Desde el final de la Edad Media hasta casi acabado el siglo XIX, la Tierra pasó por un largo período de enfriamiento que los científicos denominan Pequeña Edad de Hielo, una época en la que pueblos alpinos quedaron arrasados por el avance imparable de los glaciares y los ciudadanos londinenses podían patinar sobre el Támesis.
El origen de esta abrupta y larga temporada de reducción de temperaturas ha sido siempre un misterio envuelto en especulaciones.
Pero ahora, un equipo internacional, dirigido por investigadores de la Universidad de Colorado, en Boulder, USA, cree tener la respuesta al enigma. Este frío intenso fue causado, según la revista Geophysical Research Letters, por unas gigantescas erupciones volcánicas en el trópico que iniciaron una cadena de efectos sobre el clima. Según la nueva investigación, la Pequeña Edad de Hielo comenzó repentinamente entre los años 1275 y 1300 d.C., tras sucederse cuatro erupciones volcánicas masivas en el trópico. Unos episodios que duraron unos cincuenta años. La persistencia de veranos fríos tras las erupciones se explica por la posterior expansión del hielo marino y un debilitamiento de las corrientes del Atlántico, según las simulaciones realizadas para el estudio, que también analizó patrones de vegetación muerta y datos tomados del hielo y de sedimentos.
Los científicos han teorizado que la Pequeña Edad de Hielo fue causada por la disminución de la radiación solar del verano, debido a volcanes en erupción que enfriaron el planeta al emitir sulfatos y otras partículas como un aerosol que reflejaban la luz solar hacia el espacio, o por una combinación de ambas causas. Según Gifford Miller, investigador de la Universidad de Colorado y autor principal del estudio: «Esta es la primera vez que alguien ha identificado claramente el inicio específico de los tiempos de frío que marcaron la Pequeña Edad de Hielo. También hemos explicado cómo este período frío pudo mantenerse durante tanto tiempo. Si el sistema climático es golpeado una y otra vez por el frío durante un período relativamente corto, -en este caso por erupciones de origen volcánico, parece que hay un efecto de enfriamiento acumulativo». Según Bette Otto-Bliesner, científico del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR) y coautor del estudio: «Nuestras simulaciones mostraron que las erupciones volcánicas pueden haber tenido un efecto de enfriamiento profundo. Las erupciones podrían haber provocado una reacción en cadena, afectando al hielo y a las corrientes oceánicas de una manera que disminuyó las temperaturas durante siglos».
No hace mucho tiempo se supo que frente a un descenso de unos pocos grados en las temperaturas no se podía hacer nada. Los científicos lo denominan la Pequeña Edad de Hielo, pero su impacto fue todo menos pequeño. De 1300 a 1850 tuvo lugar un periodo frío que causó estragos, Asoló las colonias vikingas en Groenlandia, aceleró la peste negra en Europa, diezmó a la Armada Invencible española y ayudó a que se desencadenase la Revolución Francesa.
La Pequeña Edad de Hielo alteró el planeta de una forma que ahora nos parece fruto de la fantasía. El puerto de Nueva York se congeló y la gente podía caminar desde Manhattan a Staten Island, los esquimales navegaron en kayaks hacia el Sur hasta Escocia, y la nieve alcanzó los 60 cm de altura en Nueva Inglaterra entre junio y julio de 1816, el “año sin verano“.
¿Podría ocurrir otra ola de frío catastrófica en el siglo XXI?
La Pequeña Edad de Hielo (PEH) fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX y puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada óptimo climático medieval.
Inicialmente se pensó que era un fenómeno global, pero posteriormente fue desmentido. Bradley y Jones (1993), Hughes y Díaz (1994) y Crowley y Lowery (2000), describen la Pequeña Edad de Hielo como «una época donde el hemisferio norte tuvo un modesto enfriamiento de menos de 1°C». El previo Óptimo Climático Medieval fue un período de calentamiento climático, sobre todo en Europa, que provocó una bonanza en la agricultura, incrementando la demografía. Sin embargo este período fue seguido por otro cambio climático, pero este en sentido inverso. Este repunte del frío supuso la bajada de la temperatura media en un grado. Los expertos señalan varias causas para este enfriamiento. Una sería la actividad solar, ya que el mínimo de actividad solar coincidió con las mínimas temperaturas, lo cual sugiere algún tipo de conexión, si bien esta no se ha podido establecer científicamente. Otra causa pudo ser la actividad volcánica, que durante laPequeña Edad de Hielo fue bastante alta. Las erupciones volcánicas emiten una gran cantidad de partículas y cenizas a la atmósfera. Estas partículas impiden que una parte de la radiación solar, que hubiera llegado en condiciones normales, llegue a la tierra, y ello provoca una disminución de la temperatura.
El impacto de una erupción importante puede extenderse hasta 2 años después. Existen ejemplos recientes de su efecto, como cuando en 1816 entró en erupción el Monte Tambora, en Indonesia, año que se llamó el Año sin verano. La nieve y el hielo reflejan hasta el 90% de la luz que reciben, mucho más que la tierra sin nieve. Lo cual hace que cuando comienza un proceso de enfriamiento, la acumulación de nieve y hielo que este conlleva puede hacer que este se perpetúe, al absorber la tierra aún menos luz se enfría aún más. Durante este período fue constante el avance de los glaciares, y fue bastante común que casas y pueblos de las montañas fueran tragados por ellos. Los glaciares engullían pueblos, ocupaban las tierras de cultivo y muchas veces causaban inundaciones. Era incluso habitual pedir la bendición de los campos para evitar el avance de glaciares. Algunos estudios que han analizado pinturas de la época, han llegado a la conclusión que la luminosidad atmosférica disminuyó, a su vez que la nubosidad creció. De hecho en 1816, el llamado Año sin verano, hay constancias escritas que muchos Europeos pasaron el verano al lado del fuego. Pieter Brueghel, llamado el Viejo, (1525 – 1569) fue un pintor y grabador. Fundador de la dinastía de pintores Brueghel, es considerado uno de los grandes maestros del siglo XVI, y el más importante pintor holandés de ese siglo.
Con Jan van Eyck, Jerónimo El Bosco y Pedro Pablo Rubens, está considerado como una de las cuatro grandes figuras de la pintura flamenca. Brueghel es conocido por sus paisajes, género en el que alcanzó una notable importancia. Se le suele considerar como el primer artista occidental que pintó paisajes por sí mismos, en lugar de como telón de fondo de alegorías religiosas. En la naturaleza encontró Brueghel su mayor inspiración siendo identificado como un maestro de paisajes.
Se caracterizan por una amplia panorámica vista desde lo alto. Así se aprecia en obras como Combate naval en el puerto de Nápoles, Camino del Calvario o la serie de las Estaciones. Creaba una historia, al parecer combinando varias escenas en una sola pintura. Sus paisajes del invierno de 1565, como Los cazadores en la nieve, corroboran la dureza de los inviernos durante la Pequeña Edad de Hielo. Cuando cruzó los Alpes en su viaje a Italia, dibujó numerosos paisajes. Le resultaron muy importantes para su carrera, pues a su regreso los desarrolló en grabados que se difundieron por toda Europa.
Los vikingos llegaron a Groenlandia en torno al año 982 de la mano de Erik el Rojo, allí establecieron una colonia que llegó a contar con más de 5000 habitantes y 600 granjas. Pero a comienzos del siglo XV esta colonia empezó a declinar. La última constancia escrita de ella es de una boda cristiana que se celebró el año 1408 en la iglesia de Hvalsey. Posteriormente el contacto con el resto del mundo vikingo se interrumpiría hasta que, en el 1721, una expedición mercantil y religiosa danesa fue enviada a Groenlandia, para comprobar si aún quedaba algún vikingo de aquella primitiva colonia. Curiosamente, de ser así, su misión consistiría en convertirlos al protestantismo, ya que aún seguirían siendo católicos. Según cuentan las sagas nórdicas, Groenlandia fue descubierta hacia el año 900 por el navegante noruego Gunnbörn Ulfsson, cuando fue desviado de su travesía de Islandia a Noruega hasta Groenlandia, encontrando una tierra inhabitada. Posteriormente otros navegantes vikingos visitarían la isla, pero sería Erik el Rojo el que emprendería su colonización. El padre de Erik el Rojo, Thorvald Asvaldsson, se había visto forzado a huir de Noruega a Islandia tras matar a un hombre en el 960. En 982, según cuenta la Saga de Erik el Rojo, éste, siguiendo los pasos de su padre, mató a un vecino por una disputa sobre una pala prestada y a un granjero que había asesinado unos esclavos suyos. Por lo cual recibió una pena de destierro de Islandia de tres años. Ante la imposibilidad de volver a Noruega, decidió emprender con su familia camino hacia la nueva tierra aún más al oeste, de la que había oído hablar. A su llegada se convirtió en el primer europeo en asentarse en Groenlandia, donde pasó tres años totalmente aislado, con la única compañía de su familia. Erik el Rojo aprovechó estos años para explorar la costa y reclamar ciertas tierras como suyas. Cuando el destierro llegó a su fin, decidió volver a Islandia a buscar más pobladores para su Groenlandia, “tierra verde“, como él la llamó. Según afirman las sagas, escogió este nombre tan “fértil” con ánimo de atraer al mayor número posible de colonos. Las sagas afirman que la colonia se estableció en el año 985, cuando Erik el Rojo partió de Islandia hacia Groenlandia con 25 barcos, de los que sólo 14 de ellos llegarían, con un total de entre unos 350 y 450 colonos.
A su llegada descubrieron una tierra inhóspita e inhabitada. Pero las promesas de Erik el Rojo no eran del todo falsas, pues la isla contaba con una fina capa de brezo ártico que permitía el alimento de los animales. De esta manera, las granjas se extendieron rápidamente y más tarde las iglesias. La colonia llegaría a estar formada por dos asentamientos, ambos situados en los fiordos del sur de la isla. Pese a las condiciones de vida duras, los asentamientos empezaron a ganar vida, llegando a los 5000 colonos. Pero entonces algo fue mal, y todos ellos desparecieron. Por lo que, cuando la misión noruego-danesa liderada por Hans Egede llegó en 1721, no encontró ninguno de ellos. ¿Fue debido a una plaga, al hambre o al frío? La vida en Groenlandia era un auténtico desafío incluso en los buenos tiempos de la colonia. Al no haber árboles suficientemente grandes para producir leña, la única madera disponible era la maleza o la que llegaba a las costas. Los vikingos se asentaron en fiordos parecidos a los de su tierra natal, que ofrecían temperaturas menos frías. Las casas fueron construidas con las escasas maderas disponibles, piedra y tierra. Para conseguir el aislamiento térmico necesario, algunos muros se hicieron de más de 3 metros de grosor. Como los veranos eran demasiado cortos para producir cosechas, los colonos tendrían que vivir sin pan ni cerveza. Los animales domésticos traídos de Europa, tales como cabras, ovejas y vacas, eran sobre todo una fuente de productos secundarios, como leche o queso, más que de carne. También pescaban y cazaban focas y caribús. Para vestir usaban la lana y pieles de animales, algunas de ellas conseguidas a través del trueque con los esquimales. Durante dos siglos los colonos dependieron del frágil comercio con Escandinavia para sobrevivir. A cambio de pieles de zorro, oso y morsa, o colmillos de narval, obtenían hierro, madera, sal o grano de Europa. Unos restos arqueológicos en L´Anse aux Meadows, en Newfoundland, Canadá, confirman que los vikingos llegaron incluso adentrarse en el continente americano.
