Arquetípicamente la sangre es la familia y transporta la vida y la nutrición.
Los lazos de sangre nos hablan de una unión energética y vital y algo sangrante nos habla de una pérdida evidente de energías.
Los arquetipos similares cumplen una misma función básica a cualquier nivel, ya sea a nivel físico, mental, emocional o espiritual, y, por lo tanto, para el inconsciente, son lo mismo.
El arquetipo es utilizado en el lenguaje onírico. Es la manera en que nuestra alma, inconsciente, superyó o ser superior, según autores, se comunica con nosotros a un nivel externo del observador (internamente son las emociones).
Siempre tenemos una misma relación básica con aquello que supone un mismo arquetipo. Por ejemplo, nos alimentamos de la misma manera a nivel físico (sea comida o dinero/abundancia) que emocional ( nuestras relaciones familiares e íntimas), repitiendo patrones inconscientes, normalmente familiares, pero, también culturales o sociales.
Fuente de vida y de energía, la sangre simboliza la unión de la madre (agua) con el padre (aire) a través de la hemoglobina, que capta el aire, el oxígeno (arquetípicamente la vida) para nosotros.
La unión del padre, oxígeno, y, el agua (madre), crea la vida.
Así, sabemos, que para que un planeta tenga una vida prominente y evolucionada (algunos organismos simples viven en otros medios) debe cumplir dos condiciones. Que tenga agua y oxígeno ¿casualidad?
Para mi inconsciente, a modo de ejemplo, un derrame en la cabeza simboliza que un problema familiar (sangre) es un conflicto a nivel mental, y, será para mí tan grave como lo haya sido simbólicamente el derrame o bloqueo sanguíneo (ictus).
El mensaje tiene que ver con una réplica en nuestro cuerpo físico de lo que está pasando a otros niveles, es decir, una imagen de cómo nos vemos a nosotros mismos en nuestro trauma-ilusión. Cómo nos hemos separado y hasta qué nivel de lo que realmente es, para nosotros, es decir, de lo que sentimos, o, lo que es lo mismo, de lo que deseamos que sea y necesitamos expresar para ser más felices.
Esta separación produce dolor.
El paso de cambiar la perspectiva dolorosa racional (lo que creemos que debemos hacer) a lo que realmente sentimos que es, es el paso que nos conducirá a la sanación de la enfermedad.
La sangre es el medio por el que recibimos la fuente de la vida y los conflictos o distintas afecciones que relacionamos con ella son el simbolismo de cómo nos nutrimos básicamente, de cómo nos relacionamos con la misma vida.
Así, simbólicamente, una circulación lenta en las piernas denota que no damos “vida, energía, impulso” a lo que deseamos. Actuamos más por razón que por emoción y esa falta de coherencia es la que transmite la enfermedad.
Las piernas nos une a la Madre, a la Tierra, a Gaia, a nuestras emociones más profundas.
En el corazón los ventrículos son la parte masculina: expulsa, y las aurículas son la parte femenina, recibe.
Padre- Madre, energía yan, de impulso y yin, de recepción, marcan que nuestro ser recibe y acoge lo que ocurre aparentemente fuera como lo que desea recibir. Uno es espejo del otro siempre.
En el simbolismo arquetípico de la sangre, siguiendo con los medios que ésta utiliza para llegar a todo nuestros órganos, las arterias son masculinas, llevando la sangre yang, llena de oxígeno, de vida, y las venas son femeninas, recogiendo los deshechos de la vida, recibiendo de la vida, permitiendo que ésta se exprese. Una sin la otra no pueden existir. Padre y Madre se proyectan, se nutren el uno al otro y se complementan.
El corazón es nuestro Hogar, junto con el útero, nuestra primera casa.
Así, un infarto simboliza un trauma relacionado con nuestro simbólico Hogar, es decir, con nuestro Territorio simbólico.
¿Qué territorio simbólico ha perdido aquel que ha sufrido un infarto?
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