viernes, 8 de junio de 2018

Silen Hill Existe.

 Situado sobre la zona con mayor concentración de antracita del mundo, la idea de sus habitantes de quemar la basura de un vertedero no salió según lo planeado.

Centralia, pueblo minero de Pensylvannia.

Es posible que en internet hayáis visto alguna vez la llamada puerta del infierno en Darvaza, Turkmenistán, un cráter de setenta metros de diámetro formado por el colapso de una caverna llena de gas natural. Lo curioso es que, para evitar que el metano que escapaba del agujero terminara causando algún problema, los geólogos soviéticos que lo descubrieron decidieron prenderle fuego.

Esto ocurrió en 1971 y, a día de hoy, el cráter sigue ardiendo.

Por impresionantes que sean las imágenes y lo sombrío de su nombre, este agujero en llamas no ha hecho daño a nadie. Está ahí, en medio del desierto de Karakum, sin vegetación ni otros materiales inflamables en su entorno inmediato. El pueblo más cercano, Darvaza, se encuentra a alrededor de un kilómetro de distancia y está habitado por unas 350 personas que llevan un estilo de vida seminómada. Lejos de suponer un problema, el cráter ha terminado convirtiéndose en una atracción turística.

No todos los incendios subterráneos son tan inocuos. Si no que se lo digan a los habitantes de Centralia.

La capacidad calorífica de la antracita es casi un 50% superior a la del carbón medio y, al quemarse, produce una llama muy limpia que no deja hollín

Centralia fue un pueblo minero de Pensylvannia, EEUU, fundado sobre la zona con la mayor concentración de antracita del planeta. Al menos sobre una pequeña parte de ella, ya que los depósitos de este mineral están extendidos bajo un área de 1.250 kilómetros cuadrados.

La antracita es la variedad de carbón más densa y con más poder calorífico de todas, ya que entre un 92,1% y un 98% de su masa está compuesta por carbono puro. Curiosamente, este tipo de carbón, que brilla con un lustre casi metálico, es tan compacto y duro que ni siquiera mancha las manos al manipularlo.

Antracita

La capacidad calorífica de la antracita es casi un 50% superior a la del carbón medio y, al quemarse, produce una llama muy limpia que no deja hollín, debido a su bajo contenido en otros compuestos volátiles. Por este motivo, la antracita se usa sobre todo en interiores y su precio puede llegar a rondar entre 150 y 350 dólares por tonelada, el doble o el triple que otros tipos de carbón.


Pero volvamos a Centralia.


El último lunes de mayo en Estados Unidos se celebra el Día de los Caídos, una jornada en la que la gente la gente honra la memoria de los soldados fallecidos dejando flores sobre sus tumbas. El 7 de mayo de 1962, tres semanas antes de esta fecha, al consejo del pueblo de Centralia le preocupaba la perspectiva de que los malos olores del vertedero, que estaba muy cerca del cementerio, arruinaran el Día de los Caídos.

Se intentó apagar el fuego inundando el vertedero con agua y arena para ahogar las llamas, pero la solución no funcionó

El vertedero era en realidad una zanja de 91 por 23 metros y una profundidad de 15 metros que había formado parte de una antigua mina al aire libre. La regulación del Estado de Pennsylvania prohibía la ignición de basura en las minas de carbón, vaticinando que no era una idea necesariamente buena. Pero, aun así, el domingo 27 de mayo de 1962, un día antes del Día de los Caídos, Centralia decidió que la basura iba a arder. No querían que el fuego ardiera a lo loco: la intención era mantener el fuego vigilado en todo momento y controlarlo con mangueras.

Rápida, barata y sencilla, parecía la solución perfecta… Si no hubiera sido porque un afloramiento de carbón asomaba por encima de la superficie, en el interior de la zanja, oculto a la vista por la basura que tenía apilada encima.

Dos días después de que el fuego de la zanja fuera sofocado, aparentemente sin incidencias, las llamas volvieron a aparecer en el vertedero el 29 de mayo. Se volvieron a apagar, pero el 4 de junio reaparecieron de nuevo. Se removió la basura con un ‘bulldozer’ para que los bomberos pudieran empapar cualquier rastro que quedara del incendio, y unos días más tarde se descubrió que había aparecido un agujero de 4,6 metros de diámetro al pie de la pared norte de la zanja y que estaba taponado por basura, lo que impedía el paso del agua y otros agentes usados para ahogar las llamas.