Sin embargo, el continente ya estaba poblado, por lo que parece ser que los enfrentamientos con la población indígena llevaron a su abandono. En algún momento, durante el siglo XIV, el clima se volvió más frío, marcando el comienzo de la Pequeña Edad de Hielo. Con este cambio de clima, los glaciares empezaron a avanzar. Este avance fue reduciendo y erosionando los valiosos terrenos de pasto, lo que provocó que los ganados se vieran reducidos y con ello la producción de carne y productos derivados. Estas condiciones convertían el comercio con Islandia y el resto de Europa aún en más vital. Pero el enfriamiento había traído consigo también la aparición de más hielo a la deriva en las habituales rutas, por lo que estas tuvieron que modificarse y se hicieron aún más largas y peligrosas ante el riesgo de colisión con los hielos. Por otro lado, la peste había diezmado la población de Noruega e Islandia. Pese a que no se tiene constancia que la peste llegara a Groenlandia, probablemente se habría visto afectada por la reducción del comercio con Islandia y Noruega, lo cual produjo que los pobladores se vieran privados de su mayor fuente de hierro y de herramientas, necesarias para el mantenimiento de sus granjas y de sus, aún más importantes, barcos. Parece ser que la irrupción de marfil africano, más barato y fácil de conseguir que el de narval de Groenlandia, acabó de agravar la situación, pues hizo aún menos rentable el cada vez más difícil y peligroso comercio con Groenlandia. Ante estos cambios, los colonos intentaron adaptarse y pasaron a basar su alimentación en alimentos provenientes del mar. Como prueba del endurecimiento de las condiciones de vida en la colonia, excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en granjas han estimado que la altura media de los primeros pobladores que llegaron a la isla sería de alrededor de 1,7 metros, mientras que la de los últimos no llegaría a 1,5 metros. Estas excavaciones también han demostrado que la situación llegó a ser tan crítica que los colonos, en su desesperación, se llegaron a comer su propio ganado o incluso los perros de caza. Con el fin de adaptarse al frío, también se produjeron cambios en las casas, dividiéndolas en estancias más pequeñas y fáciles de calentar, a la vez que se intentaba aprovechar el calor de los animales domésticos.
Cuando los vikingos llegaron a Groenlandia tenían toda la isla y sus aguas para ellos. Sin embargo, este cambio climático trajo consigo la migración de los inuit, o pueblos esquimales, del norte hacia el sur. Parece ser que, aunque pudieron haber comerciado con ellos, la convivencia pudo no ser demasiado pacífica y ser una de las causas de su desaparición. Otras teorías sostiene que los vikingos pudieron emigrar al continente, para intentar sobrevivir a las cada vez más duras condiciones. Otros, sin embargo, consideran difícil que fuera así, pues interrumpido el comercio de hierro y madera con Escandinavia, sería difícil que los barcos se encontraran en buena disposición para una migración tan masiva. Otros creen que pudieron ser víctimas de ataques piratas. Según algunos arqueólogos, estos piratas podrían haber sido vascos, alemanes o ingleses. Basan estas teorías en algunas relatos populares inuit que narran historias de barcos extraños que atacaban a los vikingos. Y algunos restos arqueológicos, encontrados en algunas granjas, son similares a los de algunos países europeos que teóricamente no mantenían contacto con Groenlandia. Sin embargo, la ausencia de restos arqueológicos que prueben ese contacto violento no permite confirmarlo. Pero tal vez su desaparición no fue debida a misteriosas razones, sino que fue simplemente debida a su incapacidad de adaptación a su entorno y su obstinación por llevar un modo de vida demasiado similar al que estaban acostumbrados en sus tierras de origen. Cuando llegó el mal tiempo, siguieron demasiado aferrados a sus granjas y no adoptaron ni las herramientas de pesca, como arpones y anzuelos, ni el atuendo de los inuit, mucho más adecuado para el entorno. Por otro lado, la peste en Islandia dejó muchas tierras inhabitadas, lo cual pudo hacer que más de uno emprendiera la vuelta a la tierra de sus antepasados. Este cambio climático tuvo un impacto económico y social demoledor. Era común que se sucedieran los años de malas cosechas. En algunas zonas en particular se perdió tierra de cultivo por el avance de los glaciares. También era habitual la muerte de los animales de corral por el frío durante los inviernos, o la disminución de muchas cosechas, como por ejemplo la del vino. Por otra parte el descenso de la temperatura hizo que especies como el bacalao emigraran más al sur, lo cual provocó un descenso en las capturas en lugares como Escocia o las Islas Feroe. Todo estas calamidades supusieron grandes hambrunas que trajeron consigo levantamientos populares.
En lo que a la península Ibérica respecta, se tiene constancia histórica de que el Ebro se heló varias veces durante estos siglos, permaneciendo helado alguna vez hasta 15 días. También se tiene constancia de una extensa red de pozos de nieve en sitios donde en la actualidad no nieva ni un solo día del año. En los Pirineos se formaron glaciares que habían desaparecido durante el calentamiento anterior. También fueron comunes las lluvias y nevadas intensas o las tormentas de mar, mezclados con temporadas de sequía. Finalmente, a mediados del siglo XIX, la temperatura empezó a subir y este largo período de enfriamiento acabó. Algunos críticos con la teoría del cambio climático consideran que aún estamos recuperándonos de esta Edad de Hielo y, por tanto, el aumento de temperatura actual no sería preocupante. Durante la Edad Media, entre los siglos X y XIV, la región del Atlántico Norte experimentó un inusual clima caluroso. La existencia de este período es utilizada en las discusiones actuales entre “escépticos” y “creyentes” del cambio climático. Este periodo ha sido estudiado especialmente en Europa, donde fue más obvio, a través de fuentes documentales y evidencias arqueológicas. Pero otras zonas del planeta también experimentaron anomalías climáticas, aunque no necesariamente un período de más calor. Los efectos de este incremento de la temperatura fueron especialmente notorios en Groenlandia e Islandia. Este calor hizo que los mares se encontraran libres de hielo, con lo se facilitó la navegación y la accesibilidad de sus puertos. Por otra parte estos territorios, que en condiciones normales son poco productivos, por el frío y por encontrarse cubiertos de hielo, con el nuevo clima eran mucho más atractivos, al contar con tierras fértiles y una gran cantidad de pastos. Estos hechos permitieron y motivaron la colonización de Groenlandia e Islandia y algunas zonas costeras del Canadá, por parte de los vikingos. En Europa, como consecuencia de este mejor tiempo, el cultivo de la vid se extendió mucho más al norte y se llegaron a cultivar uvas en el sur de Gran Bretaña.
Así, en este tiempo, Gran Bretaña tuvo una producción vitivinícola que competía en calidad con la francesa, cuando en la actualidad el clima en estas antiguas zonas productoras haría imposible su explotación comercial. Este cambio climático no solo afecto a la vid, sino que la duración en la etapa de crecimiento de otras cosechas se incrementó entre un 15 y un 20%. En otras partes del mundo, al carecer de fuentes documentales, los datos se han obtenido mediante el análisis de sedimentos en lagos o el estudio de núcleos de hielo, glaciares y los anillos de los arboles. Así, por ejemplo, durante estos siglos el clima de África fue alternando entre períodos en los que su clima fue aun más seco que ahora, con otros en los que era bastante húmedo. En el Antártico pasó algo similar, ya que hubo períodos de frío seguidos de calor. Japón también se vio afectado de una manera similar a Europa. En Estados Unidos, durante estos siglos se experimentaron largas sequías, y en Alaska el clima era mucho más cálido, mientras que la temperatura del mar de los Sargazos, en el Atlántico Norte, era superior en un grado a la actual. No existe consenso sobre las causas de este calentamiento, aunque se lo relaciona con un incremento en la actividad solar, ya que a más actividad solar más luz solar llegaba a la superficie terráquea, lo que implica que a más sol más calor. Finalmente, este período que se puede considerar de bonanza acabó con la llegada de otro cambio climático, y dio comienzo un período mucho más frío, que es conocido como la Pequeña Edad de Hielo y cuyos efectos fueron bastante menos favorables.
La Guerra de los Cien Años fue un conflicto armado que duró en realidad 116 años (1337-1453), entre los reinos de Francia e Inglaterra. Esta guerra fue de raíz feudal, pues su propósito no era otro que dirimir quién controlaría las enormes posesiones de los monarcas ingleses en territorios franceses desde 1154, debido al ascenso al trono inglés de Enrique II Plantagenet, conde de Anjou y casado con Leonor de Aquitania. Esta guerra tuvo implicaciones internacionales. Finalmente y después de innúmeros avatares, se saldó con la retirada inglesa de tierras francesas.
La muerte de Carlos IV era el fin de la poderosa y prolongada dinastía de los Capetos. Había sido fundada por Hugo Capeto en 987, y había dado una larga serie de poderosos monarcas, que incluía a Luis VI, Luis VII y Luis VIII, todos ellos comandantes en las Cruzadas. Tras la muerte del siguiente rey, San Luis, orientador y capitán de la cruzada contra los cátaros, la dinastía Capeto tuvo aún otro poderoso rey: Felipe IV el Hermoso. Con él comenzó la decadencia. Felipe destruyó la Orden del Temple, llevando al juicio y a la hoguera a muchos de sus dirigentes, en especial a su último Gran Maestre, Jacques de Molay.
La Pequeña Era de Hielo fue una época de climas más fríos en la mayor parte del mundo. Aunque no hay seguridad sobre el inicio de esta época, los registros surgieren que las temperaturas comenzaron a caer alrededor del 1250. El período más frío fue durante los siglos 16 y 17. El clima comenzó a calentarse en 1850. Durante la Pequeña Era de Hielo, las temperaturas globales eran de 1 a 1.5 grados centígrados más frías de lo que son hoy. El enfriamiento se debió a una combinación de la disminución de la actividad solar y de numerosas erupciones volcánicas importantes. El enfriamiento hizo que los glaciares avanzaran y que se desacelerara el crecimiento de los árboles. Murieron ganado y cosechas, y los humanos sufrieron crecientes hambrunas y enfermedades. La Pequeña Era de Hielo no fue una verdadera era de hielo porque no se enfrió lo suficientemente como para hacer que las láminas de hielo se expandieran. El enfriamiento afectó áreas alrededor de todo el mundo, pero la mayoría de los registros existentes muestran las afectaciones a la vida cotidiana de Europa. Algunos de los registros de eventos durante la Pequeña Era de Hielo fueron las que indicamos a continuación. Los cazadores de pieles reportaron que el sur de la bahía de Hudson permaneció congelada por lo menos 3 semanas más cada primavera. Los pescadores reportaron grandes cantidades de hielo marino en el Atlántico Norte. Los británicos vieron esquimales remando en sus canoas cerca de la costa de Inglaterra. Los glaciares alpinos crecieron alrededor de todo el mundo . En algunos casos, hay reportes de que el hielo glaciar se tragó pueblos de montaña. De acuerdo a los datos de anillos de árboles y de florecimientos de cerezos, los inviernos eran más largos y la temporada de crecimiento más corta. El clima húmedo generó enfermedades que afectaron a personas, animales y cosechas, incluyendo la plaga bubónica, también conocida como Muerte Negra, la cual mató más de un tercio de los habitantes de Europa.
