Había sido una jornada muy larga para el joven religioso Javier Bosque. Los días estaban siendo muy duros en el Seminario de los Escolapios de Logroño. Horas de concentración y estudio eran el pan nuestro de cada día.
Aquel 22 de junio de 1972 había sido caluroso.
El desgaste de la jornada le pasó factura nada más llegar a su habitación del colegio mayor. Era ya de madrugada cuando terminó las últimas tareas y dejó planificado el trabajo para la mañana siguiente.
Decidió ordenar su ropa y tumbarse en la cama para relajarse antes de dormir. Sacó un libro y encendió la radio que tenía en la mesita de noche.
Momentos después ocurrió algo que le marcó para el resto de su vida.
Las puertas de su ventana se abrieron súbitamente. Un viento fuerte movió las cortinas y una bola luminosa surgió ante el futuro miembro de la curia.
Estaba aterrado, pero a pesar de no poder mover ni un solo músculo de su cuerpo, presa del terror, observó con detenimiento aquella luz.
Era un extraño artefacto, de brillo metálico, parecido al aluminio, de forma ovoide, con un tamaño aproximado de 30 por 40 centímetros y que despedía una gran luminosidad. Se introdujo por la ventana de mi habitación, que se encontraba entreabierta mientras estaba acostado, leyendo un libro y con la radio puesta.
Tras superar el impacto inicial contempló cómo aquello parecía rastrear toda la estancia, escrutando cada rincón del cuarto.
“Era sólido y no tenía final. Además, avanzaba siempre en posición recta y se contraía. El rayo se dirigió al aparato de radio y lo movió; seguidamente rozó el micrófono y los cables, para después retroceder. Avanzó unos dos metros, distanciándose del aparato y finalmente retrocedió hasta desaparecer por completo. Después el objeto permaneció en la misma posición que en un principio y comenzó a oírse un fuerte pitido de radio. Entonces el artefacto ascendió, oyéndose una serie de cambios de tono.
Una vez en mi habitación se paró a dos metros del suelo. El magnetófono lo tenía junto a mí con la intención de grabar un programa de radio y estaba desconectado. El artefacto no emitía ninguna clase de ruido, pero por el aparato se escuchaba una tonalidad extraña. Entonces intenté grabar precisamente ese sonido, y sacando la mano izquierda de las mantas, puse en funcionamiento el magnetófono. Al cabo de unos segundos el objeto descendió hasta una altura aproximada de 20 centímetros del suelo y se quedó inmóvil. Después salió de él una especie de rayo sólido, de unos cuatro centímetros de diámetro.”
Javier Bosque saltó como un resorte y se dirigió hacia la ventana. La curiosidad produjo aquel movimiento de inercia. No había nada. Aquello, fuese lo que fuese, se había esfumado en el aire.
“Durante el tiempo que permaneció en mi habitación estuve atemorizado, sin saber qué hacer. No sé cómo se me ocurrió poner en marcha el magnetófono”
Tras cerrar el ventanuco, se giró, y su mirada se fue de forma inconsciente hacia la mesilla de noche que estaba pegada a la cama, a la pequeña grabadora que descansaba sobre el mantelito color café. Quería saber si aquel sonido habría quedado registrado como prueba de una visión imposible.
Dudó por un instante. Apretó el botón de arranque. Se escuchaba un sonido agudo, irritante en algunos momentos. Ahí había una resonancia de otra realidad, el timbre de otro mundo.
A las pocas horas, Javier Bosque puso la cinta a disposición del técnico de Radio Rioja y profesor de electrónica en la Escuela Maestra Industrial de Logroño. Eduardo Romero. Cuando éste analizó el registro sonoro dictaminó que no había fraude alguno. No se trataba de ningún engaño o truco acústico.
Para ello hizo una comparativa con un osciloscopio de doble vía de la marca Tektronic.
Las frecuencias del sonido iban desde los 1.000 a los 4.000 hercios, y no pudieron ser duplicadas con exactitud.
“Podían ser un dispositivo del gobierno manejado a distancia. Lo registrado en la cinta no era la verdadera señal (la original), sino una señal de campo magnético. Era un armónico de la señal que cualquier receptor genera con el propio dispositivo y crea un campo de perturbación. La señal fue generada por la cercanía de un objeto. Creí que se trataba de una falsificación de no sé porque al final, la nota se perdía cuando se alejaba el supuesto artefacto. Lo más inverosímil desde mi punto de vista es el brazo de una luz sólida que mueve las cosas cuando los toca. Eso no tiene explicación científica porque se oye claramente en cinta cuando se mueve el micrófono y la radio.”
Diferentes grupos de investigación ovni como el Centro de Estudios Interplanetarios(CEI) o elCIOVE de Santander se hicieron eco de la noticia y después de estudiar el caso a fondo llegaron a algunas conclusiones;
“Por las descripciones del testigo, pertenece al grupo denominado avión de fuego, aunque su tamaño fuera pequeño. Se trataba de un objeto luminoso, inmaterial, repetidamente observado a finales de la Segunda Guerra Mundial en acciones de aparente seguimiento de aviones y que indicaban, por sus evoluciones, que muy bien pudieran ser dirigidos inteligentemente. El caso de Logroño es apasionante, muy interesante por su originalidad, ya que ha conseguido grabar algún sonido causado por el aparato en cuestión, que al testigo le pareció una especie de brazo en forma de rayo sólido.”
Ninguno de los estudiosos observó en las declaraciones del joven religioso sospecha alguna que hiciera pensar en el fraude. Eran correctas y sinceras, sin ningún ánimo de buscar publicidad.
A día de hoy el misterio de este caso continúa en vilo.
Gran Misterio
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