Por Magdalena del Amo.- Se cumplen tres años del comienzo oficial de la mayor estafa urdida contra la humanidad, desde que tenemos historia. La declaración de pandemia por la OMS y la publicación del estado de alarma en el BOE, nos empujó a una suerte de laberinto del que no se puede regresar sin haber dado muerte al minotauro.
Esa es la condición. Metáforas aparte, marzo de 2020 es un tiempo clave que marca oficialmente el fin de un ciclo. Podemos llamarlo Apocalipsis, ateniéndonos a nuestra tradición judeocristiana, Kaliyuga, según la nomenclatura oriental, o la Cuarta revolución industrial, cantada por los psicópatas del Foro de Davos, anclada en los diecisiete objetivos de la satánica Agenda 2030, un plan siniestro y oscuro, por mucho que se presente adornado con los luminosos colores del espectro visible.
De la noche a la mañana, la sociedad quedó paralizada por el miedo, sin capacidad de reacción. Solo cabía la obediencia, tal como estaba previsto en el gran plan. Y llegó el confinamiento.
Así, los ciudadanos adoptaron la posición fetal y se convirtieron en sumisos corderos, encerrados en casa, aplaudiendo a las siete de la tarde, escuchando los partes de guerra diarios, atiborrándose de telebasura política, integrando y repitiendo como loros la jerga covidiana de positivos, contagiados, ingresados, intubados, muertos, variantes y asintomáticos, lavándose las manos hasta dejarse la piel, adoptando el bozal sin rechistar y eliminando el contacto humano, los abrazos, los besos y las despedidas a los seres queridos mayores que eran sedados en virtud del “triaje de guerra”, una medida inaceptable en una sociedad civilizada; en definitiva, entregando su libertad y aceptando un buen puñado de mentiras de diseño, prefabricadas, manipuladoras, incoherentes, pero muy eficaces, mientras se esperaba la mesiánica vacuna.
Sin pérdida de tiempo, los diferentes gobiernos adoptaron la socorrida técnica de la información de doble vínculo –anunciar una norma y la contraria— y la dialéctica hegeliana de “problema-reacción-solución”.
Aparecieron entonces los “policías de balcón”, seres amargados que denunciaban a sus vecinos si salían más de la cuenta o si el paseo del perro era demasiado largo. También hubo agentes de la policía que se dedicaron a ir a los descampados a perseguir a ciudadanos indefensos. ¡Una pena manchar el uniforme por tan poco!
Después vendría la psicosis colectiva y síndromes individuales, como el trastorno de estrés postraumático (TEPT) –cada vez más complejo—, la androfobia, el síndrome de la cabaña, aparte de las comunes depresiones, la ansiedad crónica y el aumento de suicidios.
Decir que todo estaba programado puede parecer un dislate, pero no lo es y así lo venimos advirtiendo desde hace tiempo, basándonos en documentos. Urge madurar mentalmente para superar esta condición psicológica humana que aflora en situaciones de crisis, y que tan bien conocen los expertos en control de masas.
Cuando esto ocurrió, la parte más despierta de la sociedad –la más formada e informada— comprendió que había llegado la hora sin posible retorno. Había que prepararse para lo que se avecinaba. En los últimos años, los “amos del mundo” habían ido dando pistas que dejaban al descubierto su prisa por asestar el golpe final y nos preguntábamos por qué en este momento. Creo que vamos teniendo algunas respuestas, aunque no fácilmente visibles y fáciles de entender si no se dispone de las diferentes incógnitas de la ecuación.
En cualquier caso, nunca fue un problema de virus, bien naturales o de laboratorio, las llamadas quimeras. Es cierto que en los primeros meses mantuvimos este discurso, pero afortunadamente enseguida afloró la información de profesionales independientes –sin conflicto de intereses— que nos hizo deslizar el foco hacia otros puntos. El famoso virus “asesino” nunca fue aislado, purificado y secuenciado.
Es importante que lo sepan los que aún siguen en la dinámica de los contagios, repitiendo lo que le cuentan los tertulianos a sueldo y los apesebrados divulgadores de las noticias falsas de los telediarios y demás prensa adscrita al plan globalista.
Lo que se esconde tras la cortina del gran teatro covidiano es mucho más complejo. Las teorías víricas son solo estrategias para provocar el miedo a la muerte –la emoción más profunda del ser humano— y, consecuentemente, la obediencia ciega ante cualquier orden o imposición. Esto no quiere decir que no se esté experimentando en laboratorio desde hace décadas; y de ello tenemos un variado catálogo de esperpénticos ejemplos. La práctica del bioterrorismo por parte de los Estados es un secreto a voces, del que todos somos cómplices silentes.
Colas interminables para recibir la vacuna contra la covid.
