martes, 20 de noviembre de 2018

Secesión en la Unión Europea

Thierry Meyssan estima que la manera misma cómo Alemania y Francia niegan al ‎Reino Unido el derecho a salir de la Unión Europea demuestra que esa “unión” es algo ‎más que un yugo. 

Esa actitud también permite comprobar que los europeos de hoy ‎muestran por los intereses de sus vecinos el mismo desprecio que sentían en tiempos ‎de las dos guerras mundiales. 

Es evidente que los europeos han perdido la capacidad ‎de gobernar sus países, lo cual no es sólo defender los intereses nacionales a ‎corto plazo sino también pensar a largo plazo y prevenir los conflictos con sus ‎vecinos. ‎‎

Los pueblos cuyos países son miembros de la Unión Europea no parecen conscientes de los ‎nubarrones que se ciernen sobre sus cabezas. Han identificado los graves problemas de la UE ‎pero los tratan con ligereza y no entienden lo que está en juego con la secesión británica –‎el llamado Brexit.

Están hundiéndose lentamente en una crisis que podría no tener más solución ‎que la llegada a la violencia. ‎
El origen del problema‎

En el momento de la disolución de la Unión Soviética, los miembros de la Comunidad Europea ‎aceptaron plegarse a las decisiones de Estados Unidos e integrar a esa comunidad los países del ‎centro de Europa, a pesar de que esos países no correspondían en nada a los criterios lógicos de ‎adhesión.





De paso, adoptaron el Tratado de Maastricht, que convirtió el proyecto europeo en una ‎coordinación económica de Estados europeos que marchaba hacia la implantación de un Estado ‎supranacional. Se trataba de crear un gran bloque político que –bajo la protección militar de ‎Estados Unidos– emoprendería, según ellos, el camino de la prosperidad. ‎

Ese súper Estado nada tiene de democrático. Lo administra un colegio de altos funcionarios –‎la Comisión– cuyos miembros son designados uno a uno por cada uno de los jefes de Estado y ‎de gobierno. Nunca en la Historia había existido un Imperio que funcionara de esa manera. Muy ‎rápidamente, el modelo paritario de la Comisión dio paso a una gigantesca burocracia paritaria, ‎en cuyo seno ciertos Estados son «más iguales que los demás». ‎

El proyecto supranacional resultó ser incapaz de adaptarse al mundo unipolar. La Comunidad ‎Europea había nacido de la rama civil del Plan Marshall, cuya rama militar era la OTAN. 

Las burguesías de Europa occidental, inquietas ante el modelo soviético, habían respaldado ‎la Comunidad a partir del congreso convocado por Winston Churchill en La Haya, en 1948. Pero, ‎después de la desaparición de la URSS, aquel camino carecía de interés para ellas. ‎ 

Los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia vacilaban entre implicarse en la ‎Unión Europea o aliarse directamente a Estados Unidos. Por ejemplo, Polonia compró aviones de ‎guerra a Estados Unidos, con los fondos que la Unión Europea le había concedido para ‎modernizar su agricultura, y comprometió esos aviones en la agresión contra Irak. ‎

Además de crear una cooperación policiaca y judicial, el Tratado de Maastricht incluía la creación ‎de una moneda única y de una política exterior igualmente única. Todos los países miembros de la ‎Unión Europea tenían que adoptar el euro como moneda en cuanto lo permitiese su economía ‎nacional. 

Sólo Dinamarca y el Reino Unido, presintiendo los problemas futuros, se mantuvieron ‎al margen y no adoptaron la moneda única. La cuestión de la política exterior única para todos ‎los miembros de la UE parecía evidente en un mundo que se había hecho unipolar y dominado ‎por Estados Unidos. ‎

Teniendo en cuenta las disparidades económicas existentes entre los países de la eurozona, ‎los países pequeños iban a convertirse en presas de los más grandes, como Alemania. ‎La moneda única, que en el momento de su entrada en circulación había sido ajustada al valor ‎del dólar estadounidense, se transformaba poco a poco en una versión internacionalizada del ‎antiguo marco alemán. 