Granjas y pueblos en Europa del Norte quedaron desiertas ya que las cosechas proporcionaban poco alimento. Durante los inviernos más fuertes, el pan debía ser hecho de cortezas de los árboles, pues no había cosecha de granos. La pérdida de cosechas y de ganado provocó hambruna y enfermedades en áreas del Norte y Este de Europa. A diferencia de hoy, no existía la manera de transportar alimentos de otros lugares del mundo a áreas en las que las cosechas habían sido afectadas y las poblaciones pasaban hambre. En el Atlántico Norte, los sedimentos acumulados desde el fin de la última glaciación, hace aproximadamente 12.000 años, muestran aumentos regulares en la cantidad de granos sedimentarios depositados, procedentes de los icebergs que se han fundido en el océano, los cuales indican una serie de periodos fríos (1–2°C) que se repiten cada 1.500 años aproximadamente. El más reciente de estos periodos helados fue la Pequeña Edad de Hielo. Estos mismos periodos fríos se han descubierto en sedimentos existentes en África, pero los periodos fríos parecen ser más grandes, oscilando entre 3 y 8°C. Los científicos han identificado dos causas de la Pequeña Edad de Hielo fuera de los sistemas de interacción océano-atmósfera: una actividad solar disminuida y la actividad volcánica aumentada. Otras personas investigan influencias más antiguas, como la variabilidad natural del clima y la influencia humana. Algunos también han especulado que la despoblación de Eurasia durante la peste negra y la disminución resultante en el rendimiento agrícola pudieran haber prolongado la Pequeña Edad de Hielo.
El más grande acertijo en relación a la Muerte Negra es cuando nos preguntamos cómo es posible contagiar poblaciones enteras aisladas y sin contacto con áreas anteriormente infectadas. Además, las epidemias tendían a desaparecer abruptamente. Para resolver esos acertijos, un historiador normalmente buscaría el registro de los años de la peste para ver lo que la gente estaba informando al respecto. Cuando lo hace así, encuentra historias tan alucinantes e increíbles que posiblemente las rechaza considerándolas fantasías y supersticiones de mentes altamente fantasiosas. Una gran cantidad de gente por toda Europa y otras regiones del mundo que fueron tocadas por la peste, informaban que los brotes eran ocasionados por una “niebla” de olor nauseabundo. Esa niebla llegaba con frecuencia después de la aparición de extrañas luces brillantes en el cielo. Los historiadores se dieron cuenta rápidamente que la niebla y las luces brillantes eran reportadas con mucha regularidad y en muchas más localidades de las que se señalaban como infectadas por roedores. Los años de la peste eran, de hecho, períodos de fuerte actividad OVNI. Entonces, ¿qué cosa era esa niebla misteriosa? Hay otra forma muy importante mediante la cual puede ser transmitida una peste: por medio de armas bacteriológicas. Actualmente varios países poseen almacenes repletos de armas biológicas que contienen peste bubónica y otras plagas epidémicas. Los gérmenes se mantienen vivos en proyectiles que rociarían el aire con la peste en forma de niebla espesa artificial, frecuentemente visible. Cualquiera que inhale aire contaminado con la niebla contrae la enfermedad. Hay armas biológicas en suficiente cantidad en el mundo actual como para barrer una buena parte de la humanidad. Los informes sobre una niebla similar, inductora de la enfermedad en los años de la peste, sugieren fuertemente que la Muerte Negra fue causada por guerra bacteriológica.
Al primer brote de la peste en Europa siguió una serie de acontecimientos extraños. Entre los años 1298 y1314 fueron vistos sobre Europa siete grandes “cometas”, uno de los cuales fue de una “oscuridad impresionante”. Un año antes del primer brote de la peste en el continente europeo, se informó de “una columna de fuego” divisada sobre el palacio del Papa, en Avignón, Francia. Este fue un segundo Papa, no oficial, que subió al trono como resultado de un cisma dentro de la iglesia católica. Al principio del año fue observada una “bola de fuego” sobre París, y según se dice, ésta permaneció visible a los observadores por algún tiempo. Para la gente de Europa, esas visiones presagiaban la aparición de la peste y en efecto así sucedía. Es cierto que algunos de los “cometas” anunciados eran realmente cometas. Otros también pueden haber sido pequeños meteoros o bolas de fuego. En siglos pasados la gente en general era mucho más supersticiosa que en la actualidad, y los tan naturales meteoros y fenómenos similares ordinarios, frecuentemente eran reportados como precursores de futuros desastres, aunque no tuvieran ninguna relación con acontecimientos de la vida real. Por otra parte, es importante destacar que casi todos los objetos extraños observados en el cielo eran considerados “cometas”. Un buen ejemplo se encuentra en el famoso libro editado en 1557, “Una Cronología de Prodigios y Portentos” de Conrad Lycosthenes. El título completo lleva esta sorprendente descripción: ”Una cronología de los prodigios y portentos que han ocurrido más allá del orden correcto, operación y trabajo de la naturaleza, en ambas, las regiones más altas y más bajas de la Tierra, desde el comienzo del mundo hasta estos tiempos presentes”. En aquel libro leemos la información sobre un “cometa” observado en el año 1479 : “Un cometa fue visto en Arabia con la forma de un rayo de madera puntiagudo…..”. La ilustración que lo acompaña estuvo basada en descripciones de testigos oculares, señala lo que claramente parece ser la mitad frontal de un cohete metido entre algunas nubes. El objeto descrito parece poseer muchas ventanillas. Hoy día llamaríamos a ese objeto un OVNI y no un cometa. Esto nos conduce a preguntarnos cuántos de los muchos antiguos cometas no eran realmente similares a objetos en forma de cohete. Cuando confrontamos un antiguo reporte de un cometa en realidad no sabemos con qué clase de cosa estamos tratando, a menos que se cuente con una descripción completa.
Un reporte de un repentino incremento del fenómeno celeste “cometa” o similares, puede, de hecho, significar un incremento de la actividad OVNI. La conexión entre el extraño fenómeno aéreo y la Muerte Negra fue inmediatamente establecido cuando el primer brote de la peste en Asia. Como lo narra el historiador: “Las primeras informaciones sobre la peste llegaron del Este. Ellas eran confusas, exageradas, temibles, cuando informan desde este cuarto del mundo, en muchas descripciones, de tempestades y terremotos, de meteoros y cometas arrastrando gases nocivos que matan los árboles y destruyen la fertilidad de la tierra….”. El pasaje anterior indica que los extraños objetos voladores estaban haciendo mucho más que esparcir enfermedades: estaban aparentemente rociando desfoliantes químicos o biológicos desde el aire. El párrafo anterior repite lo mismo que las antiguas tabletas mesopotámicas, las cuales describen cómo los antiguos “dioses” Custodios desfoliaban el paisaje. Muchas de las pérdidas humanas durante la Muerte Negra pueden haber sido causada por tales desfoliantes. La conexión entre los fenómenos aéreos y la peste había comenzado siglos antes de la Muerte Negra. Ya hemos visto ejemplos de la anterior peste de Justiniano. En otra fuente se habla de una gran peste que había brotado en el año 1117, casi 200 años antes de la Muerte Negra. La peste también fue precedida por un extraño fenómeno celeste: “En el año de 1117, en Enero, pasó un cometa como un ejército encendido desde el Norte hasta el Oriente; la Luna estaba cubierta por una nube de color azul rojiza como en un eclipse; un año más tarde apareció una luz más brillante que el Sol. Esto fue seguido de un gran frío, de hambre y de peste, de la cual se dijo que había ocasionado la muerte en un tercio de la humanidad”.
Una vez que la Muerte Negra medieval hubo comenzado, los fenómenos aéreos dignos de mención continuaron acompañando a las terribles epidemias. Informes de muchos de esos fenómenos fueron reunidos por Johannes Nohl y publicados en su libro “La Muerte Negra, una crónica de la peste” (1926). Según escribe, por lo menos 26 “cometas” fueron reportados entre 1500 y 1543. Quince o dieciséis fueron vistos entre 1556 y 1597. En el año 1618, fueron observados ocho o nueve. Johannes Nohl pone énfasis en la conexión que la gente percibía entre los “cometas” y las subsecuentes epidemias: “En el año 1606 fue visto un cometa, después de lo cual atravesó el mundo una peste general. En 1582 un cometa trajo una peste tan violenta sobre Majo, Praga, Turingia y Holanda y otros lugares, que sólo en Turingia arrasó con 37.000 personas y en Holanda con 46.415”. De Viena, Austria, obtuvimos la siguiente descripción de un suceso acaecido en el año 1568. Aquí vemos la conexión entre un brote de peste y un objeto descrito de una forma notablemente similar a un cigarro moderno o un OVNI en forma de rayo: “Cuando en el Sol y la luz de la Luna, un hermoso arco iris y un rayo encendido fueron vistos por encima de la iglesia de Santa Estefanía, todo esto fue seguido por una violenta epidemia en Austria, Swabia. Augsberg, Wuertemberg, Nuremberg y otros lugares, arrasando con seres humanos y rebaños”. Las observaciones de los fenómenos extraños en el cielo normalmente ocurrieron antes de que brotara la peste. Donde no hubo una observación determinada y la llegada de la peste, se reportaba algunas veces un segundo fenómeno: la aparición de figuras horribles de aspecto humano y vestidas de negro. En muchas ocasiones fueron vistas esas figuras bordeando las aldeas y ciudades; y su presencia era la señal de un inmediato brote de epidemia. En un resumen escrito en el año de 1682 se habla de una visita así un siglo antes: “En Brandenburgo, Alemania, aparecieron en 1559 unos hombres horribles, de los cuales fueron vistos primero unos quince y más tarde veinte. Los primeros tenían sus pequeñas cabezas colocadas por el lado posterior, y los otros tenían espantosas caras y llevaban largas guadañas con las que cortaban la avena, así que el crujido de las guadañas fuera oído a gran distancia; pero la avena quedaba en pie. Cuando se le acercaban algunas personas, al verlos se iban corriendo con sus segadoras.”. La visita de esos hombres extraños a los campos de avena fue seguida por un severo brote de peste en Brandenburgo.
Este incidente hizo surgir importantes preguntas: ¿Quiénes eran esas misteriosas figuras? ¿Qué eran esos largos instrumentos parecidos a las guadañas que ellos portaban y que emitían un sonido similar al segador? Parece que esas “guadañas” pueden haber sido grandes instrumentos diseñados para rociar veneno o gas con carga bacteriológica similares a los aparatos aspersores agrícolas. Esto significaría que los pobladores malinterpretaban el movimiento de las “guadañas” como un intento de cortar la avena cuando, de hecho, los movimientos eran acciones para rociar a las ciudades y campos. Hombres similares vestidos de negro fueron reportados en Hungría: “… en el año de Cristo de 1571, fue visto en Cremnitz, en los pueblos montañeses de Hungría, por el día de la Ascensión en la tarde, una muy grande perturbación, la más grande de todas, cuando sobre Schuelesberg, allí apareció tanto jinete negro que prevalecía la opinión de que los turcos estaban haciendo una invasión secreta, pero quienes rápidamente desaparecieron otra vez; y llegado a este punto se desató una terrible peste en el vecindario.”. Los extraños hombres vestidos de negro, los “demonios” y otras figuras horribles fueron vistas en otras comunidades europeas. Las terribles criaturas fueron con frecuencia observadas portando grandes “escobas”, “guadañas” o “espadas”, que usaban para “barrer” o “tocar” a las puertas de los hogares de la gente. Los habitantes de esas casas caían enfermos con la peste después de esto. Es a partir de estos incidentes que la gente creó la imagen popular de la “muerte” representada por un esqueleto o demonio cargando una guadaña. La guadaña vino a simbolizar el acto de la “muerte” segando a las personas como se corta el grano. Cuando miramos esta imagen obsesionante de la muerte podemos de hecho estar en presencia de un fenómeno OVNI. De todos los fenómenos relacionados con la Muerte Negra, el que con más frecuencia aparece en los reportes es la mención de una extraña y nociva “niebla” o vapores aunque no apareciesen los demás fenómenos que acompañaban la peste. Johannes Nohl dice que esta bruma húmeda y pestilente constituía una “característica que precedía a la epidemia y se mantenía a través de su curso total”.
