I.- El hombre-lobo de Anatolia
Aquella lúgubre noche del 10 de agosto de 1920, las hogueras ardían para paliar el intenso frío propio de las noches de Anatolia. Soldados y oficiales, envueltos en sus capotes militares, permanecían sentados junto a las fogatas; en todos imperaba el aire de la derrota. Era el final del Imperio Otomano. Por el tratado de Sévres, que se firmaba hoy, se perdían las últimas posesiones: Arabia, Irak, Siria, Palestina…, y el pueblo tenía que resignarse a mirar cómo el sultán, el cretino de Mohamed VI, se pasaba los días encerrado en el serrallo, el harén del palacio de Topkapi en Estambul, gozando de sus amantes, jóvenes y viejas, mientras los griegos, apoyados por las escuadras británica y francesa, se quedaban con toda la región de Esmirna.
Las llamas brillaban en el rostro de un joven oficial, el vencedor de la batalla de los Dardanelos, llamadoMustafá Kemal. De cabellos castaños y penetrantes ojos azules, la tropa le confundía con algún instructor alemán de los que el Kaiser enviaba para adiestrar al ejército turco. Justo a la hora en que se firmaba el tratado, un enorme perro lobo, mascota suya, intuyendo lo que se avecinaba, aulló desesperadamente. Kemal se enderezó como un animal salvaje y lanzó un tremendo alarido de furor que se perdió en la noche. Y aquí empezó a forjarse su leyenda: con su voz metálica se dirigía a los campesinos, a los comerciantes, a los jóvenes que jamás oyeron hablar de Turquía, sino del Califato. Sin dinero y apenas con armas, el hombre tildado despectivamente por los aliados como “jefe de un grupo de bandoleros” creó una noción de patria y un ejército de exasperados y frenéticos que sólo él podía dominar.
Los griegos de Esmirna, confiados en su superioridad, pretendían recuperar la antigua región de Lidia y las ciudades griegas de Asia Menor. Avanzaron hasta llegar a 50 km. de Ankara, pero pronto vieron que aquel ejército turco no era el de Mohamed VI, sino uno nuevo, brutal y violento. Siete de sus generales perecieron en la batalla de Sarkaya (1921), por lo que los griegos tuvieron que retroceder y encerrarse en Esmirna. Bajo el mando del desdichado general Hadjianesti, el cual, loco como el Vidriera cervantino, creía que su cuerpo era de cristal y se rompería en mil pedazos con cualquier contacto o gesto brusco, los griegos siguieron enzarzados en discusiones inútiles, esperando que las potencias vencedoras aclarasen sus derechos. Mustafá Kemal pronunció su famosa consigna: ¡Objetivo, el Mediterráneo!
Tras mantener el sitio de Esmirna durante el invierno de 1921, en el verano de 1922 llegó la esperada ofensiva, que arrojó a los griegos al mar. El triunfo de Kemal y el gobierno provisional de Ankara era total, y ahora llegaba el momento de intentar el destronamiento del inútil de Mohamed VI, paso necesario para la creación de la Nueva Turquía. En realidad, el sultán carecía de todo, de soldados, de dinero, de prestigio y su único consuelo era la protección dispensada por los soldados del Imperio Británico. Pero los ingleses, viendo que se quedaban solos, devolvieron los Dardanelos y Estambul al gobierno provisional, y Mohamed VI se exilió a Malta.Un año después, el 29 de octubre de 1923, Mustafá Kemal proclamó la República de Turquía, de la que fue elegido primer presidente. El objetivo del nuevo gobierno estaba claro: hacer de Turquía una nación occidentalizada y liberal. Para ello Mustafá Kemal, ya llamado Atatürk1, no dudó en cometer crueldades, mostrarse autoritario o atacar lo más sagrado, a pesar de lo cual su pueblo le aclamaba y era habitual verle por cabarets y boîtes con grupos de amigos, bebiendo como cosacos, fumando como chimeneas y bailando con alegre dignidad. Gracias a la “vida mundana” de Kemal, se puso de moda la danza en un país musulmán.
Pero las grandes reformas que darían renombre a Atatürk no serían tan amables… En Septiembre de 1925, la Asamblea Nacional turca aprobó por ley el cierre de conventos, escuelas coránicas e instituciones basadas en las leyes islámicas, aboliendo así las cofradías de los derviches y sus extrañas vestimentas. El jefe supremo de los derviches danzantes de Konya acudió a Estambul y acató las órdenes, para lo que se afeitó la barba, se puso sombrero, se vistió a la moda occidental, subió a lo alto de un minarete de Santa Sofía, llamó al pueblo a la oración (“la illaha ilah Al-lah ua Muhammad rassul Al-lahi”2)… y se arrojó al vacío. También se suprimió el velo femenino. Kemal obligó a las mujeres turcas a ir descubiertas, cosa que iba contra toda ley o costumbre anteriormente establecida. Con su sentido del humor, les dijo que “sois demasiado guapas para ir tapadas”.
Menos espectaculares, pero más profundas, fueron las legislaciones laicas. Turquía dejaba de ser estado musulmán y un Código civil inspirado en el suizo de 1907 (Z.G.B.) sustituía a la Sharia, la ley islámica. Entró en vigor un nuevo Código penal basado en el italiano, derogándose la pena de empalamiento. La enseñanza se declaró laica y obligatoria, aboliéndose el ministerio de asuntos religiosos (casi como en Hogwarts) y los tribunales eclesiásticos. Desapareció toda distinción entre creyentes e infieles, la poligamia fue suprimida y las mujeres vieron reconocido su derecho al voto.
II.- El 9 de noviembre de 1929
El interior del palacio de Topkapi, en plena reforma, bastante frío, más parecía la tienda de un anticuario. Aquí y allá cajas de música, ahí una armadura que perteneció al general Cimitarra o quien fuese, cascos de guerra de los jenízaros, un globo terráqueo que, accionando un resorte, se abría un huso y dejaba al descubierto, en medio de una cascada de colores, oro, diamantes, perlas… Unos albañiles, después de hacer saltar en una sección los ladrillos de la pared con una palanca, encontraron, emparedados a lo Edgar Allan Poe y cubiertos de polvo de yeso y cal, unas pieles de gacela. Quizá estarían allí porque, al edificarse una nueva ala del edificio, la pieza en que se guardarían quedó tapiada accidentalmente.
Los extrajeron, antes de volver a colocar la mampostería en su posición original, después de comprobar que no había nada más. Mientras los obreros preparaban el revoque con argamasa y arena y volvían a enlucir la pared, el director del museo, Halil Edhem, el típico ratón de biblioteca, entró en un cuarto iluminado por una solitaria bombilla con pantalla que pendía del techo. Comenzó a limpiar la mayor de las pieles con un pincel de pelo de marta cebellina, y pronto aparecieron unos tonos amarillo, sepia y rojos. Era un mapa antiguo, quizá un portulano. Los dos operarios autores del hallazgo resoplaban de impaciencia.
- No lo cederemos por menos de cien piastras.
-¡Muchachos, os habéis ganado doscientas cada uno!
Cuando se marcharon, el sabio cerró la puerta, lo cual le aseguraba algunas horas de completa soledad. Se colocó bien los lentes y se absorbió en un examen de la piel de gacela, meditación que pronto se convirtió en un susurrante monólogo. Examinó con lupa unas anotaciones en el margen izquierdo del mapa, anotaciones que parecían emborronadas como manchas de tinta. Leyó:
“Los dibujó el humilde Pîri Reis…”
¡Ah, Pîri Reis3, un ilustre marino y almirante de la época de Selim I, a quien la Historia llamaba “Yavuz”, el Inflexible!
Metió las anotaciones en su cartera de mano, y unas horas más tarde saltaba al transbordador del Bósforo, para luego tomar el tren de Ankara. A la mañana siguiente, el “hombre-lobo de Anatolia” estaba afeitándose, cuando le llamó su secretario, anunciando la llegada del director Halil Edhem, que había estado viajando toda la noche.
- ¿De qué asunto se trata?
- ¡Que pase enseguida!
