas por seres procedentes del espacio exterior en épocas remotas, y que conectarían con un sistema de trece ciudades ocultas en el interior de la cordillera de los Andes.
Los refugios de los incas. Enlazando con estos conocimientos, sabemos desde la época de la conquista que los nativos ocultaron sus enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas. Todo parece indicar que utilizaron los sistemas de subterráneos ya existentes, construidos por una raza muy anterior a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados. Posiblemente, el desierto de Atacama en Chile sea el final del trayecto, en el extremo Sur.
Estamos hablando pues, al final del trayecto, de la
zona que las tradiciones de los indios hopi —allá arriba en Arizona—,
señalan como punto de arribada de sus antepasados cuando —ayudados por
unos seres que dominaban tanto el secreto del vuelo como el de la
construcción de túneles y de instalaciones subterráneas—, se vieron
obligados a abandonar las tierras que ocupaban en lo que hoy es el
Océano Pacífico.
Pero la localización de las señales concretas —que
existen—, el desciframiento adecuado de sus claves correctoras —que las
hay—, así como la decisión de dar el paso comprometido al interior, es
—como siempre sucede en todo buscador sincero— una labor tan
comprometida como intransferible.
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