Un artículo escrito por el prestigioso investigador, analista y periodista Thierry Meyssan, afirma que la caída del reino saudita es inevitable y que llegará acompañada de un periodo de violencia extrema.
Según Meyssan, el nuevo rey de Arabia Saudita, Salman, hijo número 25 del fundador de la dinastía Saud, “ha logrado consolidar su autoridad personal en detrimento de las demás ramas de la familia real, como el clan del príncipe Bandar ben Sultan y el del ex rey Abdallah”.
Sin embargo, una serie de cartas anónimas publicadas en la prensa británica hacen pensar que los otros miembros de la familia real saudita apartados del poder, no han renunciado a sus ambiciones.
Meyssan afirma que “después de haberse visto obligado por sus hermanos a nombrar al príncipe Mohamad ben Nayef como próximo heredero, el rey Salman rápidamente lo aisló y limitó sus competencias, favoreciendo con ello a su propio hijo, el príncipe Mohammed ben Salman, caracterizado por un carácter impulsivo y brutal difícilmente controlable.
Príncipe Mohammed ben Salman
Ello ha llevado a que en Arabia Saudita, el príncipe ben Salman y su padre el rey, gobiernen el país en solitario como autócratas, sin ninguna forma de contrapoder en un país donde nunca se ha elegido un parlamento y en el que los partidos políticos están prohibidos”.
Con ello, el príncipe Mohammed ben Salman ha asumido la presidencia del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo, ha impuesto una nueva dirección al Ben Laden Group y se ha apoderado del gigante petrolífero estatal Aramco.
El régimen saudita se apoya solamente en la mitad de la población sunnita o wahabita, mientras que discrimina a la otra mitad de la población. Por lo visto, fue el propio príncipe Mohammed ben Salman el que aconsejó a su padre ordenar la decapitación del jeque Nimr Baqir al-Nimr porque este último había osado desafiarlo al acusar a los gobernantes sauditas de despotismo.
Jeque Nimr Baqir al-Nimr
La situación en Arabia Saudita es de represión total hacia los no sunnitas, a los que se les prohíbe la educación religiosa y se les prohíbe el acceso a cualquier empleo en el sector público. Por su parte, los no musulmanes, que son un tercio de la población saudita, no están autorizados a ejercer su religion y ni siquiera tienen acceso a la nacionalidad saudita.
Bajo el mandato del nuevo rey y del príncipe Mohammed, Arabia Saudita ha financiado a los talibanes afganos y a la Corriente del Futuro libanesa, la represión contra la revolución en Bahréin, ha apoyado a los yihadistas en Siria y en Irak y la invasión de Yemen.
Los Saud siempre apoyan a los grupos sunnitas más cercanos al wahabismo, impuesto como religión estatal en Arabia Saudita, reprimiendo a los chiitas, los sunnitas ilustrados y todas las demás religiones (ismaelitas, zaiditas, alevitas, alauitas, drusos, sijs, católicos, ortodoxos, sabateos, yazidíes, zoroastrianos, hindúes, etc.).
Meyssan indica que “la reciente ejecución del jeque al-Nimr acusado de ‘terrorismo’, se produjo inmediatamente después del anuncio de la creación de una amplia coalición antiterrorista de 34 Estados musulmanes alrededor de Riad, con lo que el mensaje que se desprende de su ejecución es que dicha coalición en realidad es una alianza sunnita contra las demás religiones”.
También afirma que “el príncipe Mohammed decidió iniciar la guerra en Yemen, para apoderarse de los yacimientos yemenitas de petróleo y explotarlos junto a Israel, aunque sus planes han fracasado hasta el momento”.
“Arabia Saudita es el único país del mundo que es propiedad personal de un solo hombre, gobernado por ese autócrata y su hijo, que rechaza todo debate ideológico, no tolera ninguna forma de oposición y no acepta otra cosa que el vasallaje tribal.
Estas características, por mucho tiempo consideradas residuos del pasado llamados a adaptarse al mundo moderno, se han enquistado al extremo de convertirse en la identidad misma de un reino anacrónico.
La caída de la casa Saud podría verse provocada por el desplome de los precios del petróleo. Incapaz de rediseñar su tren de vida, el reino se endeuda a toda velocidad y, según los analistas financieros, tendría que enfrentar la bancarrota en 2 años. La venta parcial de Aramco podría prolongar la agonía, pero tendrá como consecuencia una pérdida de autonomía.
La decapitación del jeque al-Nimr puede llevar al país a una mezcla de revueltas tribales y de revoluciones sociales mortíferas y extremadamente violentas”.
Meyssan concluye su artículo afirmando que: “lejos de oponerse a este trágico fin, los protectores estadounidenses del reino lo esperan impacientes, mientras estimulan al príncipe Mohammed, a seguir cometiendo errores. Ya en septiembre de 2001, el Estado Mayor Conjunto estadounidense trabajaba en un mapa de rediseño del «Medio Oriente ampliado» que preveía el desmembramiento del reino en 5 Estados. Y en junio de 2002, durante una célebre reunión del Defense Policy Board, Washington estudiaba cómo deshacerse de los Saud, algo que ahora es sólo una cuestión de tiempo”.
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