III.- Bajo la bandera verde
Dos años después el hallazgo fue de dominio público gracias al orientalista alemán Paul Kahle, que lo presentó ante el 18º Congreso de Orientalistas y se convirtió en la estrella del evento4. En 1932 publicaciones como el Illustrated London News, divulgaron fotografías del mapa. Y en 1954, un tal profesor Afetinan publicó en Ankara una monografía titulada El mapa más antiguo de América dibujado por Pîri Reis. En el curso de un intercambio cultural, siendo Turquía país destacado del Plan Marshall, dicha monografía llegó a la McNeese State University, en Lake Charles (Louisiana).
Por fin el público americano podía conocer la vida del gran marino turco. Pîri Ibn Hadji Muhammad había nacido, según las fuentes turcas, en Karatay, en la provincia de Konya, hacia 1465, emigrando con su familia a Gallípoli. Era sobrino carnal de Kemal Reis, un corsario turco, y comenzó el aprendizaje de marinero a los doce años, como grumete, a la vez que descubría los secretos del arte de la navegación, se instruía en diversas lenguas además de la suya propia: árabe, latín, español, portugués…
Y llegó 1492, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos y la expulsión de buena parte de los moros peninsulares. Aquellos hombres cultos se vieron obligados a refugiarse en una tierra tan pobre como improductiva, y aunque fueron acogidos fraternalmente por las tribus bereberes, sus miradas se volvían hacia las feraces huertas granadinas que acababan de dejar. Soberbios y belicosos, los miles de musulmanes andalusíes proclamaron la guerra Santa contra el mundo cristiano en general y contra España en particular. Con su ciencia y conocimientos empezaron construyendo galeras para navegar, de poco calado y una sola vela, así que en poco tiempo surgió una nueva flota. Con ella, con los corsarios del Sultán de Constantinopla y con los berberiscos5, el Islam pasó a dominar las tres cuartas partes del antiguo Mare Nostrum.
Poco después, un cristiano renegado nacido en Mitilene (isla de Lesbos), hijo de un alfarero griego y de una musulmana andalusí, que se hacía llamar Harudj, pálido y muy robusto, con la barbilla adornada por una barba del color del fuego, pronto recibió un apodo de ecos legendarios: Barbarroja. Kemal Reis era uno de sus lugartenientes. Como sólo lograban atrapar presas de poca importancia, Barbarroja reunió a la oficialidad y les habló así:
- ¡Por Cheitán, no podemos seguir así! Necesitamos un escondite a la vez que mercado donde vender en las mejores condiciones nuestro botín.
- Por otra parte, conviene que de vez en cuando desaparezcamos del mar –prosiguió Barbarroja-, para así hacer que los cristianos se confíen, creyendo que nos hemos muerto o hundido. Así gozaremos de la ventaja de la sorpresa.
“¿Qué os parece si pactamos con el bey de Túnez? Le ofreceremos nuestra ayuda si le atacan, y además un porcentaje sobre la venta del botín”
Nuevos gruñidos de asentimiento, y Barbarroja puso rumbo a Túnez, se entrevistó con el bey, y llegaron a un acuerdo mediante el pago del 20% del botín. Era el año 1504, y el Papa Julio II (el mismo que encargó a Miguel Ángel decorar la Capilla Sixtina) había decidido enviar unas galeras cargadas de mercancías desde Génova a Civitavecchia. Era una tarea fácil, pues los berberiscos no daban señales de vida y, por otra parte, aunque atacasen por sorpresa, nada podrían contra las poderosas galeras papales. Al menos, eso pensaba el enérgico pontífice cuando confió el mando al capitán Paolo Vittori.
Los barcos partieron y navegaban tranquilamente cuando, a la altura de la isla de Elba, un oficial llamó la atención del capitán.
- Fijaos en aquella nave.
-Ya la estaba observando. Su capitán debe desconocer las reglas más elementales de la navegación, porque ni siquiera sabe acomodarse al viento. ¡Ved!, las velas le deben crujir ruidosamente y parece que no haya nadie al timón.
En efecto, la embarcación desconocida maniobraba de una forma aparentemente irresponsable. Apenas había logrado ponerse al viento, cuando un súbito golpe de timón la colocaba en situación desventajosa.
- No podrán sostenerse mucho tiempo así – murmuró el oficial.
Paolo Vittori no respondió. Lo peor de todo era que, si aquel navío se cruzaba en su camino, la galera tendría que embestirlo y hundirlo como un cascarón de nuez. El griterío y risotadas ante semejante impericia se hicieron ensordecedores. De pronto, la embarcación que les causaba tanta risa pareció erguirse y avanzar contra la galera. Sus líneas eran ahora más esbeltas y su proa amenazadora. Pese a ello, los marinos siguieron con sus burlas. Estaban convencidos que, de producirse el choque, los otros se llevarían la peor parte.
- ¡Voto a bríos! – exclamó el capitán Vittori frunciendo el ceño-. El viento empuja de popa a ese navío contra nosotros.
Así era, pero la supuesta torpeza del otro capitán parecía haberse desvanecido. Ciñéndose al viento, se había convertido en un rápido velero guiado por manos expertas. Seguía su avance, y esquivó por pocos metros el espolón de la galera pontificia. Al deslizarse a lo largo del costado de babor, los marinos pudieron ver que aquella nave estaba llena de hombres con piel atezada, cubiertos por turbantes.
- ¡Los berberiscos!
El grito de alarma sonó demasiado tarde. Los piratas estaban por todas partes, sobre las bordas, en la cubierta, en las vergas… Todos caían sobre los desprevenidos marineros, y se lanzaron al abordaje precedidos por el hombre de la barba roja. Paolo Vittori trató de defender el puente de mando, pero en vano. En un santiamén, los cristianos fueron atados y encerrados en la cala.
- ¡Desnudad a los prisioneros! – bramó Harudj-. Y poneros sus ropas. Vamos a hacer creer a los de la otra galera que estos cobardes han hecho una presa.
Amarrada la nave pirata a sotavento de la galera papal y vestidos los piratas de cristianos, Harudj ordenó desde el puente de mando:
- ¡Que los remeros bajen el ritmo! Hay que dejar que la otra galera se acerque.
Al aproximarse y ver que su compañera remolcaba una nave desconocida, los marineros gritaban entusiasmados creyendo que el capitán Vittori había capturado un barco enemigo, y sólo salieron de su asombro al caer sobre ellos los berberiscos, que les redujeron en unos minutos.
- ¡Y ahora, proa a Túnez! – ordenó Barbarroja.
El ardid le había salido a la perfección. En menos de una hora se había adueñado de dos navíos de guerra cristianos y de un botín considerable. De un tajo arrojó al mar la bandera de los cristianos y al poco rato, sobre el palo mayor, ondeaba la bandera verde, el estandarte del profeta Mahoma, con un versículo del Corán en letras doradas: la contraseña acordada con el bey de Túnez para tener paso franco al puerto.
Kemal Reis estaba solo en su camarote pensando en su porción del botín y en la parte de la galera que le correspondía por derecho de conquista. Su dilecto sobrino Pîri, intérprete a bordo, más reflexivo, llevaba una hora examinando, a la luz de un fanal, un mapa que había encontrado en el zurrón que llevaba uno de los cristianos. Pîri había ordenado que el español no fuese encadenado a los remos, sino puesto en hierros. Ya cerca de la medianoche bajó a la cala donde el marinero permanecía sentado con los tobillos en el cepo. Apestaba, pues orinaba con frecuencia, y para evitar que se le irritase la piel, Pîri le soltó los pantalones hechos casi jirones.
- Estarás mejor con el culo al aire – le dijo en su propio idioma. Le contempló fijamente un rato.
- Rodrigo.
- Rodrigo, ¿qué más?
- Me llaman Rodrigo de España.
Pîri se acarició la perilla. Sabía que los infieles habían descubierto nuevas tierras hacia el Hind y el Sind, y sabía también que un tal Rodrigo era el vigía que por primera vez lanzó el grito de “¡Tierra!” dicho día 12 de octubre de 1492, según el calendario cristiano. Puso el mapa ante los ojos del prisionero.
- ¿Qué es este mapa?
- Es la ruta que siguió nuestro almirante para llegar allá…
- ¡Por Alá! Serás mi esclavo. ¿Deseas trabajar para mí?
Rodrigo de España vaciló unos instantes.
