Nota del editor: Graham Allison es profesor de la cátedra de Gobierno Douglas Dillon en la Escuela Kennedy de Harvard y dirige el Centro Belfer para la Ciencia y los Asuntos Internacionales de Harvard. Fungió como subsecretario de Defensa durante la presidencia de Clinton y fue asesor del secretario de Defensa durante la presidencia de Reagan.
(CNN) — A pesar de que el acuerdo al que se llegó el jueves en Ginebraacerca de las medidas para aliviar la crisis en Ucrania representaron buenas noticias, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tenía razón al manifestar cautela al advertir: “no creo que podamos estar seguros de nada en este punto”.
En el acuerdo al que llegaron Rusia, Ucrania y Occidente se hizo un llamado, entre otras cosas, al desarme de los manifestantes pro-Rusiaen el este de Ucrania que están armados ilegalmente y a la entrega de los edificios gubernamentales que tomaron. Se trata de medidas iniciales adecuadas y esenciales, pero a menos que se puedan implementar ahora como una base desde la que las partes puedan implementar medidas más firmes para revertir las tendencias subyacentes, Ucrania podría sumirse en la guerra civil. Si esto ocurriera, ¿cómo afectaría a los intereses de Estados Unidos? ¿Ucrania podría volverse el reflejo de los Balcanes de la década de 1990, cuando la caída de Yugoslavia dio pie a una década de guerra entre serbios, croatas, bosnios y kosovares? (Nadie debería olvidar que hace apenas un siglo Ucrania se vio arrastrada a una guerra civil trágica y sangrienta poco después de haber logrado su independencia, tras la revolución rusa).
Hay un adagio que dice que la historia nunca se repite, pero que a veces rima. Afortunadamente, aún parece improbable que estalle la guerra civil en Ucrania, principalmente porque una de las partes, el gobierno ucraniano, parece tan incapaz como reacio a pelear. No obstante, no es difícil imaginar un escenario que tenga como desenlace la guerra… y tampoco lo es imaginar otro escenario en el que Estados Unidos se encuentre involucrado en un enfrentamiento directo (hablaremos más de eso en un momento).
Como hemos visto las últimas dos semanas en el este de Ucrania, los rusoparlantes —ya sea espontáneamente, por órdenes de los servicios de seguridad de Rusia o ambos— han tomado el control de los edificios gubernamentales en 10 ciudades de las provincias de Donetsk, Luhansk y Járkov, en el este de Ucrania. Las fuerzas armadas y las corporaciones policiacas y de seguridad de Ucrania se han mostrado tan impotentes, desmoralizadas y comprometidas por la infiltración de rusos que su respuesta hasta el momento ha sido patética.
Esta semana, el diario estadounidense The New York Times hizo un reportaje sobre la “humillación evidente” del gobierno ucraniano durante una operación militar para enfrentar a los militantes rusos, ya que los 21 vehículos blindados de Ucrania se dividieron en dos columnas y se rindieron o se retiraron. Incluso en varias ocasiones, cuando se enfrentaron a la multitud de rusos, los soldados y los policías cambiaron de bando.
Si el acuerdo del jueves se desmorona y las autoridades ucranianas siguen siendo incapaces de restablecer la ley y el orden esenciales, los manifestantes pro-Rusia que ocupan los edificios se animarán a extender su alcance. Entre las medidas adicionales podría contemplarse que los manifestantes establezcan una “república” independiente en las tres regiones orientales y busquen expulsar a las fuerzas leales al gobierno interino de Ucrania, lo que provocaría que el gobierno en Kiev respondiera con mayor fuerza, por lo que entonces llamarían a las tropas rusas para que acudieran a defenderlos de los “fascistas” de Ucrania occidental.
