viernes, 28 de abril de 2023

Símbolos de una Profanación


Por Alfonso de la Vega.- Contra la damnatio memoriae que el gobierno satánico de Su Majestad está perpetrando, gracias a complicidades y cobardías impensables, cabe recordar el valor perenne de los símbolos espirituales en la iluminación de la conciencia.

La montaña y la caverna son símbolos de centros espirituales como lo son todos los axiales o polares, como lo es la montaña. Y con más evidencia si sobre ella como en el Risco de la Nava se yergue una cruz de 150 metros de alto. En el profundo simbolismo espiritual del Valle de los Caídos, la caverna basilical se encuentra en el corazón de la montaña en Cuelgamuros.

La caverna del corazón es una notable expresión tradicional para designar el centro vital. Así lo han entendido siempre los sabios. En la Segunda parte de El Quijote, Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha a quien dio feliz cima el valeroso caballero Don Quijote de la Mancha, el gran Cervantes nos narra la iniciación espiritual del caballero andante en la Cueva de Montesinos.

En un espacio y un tiempo sagrados asiste a un extraño cortejo astral en el que Belerma honra la figura de su Caballero muerto. Don Quijote observa en una sala baja el sepulcro de mármol, con gran maestría fabricado, sobre el que ve a un caballero tendido. Montesinos le explica quién es Durandarte, flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo. Durandarte acabó su vida en mis brazos y cumplí su último ruego:

¡Oh mi primo Montesinos!
Lo postrero que os rogaba
que cuando yo fuere muerto
y mi ánima arrancada
que llevéis mi corazón
adonde Belerma estaba
sacándomele del pecho
ya con puñal, ya con daga.

Pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto… al cabo venía una señora… que traía en las manos un lienzo delgado y un corazón de carne momia… Díjome Montesinos que era Belerma y sus sirvientes.

Caballeros

Hoy asistimos a la humillante exhumación de los restos de otro caballero encantado cuyo corazón, como Montesinos o Belerma el de Durandarte, debiera haber guardado España con el respeto y el honor debido a los patriotas y a los héroes. Para llegar a esa tumba es preciso recorrer la nave principal de la cripta excavada en la montaña hasta el altar mayor en cuyo frontal anterior se representa un bajorrelieve con el Santo Entierro. En efecto, delante del altar mayor, bajo la cruz erguida en la montaña conocida como el Risco de la Nava, se encuentra la tumba de José Antonio Primo de Rivera, asesinado bajo el gobierno socialista en noviembre de 1936, cuyos restos fueron trasladados al Valle de los Caídos desde el Monasterio de El Escorial el año 1959.

En dicha gran nave de la cripta se disponen ocho tapices con representaciones del Apocalipsis de San Juan. Nada más oportuno ni conveniente para ilustrar el tremendo combate entre el Bien y el Mal que ahora se está manteniendo en el Reino de España y del que la humillación que supone la exhumación de la tumba de José Antonio es un importante símbolo como antes lo fuera la profanación de la del General Franco, enterrado allí por decisión personal del hoy también denostado y ninguneado por su hijo, rey don Juan Carlos.

Oportuno sentido simbólico el de recordar el Apocalipsis que ya se diera en su momento y no por casualidad. Los tapices hoy mostrados son esmeradas copias de los originales traídos a España desde Flandes por el rey Felipe II realizadas durante diez años por los talleres de la Fundación de Gremios.

El primer tapiz expresa los siete ángeles de las siete iglesias de Asia que algunas tradiciones asocian a los siete chacras o centros espirituales cuya apertura en el hombre le permiten la revelación. El segundo el comienzo del Juicio Final. El tercero la destrucción de la humanidad por medio de las plagas y la adoración del Cordero. El cuarto representa la historia de los visionarios Enoc y Elías. El quinto el combate entre San Miguel con sus ángeles y los demonios que tratan de atacar a la mujer vestida de Sol, nuestra Señora. El sexto expone el triunfo del Evangelio. El séptimo simboliza las bodas del Cordero y no puede ser más descriptivo.

La meretriz que representa a Babilonia cabalgando sobre el dragón de las siete cabezas ofrece un cáliz de sangre, símbolo de las abominaciones y tiene a sus píes a los reyes como embriagados por el vino de su propia torpeza. Por último, el octavo tapiz muestra al ejército de Cristo cabalgando caballos blancos para combatir al dragón de las potencias del averno. Tras haberlo vencido encadenan al dragón. La ciudad santa es recuperada para el Bien. Los ángeles custodian sus puertas y los justos adoran la visión.

Según esta Revelación sagrada debemos esperar que, pese a todo, el Mal será vencido y no prevalecerá. Esa es la base de toda civilización digna del tal nombre, la prevalencia del espíritu sobre la materia.

Cerca de los tapices, más al oriente junto al altar mayor, los cuatro arcángeles parecen aguardar el cumplimiento de esta esperanza. Sí, se muestran cuatro: además de los tres habituales: Gabriel el que anuncia, Rafael el peregrino, o Miguel el combatiente, se presenta un cuarto que aparece en los apócrifos.

Quizá sea Uriel, el fuego de Dios o, de no ser una rara concesión al primitivo rito mozárabe hispánico, más probablemente Azrael o Yezrael.

No hay referencia a Azrael en la Biblia católica y no se le considera una figura canónica en la cristiandad. Sin embargo, hay una historia considerada apócrifa en 2 Esdras. Es la de un escriba y juez llamado Ezra o «Azra». El tal Azra fue visitado por el arcángel Uriel, quien le dio una lista de leyes y castigos a los que adherirse y que aplicar como juez. Azra vuelve a aparecer en los textos apócrifos entrando al Cielo sin probar la marca de la muerte.