- Te libertaré –dijo Pîri-, cuando te conviertas al Islam
IV.- La leyenda del mapa
A lo largo de su vida, Pîri Reis coleccionó toda clase de mapas y portulanos que caían en sus manos. Los resultados de su afán coleccionista los leemos en una de las notas a la izquierda del mapa:
“VI. Nadie ha estado en posesión de un mapa como éste durante el presente siglo. Las manos de este humilde musulmán7 lo han dibujado y hasta hoy se ha inspirado en unos veinte planisferios y mapamundis (los cuales son cartas marítimas dibujadas en la época de Alejandro Magno, el amo de los dos Cuernos de Caza, que muestran la inhabitada cuarta parte del mundo; los árabes llaman a dichos mapas ja’fariye), de ocho ju’furiyi8 de la misma clase y un mapa árabe del Hind9, y de los mapas recientemente trazados por cuatro portugueses que muestran las tierras del Hind, del Sind y el Tsin10, geométricamente diseñados11, y asimismo de un mapa dibujado por Colombo de las tierras del Oeste.
“Reduciendo dichos mapas a la escala correcta, es a este resultado que he llegado. Por todo ello, este mapa es correcto y de total confianza para los Siete Mares del mismo modo que los mapas de nuestro propio país se consideran correctos y merecedores de toda nuestra confianza por los marinos”.
Era entonces Sultán de Constantinopla Selim I (1512-1520). Mientras Pîri Reis dibujaba sus mapas entre Túnez y Gallípoli, el Sultán quería conocer el alcance de los descubrimientos españoles y portugueses, ya que el imperio otomano no contaba con flota atlántica y sus galeras y jabeques mediterráneos de remeros no eran apropiados para la navegación oceánica. En 1517, Selim I extendió su imperio hasta Egipto y La Meca, reforzando así el dominio de unas tierras que se habían vuelto muy peligrosas desde que tres años antes los portugueses se lanzaran a la conquista de la ciudad sagrada del Islam. Consiguieron penetrar en ella, pero al advertir que eran pocos, se retiraron escalonadamente y arrasaron el puerto de Jedda. Finalmente, llegaron a la isla de Ormuz12 y celebraron tratados con el imperio persa, enemigo acérrimo de los turcos.
La llegada de Vasco de Gama a la India en 1498 había resultado catastrófica para la economía del imperio turco, que así dejó de ser el intermediario en el comercio entre las repúblicas de Génova y Venecia y el lejano Oriente. Selim I quería saber si los españoles podrían alcanzar Asia siguiendo la ruta de Colón, porque ya se sabía que había descubierto un nuevo continente y el Sultán no quería que se le pillase por sorpresa una segunda vez, porque había mantenido guerras contra la república de Venecia y había conquistado la isla de Rodas.
Cuando Pîri Reis llegó a Constantinopla, Selim I había muerto, por lo que regaló sus mapas en 1521 a Solimán I, el Magnífico, quien, impresionado, le colmó de honores y distinciones. Cinco años más tarde publicó el Kitab-i Bahriye, el Libro de los Mares, compendio de las artes de navegación por el Mediterráneo, y que ha resultado muy útil para mejor comprender el mapa, determinando de paso su autenticidad13.
El mismo año, 1954, que en Turquía se publicó una obra divulgativa del mapa según vimos antes, una copia del mismo llegó a manos de Arlington H. Mallery, cartógrafo americano especializado en portulanos medievales. Mallery solicitó la intervención de su colega M. I. Walters, del Instituto Hidrográfico de la US Navy. Ya desde el principio, Walters se quedó asombrado de la exactitud en las proporciones y distancias ente el Antiguo y el Nuevo Mundo, así como en la localización de las Canarias y los Andes.
Los dos hombres estudiaron a fondo el mapa. Dispusieron una rejilla que permitía leer las dimensiones del antiguo mapa sobre un moderno globo terráqueo. Y su sorpresa fue total: no sólo los contornos de la costa americana, sino también los de la Antártica correspondían con toda exactitud a los que hoy conocemos.
Un detalle sorprendente era el extremo de la Tierra del Fuego, que se ensanchaba uniéndose a la Antártica; hoy día este lugar es el terrible Cabo de Hornos. Luego le llegaría el turno a cierto profesor llamado Charles H. Hapgood, que junto con otros investigadores proclamaron al unísono: ¡¡ Los mapas de Pîri Reis se confeccionaron basándose en fotografías aéreas, quizás tomadas desde un satélite o de…!!
¿Fotografía aérea hacía 500 años? ¿Fotografía aérea hacía más de 23 siglos, puesto que Pîri Reis aseguraba que sus mapas estaban trazados en la época de Alejandro Magno? ¿O tal vez anteriores?
En 1957, el padre Daniel Linehan, cartógrafo de la US Navy y ex director del Observatorio Astronómico de Weston, se interesó por los mapas de Pîri Reis. Era con motivo del Año Geofísico Internacional y declaró que eran extraordinariamente precisos, llegando a ofrecer datos que sólo conocemos tras las expediciones antárticas de suecos, británicos y noruegos en 1949 y 1952. Tres años más tarde, el mentado profesor Hapgood peguntó su opinión a las Fuerzas Aéreas, y recibió la siguiente respuesta:
“6 de junio de 1960
Asunto: mapa del almirante Pîri Reis
Profesor Charles H. Hapgood
Keene Collage
Estimado profesor Hapgood:
Su solicitud de evaluación de
ciertas inusuales características del
mapa de Pîri Reis de 1513 por esta organización, ha sido revisada14.
La afirmación de que la parte inferior del mapa representa la costa de la Princesa Marta, de la Tierra de la Reina Maud y la península de Palmer en la Antártica, es muy estimable. Nos parece que es la más lógica y con toda probabilidad, correcta interpretación del mapa.
El detalle geográfico mostrando en la parte inferior del mapa concuerda muy notablemente con los resultados conseguidos en la parte superior de la capa de hielo por la Expedición Antártica Sueco-Británica de 1949.
Esto indica que la costa habría sido cartografiada antes de que fuera cubierta por la capa de hielo. La actual capa de hielo en esta región tiene un espesor de una milla.
No tenemos ni idea de cómo los datos de este mapa se pueden conciliar con el supuesto estado de los conocimientos geográficos en 1513.
Suyo afectísimo,
(fdo.) Teniente coronel Harold Z. Ohlmeyer
Comandante de la USAF”
Y dado que Pîri Reis afirmaba que “las costas e islas de dicho mapa habían sido obtenidas de un mapa de Colón”, los investigadores como Hapgood15 lanzaron las campanas al vuelo, asegurando que se habían encontrado las pruebas de la existencia de una civilización desconocida anterior a la época glacial y muy adelantada técnicamente. Ivan Terrance Sanderson, fundador de la SITU (Society for the Investigation of The Unexplained), reprodujo estas conclusiones en un artículo titulado Now Meet the Nonterrestrialy publicado en una revista de fantaciencia que combinaba otros contenidos divulgativos16. Gracias a sus suscriptores, la revista llegó a Francia, y Pauwels y Bergier no dudaron en incluir la historia en la “biblia del realismo fantástico” que estaban terminando de escribir:
“A mediados del siglo XIX (sic) un oficial de marina, turco, Piri Reis, regala a la ‘Library of Congress’ un paquete de mapas que ha descubierto en el Oriente. Los más recientes datan del tiempo de Cristóbal Colón; los más antiguos, del siglo I después de Jesucristo, y los unos son copia de los otros. En 1952, , gran especialista en cartografía, estudia estos documentos. Y advierte que todo lo que existe en el Mediterráneo, por ejemplo, ha sido consignado, pero no está en su sitio. ¿Pensarían aquellas gentes que la tierra es plana? La explicación no es suficiente. ¿Trazaron su mapa por proyección, teniendo en cuenta que la Tierra es redonda? Imposible: la geometría proyectiva data de Monge. Mallery confía a continuación el estudio a Walters, cartógrafo oficial, el cual traslada estos mapas a un globo moderno del mundo: son exactos, comprendidas las Américas y el Atlántico. En 1955, Mallery y Walters someten su trabajo al comité del año geofísico. El comité confía el informe al padre jesuita Daniel Linehan, director del observatorio de Weston y responsable de la cartografía de la Marina americana. El padre comprueba que el relieve de la América del Norte, el emplazamiento de los lagos y montañas del Canadá, el trazado de las costas del extremo norte del continente y el relieve de la Antártida (cubierta por los hielos y a duras penas revelada por nuestros instrumentos de medición) son correctos. ¿Serán copias de mapas todavía más antiguos? ¿Habrán sido trazados partiendo de observaciones hechas a bordo de una nave volante o espacial? ¿O serán notas tomadas por visitantes venidos de Fuera?”17
Ahí es nada, no sólo se sugiere el origen de los mapas en una civilización desconocida, sino que se apunta al origen interplanetario. Sin abandonar el escenario europeo, Robert Charroux la incluyó en 1963 en una de sus obras sobre astroarqueología18, y en España llegó de la mano de Antonio Ribera, que hizo un hueco al misterioso mapa en su obra monumental sobre los platillos volantes19, y de Eugenio Danyans20. También se enteró por el mismo medio un explorador polar, el francés Paul Ëmile Victor, hijo de padre francés y madre esquimal, que no dudó en mencionar el asunto como verídico en su obra cumbre sobre los polos21, citando, en la lista de exploradores de la Antártida, la existencia de dicha desconocida civilización.