Incapaces de rivalizar con los demás miembros de la UE, Portugal, Irlanda, ‎Grecia y España acabaron siendo designados en los medios financieros como los PIGS –sigla ‎construida con los nombres en inglés de esos países pero que significa “cerdos” o “cochinos”. ‎Mientras tanto, Berlín saqueaba las economías de esos países y proponía a Atenas ayudar a ‎restaurar la economía griega… si le cedía parte del territorio griego. ‎

Resultó que la Unión Europea, aunque proseguía su crecimiento económico global, se quedaba ‎rezagada en relación con otros Estados cuyo crecimiento económico era varias veces más ‎rápido. Ser miembro de la Unión Europea era una ventaja para los países que habían pertenecido ‎al Pacto de Varsovia, pero se convirtió en un hándicap para los europeos del este. ‎

Ante tal fracaso, el Reino Unido decidió retirarse de este súper Estado (Brexit) para aliarse a sus ‎socios históricos de la Commonwealth y, de ser posible, con China. La Comisión Europea tuvo ‎miedo de que el ejemplo británico abriese las puertas a la salida de otros países y a que, aunque ‎se mantuviese el Mercado Común, aquello pusiese fin a la UE, así que decidió imponer ‎condiciones que obligaran a Londres a renunciar a su salida de la Unión. ‎
Los problemas internos del Reino Unido‎

Habiendo comprobado que la Unión Europea está al servicio de los ricos y en contra de los ‎pobres, los campesinos y obreros británicos votaron a favor de salir de ella mientras que ‎el sector terciario se oponía a esa salida. ‎





En la sociedad británica –como en los demás países europeos– existe una alta burguesía que debe ‎su enriquecimiento a la Unión Europea, pero también tiene una poderosa aristocracia, que ‎no existe en los demás grandes países europeos. 

Antes de la Segunda Guerra Mundial, esa ‎aristocracia disponía de todas las ventajas que representa la Unión Europea, y también de una ‎prosperidad que ya no puede esperar de la UE. La aristocracia británica votó, por consiguiente, ‎por el Brexit, en contra de la alta burguesía, abriendo así una crisis en el seno de la clase dirigente. ‎

En definitiva, la designación de Theresa May como primer ministro supuestamente debía ‎preservar los intereses de unos y otros («Global Britain»), pero las cosas no sucedieron como ‎se había previsto. ‎ 
Primeramente, la señora May no logró concluir un acuerdo preferencial con China y está ‎encontrando grandes dificultades en la Commonwealth, cuyos vínculos con Londres se habían ‎distendido con el paso del tiempo. 
May también está teniendo grandes dificultades con sus minorías escocesa e irlandesa, ‎sobre todo teniendo en cuenta que su mayoría incluye a los protestantes irlandeses, quienes ‎no tienen intenciones de ceder sus privilegios. 
Además, está estrellándose contra la intransigencia ciega de Berlín y de la UE. 
Para terminar, la señora May también está teniendo que enfrentar el cuestionamiento de la ‎‎«relación especial» que ataba su país a Estados Unidos. ‎
El problema que sale a la luz con la aplicación del Brexit‎

Luego de tratar inútilmente de obtener concesiones sobre los tratados europeos, el Reino Unido ‎optó democráticamente –el 23 de junio de 2016– por salir de la Unión Europea. La alta ‎burguesía, que no había creído que tal cosa pudiese suceder, trató inmediatamente de cuestionar ‎la voluntad expresada en las urnas. Se habló entonces de organizar un segundo referéndum, ‎como se hizo con Dinamarca cuando los electores daneses rechazaron el Tratado de Maastricht. ‎Ante la dificultad de lograr eso, se habló entonces de un «Brexit duro» (sin nuevos acuerdos ‎con la Unión Europea) y de un «Brexit blando» (donde se mantendrían ciertos compromisos). ‎

La prensa clama que el Brexit será una catástrofe económica para los británicos. En realidad, ‎todos los estudios anteriores al referéndum –y por consiguiente anteriores también a ese ‎debate– muestran que los 2 primeros años de la salida de la UE serán de recesión, pero que la ‎economía del Reino Unido no tardará en recuperarse y superar los índices de la Unión Europea. ‎La oposición al resultado del referéndum –y, por ende, a la voluntad popular– está logrando ‎frenar la aplicación de la decisión ya adoptada por la mayoría. La notificación a la UE de la salida ‎británica se realizó con 9 meses de retraso, el 29 de marzo de 2017. ‎

