Mucha gente se empeña en cerrar los ojos ante lo que está sucediendo.
Pero la realidad está ahí para quien tenga la valentía de verla: estamos entrando, irremisiblemente, en la era del Gran Hermano.
Una auténtica pesadilla de vigilancia masiva y monitoreo constante del ciudadano, hábilmente disfrazados bajo un halo de modernidad y progreso tecnológico supuestamente “repletos de ventajas”.
Pero lo más terrible del asunto es que estamos siendo conducidos a la más espantosa de las dictaduras sin que nadie nos haya obligado a ello.
Somos nosotros mismos, la propia población, la que voluntariamente se subyuga a las nuevas cadenas.
Y lo hacemos gracias a uno de los mecanismos psicológicos más simples y efectivos jamás creados: convertirnos en partícipes directos del control masivo.
Es decir, estamos ante una tiranía que se implantará porque nos permitirán ser, simultáneamente, prisioneros y carceleros.
UNA MANIOBRA GENIAL
Cada vez más, el mundo que percibimos a nuestro alrededor nos está siendo narrado a través de las pantallas que nos rodean por todas partes.
Pero en los últimos tiempos se ha producido un salto clave: actualmente, todos y cada uno de nosotros hemos abandonado el rol de mero espectador pasivo del espectáculo audiovisual, para pasar al otro lado de la cámara.
Ahora, gracias a los dispositivos de grabación de los móviles, todos somos espectadores y directores a la vez.
Y este es un salto psicológico absolutamente crucial.
Desde el mismo momento en que somos nosotros mismos los que podemos grabar a los demás, desde el mismo momento en que podemos capturar el mundo y verlo en una pequeña pantalla en tiempo real, nuestra mente supera una línea divisoria imaginaria y nos introduce inconscientemente en el rol del controlador, del vigilante.
Nos hace partícipes del proceso de Control Masivo y eso reduce enormemente nuestra angustia y nuestra rebeldía ante el hecho de ser constantemente observados y vigilados.
En el interior de nuestra mente se han borrado las fronteras entre “ellos” (los que vigilan) y“nosotros”, (los vigilados).
Así ha sido como nos hemos habituado a ver mil y una imágenes furtivas grabadas con móviles. Escenas de sexo, intimidad hogareña, agresiones policiales y delitos, accidentes de tráfico y desgracias de todo tipo, vistas en cámara subjetiva, como si hubieran sido grabadas por nosotros mismos.
Nos hemos acostumbrado a grabar sin pedir permiso y a ser grabados sin concederlo.
Nuestro concepto de intimidad se ha difuminado, así como se ha difuminado la de los demás.
Las pantallas de nuestros móviles, tablets y ordenadores son las nuevas ventanas a las que nos asomamos para espiar a los vecinos. Ventanas portátiles que acechan en cualquier rincón y que podemos llevar en nuestros propios bolsillos.
Ahí reside el truco.
En hacernos creer que nosotros también participamos del poder del Gran Hermano. Que nosotros también somos el ojo que todo lo ve y todo lo escruta.
Y eso sí es terrible.
Pues en un futuro inmediato, todos nos grabaremos los unos a los otros, todos ejerceremos de vigilantes, de controladores y de denunciantes.
Ahora quizás parezca una fantasía alocada, pero si todo sigue así, llegará un día no muy lejano en que cada cara que nos crucemos por la calle será una cámara de vigilancia y cada mirada una grabación…y llegados a ese punto ¿qué seremos nosotros?
Solo seremos actores, fingiendo constantemente para ser aceptados por los demás y por la sociedad.
Será el triunfo absoluto de la dictadura más atroz y aterradora jamás imaginada, la destrucción de la identidad individual del ser humano y de la libertad personal hasta sus raíces más profundas: las de la mente.
MODUS VIVENDI
El punto culminante del proceso, la garantía de perpetuación del Gran Hermano será cuando convirtamos el Control Masivo en nuestro modo de vida.
Y desgraciadamente, ya hemos llegado a este punto.
Ahí están las nuevas generaciones, crecidas al amparo de los Smartphones y las redes sociales.
Generaciones de jóvenes acostumbrados a exhibirse como monos de zoológico ante los turistas, adictos a la exposición pública de sus rutinas diarias, como un modo de vida y de relación con los demás.
Criados desde pequeñitos en la navegación por las redes sociales, en las que ver constantemente mil y una caras iguales a las suyas, con ropas, peinados, poses y posturas imitadas como las suyas, en un patético e infinito bucle de imitación-exhibición-imitación con el que diluir cualquier atisbo de individualidad en ese ácido tóxico que es la masa despersonalizada.
Esa es la triste realidad: la aparición de una nueva subespecie humana, formada por semi-individuos con espíritu de colmena, incapaces de vivir si no es bajo la (para ellos) cálida mirada de la omnipresente cámara ante la cual rendir credenciales de forma sumisa y voluntaria.
Porque con las nuevas generaciones, al Gran Hermano ya no le hace falta camuflar sus actividades.
Se exhiben gratuita y voluntariamente, dando todos los detalles sobre sus pensamientos, conductas, actividades e intenciones.
No solo son vigilados y controlados.
Quieren ser vigilados y controlados. Lo necesitan.
Una maravillosa generación de esclavos que por encima de todo desean ser esclavizados.
Cuyo único sueño es ser esclavizados.
Incapaces de concebir en su mente cualquier cosa que no sea su propia esclavitud.
Ciertamente los tiranos han aprendido mucho: ya no nos encadenan por la fuerza.
Nos han convencido para que deseemos tanto sus cadenas que incluso lleguemos a hacer cola por adquirirlas y celebremos como un triunfo el ser los primeros en cerrar nuestro propio candado.
Como hemos podido caer tan bajo…
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