El testimonio de un explorador polar tan prestigioso, rotundamente favorable, acabó de consolidar el misterio.
V.- Alejandro Magno y Drácula
En el invierno de 1986, uno de nosotros (Orozco) trabajaba de botones en un hotel de la Costa Blanca, acogido al programa de vacaciones para la tercera edad. Aquella noche había terminado su jornada y el botones observó que uno de los ancianos, sentado ante un tablero de ajedrez, le llamaba, preguntándole si sabía jugar. Sabía, y el anciano lo aceptó de contrincante. Rompiendo la regla de la concentración, se presentaron y charlaron de sus cosas. Fue así como supo que estaba ante el jubilado profesor Mustafá Töpaglou, turco de raíces búlgaras, residente en Málaga y ex catedrático de lengua persa en la facultad de Dars al Ulum, en la Universidad de El Cairo. Dada su nacionalidad, a Orozco se le ocurrió preguntar sobre el mapa de Pîri Reis: ¿qué hay de esas teorías que suponen que es un mapa trazado bajo las directrices de una antigua civilización que dominaba el vuelo espacial? Mustafá Töpaglou se rió a carcajadas, faltando a las reglas sociales.
- ¡Eso no es más que una americanada!
- ¿De veras?
- Cierto; algo que se inventaron allá y que han acabado por creérselo todos. No tiene la menor justificación.
- ¿Qué sabe usted del mapa?
Su interlocutor aseguró que la idea de fotografías de la Tierra tomadas por antiguos astronautas o incluso extraterrestres era prácticamente desconocida en Turquía. Pero se hablaba de mapas de la época de Alejandro Magno, el “Señor del Cuerno de Oro…”
El profesor guiñó un ojo y se lo aclaró: en realidad este Alejandro Magno no era el invencible conquistador macedonio, sino un rebelde epirota llamado igual, Iskander Bey.
¡Hábleme del tal Iskander Bey o Alejandro Magno!
La historia se remonta a 1389, cuando tuvo lugar la sangrienta batalla de Kosovo entre servios y turcos, con victoria de éstos. Pero en la noche siguiente al combate, el Sultán Murad I recorría el campo de batalla, cubierto de cadáveres, asombrado por la degollina servia. Uno de los caídos, no obstante, tuvo fuerzas para incorporarse y herirle de muerte con su puñal. El sultán murió poco después, abatido por haberse visto obligado a ejecutar a Lázaro, el rey de los servios. La muerte de ambos monarcas paralizó por un tiempo a ambas naciones.
El sucesor de Murad, Bayaceto I, abandonó los proyectos de expansión por Europa ante un nuevo enemigo, el khan mongol Tamerlán, que le derrotó en 1402 y, según se dice, el derrotado sultán murió encerrado por el vencedor en una jaula de hierro. Entonces se desencadenó una guerra civil entre los hijos de Bayaceto por el trono de la Sublime Puerta, y al fin se impuso uno de ellos, Mohamed I, que recuperó los territorios de su padre y sentó las bases del futuro engrandecimiento del imperio otomano. Le sucedió en 1421 su hijo Murad II, con sólo dieciocho años. Irritado por el auxilio del emperador bizantino a su tío y uno de sus hermanos, Murad II puso el primer sitio a Constantinopla. Pero los turcos hubieron de retirarse, y los clérigos ortodoxos lo atribuyeron a la aparición de una Virgen María, vestida de violeta y rodeada de una aureola luminosa, en la brecha de las murallas.
Tal vez la realidad fue muy distinta. Murad II no quería atraer sobre sí las iras de la Cristiandad con la toma de Constantinopla. Además, los pueblos balcánicos le habían dado tres huevos enemigos: el húngaro Janos Hunyadi, gobernador de Valaquia, el rumano Drácula, déspota de Transilvania, y el legendario Iskander Bey, príncipe del Epiro. Los tres pusieron en peligro la permanencia de los turcos en Europa, los tres fueron capitanes de fortuna, verdaderos caballeros andantes cuyas hazañas todavía se cantan en los Balcanes22.
El nombre de Iskander Bey es el más legendario de los tres, a pesar de que el Drácula histórico haya cobrado fama universal gracias a Bram Stoker. Al igual que el rumano, de joven había sido enviado como rehén, con sus hermanos, a la corte de Murad II en Andrinópolis. Convertido al islamismo, se convirtió en favorito del Sultán, que le halagaba llamándole el segundo Alejandro Magno, o Iskander Bey, que es como se denomina al macedonio en el Corán. De aquí procede también su principal apodo, Skanderbeg, del albanés Skënderbeu.
Aprovechando una oportunidad favorable, Iskander Bey escapó de la corte turca, no sin antes arrancar a la fuerza una orden del gran visir para que le entregasen las llaves de la capital del Epiro, Jannina, y allá escapó. De nuevo en su patria, Iskander Bey recuperó su auténtico nombre, Giorgi Kastriota, reunió a todos los caudillos montañeses del Epiro y Albania, y durante treinta años derrotaron, uno tras otro, a todos los ejércitos turcos enviados para someterles. Esto sucedía hacia 1465, el año comúnmente atribuido al mapa de Toscanelli, y quizá también a los mapas árabes mencionados por Pîri Reis. Detenidos los turcos en el Oeste por Hunyadi e Iskander Bey, en el Este lo fueron por Vlad Tepes, el archifamoso caudillo transilvano. No se conoce la fecha exacta de su nacimiento, pero se sabe que su padre Vlad II, príncipe de Transilvania, lo entregó de rehén al Sultán junto con su hermano Radu.
Devuelto a su padre, reinó por primera vez en Valaquia, en 1448, pero fue depuesto el mismo año. Recuperó el trono en 1456, y entonces se forjó la leyenda de el Empalador, gracias a su crueldad y en especial a su suplicio favorito, el empalamiento. Era particularmente cruel con los turcos, y rabioso por las vejaciones recibidas de Murad II y sus cortesanos, ordenaba que las estacas para los prisioneros turcos tuvieran la punta redondeada y “lubricada”, con aceite, para así penetrar más lentamente y prolongar indefinidamente la agonía.
Resonaba por todo el Danubio del Este el grito de guerra de Vlad y sus huestes, Da pe maorte! (“¡Da hasta la muerte!”). Y reconquistado el Danubio, al caer la ciudad de Giurgiu en su poder, Drácula se jactó ante su primo, el rey Matías I de Hungría, de haber matado a más de 23000 hombres, llenando de terror a la población civil turca.
Mucho se ha escrito sobre Drácula y su terrible carácter, veamos una de las numerosas anécdotas que se contaban, de fuente rusa:
El Sultán comenzó una guerra contra Drácula reuniendo un poderoso ejército, éste convocó a sus hombres y una noche atacó y mató a muchos turcos, pero con tan pocos guerreros se vio finalmente rechazado. Al retirarse, revistó a los suyos uno por uno para ver qué clase de heridas tenían: si tenía la herida en el pecho o en la cara, lo honraba, le colmaba de regalos, lo convertía en boyardo… pero si tenía la herida en la espalda o en el trasero, mandaba que los empalaran por cobardes. Y cuando volvió a atacar a los turcos, dijo a los suyos:
- El que tema a la muerte, que no se venga conmigo, que se quede aquí.
Esta etapa de su gobierno terminó en 1462, al ser derrotado y verse obligado a refugiarse en la corte del rey de Hungría. En 1476 subió por última vez al trono de Valaquia: vencido a los pocos días, fue apresado por los turcos y decapitado.
