Por Magdalena del Amo.- ¡Los de Nenuco se han pasado siete pueblos y medio!
¿No debería actuar la Fiscalía por manipulación infantil?
¿Por infundir miedo innecesario en una franja de edad tal crítica en el desarrollo de la persona?
No cabe duda que Reckitt Benckiser, el fabricante de la marca Nenuco, ha conseguido remontar sus ventas, a la baja en los últimos años, enfocando directamente su cerbatana al campo emocional, primera ley de todos los publicistas a partir de los años cincuenta, y más en concreto a las estructuras cerebrales que procesan el miedo, una de las emociones básicas de nuestro primitivo cerebro reptiliano, relacionada directamente con el instinto de supervivencia.
En el caso de esta campaña de “Nenuco estás malito”, aparte de vender el producto, se trata de lo que en publicidad y márquetin se denominan “estrategias de formación de hábitos”. Visto el modus operandi de las cúpulas orwellianas, cabe preguntarse si es un encargo –en este caso financiado—, como son las diferentes estrategias pandémicas covidianas que se han ido imponiendo en esta dictadura silenciosa, sin revolución ni metralletas, pero con potentes armas de destrucción masiva de disolución de mentes y conciencias.
El nuevo anuncio sigue el mismo formato de las entregas anteriores, pero en esta ocasión el puro juego inofensivo de “a Nunuco le duele la garganta” o “Nenuco tiene fiebre”, extremos muy normales en el universo infantil, tiene un tufo manipulador muy preocupante, teniendo en cuenta que va dirigido a niñas de cuatro, cinco o seis años, y a sus ya condicionados padres, con el cerebro frito de tanto bombardeo.
En el spot se presenta un kit compuesto de termómetro con luz, un jarabe, un test (que sale rojo cuando se lo hace al muñeco), una tirita, una mascarilla, una vacuna con su jeringuilla (la niña se la inocula en el brazo), y ¡un carné de vacunación! La voz infantil en off va narrando los diferentes pasos, mientras se ve a la niña ponerle la mascarilla a su muñeco y pincharle la vacuna. La voz dice “vacunado” y se apunta en la ficha de vacunación. Al final, le hace otro test, que sale verde, y la locución dice “curadito”.
En el próximo anuncio, quizá nos presenten a un Nenuco con un trombo o un ictus. Ya han empezado a decir que estas “coincidencias” no son tan infrecuentes en los niños.
Está claro que el fin de la campaña es instalar en el subconsciente de nuestros niños la falsa creencia de este programa de condicionamiento que nos ha colocado en un polvorín perpetuo y a punto de hacer explosión, porque, supuestamente, estamos asediados por enemigos fantasma, existentes solo en las mentes desquiciadas de los autores de este gigantesco tablero.
Nuestros niños son ahora el objetivo. Por eso los programan con miedos e ideas limitantes para que reclamen ellos mismos ser vacunados. Ellos querrán ser como Nenuco y tener los mismos privilegios. También quieren ser salvados. Estas actuaciones deberían ser ilegales. Moralmente lo son, pero la moral es algo obsoleto, que no forma parte de la Agenda 2030.
Los agresores no tienen suficiente con el paquete tóxico de amplio espectro, transmitido por los padres, y la sociedad en general, a lo largo de este año y medio de tribulación covidiana, de mentiras y estrategias urdidas en los laboratorios de la manipulación más abyecta, para convertir a los seres humanos en guiñapos basurientos obedientes, esperando el próximo toque de queda de sus amos y señores. Ahora quieren a los niños; igual que los dioses sanguinarios del pasado. Y se los entregamos, por miedo, como entonces.
La sociedad adulta está muy afectada colectivamente por un trastorno de estrés postraumático generalizado –que solo había vivido en tiempo de guerra—, más otras patologías que hacen el cuadro más grave, incluido el deseo de desaparecer. En este caso, el síndrome es más agudo, porque el ataque mediático ha sido mucho mayor en tiempo y dosis. Los niños tienen su mecanismo de defensa perceptiva, pero no escapan a la influencia subliminal de la actitud y el comportamiento emocional de su entorno familiar, en especial de la madre, además de los mensajes dirigidos a ellos, del tenor de: “no querrás que tu abuelo se muera si lo contagias”. Ellos también han perdido su paraíso. Hemos abandonado nuestras aspilleras y troneras, o nos hemos dormido, y no hemos sabido defender su muralla.
Me pregunto quién descorrerá sus cortinas mentales el día de mañana para sanar todos estos traumas artificialmente creados para frenar su creatividad de seres destinados a evolucionar hacia lo más alto, inutilizando sus alas para volar por el mundo en libertad.
Por eso me parece que la nueva propaganda de Nenuco es inmunda, vomitiva y despreciable, de juzgado, si hubiese una fiscalía del menor que actuase de oficio o un número de padres despiertos para denunciarlo.
¿Lo hay?
No se conforman con haber confinado a los niños y castigarlos con mil miedos infundados y crearles fobias sociales difíciles de sanar, obligándolos a llevar mascarilla incluso en toboganes y columpios o jugando al fútbol. Esto no es nada inocente y tiene un significado profundo en el inconsciente colectivo. La mascarilla es el emblema de la pandemia.
El trapo en la boca es un símbolo de castigo que nos recuerda que debemos “tragar”, no discrepar, estar callados y obedecer, con el pretexto de que un virus asesino revolotea alrededor de nuestra cara, pero que hay que cazar con un instrumento punzante en las profundidades de la barrera hematoencefálica para hacer una de esas pruebas fraudulentas que, aparte de no servir para detectar carga viral, manipulan a su antojo, con más ciclos o menos, según el resultado que les interese obtener.
Si son vacunados, menos ciclos, para que salga negativa y poder justificar que la vacuna sirve para algo, aparte de causar muertes, trombos, desórdenes neurológicos y mil efectos adversos más que, por cierto, no se están registrando.
La mascarilla nos despersonaliza, porque nos esconde la cara, que es el espejo del alma; nos borra la sonrisa, que es nuestro regalo gratuito al mundo, que abre puertas y cambia la vibración del entorno. Con la mascarilla somos simples robots, caretas carnavalescas, seres sin rostro, a la vista de nuestros semejantes, y no quieren que lo olvidemos.
Es paradójico que quienes tanto alardean de proteger a la infancia y son capaces de llevar a la cárcel a una madre por darle una colleja al hijo que tiene que educar, quieran inocularles una “cosa” experimental que llaman vacuna, por cierto, desaconsejada y no prescrita por los pediatras, sino por los políticos.
La empresa ha sido multada en varios países por publicidad engañosa. No estaría de más que la próxima multa fuese por atentar contra el bienestar y la seguridad infantil. Llenar su pequeña cabecita de miedos lo es, y someterlos a experimentos génicos, burlando todos los tratados internacionales de ética, también. Pero a quien tenemos que sentar en el banquillo es a los culpables de todo este ataque contra la raza humana. ¿Podremos?
Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración. Lo mismo si se reproduce el texto en un medio escrito.
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