Una gran cantidad de médicos de la época decían en su diagnóstico que la niebla era la causante de la peste. Esta conexión fue establecida desde el mismo comienzo de la Muerte Negra, como lo dice el señor Nohl: “El origen de la peste cae en China; se dice que allí comenzó la tormenta ya en el año de 1333, después de una terrible niebla que emitía un horrible hedor e infestaba el aire”. Otra narración resalta que la peste no se contagiaba de persona a persona sino que se contraía por la respiración cuando se inhalaba el aire mortalmente hediondo:“Durante todo el año de 1382 no hubo viento, en consecuencia de lo cual el aire se volvió putrefacto; así que brotó la epidemia y la peste no pasó de un hombre a otro sino que cada uno de los que murió por ella la tomó directamente del aire.”.
Informaciones sobre la “bruma” letal y la “niebla” pestilente llegaron de todas partes del mundo infestado por la peste. “Una crónica de Praga describe la epidemia en China, la India y Persia; y el historiador florentino Matteo Villani, quien se tomó el trabajo de su hermano Giovanni después que este murió de peste en Florencia, repite el cuento de los terremotos y bruma pestilente de un viajero por Asia…”. El mismo historiador continua: “Un incidente similar con terremoto y bruma pestilente fue reportado desde Chipre y se creyó que el viento había sido tan venenoso que los hombres caían fulminados y morían de eso.”. Y añade: “Los cuentos alemanes hablan de una niebla pesada de hedor horrible, la cual avanzaba desde el Este y se esparcía por sí misma sobre la Italia”. El autor establece que en otros países: ”…la gente estaba convencida de que los que contraían la enfermedad de la peste, lo hacían de la misma manera como era común descrita, o sea, realmente, cuando esta llegaba desde las calles como una bruma pálida.”. El historiador resume, bastante dramáticamente: “La Tierra misma parecía estar en un estado de convulsión, sacudiéndose y escupiendo, trayendo viento muy pesado y venenoso que destruía animales y plantas y llenaba a los pantanos de insectos que ayudaban a completar la destrucción.”. Sucesos similares son repetidos por otros escritores. Un diario de 1680 refiere este insólito incidente: “Que entre Eisenberg y Dornberg treinta ataúdes fúnebres todos cubiertos con ropas negras fueron vistos a plena luz del día, entre ellos y sobre un ataúd un hombre negro estaba de pie con una cruz blanca. Cuando todo esto hubo desaparecido, llegó un gran calor que la gente en este lugar difícilmente lo soportaban. Pero cuando el sol se puso, ellos percibieron un dulce perfume como si ellos estuvieran en un jardín de rosas. Por este tiempo estaban todos ellos sumidos en una perturbación. Después de esto la epidemia se instaló en Turingia en muchos lugares.”.
Más al Sur, en Viena: “… Y niebla mal oliente con los culpables, como indicativos de la peste, y de esos, por supuesto, fueron observados varios el pasado otoño.”. Directo desde la ciudad de Eisleben asolada por la peste, tomamos este divertido y quizás exagerado periódico que cuenta el 1 de Septiembre de 1682: “En el cementerio de Eisleben en el corriente mes a la sexta hora de la noche se notó el siguiente incidente: cuando durante la noche los enterradores estaban afanados en el trabajo de cavar trincheras porque en muchos días entre ochenta y noventa habían muerto; repentinamente ellos observaron que la iglesia del cementerio, más específicamente el púlpito estaba iluminado por una fuerte luz brillante. Pero cuando iban hacia ella se puso oscura y negra, llegó una espesa niebla sobre el cementerio que les hacía difícil verse unos a otros, espantosos espíritus malignos se veían asustando a la gente, duendes burlones e insultantes, así como también muchos espectros y fantasmas blancos…”.
Más tarde el mismo periódico añade: “Cuando el Maestro Hardte expiró en su agonía, un humo azul se vio salir de su garganta y esto en presencia del cura; lo mismo había sido observado en el caso de otros expirando. De igual forma un humo azul ha sido observado saliendo de las casas de todos los habitantes que han muerto en Eisleben. En la iglesia de San Pedro ha sido observado el humo azul cerca del techo; sobre este relato la iglesia ha rehuido, sobre todo cuando la parroquia ha sido exterminada…”. La “niebla” o peste venenosa era suficientemente espesa como para mezclarse con la humedad normal del aire y formar parte del rocío matutino. La gente estaba alarmada como para tomar la siguiente precaución: “Si el pan recién horneado es colocado por la noche en el extremo de un poste y en la mañana amanece mohoso y por dentro crecido y amarillo o verde, e incomible; y cuando de manera igual las aves de corral beben el rocío matinal y mueren en consecuencia, es que el veneno de peste está cerca de la mano.”. Como hemos visto antes, la “niebla” letal estaba directamente asociada con las luces brillantes moviéndose en el cielo. Forestus Alcmarianos escribió sobre una “ballena” enorme que él encontró, la cual tenía las siguientes medidas: “28 ells (32 metros) de largo y 14 ells (10 metros) de ancho. La “ballena” había sido lanzada encima de la playa de Egemont por grandes olas y quedó varada al aire libre, la cual volvió luego a la mar y produjo tan grande malignidad y fetidez del aire que muy pronto estalló una gran epidemia en Egemont y lugares vecinos”. Es una lástima que el señor Alcmarianos no dé una descripción más detallada de la gran mortandad que produjo la “ballena”, porque puede haber sido una nave similar a un OVNI moderno, los cuales han sido observados entrando y saliendo de los mares.
Es significativo que la niebla putrefacta y el aire maligno sean declarados por muchos pueblos como causantes de la producción de epidemias a los largo de la historia. En la antigua Roma durante una peste, el famoso médico griego Hipócrates (460 – 337 a.C.) estableció que la enfermedad fue causada por perturbaciones del cuerpo ocasionadas por cambios producidos en la atmósfera. Para remediar esto, el célebre Hipócrates hizo que la gente lanzara grandes fuegos públicos. El creía que los grandes incendios podían corregir el aire. El consejo de Hipócrates fue seguido siglos más tarde por los médicos durante la peste medieval. Sin embargo, los doctores modernos tienen una visión poco favorable del consejo de Hipócrates sobre esta materia, en la creencia que Hipócrates era ignorante de las verdaderas causas de la peste. En realidad, enormes piras en las afueras era la única defensa concebible contra la peste si esta era causada por la aspersión de niebla saturada de gérmenes. No se había inventado la vacuna para combatir la peste y por lo tanto, la única esperanza que tenía la gente era quemar la “niebla” mortal con grandes incendios en los descampados. Hipócrates y aquellos que siguieron sus consejos realmente lograron salvar algunas vidas. Significativamente, las pestes neumónica y bubónica no eran las únicas infecciones mortales de la historia que eran producidas por una extraña niebla letal.
La mortal enfermedad intestinal llamada cólera es otra: “Cuando el cólera brotó a bordo del barco Britania de su Majestad la reina de Inglaterra, navegando en el Mar Negro en el año 1854, varios de los oficiales y marineros afirmaron positivamente lo siguiente: inmediatamente antes del brote, se extendió una curiosa niebla oscura por sobre el mar y pasó por encima del barco. Apenas había salido el navío de la niebla cuando se anunció el primer caso de la enfermedad.”.Una niebla azul también fue reportada en conexión con el brote de cólera en Inglaterra en el año 1832 y entre los años 1848 y 1849. Como se mencionó antes, las plagas tenían un significado religioso muy marcado en la antigüedad. En la Biblia se dice que eran las plagas el método utilizado por Jehová para castigar a la gente por sus pecados. Los presagios que precedieron a los brotes de la Muerte Negra se parecen mucho a los relatados en la Biblia. “Los hombres enfrentados al terror de la Muerte Negra estaban impresionados por la cadena de acontecimientos sufridos hasta el final de la peste, y por los relatos de la llegada de la pestilencia en el siglo XIV, caso que fue seleccionado como ejemplo de los acontecimientos de mal agüero entre los que deben haber ocurrido en los años precedentes al brote epidémico de 1348, el cual se pareció bastante a las diez plagas de los faraones: trastornos en la atmósfera, tormentas, extrañas invasiones de insectos y fenómenos celestes”.
Además, la forma bubónica de la peste era muy parecida, si no idéntica, a algunos de los castigos impuestos por “Dios” relatados en el Antiguo Testamento (Samuel): “Pero la mano del Señor fue puesta con fuerza sobre el pueblo de Ashdod (una ciudad filistea) y la destruyó y los mató con dolorosos tumores”. “ … la mano del Señor fue contra la ciudad (Gath, otra ciudad filistea), con una muy grande destrucción; y él mató a los hombres de la ciudad incluso jóvenes y viejos, y ellos tenían bubas en sus partes secretas”. “… había una mortal destrucción a través de toda la ciudad; la mano de Dios era muy dura con ella. Y los hombres que sobrevivieron fueron afectados con tumores; y los gritos desde la ciudad llegaban a los cielos.”. El aspecto religioso de la Muerte Negra medieval fue incrementado por los informes de sonidos atronadores en conexión con los brotes de la peste. Los sonidos eran similares a los descritos en la Biblia como acompañantes de la aparición de Jehovah. Extrañamente, son ellos también los sonidos comunes en algunos de los testimonios de los observadores de OVNIS: “Durante la peste de 1565 en Italia, rugidos de truenos se oían día y noche, como en la guerra, junto con un alboroto y el ruido como de un ejército enorme. En Alemania, en muchos lugares se oyó un ruido como si una carroza fúnebre estuviera pasando por la calle…”.
Ruidos similares acompañaban extraños fenómenos aéreos en la extraordinaria visión en relación a la peste en Inglaterra. Los objetos descritos en las citas que se relatan, permanecieron visibles por más de una semana y parecían ser un verdadero cometa o planeta como Venus, no obstante que algunos de los otros objetos pudieran ser etiquetados como “no identificados”. El historiador Walter George Bell lo resume así: “Tarde, en las oscuras noches de Diciembre del año 1664, los ciudadanos de Londres se sentaron a mirar una nueva estrella brillante, con “enorme ruido” sobre todo. El rey Carlos II y la reina la observaban fijamente desde la ventana en Whitehall. La estrella salió más o menos por el Este no alcanzando una gran altitud y hundiéndose debajo del horizonte por el Sureste, entre las dos y tres de la madrugada. En una semana o dos, desapareció y luego llegaron cartas de Viena notificando la visión de la luz brillante como un cometa, y “en el aire la aparición de un objeto como un ataúd, lo cual ocasionó gran ansiedad de pensamiento entre la población”. Erfurt vio con esta otras terribles apariciones y algunos oyeron ruidos en el aire como de fuegos artificiales o sonidos de cañones y tiros de mosquetas (arma de fuego antigua más pesada que el arcabuz) . Se corrió el rumor que una noche en el siguiente Febrero, cientos de personas habían visto llamas de fuego durante una hora completa, las cuales parecían estar desde Whitehall hasta St. James y luego regresaba otra vez a Whitehall, y posteriormente desapareció. En Marzo apareció en el cielo el más brillante cometa visible durante dos horas después de la medianoche, y continuó así hasta el amanecer. Con tales portentos llegó acompañada la más terrible y gran peste en Londres.”.