VI.- ¿Se trata de la costa antártica?
¿Qué explicación se puede dar a las líneas costeras que aparecen como prolongación del extremo de la América del Sur? Si miramos un mapa antártico, notamos una semejanza entre las líneas costeras de las penínsulas de Graham y Palmer, las cuales parecen pugnar por aferrarse al extremo sur americano… pero que efectivamente se unen en el mapa del marino turco. ¿Quiso realmente Pîri Reis representar dicha costa? La partida había terminado en tablas y siguieron hablando. Mustafá Töpaglou aseguró que los textos del mapa no aclaran nada porque están incompletos. He aquí lo que s ha conservado:
“XII (…) en esta orilla abundan los atunes… es sin embargo… hay oro en este clima… tomando una cuerda… se dice que medirían…”
Nos quedamos sin saberlo. Pues no, el profesor recomendó la lectura del Kitab-i Bahriye, edición de 1521-152523. En uno de sus últimos capítulos, podemos leer la descripción de las heladas aguas del sur:
“… No vale la pena recorrer este mar, que no es sino mar libre, sin islas, ni tierras, ni costas, ni fondeaderos, nada más que el mar infinito. Cuneta un infiel portugués que en este lugar la noche y el día son, en su extensión más corta, de dos horas, y en la más larga, de 22 horas… pero el día es muy caluroso y por la noche el rocío lo cubre todo…”24
Vemos que nada de Terra Australis Incognita, sino un mar perpetuamente abierto a los navegantes, y nada más. Pero ya el luso Bartolomeu Días, en Septiembre de 1487 y con ocasión de su primer viaje, había ido muchos más abajo del río Congo, hasta el paralelo 29º, y ancló en una ensenada que denominó Das Voltas, por los rodeos que se vio obligado a dar para hallarla. Siguieron su ruta, y arribaron a los 42º 54’ de Latitud Sur. Días torció hacia el norte, alcanzando la Praia dos Vaqueiros y sin saber que estaba a 40 leguas al Este del Cabo de Buena Esperanza, pues lo había doblado sin darse cuenta; del mismo modo que Colón nunca supo que había descubierto un nuevo continente. Bautizó al gran cabo “ignorado durante tantos siglos” como Cabo das Tormentas, en recuerdo de las penalidades sufridas antes de doblarlo. Se hicieron de nuevo a la mar y llegaron a Sáo Braz (hoy Mossel’s Bay), y remontaron la costa hasta un lugar donde alzaron un padráo25. Aquí, lo marineros, espantados por los peligros afrontados y agotados por la escasez de víveres, se plantaron y declararon que no querían proseguir. Días y sus oficiales celebraron consejo y optaron por remontar tres días más hacia el Nordeste26, subiendo durante 100 kilómetros hasta una ría que bautizaron como Río Infante en honor a don Enrique el Navegante.
La marinería se negó a ir más allá, y Días, con gran dolor de su alma ordenó el regreso a Europa, y en Diciembre de 1488 enfilaban el estuario del Tajo. El rey Juan II de Portugal, con una intuición propia de los hombres geniales, cambió el nombre por el Cabo de Boa Esperanza, pues para él el camino de las Indias estaba ya prácticamente abierto. Pero hubo que esperar diez años, hasta 1497, a que Vasco de Gama los culminase. Es lícito, pues, suponer que si por esos azares del destino Bartolomeu Dias hubiese en 1487 completado su viaje llegando a las costas de Malabar y Coromandel, habría retrasado por algunos siglos el descubrimiento de América.
En el siglo XV, el objetivo de los navegantes españoles, portugueses e ingleses era el de establecer comunicaciones más fáciles con las costas de Asia. La ruta terrestre a las Indias, al Cathay y al Cipango, comarcas ya conocidas por los relatos de Marco Polo desde 1270 a 1292, era un camino que atravesaba el imperio otomano, el imperio persa y la Mongolia, muy largo y peligroso.
Los navegantes, por tanto, se afanaban en buscar la ruta más corta hacia las Indias, y dicha ruta era la de África. Muy temerosos, no se atrevían a aventurarse en mares desconocidos; preferían seguir prudentemente el cabotaje a lo largo de la costa africana, sin osar perderla de vista. Así, pues, de haber sido afortunado el viaje de Días, los marinos hubieran ido al País de las Especias por esta vía y ninguno se hubiera acordado del Atlántico. No había más que ver las carabelas de Vasco de Gama a su regreso de Calicut, con las calas abarrotadas de quintales y más quintales de jengibre, canela, pimienta y clavo de las Molucas: ¿a quién se le hubiera ocurrido lo de buscar el Oriente yendo hacia el Occidente?
Pero volvamos a 1492. Para entonces ya se había demostrado de modo concluyente la esfericidad terrestre. Durante una de las discusiones que Colón mantuvo con los tripulantes encabezados por maese Juan de la Cosa, el propietario de la Santa María, éste adujo la Biblia como prueba de que la Tierra era plana: ni Moisés, ni David, ni los profetas ni los apóstoles decían nada sobre la redondez de la Tierra. Y bastaba fijarse en algo: ¿cómo hubiera sido posible el Diluvio Universal, si la Tierra no fuera plana? Porque de ser curva, toda el agua se habría salido de ella. Colón expuso sus razones, basadas en las observaciones de Aristóteles: la sombra que la Tierra proyectaba sobre la Luna durante los eclipses era redonda.
Conmoción. Furia contenida de la mayoría. Maese de la Cosa no sabía qué replicar y miraba con sincera pena al Almirante. Al fin habló. Admitía, sí, que una esfera podía ser tan grande que diera la impresión de ser plana a quienes vivieran sobre ella, pero a medida que uno se alejase de la parte superior tendría necesariamente que llegar a una pendiente que cada vez se haría más pronunciada hasta llegar a ser completamente vertical, un inmenso abismo. Por ello, ¿cómo podría el agua sostenerse sobre la Tierra? Colón se lanzó cual ave de rapiña sobre lo de la verticalidad:
- Ahora navegamos hacia abajo –respondió.
Silencio, hasta que los marineros se dieron cuenta de lo que acababa de decir el Almirante. Estalló el griterío. Movimientos violentos, y algunos corrieron a las bordas para ver si era cierto, otros echaron mano a las armas. Maese Juan de la Cosa, muy pálido, logró dominarse y preguntó: ¿Y cómo navegaremos hacia arriba cuando sea necesario? Todos comprendieron la pregunta. Si la Tierra era redonda y navegaban hacia abajo, no habría fuerza humana que impeliese a las carabelas a navegar hacia arriba. Esta idea dejó petrificada a la tripulación. Pero sobre el espanto general flotó la sonrisa del Almirante, burlona y victoriosa, pero que a todos parecía la de un demonio.
- Ahora también navegamos hacia arriba – replicó gentilmente a maese de la Cosa. Y continuó explicándole su hipótesis: si la Tierra es redonda, no existe en ella arriba ni abajo en ningún punto de la misma, excepto de la superficie al interior. Pero maese Juan de la Cosa miró consternado a Colón, a su carabela, a todos.
- ¿Es que hay algo imposible para Dios Todopoderoso? – tronó enérgico el Almirante-. ¿Es que el Creador que ha puesto las esferas en movimiento, el Sol, la Luna, los planetas, para que den luz y dividan el día de la noche, no va a poder mantener la Tierra flotando en el espacio? Sólo Él sabe cómo, pero así es.
Juan de la Cosa levantó el índice y el pulgar para persignarse, al oír el santo nombre de Dios, y la tripulación siguió su ejemplo…
VII.- Un hombre llamado Colón
De la forma expuesta razonaban los sabios y eruditos medievales, como Toscanelli. Hemos mencionado los viajes de Marco Polo, que en el siglo XIII llegó a ser mandarín en China y descubrió el Cipango (o Japón). Con sus viajes, recogidos en el Libro de las maravillas del mundo27, Marco Polo confirmó el error cometido por Ptolomeo en la época clásica. El geógrafo alejandrino alargaba los límites de las tierras de Oriente, de manera que el ignoto Pacífico quedaba absorbido y el litoral de Cathay y Cipango avistaba frente por frente las costas occidentales de Europa. ¿En qué se basó semejante error?
