jueves, 10 de octubre de 2019

Supermentes por Accidente

Supermentes por accidente… y todo por un kilo y medio; el que pesa nuestro cerebro. Puede parecer mucho, pero si atendemos a que en su interior funcionan más de cien mil millones de neuronas, seguramente no nos parecerá tanto. 

Se dice que apenas sabemos cómo funciona un 10% de nuestra materia gris. Pero, ¿y si a raíz de un hecho trágico aumentase esa cifra?

Supermentes por accidente

Vayamos por partes. La frase hecha de que utilizamos el 10% de nuestro cerebro es falsa. Estamos hablando de un músculo; y si un músculo no se utiliza, se atrofia. Otra cosa es que a día de hoy sepamos cómo y qué capacidades tienen ese 10% y el 90% restante sea una incógnita. Pero utilizar, utilizamos el cien por cien. 

Dicho lo cual, cuando nuestro cerebro se ve sometido a una dolencia interna –derrame, ictus, enfermedad degenerativa…– o externa: accidente, agresión…–, suele afectar a las capacidades del resto del cuerpo.





 En la publicación científica Journal of Cognition and Neuroethics, el doctor y escritor Bernardo Kastrup analizaba meses atrás casos en los que personas que han sido víctimas de alguna dolencia cerebral, finalmente, tras recuperarse, han desarrollado habilidades que por supuesto antes no tenían. 

Por eso el neurocientífico advierte de las aplicaciones que tendría llegar a «dominar» ciertas regiones del cerebro, si las activásemos o desactivásemos a nuestro antojo, con un fin positivo, claro está. Él mismo se pregunta: «¿Cuáles serían las implicaciones de tal escenario?

 Cuestiones como éstas poseen no sólo un gran interés para el público ya que podríamos estar a un paso de desencadenar habilidades de sabiduría o experiencias místicas inhibiendo la actividad neuronal en áreas particulares bajo condiciones controladas». 

Y asegura Kastrup que debemos preguntarnos que si «el cerebro puede desarrollar extraordinarias habilidades, como por ejemplo, una aptitud repentina y prodigiosa para los cálculos sin ningún entrenamiento, y estas habilidades, son ventajosas para la supervivencia y estaban latentes en todos nosotros, ¿por qué el cerebro ha evolucionado para mantenerlas inhibidas en primer lugar?».

 Son muchos los porqués que surgen cuando hablamos de un tema tan complejo como el cerebro humano, posiblemente el mayor de los misterios.

En 2006 Derek Amato se golpeó la cabeza con violencia. Desde entonces ha perdido memoria y casi un 40% de capacidad auditiva, pero, aunque parezca increíble, sabe tocar el piano, instrumento que antes no conocía. 

Pero vayamos a un caso. Jason Padgett regenta una tienda de muebles en la localidad de Tacoma (Washington, EE. UU.). Nunca fue un alumno brillante; en realidad dejó los estudios a la vista de que difícilmente acabaría yendo a la Universidad, y empezó vendiendo colchones hasta que logró montar su propio negocio. 

Asegura que entre sus grandes pasiones está cantar en los karaokes; afición que le pudo costar la vida… Y es que una madrugada que salía de uno de estos locales fue asaltado por dos personas que querían robarle su chaqueta de piel. Padgett se defendió y fue golpeado brutalmente en la cabeza en varias ocasiones. 


Quedó inconsciente y tuvo que ser llevado al hospital, donde se le diagnosticó un grave traumatismo craneoencefálico. El parte médico era poco esperanzador, pero logró salir adelante… Pues bien, antes de continuar me gustaría aclarar que los científicos llevan años intentando desentrañar mediante complicadas fórmulas la estructura geométrica que tiene cada cosa, cada objeto de la existencia.

Los llaman fractales, y nuestro protagonista, desde ese aciago día, los ve y los describe con una precisión impropia de alguien ajeno a este estudio. 





Su versión concuerda con la que describen los científicos, para su gran sorpresa. «Lo primero que hago cuando me levanto cada mañana es ir a baño, abro el grifo y lleno el lavabo. Miro cómo fluye el agua y puedo visualizar las estructuras geométricas que se van formando como una tela de araña de vibrantes remolinos. 

Las veo nítidamente, como si el agua estuviera quieta y congelada, en una sucesión de hileras de miles de cristales, de diamantes diminutos. Mientras me lavo los dientes, me esfuerzo en memorizar cada ángulo, cada simetría, cada intersección. Luego me siento en la mesa de la cocina y dibujo esa imagen», logrando pintar con absoluta precisión lo que los científicos resuelven con difíciles ecuaciones.



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