Otros “presagios” menos frecuentes fueron reportados también en conexión con la Muerte Negra. Algunos de aquellos fenómenos obviamente eran ficción. Pero las citas precedentes proporcionan evidencia de que posibles OVNIS bombardearon a la raza humana con enfermedades mortales. La Muerte Negra no sólo mató a una gran cantidad de gente, también causó profundos daños sociales y psicológicos. En el pasado la gente estaba convencida que las epidemias eran un castigo de Dios por los pecados, y esto causaba una profunda introversión. Era natural que la gente se acusase a sí misma o a sus convecinos de maldad y para remediar lo que habían hecho debían merecer su castigo. Después de todo, los efectos de la peste produjeron la miseria y el desespero generado por la muerte masiva, que trajo como consecuencia una extensa decadencia ética. En un ambiente agonizante, mucha gente no se cuida de si sus acciones son correctas o erradas, ya que de todas formas ellos van a morir.
En el clima espantoso de la peste medieval, los valores espirituales declinaron notablemente y los problemas mentales se incrementaron enormemente. Los mismos resultados se observan durante una guerra. Aunque la Biblia y otras obras religiosas pueden predicar que las plagas y las guerras son creadas por “Dios” para terminar de hacer más virtuosa a la raza humana y espiritualmente más avanzada, pero el efecto siempre es el opuesto. La naturaleza cataclísmica de la Muerte Negra, eclipsó otras actividades desastrosas de los años de la peste, como lo fue el intento cristiano para exterminar a los judíos. Circulaban falsas acusaciones de que los judíos eran los culpables o causantes de la peste al envenenar los pozos de agua. Esos rumores provocaban un odio espantoso contra los judíos dentro de aquellas comunidades cristianas que estaban siendo afectadas por la epidemia.
Muchos cristianos participaban en los genocidios, los cuales produjeron más muertes como los crímenes cometidos por los nazis contra los judíos en el siglo XX. De acuerdo a la Enciclopedia Colliers: “Este país (Alemania) figuró como el sitio de brutales masacres en la más extensa escala posible, los cuales barrían el país de punta a punta periódicamente. Aquellas culminaron en el tiempo de la terrible peste de 1348 – 1349 conocida como la Muerte Negra. Quizás porque sus conocimientos médicos y sus higiénicas formas de vida hizo a ellos un poco menos susceptibles que a otros, los judíos eran absurdamente acusados de haber deliberadamente propagado la peste, y cientos de comunidades judías, grandes y pequeñas, fueron borradas de la existencia o reducidas a la insignificancia. Después de esto, sólo un vestigio de ruina quedó en el país, especialmente en los mezquinos señoríos donde se protegían y hasta se estimulaba para su propio bien por las ventajas financieras que ellos traían. Sólo unas pocas comunidades judías alemanas de gran tamaño, tales como la de Frankfort-am-Main o Warms, lograban mantener una existencia sólida desde los tiempos medievales en adelante.”.
Los genocidios con frecuencia eran instigados por los gremios de comerciantes alemanes que no aceptaban a los judíos. Muchos de aquellos gremios eran herederos directos de antiguas logias de la Hermandad. De hecho, los miembros en las organizaciones de la Hermandad y en los gremios de comerciantes europeos se superponían durante el siglo XIV liderando las logias, las cuales comúnmente eran dirigidas por miembros de otras organizaciones de la Hermandad. Aquí está otra vez un caso en el que la red de la Hermandad era la fuente primaria de un genocidio histórico. Alemania no fue la única nación con un montón de asesinatos judíos. Lo mismo ocurrió en España. En 1391, una masacre de judíos fue ejecutada en muchas partes de la península ibérica. Aunque eran asustados cristianos los que proporcionaban la mano de obra para esos terribles genocidios, sus actividades no siempre eran respaldadas por el papado. Pero Clemente VI, que ejerció el papado desde 1342 hasta 1352, trató de proteger casi inmediatamente a los judíos. Clemente VI emitió dos bulas papales declarando a los judíos inocentes de los cargos que se les atribuía. Las bulas hacían un llamado a los cristianos para que cesaran sus persecuciones. Clemente VI no tuvo éxito total porque en esos tiempos muchas de las logias secretas de comerciantes habían logrado fundirse en facciones dedicadas a actividades antipapales.
Durante el periodo 1645–1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja, con algunos años en que no había ninguna mancha solar. Este período de baja actividad de la mancha solar es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas no se ha establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo más profundo de la Pequeña Edad de Hielo sugiere que hay una conexión. Otros indicadores de la baja actividad solar durante este período son los niveles de carbono-14 y berilio-10. La temperatura media de la Tierra depende, en gran medida, del flujo de radiación solar que recibe. Sin embargo, debido a que este aporte de energía apenas varía en el tiempo, no se considera que sea una contribución importante para la variabilidad climática. Esto sucede porque el Sol es una estrella de tipo G en fase de secuencia principal, resultando muy estable. El flujo de radiación es, además, el motor de los fenómenos atmosféricos, ya que aporta la energía necesaria a la atmósfera para que éstos se produzcan. Por otro lado, a largo plazo las variaciones se hacen apreciables ya que el Sol aumenta su luminosidad a razón de un 10 % cada 1.000 millones de años. Debido a este fenómeno, en la Tierra primitiva que sustentó el nacimiento de la vida, hace 3.800 millones de años, el brillo del Sol era un 70 % del actual. Las variaciones en el campo magnético solar y, por tanto, en las emisiones de viento solar, también son importantes, ya que la interacción de la alta atmósfera terrestre con las partículas provenientes del Sol puede generar reacciones químicas en un sentido u otro, modificando la composición del aire y de las nubes, así como la formación de éstas.
La variación solar más conocida es la de los ciclos de las manchas solares, de 11 años de duración. Fué Heinrich Schwabe el primero que observó la variación cíclica del número de manchas solar entre 1826 y 1843 y llevó a Rudolf Wolf a hacer observaciones sistemáticas que comienzan en 1848. El retraso en reconocer ésta periodicidad del Sol se debe al comportamiento muy raro del Sol durante el siglo XVII. El número de manchas solares ha sido medido desde 1700 y hay estimaciones indirectas de los últimos 11.000 años. Edward Maunder, en 1895 y 1922, realizó estudios cuidadosos para descubrir que el problema no era la falta de datos observacionales sino la ausencia real de manchas. Para ello agregó al cuadro la ausencia, durante el mismo periodo, de auroras polares ligadas siempre a los ciclos de actividad solar. Las auroras que son normales en las Islas Británicas y en Escandinavia desaparecieron durante los 70 años de inactividad, de modo que al reaparecer en 1715 causaron admiración y consternación en Copenhague y Estocolmo. Puesto que las manchas solares son más oscuras, es natural asumir que más manchas solares signifiquen menos radiación solar. Sin embargo las áreas circundantes son más luminosas y el efecto global es que más manchas solares dan lugar a un sol más luminoso. La variación es pequeña (del orden del 0,1%) y sólo se estableció mediante medidas por satélite a partir de los años ochenta. Durante el Mínimo de Maunder hubo unos inviernos anormalmente fríos e intensas nevadas tal como lo demuestran los registros históricos. La Tierra pudo haber refrescado casi 1ºC. En 1920, Douglas hizo un trabajo pionero sobre la datación con los anillos de los árboles. Observó una tendencia general cíclica en la velocidad de crecimiento cada una o dos décadas. Al estudiar maderas de la segunda mitad del siglo XVII observó la ausencia de la periodicidad. Douglas leyó en 1922 el artículo de Maunder y le escribió para comunicarle su hallazgo. Los anillos de los árboles demuestran este enfriamiento pues son más delgados durante los periodos fríos y muestran concentraciones anormalmente altas de carbono radioactivo (C14).
Este tipo particular de carbono se produce a grandes alturas sobre la atmósfera terrestre, debido a la radiación cósmica procedente de la galaxia. Sabemos que durante un mínimo solar el viento solar es más débil y hay un 10% más de C14 que cuando el Sol está activo. Se ha sugerido que algunas de las glaciaciones fueron el resultado de prolongados periodos de falta de actividad solar. Los estudios del clima pasado (paleoclima) se realizan estudiando los registros fósiles, las acumulaciones de sedimentos en los lechos marinos, las burbujas de aire capturadas en los glaciares, las marcas erosivas en las rocas y las marcas de crecimiento de los árboles. Con base en todos estos datos se ha podido confeccionar una historia climática reciente relativamente precisa, y una historia climática prehistórica con no tan buena precisión. A medida que se retrocede en el tiempo los datos se reducen y llegado un punto la climatología se sirve solo de modelos de predicción futura y pasada. A partir de los modelos de evolución estelar se puede calcular con relativa precisión la variación del brillo solar a largo plazo, por lo cual se sabe que, en los primeros momentos de la existencia de la Tierra, el Sol emitía el 70% de la energía actual y la temperatura de equilibrio era de -41 ºC. Sin embargo, hay constancia de la existencia de océanos y de vida desde hace 3.800 millones de años, por lo que la paradoja del Sol débil sólo puede explicarse por una atmósfera con mucha mayor concentración de CO2 que la actual y con un efecto invernadero más grande. El astrónomo solar Edward Maunder se percató que, desde 1645 a 1715, el Sol interrumpe el ciclo de once años y aparece una época donde casi no aparecen manchas. Quedaba la duda de si era un mínimo real o simplemente un desinterés por las manchas. El mínimo de Maunder ocurrió entre 1645 y 1715 cuando sólo se observaron aproximadamente 50 manchas en lugar de las entre 40.000 y 50.000 manchas típicas. En 1976 el astrónomo Jack Eddy aportó la primera prueba de la ausencia de manchas y denominó al periodo mínimo de Maunder.