Todo comenzó con Eratóstenes28, bibliotecario de Alejandría. Afamado matemático, se le conoce más como astrónomo por haber calculado, con mucha precisión, el meridiano terrestre, casi veinte siglos antes que Magallanes y Elcano dieran la vuelta al mundo para demostrar en la práctica la esfericidad de la Tierra. Veámoslo:
Comprobó Eratóstenes que en la ciudad de Syena (hoy Assuan), al Sur de Egipto, el Sol llegaba, el mediodía del solsticio de verano (21 de junio), a reflejarse en el agua de un profundo pozo. Esto quería decir que aquel día el Sol pasaba por el cenit de Syena, la cual, por consiguiente, se encontraba sobre el Trópico de Cáncer. Al siguiente solsticio de verano, Eratóstenes midió la inclinación de los rayos solares en Alejandría, al llegar a su mínimum de longitud la sombra que proyectaba una columna al mediodía, obteniendo 7,2 º = 7º 12’.
De ello dedujo Eratóstenes que, de ser plana la Tierra, los rayos solares llegarían paralelos y no habría diferencias entre las sombras proyectadas por los objetos a la misma hora del día. Por lo tanto, la Tierra era redonda. En la Biblioteca encontró un informe de unos comerciantes que venían con caravanas de dromedarios, los cuales aseguraban que la distancia entre Alejandría y Syena era de 4.300 estadios29. El cálculo se presentaba fácil, una sencilla regla de tres: dado que Alejandría y Syena se hallan en el mismo meridiano y separadas por 4.300 estadios, distancia a la que corresponden 7º 12’, ¿cuánto correspondería a la circunferencia completa, 360º? Pues 360º x 4.300 / 7º 12’ = 212.235 estadios, o sea, 40.000 kilómetros, la verdadera medida de la circunferencia terrestre. Pasó el tiempo, y en la época de Julio César, hacia el 80 a. J.C., vivía un filósofo llamado Posidonio de Apamea, partidario de Pompeyo, enemigo del ilustre soldado y dictador romano. Un día, este Posidonio quiso comprobar los cálculos de Eratóstenes de Cirene: suponía que Rodas y Alejandría estaban en el mismo meridiano; entonces tomó como punto de referencia una estrella del hemisferio austral, Canopus, que desde Rodas se veía muy baja, pegada al horizonte.
Posidonio utilizó el sistema de Tales de Mileto para hallar la distancia de un barco a la costa, valiéndose de figuras semejantes. En Alejandría comprobó que Canopus estaba a 7, 5º, es decir, 7 grados y 30 minutos, sobre el horizonte: el mismo ángulo que formarían dos radios unidos en el centro de la Tierra y pasando por Rodas y Alejandría. Como 7º 30’ es la circunferencia (360º) dividida por 48, y entre Rodas y Alejandría hay 5.000 estadios de distancia, la circunferencia terrestre sería 5.000 estadios x 48 = 240.000 estadios. Tomando el valor de esta medida en la época de Posidonio, el cálculo resulta bastante exacto, ligeramente superior al de Eratóstenes.
Transcurrió una generación, y el gran geógrafo Estrabón escribió que Posidonio creía que la distancia entre Rodas y Alejandría era de 3.750 estadios; haciendo el cálculo de nuevo, 3.750 estadios x 48 = 180.000 estadios = 29.000 kilómetros30. Esta medida fue la que Claudio Ptolomeo aceptó en el siglo II de nuestra era, y él fue el fundador de la teoría del geocentrismo: el Sol gira alrededor de la Tierra, eso lo ve cualquiera…Su obra, publicada en árabe como Almagesto, volvió al latín durante el Renacimiento, tomando de ahí Toscanelli las medidas del esferoide terrestre. Mientras Iskander Bey guerreaba contra el Turco, arrojándole al Danubio, Toscanelli comunicó los datos del Almagesto a Colón, quien calculó que un viaje de unos 9.000 kilómetros le bastaría para avistar las costas de Cathay y Cipango. Si hubiera sabido la verdadera distancia entre Europa y Asia, 20.000 kilómetros, quizá no se hubiera arriesgado a semejante expedición. Colón averiguó entonces que Toscanelli había entregado al rey Alfonso V de Portugal una memoria acerca de la posibilidad de llegar a las Indias por el camino del Oeste. El rey consultó con Colón, el cual apoyó fervientemente las opiniones del geógrafo florentino. Desgraciadamente, el monarca portugués estaba enfrascado en sus guerras con Castilla para apoyar los derechos de su esposa, la princesa Juana conocida como la Beltraneja, y no pudo atender el ambicioso proyecto.
Su sucesor, Juan II, aceptó entusiasmado el plan conjunto de Colón y Toscanelli. Pero obrando de mala fe, trató de robarles sus ideas, y sin avisarles, hizo partir una carabela del estuario del Tajo para intentar la gran empresa de alcanzar la China a través del Atlántico. Juan II no contó, sin embargo, con la inexperiencia de sus pilotos y timoneles, ni con la tempestad que envolvió a su carabela, y algunos días después de la partida, la galerna devolvía a Lisboa a sus marinos… Furioso Colón contra la doblez del rey, y habiendo enviudado de su mujer Felipa Muñiz Perestrello, se fue a España con su hijo Diego a finales de 1484. En su biografía, Washington Irving lo describe como “un hombre alto, robusto y de noble presencia; tenía la cara alargada, la nariz aguileña, los pómulos salientes, los ojos claros y ardientes, la tez viva y salpicada de algunas pecas. Era un cristiano de profundas convicciones que llenaba con una fe sincera los deberes de la religión católica”. Colón partió a Génova y de allí a Venecia, donde sus proyectos transoceánicos fueron bastante mal acogidos, y regresó a España en 1485. Estaba sin recursos, sin dinero. Viajaba a pie, llevando sobre los hombros a Diego, ahora de diez años de edad. Tras este período de su vida, la Historia le sigue ya paso a paso, sin perderle de vista, y nos son conocidos hasta los menores incidentes de su existencia.
Estaba Cristóbal Colón desprovisto de todo. Muerto de hambre, hallándose a diez kilómetros de Palos de Moguer, llamó a la puerta de un convento franciscano dedicado a Santa María de la Rábida y pidió limosna de un poco de pan y agua para su hijo y para él. El hermano guardián del convento, fray Juan Pérez de Marchena, les concedió hospitalidad y se quedó admirado de lo atrevido de sus ideas, ya que Colón le explicó sus aspiraciones. Fray Juan Pérez todavía hizo más: le dio una carta de recomendación para el confesor de la reina de Castilla. Dicho confesor era el prior del monasterio del Prado, y gozaba de toda la confianza de Fernando I e Isabel I, pero no comprendió el proyecto del gran navegante y no le sirvió de nada ante sus majestades. Colón se resignó de nuevo a esperar, y acabó por lograr la protección del arzobispo de Toledo, don Pedro González de Mendoza, gracias a quien fue recibido por los Reyes Católicos.
Pero si Colón pensaba que llegaba al final de tantos reveses, pues Isabel y Fernando acogieron favorablemente su proyecto, que sometieron al dictamen de un consejo de sabios, prelados y religioso reunido en un convento de dominicos en Salamanca, se equivocaba. Todos los miembros del consejo estuvieron contra él. Porque sus ideas tocaban las cuestiones religiosas, tan presentes en el siglo XV. Los padres de la Iglesia habían siempre negado la forma esférica de la Tierra, y ya que ésta no era redonda, un viaje de circunnavegación, el “buscar el Oriente por el Occidente y pasar por la ruta del Oeste a la isla donde se produces las especias” estaba en contradicción con los textos de la Biblia, revelados por Dios, y por lógica no podía emprenderse.
- Además –decía un teólogo-, si se descendiese al otro hemisferio, ¿cómo se podría volver a subir hacia el norte?
Colón respondió de la misma forma que unos años después haría a Juan de la Cosa, según hemos descrito: en la esfera no hay arriba ni abajo, pues es una forma perfecta… y con esto se vio acusado de herejía. Apeló entonces a toda su elocuencia y habló de hechos que demostraban la proximidad de las costas asiáticas. Como cierta carabela portuguesa, que a dos mil millas del cabo de Sáo Vicente, en la punta del Algarve, encontró un pedazo de madera con tallas artísticas que sólo podía venir de un continente no muy lejano.