El agujero había conectado el incendio con el túnel de alguna de las antiguas minas de carbón de la zona. El fuego empezó a propagarse bajo la superficie, extendiéndose lentamente entre los depósitos de carbón subterráneos.

Se intentó apagar el fuego inundando el vertedero de la zona con agua y vertiendo arena y otros materiales no inflamables para ahogar las llamas, pero la solución no funcionó. Incluso se intentó cortar el paso del fuego cavando otras zanjas entre la zona afectada y los depósitos que aún no estaban ardiendo pero, por falta de recursos y exceso de burocracia, los trabajos de excavación no eran capaces de realizarse lo suficientemente rápido como para adelantar al incendio. 

De hecho, llegó un momento en el que el operario de la excavadora que se había permitido pagar el pueblo tan sólo tenía permitido trabajar en días laborables durante un máximo de 8 horas.

Finalmente no se pudo actuar lo suficientemente deprisa como para frenar el lento avance de las llamas y, poco a poco, el fuego llegó hasta el pueblo.

El pueblo ha pasado de tener mil habitantes en los 60 a sólo siete en 2013, cuya vida retrata un documental

Cuando el carbón del subsuelo se quemaba, dejaba grandes huecos que debilitaban la integridad estructural del suelo, que de vez en cuando se derrumbaba, dejando profundas zanjas. Este ya era, por sí mismo, un motivo de preocupación importante para los habitantes de Centralia y sus hogares, pero la principal amenaza del incendio que ardía bajo las casas era el riesgo de que sus ocupantes fueran envenenados por el monóxido de carbono emitido por la combustión del carbón.

Pese a todo, el Gobierno se mantuvo al margen del problema hasta que, en 1981, un niño cayó en un agujero de 46 metros de profundidad y 1,5 de ancho que se abrió bajo sus pies sin previo aviso. Por suerte, el niño pudo agarrarse a una raíz y ser rescatado, pero el suceso impidió que el Gobierno estadounidense pudiera seguir ignorando el problema y se organizó un programa de 42 millones de dólares para reubicar a la población y demoler las viviendas que se dejaran atrás.

Esta solución dividió el pueblo de Centralia en dos bandos: los que se querían marchar del lugar y los que preferían quedarse y que el dinero fuera utilizado para apagar el incendio. Al final, se permitió a que quien quisiera se quedara en el pueblo, pese a que todos los terrenos pasaron a formar parte del Estado.

En 1890, el momento de su máximo esplendor, Centralia contaba con 2.761 habitantes. En la década de los 60, con la producción de carbón menguando, había unos 1.100 habitantes. En 2013, tan sólo quedaban 7 residentes. La vida de dos de ellos está retratada en este documental sobre el suceso.

A día de hoy, los incendios de Centralia están repartidos en un área de unos 15 kilómetros cuadrados y, al ritmo al que está ardiendo, se calcula que el fuego de Centralia puede arder durante otros 250 años.

Aunque no se escuche a menudo en los medios, los incendios subterráneos de carbón son un fenómeno bastante frecuente. Por ejemplo, en China, un país que cubre un 75% de sus necesidades energéticas con carbón, se estima que entre 20 y 200 millones de toneladas de carbón se pierden anualmente de esta manera y los gases emitidos por estos incendios llegan a representar hasta un 1% de las emisiones globales de dióxido de carbono.

Más anecdóticos son los casos de Brennender Berg, en Alemania, que lleva ardiendo desde 1688 o de las Smoking Hills, en la costa canadiense, que llevan siglos ardiendo.

De todos ellos, el incendio subterráneo que lleva más tiempo ardiendo es el de Burning Mountain, en Australia, que se estima que lleva nada más y nada menos que 6.000 años en llamas y avanza a un ritmo de un metro por año entre los yacimientos de carbón que hay a 30 metros bajo la superficie.




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