La prueba la proporcionó indirectamente el Sol. Durante los periodos de baja actividad el campo magnético solar impide menos el paso radiación cósmica y el C14 aumenta su proporción frente a los isótopos normales y en unos 20 años está incorporado en el CO2 y en los anillos de los árboles. Lo que aquí interesa es que los acontecimientos de la actividad solar quedaron grabados en el carbono radioactivo. Pero este no es un hecho aislado. Se han descubierto 6 mínimos solares similares al de Maunder, desde el mínimo egipcio del 1300 a.C., por el análisis de carbono-14 en los testigos de hielo o en los anillos de los árboles. Éstos incluyen el Mínimo de Spörer (1450-1540), y el Mínimo de Dalton (1790-1820). En total parece haber 18 períodos de mínimos de las manchas solares en los últimos 8.000 años, y los estudios indican que el Sol permanece entre un tercio y un cuarto de su tiempo en estos mínimos. Y durante ellos la energía que emite es menor y se corresponde con períodos fríos en el clima terrestre. Su aparición es muy irregular, con lapsos de sólo 180 años, hasta 1100 años, entre mínimos. Por término medio los periodos de escasa actividad solar duran unos 115 años y se repiten aproximadamente cada 600. Actualmente estamos en el Máximo Moderno, que empezó en 1780, cuando vuelve a reaparecer el ciclo de 11 años. Un mínimo solar tiene que ocurrir como muy tarde en el 2900 y un nuevo período glaciar, cuyo ciclo es de unos cien mil años, puede aparecer hacia el año 44.000 d. C., si las acciones del hombre no lo impiden. Además las auroras boreales o las australes causadas por la actividad solar desaparecen o son raras durante un mínimo. Por eso, tras el mínimo de Maunder la gente, incluso los científicos, se sorprenden por un fenómeno que el subconsciente colectivo había olvidado. La actividad solar también afecta la producción de berilio-10, y sus variaciones en la producción de este isótopo se usan para reconstruir la actividad solar. Investigaciones recientes publicadas sugieren que la rotación del Sol sufrió un retardó en la parte más central del mínimo de Maunder (1666 -1700). Al nivel actual de nuestro conocimiento de la física solar, un Sol más grande y más lento implica necesariamente un Sol más fresco y que proporciona menos calor a la Tierra. El mecanismo que hace que una estrella se expanda y contraiga es aún incierta, aunque muchas estrellas sufren pulsaciones.
Las mediciones directas de la energía lumínica emitida por el Sol, tomadas por satélites y otras modernas técnicas científicas, sugieren variaciones en la influencia de la actividad solar en el clima de la Tierra a largo plazo de unos cientos de años. Sin embargo, no había registros climáticos de este tipo medidos hasta un pasado relativamente reciente. Los científicos tradicionalmente han dependido de métodos indirectos de recopilación de datos para estudiar el clima en el pasado de la Tierra, tales como la perforación de núcleos de hielo en Groenlandia y la Antártida. Dichas muestras de nieve acumulada y hielo extraídas de las profundidades de capas de hielo o glaciares, contienen burbujas de aire atrapadas cuya composición puede dar una idea de las condiciones climáticas pasadas. Ahora, sin embargo, un grupo de científicos de la NASA han encontrado enlaces convincentes entre la variabilidad a largo plazo entre el Sol y el clima en una inesperada y única fuente: registros de antiguas medidas directas del nivel del agua del Nilo, el río más largo de la Tierra. Científicos del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, y del Instituto de Tecnología de California, Pasadena, han analizado registros egipcios de los niveles anuales de las aguas del Nilo, en la isla Rawdah, en el Cairo, entre el 622 y el 1470 d.C. Estos registros se compararon con otros bien documentados del mismo periodo, tales como observaciones del número de auroras boreales notificadas por década en el hemisferio norte. Las auroras son resplandores brillantes en el cielo nocturno que ocurren cuando alguna masa es eyectada rápidamente de la corona solar, o tras las erupciones solares. Son un medio excelente de seguir las variaciones en la actividad solar. Según Joan Feynman : “Desde el tiempo de los faraones, los niveles de las aguas del Nilo fueron medidas precisamente, puesto que eran críticamente importantes para la agricultura y la preservación de los templos en Egipto“, dijo. “Estos registros son extremadamente precisos y fueron obtenidos directamente, lo que los hace un raro y único recurso para los climatólogos para echar un vistazo atrás en el tiempo“. Aunque los registros sobre el antiguo Nilo y las auroras son generalmente dispersos, no era el caso para el particular periodo de 850 años estudiado. En Europa del norte y el lejano oriente existen unos registros similarmente precisos para la actividad auroral durante el mismo periodo de tiempo. La gente allí observó y registró la actividad auroral rutinaria y cuidadosamente, dado que se pensaba que las auroras anunciaban futuros desastres, como las sequías y la muerte de los reyes.
Los investigadores encontraron algunas conexiones claras entre la actividad solar y las variaciones climáticas. Los niveles de agua del Nilo y los registros de auroras tienen dos variaciones que ocurren regularmente en común, una con un periodo de alrededor de 88 años y la segunda con un periodo de unos 200 años. Los investigadores dijeron que estos descubrimientos tienen implicaciones climáticas que se extienden más allá de la cuenca del río Nilo, ya que el Nilo proporciona drenaje para aproximadamente el 10 por ciento del continente africano. Sus dos fuentes principales, el lago Tana en Etiopía y el lago Victoria en Tanzania, Uganda y Kenia, están en África ecuatorial. Puesto que el clima africano está interrelacionado con la variabilidad climática en los océanos Índico y Atlántico, estos descubrimientos ayudaran a entender los cambios climáticos de una forma global. Se han propuesto varias hipótesis para relacionar las variaciones de la temperatura terrestre con variaciones de la actividad solar. La comunidad meteorológica ha respondido con escepticismo, en parte, porque las teorías de esta naturaleza han sufrido idas y venidas durante el curso del siglo XX. Sami Solanki, director del Instituto Max Planck para la Investigación del Sistema Solar, en Göttingen (Alemania), ha dicho : “El Sol está en su punto álgido de actividad durante los últimos 60 años, y puede estar ahora afectando a las temperaturas globales. (…) Las dos cosas: el Sol más brillante y unos niveles más elevados de los así llamados “gases de efecto invernadero”, han contribuido al cambio de la temperatura de la Tierra, pero es imposible decir cuál de los dos tiene una incidencia mayor”. Willie Soon y Sallie Baliunas, del Observatorio de Harvard, correlacionaron recuentos históricos de manchas solares con variaciones de temperatura. Observaron que cuando ha habido menos manchas solares, la Tierra se ha enfriado y que cuando ha habido más manchas solares la Tierra se ha calentado. Aunque, ya que el número de manchas solares solamente comenzó a estudiarse a partir de 1700, el enlace con el período cálido medieval es, como mucho, una especulación. Las teorías de la variación solar y su influencia en el clima se basan en que los cambios en la radiación solar afectan directamente al clima. Esto es considerado en general improbable, ya que estas variaciones parecen ser pequeñas. Las variaciones en el componente ultravioleta también tienen un efecto. El componente UV varía más que el total. Efectos mediados por cambios en los rayos cósmicos, que son afectados por el viento solar, el cual es afectado por el flujo solar, tales como cambios en la cobertura de nubes. Aunque pueden encontrarse a menudo correlaciones, el mecanismo existente tras esas correlaciones es materia de especulación.
Muchas de estas explicaciones especulativas han salido mal paradas del paso del tiempo, y en un artículo titulado “Actividad solar y clima terrestre, un análisis de algunas pretendidas correlaciones” (Journal of Atmospheric and Solar-Terrestrial Physics, 2003), Peter Laut demuestra que hay inexactitudes en algunas de las más populares, notablemente en las de Svensmark y Lassen. En 1991 Knud Lassen, del Instituto Meteorológico de Dinamarca, en Copenhague, y su colega Eigil Friis-Christensen, encontraron una importante correlación entre la duración del ciclo solar y los cambios de temperatura en el Hemisferio Norte. Inicialmente utilizaron mediciones de temperaturas y recuentos de manchas solares desde 1861 hasta 1989, pero posteriormente encontraron que los registros del clima de cuatro siglos atrás apoyaban sus hallazgos. Esta relación aparentemente explicaba, de modo aproximado, el 80% de los cambios en las mediciones de temperatura durante ese período.
Sallie Baliuna, un astrónomo del Centro Harvard-Smithsoniano para la Astrofísica (Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics), se encuentra entre los que apoyan la teoría de que los cambios en el Sol “pueden ser responsables de los cambios climáticos mayores en la Tierra durante los últimos 300 años, incluyendo parte de la reciente ola de calentamiento global“. Sin embargo, el 6 de mayo de 2000 la revista New Scientist informó que Lassen y el astrofísico Peter Thejil habían actualizado la investigación de Lassen de 1991 y habían encontrado que, a pesar de que los ciclos solares son responsables de cerca de la mitad de la elevación de temperatura desde 1900, no logran explicar una elevación de 0,4 ºC desde 1980. Las curvas divergen a partir de 1980 y se trata de una desviación sorprendentemente grande. Algo más está actuando sobre el clima. Tiene las «huellas digitales» del efecto invernadero. Posteriormente, en el mismo año, Peter Stoff y otros investigadores de Centro Hadley, en el Reino Unido, publicaron un artículo en el que dieron a conocer el modelo de simulación hasta la fecha más exhaustivo sobre el clima del Siglo XX. Su estudio prestó atención tanto a los agentes forzadores naturales (variaciones solares y emisiones volcánicas) como al forzamiento antropogénico (gases invernadero y aerosoles de sulfato).
Al igual que Lassen y Thejil, encontraron que los factores naturales daban explicación al calentamiento gradual hasta aproximadamente 1960, seguido posteriormente de un retorno a las temperaturas de finales del siglo XIX, lo cual era consistente con los cambios graduales en el forzamiento solar a lo largo del siglo XX y la actividad volcánica durante las últimas décadas. Sin embargo, estos factores no podían explicar por sí solos el calentamiento en las últimas décadas. De forma similar, el forzamiento antropogénico, por sí solo, era insuficiente para explicar el calentamiento entre 1910-1945, pero era necesario para simular el calentamiento desde 1976. El equipo de Stott encontró que combinando todos estos factores se podía obtener una simulación cercana a la realidad de los cambios de temperatura globales a lo largo del siglo XX. Predijeron que las emisiones continuadas de gases invernadero podían causar incrementos de temperatura adicionales en el futuro “a un ritmo similar al observado en las décadas recientes” .
A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo, el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada. Cuando un volcán entra en erupción, sus cenizas alcanzan la parte alta de la atmósfera y se pueden extender hasta cubrir la tierra entera. Estas nubes de ceniza hacen que no llegue la radiación solar entrante, llevando a una disminución de la temperatura a nivel mundial. Pueden durar hasta dos años después de una erupción. Asimismo, se emitió durante las erupciones azufre en forma de gas SO2. Cuando este gas alcanza la estratosfera, se convierte en partículas de ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol, reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra. En 1815 la erupción de Tambora en Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el norte de Europa.