Cerca de Madeira, los pescadores sacaron del agua largos bambúes, parecidos a los de la India descritos por Marco Polo, y los habitantes de las Azores a menudo encontraban en sus playas pinos gigantescos de una especie desconocida. Un día recogieron dos cadáveres humanos: “cadáveres de ancha faz”, dice el cronista Herrera, “que no se parecían en nada a los cristianos”31.
A esto objetó uno de los prelados que, dado el carácter fabuloso de lo que se contaba de las antípodas, nada en concreto se sabía de ellas. Una diferencia tan insignificante como tener el rostro ancho no demostraba nada, porque se decía que en los confines del mundo había sátiros y arimaspos o cíclopes, que más allá de la Arabia vivían los monópodos, seres de una sola pierna y que andaban a saltos, y amazonas y hombres sin cabeza con la cara en el estómago. Con ello, lo único que se demostraba era que, cuanto más lejos se hallaba un pueblo del mundo cristiano, menos se parecía a los hombres hechos a imagen y semejanza de Dios… Finalmente, si bien Colón logró librarse de la mala disposición del consejo, el proyecto quedó aplazado.
Pasaron algunos años. Colón envió a su hermano Bartolomé a la corte del rey Enrique VII de Inglaterra, pero éste ni se molestó en recibirle. Colón, entonces, intentó en vano ser recibido por Fernando I, al estar el rey ocupado en la guerra contra los moros granadinos. No aceptó escucharle hasta el año 1492. Por fin. Esta vez, el proyecto se examinó cuidadosamente. El rey consintió en intentar la empresa, pero, como es propio de almas endurecidas, Colón quiso imponer sus condiciones. El monarca las rechazó: este aventurero, del cual nadie sabe nada, me exige, como recompensa de sus servicios, el título de Gran Almirante del Mar Océano y una parte del botín que se conquiste. Por eso lo rechazó. El título de Gran Almirante era de los más preciados de la corte, y quienes lo habían detentado pertenecían a la mayor alcurnia. Dicha concesión sería un insulto para los nobles, siempre levantiscos y prestos a empuñar sus espadas. En resumen, Fernando el Católico dudaba, dudaba… Si daba a Colón lo que pedía, humillaba a la nobleza, al anteponerle a un desconocido que, además, se negaba a explicar a los sabios que le interrogaban por qué estaba tan seguro de hallar las nuevas tierras.
VIII.- El viaje de un tal Scolvus
En aquellos días, prosiguió Mustafá Töpaglou, regresaba de Roma el más rico e influyente armador de Palos, Martín Pinzón. Había ido a ver al Papa para informarse. En la Biblioteca Vaticana había visto mapas que le animaron, y retornaba dispuesto a preparar una expedición por cuenta propia. Lo que vería Pinzón en los mapas vaticanos sería tal vez la isla Antilia y otras, aún más misteriosas. El historiador portugués De Cortesáo nos habla del mapa de Andrea Bianco, de 144832, donde aparece, al Oeste de África, una isla denominada Ixola Otinticha33. Esta isla tiene la misma forma y situación que la punta nordeste del Brasil. En 1894, en la Royal Geographical Society londinense, el lecturer de la Universidad de Cambridge, H. Yule Oldham, identificó la Ixola Otinticha con la costa brasileña. Para ello se basaba en la crónica de Antonio Galváo, que decía:
“En 1447 Nuno Tristáo regresaba en una carabela, pasando Costa Verde y Río Grande, y alcanzó otro (río) a los 20º de latitud norte, donde (los nativos) le mataron a él con dieciocho portugueses. Y el barco regresó bien con cuatro o cinco supervivientes. Se dice además que a una carabela portuguesa que cruzó el estrecho de Gibraltar la atrapó una tempestad que la llevó mucho más al oeste de lo que deseaba, y llegó a una isla donde había siete ciudades cuyos habitantes hablaban nuestra lengua y preguntaban si los moros aún dominaban la Hispania, de donde huyeron tras la derrota de don Rodrigo(…) Trajeron mucho oro, y al saberlo el Infante don Pedro, ordenó que todo se pusiera en conocimiento de la Casa Real. Algunos pretenden que estas islas colonizadas por los portugueses serían las Antillas y Nueva España…”
Ahora, comparémoslo con lo que dice el texto del mapa de Pîri Reis: “VIII. De camino hacia el reino del Hind, una carabela portuguesa encontró vientos contrarios (soplando) desde aquellas tierras. El viento de la orilla (ilegible) azotó (a la carabela). Después de ser llevada por la tormenta en dirección al sur, encontraron la orilla opuesta, por lo que avanzaron hacia ella (ilegible). Observaron que estas tierras eran buenos fondeaderos. Anclaron y fueron hacia la orilla en botes de remos. Vieron a los nativos, todos desnudos. Pero ocurrió algo. Nos lanzaron flechas, con puntas hechas con espinas de pescado. La carabela exploró las tierras y escribió acerca de ellas que (…).
Dicha carabela, sin haber alcanzado el Hind, regresó a Portugal, donde informó al llega… Describió estas tierras en el año… Ellos las descubrieron…”
Pese a las lagunas, ambas historias se parecen. Colón comunicaría, pues, a Pinzón su genial idea de ir por la ruta occidental, menos expuesta que la oriental, y el armador de Palos de Moguer comprendería y aceptaría de plano. De otro modo, no se entendería la sumisión material y moral de un rico armador a un advenedizo. Pinzón y los suyos acabaron siendo enemigos de Colón y sus hermanos, pero antes de la travesía, y aún durante ésta, le reconocieron como a su superior. Y al llegar aquí, nos preguntamos: ¿Qué era lo que Colón conocía de los secretos del Mar Tenebroso que le daba aquella extraordinaria seguridad para imponerse? ¿Habría logrado relacionar la posición de la Vinlandia descubierta por los vikingos al Sur de Groenlandia con las tierras que esperaba descubrir en el Océano? ¿Fiaba solamente en los cálculos de Toscanelli? ¿O descubriría algo entre los papeles de Perestrello o de algún navegante, la confirmación de que existía tierra más allá? Ya en el siglo XVI surgió la leyenda del Prenauta o piloto anónimo, según algunos español, que, arrastrado por el temporal, habría llegado a América y a su regreso moriría de agotamiento en Porto Santo, isla cercana a Madeira, en casa de Colón, legándole su secreto34. Aquí, el profesor Töpaglou volvió a tomar el hilo de su narración. Ante la negativa de Fernando I a aceptar sus condiciones, el despechado Colón iba a marcharse para siempre de Castilla, cuando Isabel I le llamó a su presencia.
Parece que Cristóbal Colón, en este momento, comunicó en privado a la soberana lo que en realidad sabía, aquello que no había querido revelar a los sabios del consejo. Fernando no era hombre que se conformase con sueños y vaguedades, y ante la resistencia que ya duraba siete años, ante la confianza que Isabel ponía en él, el aventurero cedió y ofreció su secreto. ¿Y cuál podría ser?
Acaso lo que nos recuerda De Cortesáo, que existen dos lugares donde las corrientes marinas son favorable para alcanzar el continente americano: el Atlántico Norte, a la altura de Islandia, y el centro del Atlántico, hacia los 20º de latitud norte. Veinte años antes, en 1472, una expedición de marinos portugueses y daneses, auspiciada por Alfonso V de Portugal, receptor de las cartas de Toscanelli, y Christian I de Dinamarca (y de Escandinavia, pues por un tiempo logró unificar los tres reinos nórdicos), desembarcó en Terranova. Habían seguido la vieja ruta de los vikingos hasta llegar a los grandes bancos de bacalao frente a las costas canadienses. La Historia ha conservado los nombres de los comandantes de la expedición: Joáo Vaz de Corte Real, hidalgo de las Azores, y el danés o noruego Jon Skolp, o Johannes Scolvus. En la historiografía alemana, se añaden los nombres de Didrik Pining y Hans Pothorst. ¿Scolvus = Colombo = Colón? ¿Sería ésta la expedición colombina anterior a la entrevista con los Reyes Católicos?