El 14 de noviembre de 2018 –o sea, 2 años y 4 meses después del referéndum– Theresa May ‎capitula y acepta un acuerdo con la Comisión Europea en términos‎ que no convienen a los británicos. Cuando ‎presenta ese acuerdo a su gobierno, 7 ministros dimiten de inmediato –entre ellos el ministro ‎a cargo del Brexit. Es evidente que el hombre ignoraba ciertos elementos del texto que la señora ‎May le atribuye a él. ‎

El acuerdo británico con la Unión Europea incluye una disposición enteramente inaceptable para ‎un Estado soberano. Instituye un periodo de transición –cuya duración no precisa–, durante ‎el cual el Reino Unido deja de ser considerado miembro de la UE, pero estará obligado a plegarse ‎a sus reglas, incluyendo las que sean adoptadas durante ese periodo. ‎

Alemania y Francia están detrás de esa intriga. ‎

En cuanto se supo el resultado del referéndum británico sobre el Brexit, Alemania tuvo conciencia ‎de que la salida del Reino Unido provocaría la pérdida de varias decenas de miles de millones de ‎euros del PIB alemán. En vez de tratar de adaptar la economía alemana a esa circunstancia, ‎el gobierno de la canciller Angela Merkel se dio entonces a la tarea de sabotear la salida del ‎Reino Unido de la UE.‎

Por su parte, el presidente francés Emmanuel Macron representa a la alta burguesía europea, ‎lo cual lo lleva a oponerse por naturaleza al Brexit. ‎
Los hombres detrás de las políticas‎

La canciller Merkel estaba segura de contar con el apoyo del presidente de la UE, el polaco ‎Donald Tusk. Si Tusk está en ese puesto no es por haberse sido antes primer ministro de su país ‎sino por dos razones muy diferentes: Tusk proviene de una familia de la minoría casubia que ‎se puso del lado de los estadounidenses contra los soviéticos en tiempos de la guerra fría y es, ‎además, un amigo de infancia de la señora Merkel. ‎





Tusk comenzó por plantear la cuestión del compromiso británico en los programas plurianuales de ‎la Unión Europea. Si Londres tuviese que pagar lo que se había comprometido a financiar, ‎simplemente no podría salir de la UE sin desembolsar un derecho de salida que fluctuaría entre ‎‎55 000 y 60 000 millones de libras esterlinas. ‎

Michel Barnier, ex ministro francés y miembro de la Comisión Europea, es nombrado entonces ‎negociador en jefe ante el Reino Unido. Barnier sentía una sólida aversión por la City, a la que ya ‎había maltratado durante la crisis de 2008. Además, los financieros británicos soñaban con ‎hacerse del control de la convertibilidad del yuan chino a euros. ‎

Barnier aceptó tener a la alemana Sabine Weyand como segunda. En realidad es ella quien dirige ‎las negociaciones con el Reino Unido y su misión es hacerlas fracasar. ‎

Mientras tanto, el hombre que fabricó la “carrera” del hoy presidente de Francia Emmanuel ‎Macron, el ex jefe del servicio francés de inspección financiera Jean-Pierre Jouyet, es nombrado ‎embajador de Francia en Londres. Para garantizar el fracaso del Brexit, Jouyet se apoya en ‎el coronel Tom Tugendhat, líder conservador de la oposición a Theresa May, e incluso nombra a ‎la esposa del coronel –Anissia Tugendhat– como adjunta en la embajada de Francia en Londres. ‎

La crisis se concreta durante la cumbre del Consejo Europeo realizada en Salzburgo, ‎en septiembre de 2018. Theresa May presenta en esa cumbre el consenso que había logrado en ‎su país –y que muchos deberían ver como un ejemplo. Se trata del llamado «Plan de Chequers» ‎‎ [1], ‎que propone mantener sólo el Mercado Común entre el Reino Unido y la UE, la eliminación de la ‎libre circulación de personas, servicios y capitales entre ambas partes y liberar al Reino Unido de la ‎obligación de someterse a la justicia administrativa europea. Tusk rechaza de plano la propuesta. ‎

En este punto se impone una mirada al pasado. Los acuerdos que pusieron fin a la rebelión del ‎Ejército Republicano Irlandés (IRA, siglas en inglés) contra el colonialismo inglés no resolvieron ‎las causas del conflicto. Se logró la paz sólo porque la creación de la Unión Europea permitió la eliminación de ‎la frontera entre Irlanda del Norte (bajo la dominación inglesa) y la República de Irlanda ‎‎(independiente del Reino Unido y miembro de la UE). 