En 1997 Kreutz comparó los resultados de estudios en la Antártida Occidental en muestras de hielo, parte del Proyecto Dos de Casquete Polar de Groenlandia (GISP2), sugiriendo unaPequeña Edad de Hielo sincrónica global. Las muestras de sedimento oceánico de la Meseta este de Bransfield, en la península Antártica, revelan eventos centenarios que los autores vinculan con la Pequeña Edad de Hielo y con el período cálido medieval. Los autores notan «otros inexplicables eventos climáticos comparables en duración y amplitud con la Pequeña Edad de Hielo y el potencial de calentamiento mundial». En África Austral, las muestras sedimentarias extraídas del lago Malawi indican que las condiciones frescas entre 1570 y 1820 sugieren que el lago Malawi registra «más soporte, y extensión, de la expansión global de la Pequeña Edad de Hielo». Una nueva reconstrucción de 3.000 años de temperaturas basado en el crecimiento de estalagmita en una cueva en Sudáfrica sugiere un periodo frío de 1500–1800 «caracterizando la Pequeña Edad de Hielo sudafricana». Las muestras sedimentarias en la Meseta Bransfield, península Antártica, poseen indicadores neo-glaciales y variaciones en la tasa mar-hielo durante el periodo de la Pequeña Edad de Hielo. Los datos de niveles paleo-oceánicos de las islas del Pacífico sugieren variaciones en el nivel marino, posiblemente en dos etapas, entre 1270 a 1475. Eso se asocia con la caída de 1,5 °C en temperatura, determinada por el análisis de isótopos de oxígeno, y un incremento de la frecuencia de la corriente marina de El Niño. Quereda Sala y otros mencionan que el rio Ebro, en España, se heló siete veces entre 1505 y 1789. En 1788, y de nuevo en 1789, el río permaneció helado durante quince días. El libro también menciona la presencia de una extensa red de pozos de nieve, ventisqueros y glaciares que se construyeron y mantuvieron entre los siglos XVI y XIX a lo largo del Mediterráneo oriental, algunos ubicados en áreas donde no nieva en la actualidad un solo día al año. El almacenamiento y distribución de hielo eran un negocio que involucraba secciones enteras de la población rural. Hay también una amplia evidencia de que durante ese período los glaciares se extendieron por los Pirineos, fundiéndose desde entonces. Es más, los remanentes del glaciar de Sierra Nevada que finalmente desapareció al final del siglo XX, se originaron en este momento, y no eran, como a veces se dice, restos de la última verdadera Edad de Hielo.
Los últimos verdaderos glaciares de Sierra Nevada y los Picos de Europa se fundieron a finales del siglo IX. Se cree que las temperaturas en Europa durante el llamado Óptimo climático medieval, entre los siglos IX al XIII, debió haber sido entre 1º y 1,5 °C superior a la temperatura actual, suficiente para que estos glaciares, e incluso los de los Pirineos, se hubieran fundido. Los actuales glaciares de los Pirineos se formaron principalmente durante este periodo frío y han estado fundiéndose despacio desde entonces. El área de la superficie total de los glaciares en la vertiente sur de los Pirineos ha descendido desde 1894. La Pequeña Edad de Hielo trajo inviernos muy fríos a muchas partes del mundo, pero la documentación más completa está en Europa y América del Norte. A mediados del siglo XVII, el avance de los glaciares de los Alpes suizos, afectó a pueblos enteros. El Río Támesis, los canales y los ríos de los Países Bajos se helaron a menudo durante el invierno, y las personas aprovecharon para patinar. En el invierno de 1780, el Puerto de Nueva York se heló, y la gente pudo caminar de Manhattan a la Isla de Staten. El hielo del mar que rodea Islandia se extendió varios kilómetros en todas direcciones, lo cual provocó el cierre de los puertos de la isla. Los inviernos severos afectaron a la vida humana. La población de Islandia descendió a la mitad, y las colonias vikingas en Groenlandia desaparecieron. En América del Norte, los nativos americanos protestaron por la escasez de comida. Durante muchos años, la nieve cubría la tierra durante muchos meses. Muchas primaveras y veranos eran fríos y lluviosos, aunque había una gran variabilidad entre unos años y otros. Las cosechas en toda Europa tuvieron que adaptarse a la corta estación de cultivo y había muchos años de carestía y hambre. Las violentas tormentas causaron inundaciones masivas y la pérdida de vidas fundamentalmente afectó a daneses, alemanes, y a las costas holandesas. La magnitud de los glaciares de montaña era mucho mayor. En Etiopía y Mauritania, había nieve permanente en las crestas de las montañas en niveles donde no ocurre hoy. Tombuctú, una ciudad importante en la ruta de las caravanas transaharianas, se inundó 13 veces por lo menos por el río Níger. No hay ningún archivo que recoja inundaciones similares antes o después de la Pequeña Edad de Hielo.
En China, en la Provincia de Kiangsi, se abandonaron cultivos como los de naranjas, que necesitan un clima cálido. Dicho cultivo había existido durante siglos. En América del Norte, los primeros colonos europeos informaron también de inviernos severos. Por ejemplo, en 1607 los hielos persistieron en el Lago Superior hasta el 8 de junio. La Pequeña Edad de Hielo dejó su impronta en el arte del periodo. Por ejemplo, en cuadros del pintor flamenco Pieter Brueghel el Joven, quien vivió de 1564 a 1638, la nieve domina muchos paisajes de pueblos. Burroughs, que estudió la pintura de ese periodo, observó que la temática se da casi completamente de 1565 a 1665, y supone que el extraordinariamente crudo invierno de 1565 inspiró a los grandes artistas a pintar imágenes muy originales. Hay una interrupción del tema entre 1627 y 1640, con un retorno súbito después de esto. Ello indica un interludio más apacible en los 1630. De 1640 a 1660 hay una etapa de pintura holandesa volcada en temas invernales que encaja con la vuelta de inviernos fríos. El declive final del tema en la pintura fue alrededor de 1660, y no coincide con una mejora del clima. Burroughs pone las cautelas oportunas respecto a intentar sacar muchas conclusiones de estos hechos. No obstante observa que esas pinturas del invierno se repiten alrededor de 1780 y 1810, en que de nuevo hubo un periodo más frío. Otra persona famosa que vivió durante la Pequeña Edad de Hielo fue Antonio Stradivari, el conocido fabricante de violines. Los climas más fríos causaron que la madera de los árboles fuera más densa. A esto se atribuye parcialmente el extraordinario tono de las creaciones de Stradivari. Un núcleo de hielo desde la parte oriental de la Cuenca Bransfield, identifica claramente en la Península Antártica acontecimientos propios de la Pequeña Edad de Hielo y delÓptimo Climático Medieval. Estos acontecimientos cubren aproximadamente desde 1700 en adelante, y muestran condiciones de tiempo no frías que se presentan durante gran parte del período llamado Pequeña Edad de Hielo. Esto ilustra la no globalidad de la Pequeña Edad de Hielo. Núcleos de hielo que van desde el Glaciar Superior de Fremont, en América del Norte, al casquete de hielo Quelccaya en los Andes peruanos (América del Sur), muestran cambios similares durante la Pequeña Edad de Hielo.
Y durante los comienzos de la Pequeña Edad de Hielo también se produjeron acontecimientos importantes en la Península Ibérica. Pedro I de Castilla (1334 – 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte. Nacido en la torre defensiva del Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos, Pedro era hijo y sucesor de Alfonso XI el Justiciero y de María de Portugal, hija del rey Alfonso IV el Bravo. Fue el último rey de Castilla de la Casa de Borgoña. Su educación fue muy descuidada, pues Alfonso XI, llevado por su amor a Leonor de Guzmán, dejó la crianza de su heredero a María de Portugal, la reina consorte, que vivió con su hijo en el alcázar de Sevilla. El comienzo de su reinado en marzo de 1350, cuando todavía no había cumplido los dieciséis años de edad, estuvo marcado por las luchas entre las distintas facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos que había tenido su padre el rey Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses, primos carnales del rey y la reina madre, María de Portugal. Inicialmente, el poder fue controlado por la facción de la reina madre y del favorito portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que le había servido como tutor. Éste, sospechando de las intenciones de la antigua amante de Alfonso, Leonor de Guzmán, aconsejó al rey que prendiera a sus hermanos, el conde Enrique de Trastámara y el maestre de la Orden de Santiago, Fadrique Alfonso de Castilla, lo que motivó la primera rebelión de los mismos. Sin embargo, estos fueron pronto perdonados por el nuevo monarca que, al aproximarse a Sevilla los que conducían el cadáver de su padre, salió con su madre a recibirlos a mucha distancia de la ciudad. A mediados de agosto de 1350, Pedro cayó gravemente enfermo. La posible sucesión apuntaba hacia su primo carnal, el infante Fernando de Aragón y Castilla, marqués de Tortosa y sobrino de Alfonso XI. Otros preferían a Juan Núñez III de Lara, descendiente de los infantes de La Cerda por línea masculina, aunque estos habían renunciado formalmente a la sucesión a cambio de sustanciosas propiedades en tiempos del abuelo de Pedro, Fernando IV de Castilla. El restablecimiento del joven rey condujo a levantar el sitio puesto a Gibraltar y que cesara toda guerra con los musulmanes. Convaleciente de su enfermedad, Pedro permaneció en Sevilla hasta los comienzos de 1351.
Los científicos estiman que los comienzos de la Pequeña Edad de Hielo se produjeron del siglo XIII al XVI, pero hay poco consenso al respecto. Aunque las temperaturas de enfriamiento pudieron afectar a lugares tan lejanos como América del Sur y China, se hizo particularmente evidente en el norte de Europa.
El avance de los glaciares de los valles de montaña destruyó pueblos alpinos y las pinturas de la época muestran a la gente patinando sobre hielo en el río Támesis en Londres y en los canales de los Países Bajos, lugares que estaban libres de hielo antes y después. «La forma dominante en la que los científicos han definido la Pequeña Edad de Hielo es por la expansión de los glaciares en los Alpes y en Noruega», apunta Miller. «Pero el tiempo en que los glaciares europeos avanzaron lo suficiente como para demoler pueblos enteros sucedió mucho tiempo después del inicio del período de frío». Miller y sus colegas fecharon con radiocarbono cerca de 150 muestras de material vegetal muerto con las raíces intactas, recogidas en la isla de Baffin, en el Ártico canadiense. Encontraron un gran número de muestras de entre 1275 y 1300, lo que indica que las plantas habían sido congeladas y envueltas por el hielo por un acontecimiento relativamente repentino. El equipo halló un segundo repunte de muestras de plantas congeladas sobre el año 1450, lo que indica un segundo enfriamiento.
Para ampliar el estudio, los investigadores analizaron muestras de sedimentos de lagos glaciares vinculados a la capa de hielo de 367 kilómetros cuadrados en el Langjökull, en la sierra central de Islandia, que llega a casi un kilómetro de altura. La capas anuales en los núcleos se volvieron repentinamente más gruesas a finales del siglo XIII y otra vez en el siglo XV debido al aumento de la erosión causada por la expansión de la capa de hielo que enfría el clima. Los científicos emplearon un modelo que simula las condiciones del mar de 1150 a 1700 d.C., lo que reveló la existencia de grandes erupciones que podrían haber enfriado el hemisferio norte lo suficiente como para desencadenar la expansión del hielo marino del Ártico. Para los científicos, una de las cuestiones para reflexionar sobre la Pequeña Edad de Hielo es lo inusual que resulta el calentamiento actual de la Tierra. Una investigación previa realizada por Miller en 2008 en la isla Baffin indicaba que las temperaturas actuales son las más cálidas en los últimos 2.000 años.
A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada. Cuando un volcán entra en erupción, sus cenizas alcanzan la parte alta de la atmósfera y se pueden extender hasta cubrir la tierra entera. Estas nubes de ceniza hacen que no llegue la radiación solar entrante, llevando a una disminución de la temperatura a nivel mundial. Pueden durar hasta dos años después de una erupción. También se emitió durante las erupciones azufre en forma de gas SO2 . Cuando este gas alcanza la estratosfera se convierte en partículas de ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra. En 1815 la erupción de Tambora en Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el Año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el Norte de Europa. Salas y otros, en Nuestro Porvenir Climático, 2001, mencionan que el Ebro se heló siete veces entre 1505 y 1789. En 1788 y de nuevo en 1789 el río permaneció helado durante quince días.