Así lo creen autores como el peruano Luis Ulloa35. Los historiadores escandinavos36 resaltan el hecho de que el rey Erik VII de Dinamarca (y XIII de Suecia) estaba casado con una prima del Infante don Enrique el Navegante. De esta manera, ambas potencias empezaron a colaborar. Tras la muerte de don Enrique, los dos monarcas citados, Alfonso V y Christian I, continuaron sus proyectos de expansión náutica: buscar una ruta por el Atlántico Norte hacia las costas asiáticas. Pero lo más curioso, como cuenta De Cortesáo, es que los documentos relativos a esta afortunada expedición desaparecieron de los archivos de la corte portuguesa en fecha indeterminada37.
Debido a tal desaparición, nada se supo de este viaje hasta 1909, cuando el Dr. Louis Bobet encontró una carta de Carsten Grip, burgomaestre de Kiel, al rey Christian III de Dinamarca, en la cual explicaba que la expedición de Corte Real-Scolvus se llevó a cabo por petición de Alfonso V de Portugal. La nacionalidad del tal Skolp o Scolvus parece tan dudosa como la del propio Colón: de cualquiera de los reinos escandinavos, o bien polaco, ruso… Las fuentes escandinavas informan de un viaje posterior de Skolp hacia Groenlandia vía Islandia, iniciado a finales de 1476, y algunos especulan que entre la tripulación estaría Cristóbal Colón… Hoy se sabe que algunos de los partícipes fueron recompensados con importantes cargos: Corte Real fue gobernador de las Azores entre 1474 y 1496, mientras que Didrik Pining fue nombrado por el monarca danés virrey de Islandia en 1478.
¿Y qué sucedió con Skolp-Scolvus? La Historia no volvió a mencionarle, ni era necesario, ya que Colón llegó el 12 de Octubre de 1492 a la isla de Guanahaní, certificando así el descubrimiento de América. Gaspar de Corte Real, uno de los hijos de Joáo Vaz, hizo otro periplo en 1500 y 1501, siguiendo la ruta de su padre, y llegó a la península de Labrador. Llegados aquí, cuando uno de nosotros (Montejo) procuró ampliar las fuentes disponibles, comprobó que los archivos de Charles H. Hapgood (fallecido en 1982) fueron depositados en la Yale University Library, y con la grata sorpresa de que su epistolario con buena parte de los investigadores implicados en el estudio de los mapas de Pîri Reis parecía bastante completo según la guía de consulta, con correspondencia mantenida entre otros con Ivan T. Sanderson, Daniel Linehan, Arlington H. Mallery e incluso con Armando Cortesáo, hermano de Jaime Zuzarte de Cortesáo y como él también historiador38.
IX.- Punto final
Mustafá Töpaglou terminó su disertación explicando que el Océano Índico fue cartografiado en el mapa de 1513, pero
la desaparición del trozo correspondiente nos impide valorar su concepción del Pacífico. Quizá se parecería a la del mapa de Martin Waldseemüller, de 1507 (ver ilustración), donde asistimos al derrumbe del mundo ptolemaico: en el camino de las Indias por el Oeste se interponía un ingente y vasto Atlántico, que debía estar separada de Asia por un océano.
Años antes, en 1499, durante un viaje capitaneado por Vicente Yáñez Pinzón, un italiano, Américo Vespucio, compañero de Colón durante el tercer viaje, desembarcó en cierto lugar del Nuevo Mundo. En honor del descubridor llamó a dicha región Colombia. Verificó que no era ninguna isla, sino “tierra firme del confín de Asia por la parte de Oriente”.
Dos años después, en otro viaje, Vespucio advirtió que dicha región de Colombia llegaba mucho más allá del finis terrae señalado por Ptolomeo. El concepto del mundo hasta ahora comúnmente aceptado debía cambiarse por otro. ¿Se enteró Colón de las ideas de Vespucio? En su cuarto y último viaje prestó especial atención a Nicaragua, Costa Rica, Panamá y el golfo del Darién. ¿Buscaba la vía del Mar del Sur, que decían los indios, más allá de las selvas?
Y ahí ya empezaban a tenerse las primeras noticias de las civilizaciones precolombinas: al volver a España, y atracar en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504, los marineros hablaban de una “tierra de mayas” situada más arriba de Honduras. Todo esto condujo al proyecto de encontrar un paso a través de la masa continental que cerraba la ruta hacia el país de las especias. Para esto se otorgaron las Capitulaciones de 1508: “Que brevemente vos despachéis e sigáis la navegación para descubrir aquel canal o mar abierto, que principalmente vais a buscar e que yo quiero que se busque”
Una expedición, comandada por Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, llegó al Mar Dulce o Mar del Plata, pero se frustró tras el asesinato de Solís por los indios guaraníes. Luego, Vasco Núñez de Balboa, gobernador de Santa María del Darién, había conseguido informes más fidedignos de los indios sobre el Mar del Sur. Atravesó con varios compañeros el istmo de Panamá, acosado por la hierba (las flechas envenenadas de los indios), y en lucha constante con la selva. El 25 de septiembre de 1513, Balboa divisó desde una montaña en el horizonte la línea azul del mar; y tras una dura marcha de cuatro días alcanzaron la orilla, donde “…estos veintidós y el escribano Andrés de Valderrábano fueron los primeros cristianos que los pies pusieron en el Mar del Sur, y con sus manos todos ellos probaron el agua, que metieron en sus bocas para ver si era salada como la de la otra mar, y viendo que lo era dieron gracias a Dios”39. Se había descubierto el Océano Pacífico.
En cuanto a Vespucio, que pronto adquirió la nacionalidad española y el grado de piloto mayor, es muy probable que nada supiera de los propósitos de la junta de eruditos y humanistas de Saint-Dié, en la Provenza, quienes propusieron que el Nuevo Mundo se llamara América. ¿Le llegaría algo de todo esto a Pîri Reis? Es posible, ya que en 1535 Francia, con el auxilio de los turcos, inició otra guerra contra España y el emperador Carlos I. Pîri Reis pudo hacer escala en Marsella y entrevistarse allí con su viejo compañero de piratería Barbarroja40, y así enterarse de las últimas novedades.
Unos años más tarde, Martin Waldseemüller, mejor enterado de la escasa trascendencia de los viajes de Vespucio y sabedor de quién era el verdadero descubridor, quiso rectificar, haciendo todo lo posible por borrar de sus mapas el nombre de América y cambiarlo por el de Colombia. Pero era demasiado tarde y el error estaba consagrado. Y en cuanto a Pîri Reis, permaneció en el anonimato hasta 1547, en que fue destinado a Suez como reis (almirante) de las flotas del Mar Rojo, el golfo Pérsico y el Océano Índico. Logró conquistar Basora, puerto clave para las reconquistas de Ormuz y Aden, que cayó en sus manos al año siguiente.
En Octubre de 1552, al mando de una flota de treinta galeras, Pîri Reis se lanzó a conquistar Ormuz. Avisados los portugueses, le aguardaban, preparados para el asedio, pero no para un combate naval. El puerto de Ormuz estaba cegado de barcos repletos de mercancías, inútiles para combatir. Los turcos empezaron cañoneando la fortaleza, pero la resistencia lusa fue más dura de lo que Pîri Reis y su estado mayor esperaban y pronto se agotó la pólvora.
Para empeorar la situación, desde Goa, puerto portugués en la India, zarpaba una flota de guerra. Pîri Reis decidió regresar a Basora con el grueso de su escuadra para protegerla, dejando un pequeño contingente para mantener el asedio. Era bey de Basora una tal Kubad Pachá, y ambos estaban enemistados, sobre todo porque Pîri Reis le acusaba de no haberle suministrado la pólvora necesaria durante el sitio de Ormuz. Nuestro hombre decidió volver a Egipto para rehacer sus maltrechas fuerzas, pero entre tanto el informe de Kubad Pachá había llegado a Constantinopla. La cosa no pintaba nada bien, dejó la flota en Basora y con tres galeras viajó a Egipto, trasladándose a El Cairo, donde le recibió el gobernador.
Pîri Reis no logró explicar de modo convincente el fracaso del asedio ni tampoco el abandono de la flota, y aunque era casi nonagenario (estamos en 1554), el gobernador informó al Sultán y el veredicto fue inmediato: pena de muerte por decapitación, y todos sus bienes confiscados, pues los que hostilizaban Ormuz, sin pólvora, fueron aniquilados por los portugueses, motivo por el que se le acusó de alta traición y connivencia con el enemigo
J.J. Montejo y Vicente Orozco
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