Tendría así un carácter de agente psicopompo. Se trataría en ese caso del agente que presenta a los difuntos ante Dios y por tanto de gran coherencia con el simbolismo espiritual del propio conjunto monumental de Cuelgamuros.

La posición de la Iglesia tradicional o prebergogliana

El Papa Juan XXIII resumió las líneas maestras de la espiritualidad de este monumento en el breve pontificio de 1960 por el que concedió el título de Basílica Menor a la iglesia de Santa Cruz del Valle de los Caídos:

“Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso.

Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana, ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre un amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los caídos en la Guerra Civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española”.

El cardenal Cicognani, en nombre del Papa Juan XXIII, explicó en la homilía de la misa de consagración de la basílica, el 4 de junio del año 1960, varias cuestiones como la presencia de la Orden de San Benito en el lugar:

“Contiguo a la basílica, se ha edificado un gran monasterio destinado a una congregación religiosa, puesta al servicio de los fieles, y se ha escogido para ello una comunidad de la Orden de San Benito, que tiene la peculiaridad de unir a la dispensatio donorum Dei la obligación de la laus perennis, por la cual la Nación española rezará diariamente con la Iglesia, para la Iglesia, en nombre de la Iglesia. […] Esta basílica, al igual que toda otra Basílica, debe ser un centro de irradiación espiritual, un santuario adonde se dirijan los sentimientos de adoración y veneración de los fieles. Esta basílica, dedicada a la Santa Cruz, debe ser como un místico recinto donde las almas se encuentren en su propia atmósfera para meditar los misterios de Dios, especialmente el de la Redención. Cristo crucificado, que se alza aquí en el altar mayor, en una pieza de arte admirable, y en la cumbre de la montaña la altísima Cruz, lanzada a los espacios cual flecha que señala el cielo, como señal de esperanza y garantía de salvación; una cruz que domina todo el valle y lo ilumina cual faro de luz redentora. […] Frente a la Cruz, salen al paso a nuestro espíritu el pensamiento y la doctrina de San Pablo en su Carta a los fieles de Colosas acerca de Cristo y del sacrificio de la Cruz, en el cual ve San Pablo la redención y la reconciliación del género humano con Dios, y la pacificación de todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, merced al primado que sobre todas las cosas tiene Cristo”.

El cardenal recuerda las finalidades espirituales para las que ha sido construido el monumento que no es la gloria del franquismo, sino que posee una dimensión espiritual: ofrecer sufragios por las almas de los muertos en la guerra y rezar por la nación española.

Hoy, este aspecto monástico antes resaltado tan dignamente bien representado por el Abad Santiago Cantera es también objeto de persecución ante el silencio cómplice de quienes debieran defenderlo.

La contundente opinión de Azaña

Pero hay otros argumentos que avalarían el respeto al descanso de los fallecidos. Los necromantes satánicos envilecidos que hoy se sienten impunes en el marco globalista devastador durante el reinado de don Felipe harían mejor en dejar a los muertos en paz y seguir las recomendaciones del presidente Manuel Azaña el 18 de julio de 1938 en su famoso solemne discurso en el ayuntamiento de Barcelona, cuando ya daba la guerra por perdida para su bando:

“Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordaran, si alguna vez les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón”.

Una imponente y patética estatua de la Piedad debida al escultor Juan de Ávalos preside la portada de entrada a la cripta basilical. Sin embargo, el gobierno guerracivilista de Su Majestad, heredero de los asesinos de José Antonio, se cree tan invencible e impune como el dragón de las siete cabezas. En su soberbia satánica, contradiciendo al presidente Azaña, no quiere aprender ninguna lección, tampoco desea ni paz, ni piedad, ni perdón.

Otro sí digo

La familia de don José Antonio Primo de Rivera habría solicitado exhumar sus restos enterrados en el Valle de los Caídos para de ese modo intentar evitar que sus asesinos se regodeen con esta otra cobarde y satánica venganza póstuma. José Antonio había iniciado su actividad política para tratar de reivindicar el honor de su padre quien fuera traicionado por don Alfonso XIII. Lástima que tal sentido del deber y de respeto al propio linaje no parezca haberse conservado al menos del todo. Y es que según otros observadores la exhumación por parte de los familiares se haría por la menos noble intención de tratar de evitar ser despojados de sus títulos nobiliarios.

Cosa curiosa esta última porque parece claro, según el artículo 62 de la Constitución, que es facultad real la de “f)…. conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes”. De modo que la facultad de conceder la retirada de esos títulos nobiliarios también corresponde al rey. Por si no estuviese claro, el Ministerio de Justicia en su página oficial aclara que:

“Las Grandezas y Mercedes nobiliarias nacen por concesión soberana del Rey; posteriormente se van transmitiendo siempre por adquisición legal. Como derechos honoríficos que son, están fuera del comercio de los hombres y no pueden ser objeto de transacción mercantil alguna. En algunos casos revierten a la Corona cuando, vacante el Título, no se ejercitan durante un cierto tiempo las acciones encaminadas a su adquisición o transmisión.

La facultad de otorgamiento o concesión se ejerce por el Rey y se materializa a través de una Real Carta. Dicho otorgamiento surte efectos frente a terceros una vez que se publica en el Boletín Oficial del Estado el correspondiente Real Decreto de concesión….”.

Además de la prepotencia revanchista del socialismo, para entender lo que pasa conviene resaltar la cobardía de otras instituciones que no cumplen hoy con sus obligaciones morales con la nación, tales como la Corona o la propia Conferencia Episcopal Española.

https://www.alertadigital.com/2023/04/27/simbolos-de-una-profanacion/

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