El libro también menciona la presencia de una extensa red de neveros, o pozos de nieve, ventisqueros y glaciares que se construyeron y mantuvieron entre los siglos XVI y XIX a lo largo del Mediterráneo oriental, algunos ubicados en áreas donde no nieva en la actualidad un solo día al año. El almacenamiento y distribución de hielo eran un negocio vivo que involucraba secciones enteras de la población rural. Hay también una amplia evidencia de que durante ese período los glaciares se extendieron en los Pirineos, fundiéndose desde entonces. Es más, los remanentes del glaciar de Sierra Nevada que finalmente sucumbió al final del siglo XX, se originaron en este momento, y no eran, como a veces se dice, restos de la última verdadera Edad de Hielo. Los últimos verdaderos glaciares de Sierra Nevada y los Picos de Europa se fundieron a finales del siglo XIX. Se cree que las temperaturas en Europa durante el llamado Óptimo climático medieval entre los siglos IX al XIII debió haber sido entre 1º y 1.5ºC superior a la temperatura actual, suficiente para que estos glaciares, e incluso los de los Pirineos, se hubieran fundido.
Los actuales glaciares de los Pirineos se formaron principalmente durante este periodo frío y han estado fundiéndose despacio desde entonces. El área de la superficie total de los glaciares en la vertiente española de los Pirineos ha descendido desde las 1.779 ha en 1894 a 290 ha en el año 2000. Martin y Olcina en Clima y Tiempo señalan en España cuatro períodos de sucesos catastróficos (mitad del siglo XV, 1570-1610, 1769-1800 y 1820-1860) señalados por lluvias intensas, nevadas y tormentas en el mar. Éstos se mezclaron con los interludios de severas sequías. Otro estudio de A.Sousa y P. García-Murillo en 2003 se fija en los cambios en el humedales de Andalucía (específicamente, Doñana) al final de la Pequeña Edad de Hielo. Los autores encontraron que la Pequeña Edad de Hielo se caracterizó por periodos más lluviosos alternando con otros de sequía. Otros autores creen que la Pequeña Edad de Hielo se caracterizó en el sur de la Península Ibérica por un aumento de la lluvia, mayor frecuencia de las inundaciones y de la sedimentación en la Europa mediterránea. Alrededor de 1850, el clima del mundo empezó a calentarse de nuevo y puede decirse que la Pequeña Edad de Hielo se acabó en ese momento. Algunos científicos creen que el clima de la Tierra todavía se está recuperando de la Pequeña Edad de Hielo y que esta situación se suma a las preocupaciones del cambio del clima causado por el hombre. El Óptimo Climático Medieval fue un periodo de clima extraordinariamente caluroso en la región del Atlántico norte, que duró desde el siglo X hasta el siglo XIV. El óptimo climático medieval se cita a menudo en las discusiones del calentamiento global y el efecto invernadero. Algunos se refieren al suceso como Anomalía Climática Medieval este término enfático revela de otra manera que la temperatura fue el parámetro más importante. El Período Caluroso Medieval fue un tiempo extraordinariamente caluroso entre el año 800 y 1300 d.C., durante el Medioevo europeo. La investigación inicial delÓptimo Climático Medieval y la posterior Pequeña Edad de Hielo se realizó principalmente en Europa dónde el fenómeno fue muy obvio y claramente documentado.
Inicialmente se creyó que los cambios de temperatura eran globales. Sin embargo, esta visión se ha cuestionado; el informe del IPCC en 2001: “… la evidencia actual no apoya períodos asíncronos de frío anómalo o calor moderado globalmente en la Pequeña Edad de Hielo y el Óptimo Climático Medieval….” . Los Paleo-climatólogos que desarrollan reconstrucciones regionales del clima en siglos anteriores, etiquetan el intervalo más frío como la Pequeña Edad de Hielo y su intervalo más caluroso como el Óptimo Climático Medieval. Otros siguen la convención y cuando un suceso del clima significativo se encuentra en los periodos de la Pequeña Edad de Hielo o del Óptimo Climático Medieval, asocia sus eventos al período. Algunos sucesos delÓptimo Climático Medieval son eventos lluviosos o eventos fríos en lugar de los eventos estrictamente calurosos, particularmente en Antártica central. El Óptimo Climático Medieval coincide parcialmente con el máximo en la actividad del Sol, denominado Máximo Medieval (1100-1250). Durante el Óptimo Climático Medieval el cultivo de la uva y la producción de vino crecieron tanto en el norte de Europa como en el sur de Bretaña.
Los vikingos se aprovecharon de la desaparición del hielo en los mares para colonizar Groenlandia y otras tierras periféricas del norte canadiense. El Óptimo Climático Medieval fue seguido por la Pequeña Edad de Hielo, un período más frió que duró hasta el siglo XIX, cuando empezó el período actual de calentamiento global. En la Bahía de Chesapeake, Maryland, los investigadores encontraron altas temperaturas durante el Óptimo Climático Medieval (entre 800-1300) y la Pequeña Edad de Hielo, posiblemente relacionado con los cambios en la fuerza de la circulación de la termoalina en el Atlántico Norte. Los sedimentos demuestran que el Pantano de Piermont, el más bajo del Valle de Hudson, se muestra seco en este período del Óptimo Climático Medieval.
Las prolongadas sequías afectaron muchas partes del occidente de Estados Unidos, especialmente la parte oriental de California y el occidente de la Great Basin. Alaska sufrió tres intervalos de tiempo experimentados de calor moderado comparable: 1-300, 850-1200, y posteriormente-1800. La datación mediante radiocarbono en el Mar del Sargazo muestra que la temperatura en la superficie del mar era aproximadamente 1°C menos que hoy hace aproximadamente 400 años (la Pequeña Edad de Hielo) y hace 1700 años, y aproximadamente 1°C más caluroso que hoy, hace 1000 años (durante el Óptimo Climático Medieval). El clima en el este ecuatorial de África ha cambiado entre la sequedad de hoy en día y un clima relativamente más húmedo. El clima más seco tuvo lugar durante el Óptimo Climático Medieval. Una perforación de hielo al este de Bransfield Basin, en la Península Antártica, identifica claramente los sucesos de la Pequeña Edad de Hielo y el Óptimo Climático Medieval. La perforación muestra un período claramente frío sobre el año 1000-1100, ilustrando el hecho de que durante el Óptimo Climático Medieval global había, regionalmente, períodos de calor moderado e incluso frío. Los corales tropicales del océano Pacífico sugieren que las condiciones relativamente frías y secas pueden persistir con la configuración del fenómenos similares a El Niño. Aunque hay una escasez extrema de datos de Australia, hay evidencia, por los sedimentos, de que durante los siglos noveno y décimo el Lago Eyre permaneció lleno aunque con variaciones en su nivel. La investigación de los sedimentos en el Lago Nakatsuna, realizada en 2001 por Adhikari y Kumon en el centro Japón, ha verificado la existencia allí del Óptimo Climático Medieval y la Pequeña Edad de Hielo. El Mínimo de Maunder es el nombre dado al período de 1645 a 1715 d.C., cuando las manchas solares desaparecieron de la superficie del Sol, tal como observaron los astrónomos de la época. Recibe el nombre del astrónomo solar Edward Maunder, quién descubrió la ausencia de manchas solares durante ese período estudiando los archivos de esos años.
Durante un período de 30 años, dentro del Mínimo de Maunder, los astrónomos observaron aproximadamente 50 manchas solares, mientras que lo típico sería observar entre unas 40.000 y 50.000 manchas. Desde que en 1610 Galileo inventara el telescopio, el Sol y sus manchas han sido observados con asiduidad. No fue sino hasta 1851 que el astrónomo Heinrich Schwabe observó que la actividad solar variaba según un ciclo de once años, con máximos y mínimos. El astrónomo solar Edward Maunder se percató que, desde 1645 a 1715, el Sol interrumpe el ciclo de once años y aparece una época donde casi no aparecen manchas. Quedaba la duda de si era un mínimo real o simplemente un desinterés por las manchas.
Los astrónomos nunca perdieron el interés en observar las manchas solares y Johannes Havelius tiene muchas observaciones solares desde el descubrimiento de las manchas hasta la primera parte del mínimo. J. Picard, desde el Observatorio de París, también observó el Sol entre 1667 y 1682 y se continuaron estos estudios entre 1683 y 1718, a punto ya de acabar el mínimo. Reconstrucciones modernas de todos los archivos disponibles llegan a la conclusión que hubo una abrupta interrupción de la actividad en 1640 y no se recuperó hasta 1720. En palabras del propio Picard: “… me hizo feliz observar esa mancha cuando habían pasado diez años sin observar ninguna…”. Durante el mínimo de Maunder había suficientes manchas solares para que pudieran extrapolarse ciclos del 11 años. Los máximos ocurrieron en 1674, 1684, 1695,1705 y 1716. La actividad de las manchas solares se concentró entonces en el hemisferio sur del Sol, salvo el último ciclo, cuando las manchas solares también aparecían en el hemisferio norte. En 1976, el astrónomo Jack Eddy aportó la primera prueba de la ausencia de manchas y denominó al periodo mínimo de Maunder. La prueba la proporcionó indirectamente el Sol. La Tierra recibe una cantidad de radiación cósmica. La de baja energía procede del propio Sol y la de alta energía procede de fuera del Sistema solar y se origina en la explosión de supernovas o en el centro de nuestra Galaxia.
El campo magnético solar se extiende hasta las estrellas, creando una burbuja que nos protege de los rayos cósmicos procedentes de fuera del Sistema Solar. Si el Sol está en una época de mínima actividad nos protegerá menos y más rayos cósmicos de alta energía entrarán en nuestra atmósfera. Los rayos cósmicos son un aluvión de partículas, fundamentalmente protones y partículas alfa. Su choque con los diversos gases de la atmósfera crea neutrones de alta energía. El choque de este neutrón con el N14, el componente más abundante de la atmósfera de la Tierra, crea el C14 y un protón. El C14 así formado se incorpora al CO2 de la atmósfera y en unos 20 años está incorporado por el ciclo biológico (fotosíntesis) a los anillos de los árboles. Al morir el organismo vivo, el C14 ya no es reemplazado y sufre una desintegración en N14, un electrón y un antineutrino.
La vida de esta reacción es de 5370 años, lo que significa que trascurrido ese tiempo el contenido en C14 queda reducido a la mitad, lo que permite datar la edad de la madera. No obstante, el cambio resultante en la producción de carbono-14 durante ese período causó inexactitud en la datación por carbono radioactivo hasta que este efecto fue descubierto. Lo que aquí interesa es que los acontecimientos de la actividad solar quedaron grabados en el carbono radioactivo. La más baja actividad solar durante el mínimo de Maunder afectó a la cantidad de C14 que sufrió un aumento. Pero este no es un hecho aislado. Se han descubierto 6 mínimos solares similares al de Maunder, desde el mínimo egipcio del 1300 a.C. por el análisis de carbono-14. Además, las auroras boreales o las australes causadas por la actividad solar desaparecen o son raras durante un mínimo. Por eso tras el Mínimo de Maunder la gente, e incluso el científico Edmond Halley, se sorprenden por un fenómeno que el subconsciente colectivo había olvidado: “Hacia las siete de la mañana del 6 de marzo de 1716 un luz verde apareció en el cielo, enseguida se formaron columnas de puro fuego y ráfagas violetas hacia el noreste. La gente corría asustada por las calles creyendo que había llegado el día del Juicio Final”
Fuente: Maerstroviejo
Despierta Cordoba
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