Ahora Donald Tusk exige que, para evitar el ‎resurgimiento de aquella guerra de liberación nacional, Irlanda del Norte se mantenga en la unión ‎aduanera de la UE. Eso implicaría la creación de una frontera, bajo control de la Unión Europea, ‎frontera que dividiría en dos el Reino Unido, separando Irlanda del Norte del resto del reino. ‎

Durante la segunda sesión del Consejo, en presencia de todos los jefes de Estado y de gobierno, ‎Tusk ordenó cerrar la puerta en la cara a la señora May, dejándola fuera de la sala, lo cual ‎constituye una humillación pública que no puede dejar de tener consecuencias. ‎
Reflexiones sobre la secesión en la Unión Europea‎

Todo estas intrigas demuestran la habilidad que los dirigentes europeos son capaces de desplegar ‎cuando se trata de engañar a alguien. Según la imagen que proyectan, dan la impresión de ser ‎respetuosos de las reglas de imparcialidad y de tomar decisiones colectivas cuyo único objetivo ‎sería servir al interés general –aunque sólo los británicos refutan la noción misma de interés ‎general. ‎

La realidad es diferente. Algunos dirigentes europeos defienden los intereses de sus países ‎en detrimento de todos los demás. Lo peor es, evidentemente, el chantaje que se ejerce contra ‎el Reino Unido, tratando de obligarlo a someterse a las condiciones económicas de la UE bajo la ‎amenaza de favorecer el resurgimiento de la guerra de independencia en Irlanda del Norte. ‎

Ese comportamiento sólo puede conducir a un despertar de los conflictos intraeuropeos que ‎dieron lugar a las dos guerras mundiales, conflictos que la Unión Europea había logrado disimular ‎en su propio territorio pero que nunca llegaron a ser resueltos y que aún subsisten fuera de la UE. ‎

Conscientes que están jugando con fuego, el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller ‎alemana Angela Merkel han comenzado a hablar ahora –de un día para otro– de la creación de un ‎ejército común, que incluiría al Reino Unido. Es cierto que si las tres grandes potencias europeas ‎crearan su propia alianza militar, el problema quedaría resuelto. Pero es imposible concretar esa ‎alianza porque no se puede construir un ejército sin decidir antes quién será el jefe. ‎

El autoritarismo del Estado supranacional ha alcanzado tales proporciones que fue creando otros ‎tres frentes durante el transcurso de las negociaciones sobre el Brexit. La Comisión abrió ‎dos procedimientos para adoptar sanciones contra Polonia y Hungría –a pedido del Parlamento ‎Europeo–, países que están siendo acusados de violaciones sistémicas de los valores de la Unión Europea. 

‎Lo que se busca es poner a esos dos países en la misma situación que el Reino Unido: la de verse ‎obligados a plegarse a las reglas de la UE sin participar en su adopción. Además, descontento por ‎las reformas iniciadas en Italia, el Estado supranacional niega al gobierno italiano el derecho de ‎dotarse de un presupuesto para aplicar su propia política. ‎

El Mercado Común de la Comunidad Europea había permitido reconciliar a los europeos del oeste ‎con los europeos del este y fortalecer la paz. Su sucesora, la Unión Europea, está destruyendo ‎ese legado, dividiendo nuevamente a los europeos y enfrentándolos entre sí. ‎

Thierry Meyssan     

[1] “Chequers” es el nombre de la residencia campestre oficial asignada al primer ministro ‎británico. Allí se presentó la propuesta británica a la Unión Europea. Nota de la Red Voltaire.

RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 20 DE NOVIEMBRE DE 2018 
http://www.voltairenet.org/article204001.html

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