En respuesta a la represión, es probable que las fuerzas de seguridad rusas provean de armas y asistencia de otra índole a los rusoparlantes bajo el pretexto de que es imposible ignorar ese llamado de ayuda de sus “compatriotas”. Conforme se intensifique el conflicto, los ucranianos del oeste e incluso los polacos u otros europeos podrían llegar en auxilio de Ucrania. En esta espiral, una cosa podría llevar a la otra y terminar en un derramamiento de sangre considerable en el este de Ucrania que probablemente se extendería.
La violencia generalizada o la guerra civil ciertamente serían una calamidad para los ucranianos. ¿Sus consecuencias para los intereses nacionales de Estados Unidos requerirían una reacción militar? Afortunadamente para los estadounidenses, la respuesta es no.
En 2008, cuando Rusia aplastó a Georgia en una breve guerra que terminó cuando Rusia reconoció la independencia de los antiguos territorios georgianos de Osetia del Sur y Abjasia, esa fue la respuesta del entonces presidente, George W. Bush.
A pesar de que la guerra en Siria ha cobrado más de 150,000 vidas, ni el presidente Obama ni sus más acérrimos críticos —como el senador por Arizona, John McCain— han considerado que esta sea una amenaza tan extrema a los intereses estadounidenses como para que sus ciudadanos tengan que matar y morir para detenerla.
El que Estados Unidos no tenga intereses nacionales vitales en Ucrania no significa que a Estados Unidos no le interesa responsabilizar al gobierno ruso por haber violado la garantía de integridad territorial que Rusia y Estados Unidos dieron a Ucrania en 1994 al persuadirla de entregar sus armas nucleares. De hecho, si se deja que siga su curso, esta crisis podría provocar nuevos acontecimientos que comprometan intereses estadounidenses esenciales.
Por ejemplo: si Crimea se vuelve el precedente de las anexiones progresivas en las que los rusoparlantes ocupan los edificios gubernamentales a instancias de Rusia, liberan un territorio y entablan una relación con Rusia, ¿hasta dónde pararán? ¿Acaso el 25% de la población rusoparlante de Letonia podría verse tentada (o manipulada) a seguir el ejemplo? (Tanto los letones como los rusos recuerdan claramente que en 1940, Stalin anexionó Letonia, Lituania y Estonia, países que recuperaron su independencia en 1991 tras la caída de la Unión Soviética).
Es casi seguro que las fuerzas armadas y las corporaciones policiacas de Letonia responderían a la intervención militar rusa en Letonia disfrazada de fuerzas especiales con uniformes verdes sin insignias. Si las fuerzas de seguridad rusas llegaran a ayudar a sus hermanos en Letonia —lo que probablemente harían—, provocarían un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN a la que Estados Unidos encabeza.
Muchos estadounidenses no están conscientes de que Letonia y sus vecinos del Báltico son miembros de la OTAN, de la que Estados Unidos es el líder. ¿Cuántos estadounidenses saben que los miembros de esa alianza, incluido Estados Unidos, se comprometen, de acuerdo con el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, a considerar que un ataque contra uno de los miembros de la OTAN es “un ataque contra todos ellos”? En apego a ese compromiso, los presidentes de Estados Unidos, uno tras otro, aprobaron planes de guerras en las que los estadounidenses lucharon para defender el territorio de todos los miembros de la alianza.
Por lo tanto, el evitar que Ucrania se suma en una guerra civil debe ser una prioridad para los líderes de Estados Unidos y Rusia. El acuerdo de Ginebra sobre “las medidas concretas iniciales para paliar las tensiones y restablecer la seguridad” que firmaron los diplomáticos estadounidenses y rusos, junto con sus homólogos de la Unión Europea y Ucrania, representa un auténtico primer paso en el esfuerzo colectivo de la comunidad internacional para revertir el caos en Ucrania.
Los líderes en Washington y Moscú tendrán que implementar más medidas estrictas para evitar que Ucrania se suma en una guerra civil que los arrastre a un enfrentamiento directo. Estas medidas adicionales requerirán que todas las partes acepten disposiciones que serían inaceptables… si no fuera porque todas las alternativas factibles son aún peores.
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