En estos tres años se ha avanzado en el camino al despertar, pero no es suficiente, ni tiene la profundidad y consistencia requeridas para el gran cambio. Una pequeña parte de la sociedad ha empezado a vislumbrar que casi nada es lo que parece, pero aún continúa con anteojeras y orejeras. Se podría decir que, como en el sueño, existen varias fases, sustanciadas en grados de conocimiento.
Es cierto que muchos ciudadanos se han dado cuenta de que la ONU es una organización corrupta, que la OMS se financia con dinero privado de los magnates y falsos filántropos; que a las farmacéuticas no les interesa nuestra salud, sino sus beneficios; que las vacunas covid no sirven y que, a causa de ellas, está habiendo miles de muertos; que los políticos nos mienten; e incluso muchos quizá sepan ya de la existencia de un poder en la sombra que dirige los designios del mundo a través de los políticos. Saben asimismo –porque es muy evidente— del hundimiento de la economía y de las nuevas leyes restrictivas al estilo de los regímenes comunistas.
¡Y muchos ya no se fían de su médico de cabecera, en el que antes tenían fe ciega! Todo esto está bien como primera lección de conspirología y perspicacia, pero saber esto sirve de muy poco si no se integra y va acompañado de un cambio de actitud ante la vida y un interés por llegar al fondo del asunto; indagar en todos los porqués, sus causas y las causas de las causas –no es un juego de palabras— para comprender lo que está ocurriendo y, después, transmitirlo y ayudar a otros a espabilar y a abandonar la manada.
Cuando hablamos de “abandonar” nos referimos, claro está, a una actitud mental de desprendimiento del comportamiento grupal, incluso de aislamiento físico del gregarismo cuando sea posible y necesario.
Esto requiere cierto esfuerzo, dado que la situación del mundo es compleja y poliédrica, con muchas caras, ángulos y aristas; como un gran puzle con las piezas desordenadas sobre la mesa, sin un tutorial para irlas encajando. Por eso es tan difícil visionar el conjunto y encadenar hechos aparentemente inconexos.
Para entender esto es importante conocer la intrahistoria de nuestro pasado –más que la historia que nos transmiten los notarios oficiales— sobre guerras, tratados, acuerdos y conquistas; y también el interés de los poderes de cada momento en el diseño de la sociedad y el afán de dominio y control del ser humano para su propio provecho.
No me refiero a los políticos que ostentan el mando –ellos son meros títeres obedientes—, sino a “esa cosa” medio abstracta y viscosa que hoy denominamos “las élites globalistas”, cuyas caras desconocemos en su mayoría.
El protocolo para saber si una persona es despierta o pertenece al rebaño deberá incluir las siguientes preguntas: 1) ¿Cree que existió una pandemia? 2) La OMS, los colegios de médicos y los científicos que comparecían en los medios de comunicación, y los propios medios, ¿mentían a los ciudadanos? 3) ¿Está a favor del uso de la mascarilla, a pesar de su perjuicio para la salud? 4) ¿Cree que ha habido un coronavirus “asesino”? 5) ¿Cree que la gente en Wuhan caída en la calle muerta a causa del virus? 6) ¿Cree que hubo diversas cepas y variantes? 7) ¿Qué sabe sobre la Red 5G? 8)
¿Conoce los efectos negativos de los campos electromagnéticos? 9) ¿Cree lo que nos cuentan sobre el cambio climático? 10) ¿Sabe que las pruebas PCR no sirven para detectar carga viral? 11) ¿Cree que dar positivo significaba tener covid? 12) ¿Le parece que los asintomáticos eran enfermos? 13) ¿Sabe que los hospitales recibían una cantidad extra si el ingresado era intubado, una cantidad más si entraba en la UCI, y otra, a mayores, si fallecía diagnosticado de covid? 14) ¿Se vacunó usted? 15)
¿Cuántas dosis se ha inoculado? 16) ¿Se va a seguir vacunando? 17) ¿Ha leído sobre los efectos adversos de las vacunas covid? 18) ¿Tiene información sobre el contenido de los viales? 19) ¿Sabe lo que es el óxido de grafeno reducido? 20) ¿Está al tanto de lo que es el transhumanismo? 21) ¿Ha oído hablar de Sebastián Piñera, de Elon Musk, de Rafael Yuste o de José Luis Cordeiro? 22) ¿Sabe lo que es la interface y el fin último de la misma?
Las respuestas a este test nos revelarán, sin duda, el grado de conocimiento sobre la situación que nos aprisiona en este dédalo gigante. ¿Podremos dar muerte al minotauro y salir airosos del laberinto? No será por falta de tesón, esperanza y confianza en la humanidad, aunque muchas veces den ganas de tirar la toalla. En esos momentos siempre recordamos la parábola del grano de mostaza, que crece y crece, y nos imaginamos a las aves del cielo viniendo cantarinas a anidar en sus ramas.
Psicóloga, periodista y escritora
https://www.alertadigital.com/2023/03/15/el-cumpleanos-de-la-farsa-del-estado-de-pandemia-tres-anos-de-mentiras-entrelazadas/
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