Construido en 1899 para luchar contra el cólera y la peste y convertirse en un referente de la sanidad pública española, el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII no sobrevivió a las bombas que caían sobre uno de los principales frentes, el de Ciudad Universitaria
La Guerra Civil española, como todas las guerras, no tuvo piedad con nada ni con nadie. Al medio millón de muertos y otro medio millón de exiliados, hubo que sumar decenas de miles de edificios históricos destruidos por todo el país. Según un informe del Ministerio de Obras Públicas de la Segunda República, el 39% de los inmuebles protegidos de Madrid (3.178 de casi 8.000) sufrieron daños importantes antes de acabar 1937.
De estos, 219 acabaron semidestruidos y otros 146, totalmente arrasados. Algunos de ellos eran auténticas joyas, como la Casa de Velázquez, el parque de ‘La Parisiana’, la iglesia del Buen Suceso, el asilo de Santa Cristina, la iglesia de San Luis Obispo, la Cárcel Modelo de Madrid o el Frontón Recoletos.
Entre todos ellos, sin embargo, destaca uno que podría haber tenido en la actualidad un protagonismo especial en la lucha contra el coronavirus: el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII. Su origen se encuentra en el Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología Alfonso XIII, que fue fundado en 1899 en la calle Ferraz, en el centro de la capital. Se creó como consecuencia de las epidemias de cólera y peste que habían surgido en Portugal ese mismo año. En el caso de la primera, que se prolongó hasta 1923, llegó a acabar con la vida de 500.000 rusos, 800.000 indios y más de 200.000 filipinos.
El objetivo del Gobierno era mitigar la preocupación de la sociedad española y estar preparado para lo que, con toda probabilidad, iba a llegar. Y, también, para lograr la modernización científica y sanitaria que el país necesitaba, tras la traumática pérdida de los últimos territorios de ultramar en la Guerra de Cuba y Filipinas, que provocó la friolera de 50.000 muertos en apenas tres años.
Un desastre sin precedentes en la historia de España, en un momento en el que la mortalidad infantil era superior a 280 niños por 1.000 habitantes y en el que la difteria, el tifus, el cólera, la viruela y otras infecciones producían más de 100.000 muertes al año. Un porcentaje más que preocupante para una población de 17 millones en la que la esperanza de vida no llegaba a los 33 años.
Toda esta situación provocó un importante debate sobre la necesidad de regeneración y expansión de la sanidad pública, a lo que contribuiría precisamente el Instituto Alfonso XIII. No se imaginaban entonces que su vida iba a ser tan corta, ya que el edificio de la calle Ferraz fue abandonado por un impresionante palacio neobarroco, construido en 1910, en Ciudad Universitaria, en el corazón de uno de los frentes más castigados de la guerra del 36.
Eso marcaría su final, al ser reducido a escombros por las bombas del bando franquista y la respuesta de los republicanos. El objetivo de los primeros era conquistar Madrid por ese sector cuanto antes, mientras que la de las milicias detener el avance de las columnas del general Varela y evitar la caída de la capital.
El peor frente
La persistencia y tenacidad de ambos bandos en la batalla que se produjo en noviembre de 1936, supuso un punto de inflexión en el transcurso de la Guerra Civil, en parte debido a que fue junto al Instituto Nacional de Higiene donde se detuvo el avance de las tropas de Franco por primera vez. El campus universitario acabó convirtiéndose en uno de los lugares de confrontación más duraderos del conflicto, con los perjuicios que conllevó contra su arquitectura.
«No hay que olvidar que la zona más castigada de Madrid fue el barrio de Argüelles, ya que estaba directamente relacionado con el frente por donde, precisamente, los sublevados pretendían entrar a la ciudad», explicaban en relación a la Ciudad Universitaria, en 2019, Luis de Sobrón y Enrique Bordes, autores de un mapa con los más de 6.000 edificios que resultaron dañados durante el asedio de la capital.
Un trabajo de investigación que les llevó dos años y que plasmaron en 'Madrid Bombardeado, 1936-1939', que era un plano dibujado a partir de la ciudad actual en el que geolocalizaron los inmuebles que recibieron las bombas por parte de la aviación nazi y la franquista.
El instituto llevaba trabajando en la nueva sede del campus 26 años, impulsado por las epidemias que Madrid había sufrido a lo largo del siglo XIX. La primera de cólera azotó a la ciudad en 1834, cuando tenía solo 200.000 habitantes hacinados dentro de sus murallas, con una densidad de población que, en algunos barrios, era mucho mayor que en los suburbios de Londres o París.
Las condiciones sanitarias e higiénicas eran, además, deplorables, y solo en el mes de julio murieron 3.564 personas a causa de esta pandemia. Una masacre que provocó una reacción violenta entre los vecinos, que llegaron a asesinar a más de un centenar de frailes al considerarlos responsables.
Ramón y Cajal
La quinta ola del cólera, en 1885, había provocado otros 120.000 muertos más en toda España, sin contar con el hartazgo de la población ante las restricciones de movilidad, las peleas entre el Gobierno y la oposición a cuenta de las medidas y las manifestaciones multitudinarias por la enorme cantidad de negocios que amenazaban con quebrar si no se recuperaba la actividad comercial.
De ahí que en la sexta ola, que comenzó en 1899, se optara por crear el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII en honor al Rey de España. Tanta esperanza se tenía en él, que estaba supervisado directamente por el Gobierno y se nombró director a nada menos que Santiago Ramón y Cajal.
El premio Nobel de Medicina fue el encargado de supervisar los estudios y las investigaciones en microbiología, sueroterapia y vacunación, así como de producir los diferentes sueros y vacunas que se iban a necesitar.
También desarrolló una importante labor docente, con el objetivo de preparar a los médicos que se iban a encargar de combatir las pandemias en el futuro, como esta sexta ola del cólera que se prolongó hasta 1923 y que acabó con la vida de 500.000 rusos, 800.000 indios y 200.000 filipinos. Pero comenzó la guerra y todo cambió.
Fue precisamente a pocos metros del Instituto Alfonso XIII donde, el 19 de noviembre de 1936, el líder anarquista Buenaventura Durruti recibió un balazo de extraña procedencia que acabó con su vida, dejando al país consternado. El instituto ya había sido víctima de varios proyectiles. La lucha por ese sector había alcanzado ya tintes épicos por ambas partes.
El 9 de noviembre, los franquistas habían llegado a orillas del Manzanares, comandados por el general Carlos Asensio, que trataba de entrar en la capital. Tuvo que detenerse porque los tanques no podían ascender por las empinadas márgenes del río.
La defensa republicana, por su parte, contaba con 12.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales y otros 12.000 españoles. El día 11, una compañía de Regulares de Tetuán enviada por Franco intentaba penetrar en la Ciudad Universitaria, mientras se desarrollaban durísimos combates en el Parque del Oeste y el Puente de los Franceses, a menos de un kilómetro de allí.
El emblemático edificio pronto quedó completamente destruido por las bombas. Hasta ese momento, fue la principal institución de virología de España y desarrolló también un papel relevante durante las primeras décadas del régimen franquista, ya que algunos de los científicos españoles formados previamente en ella se convirtieron en figuras clave de la Escuela Nacional de Sanidad, en Madrid.
En los años 50, en el mismo solar donde se encontraba, se construyó el Colegio Mayor José Antonio, el cual se reformó a finales de los 60 para convertirse en el actual rectorado de la Universidad Complutense.
Israel Viana
MADRID
Actualizado:30/07/2021 18:59h
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