¿Qué
pensarían si les dijéramos que Hitler estuvo rodeado de magos y
miembros de poderosas sociedades secretas, y que le influyeron a la hora
de tomar decisiones? ¿O que estuvo obsesionado por descubrir todos los objetos
sagrados que se repartían por el mundo, en la creencia de que le darían
el poder absoluto? ¿O que creó expediciones en busca, por ejemplo, del
Santo Grial o del mítico reino de Shambala?
En
esta obra, “Las Reliquias de Hitler”, nos acercaremos a sociedades
secretas como la Orden Armanista, la Germanenorden, la Orden de los
Nuevos Templarios o la Sociedad Thule; a esa guerra «ocultista» que a la
sombra de la II Guerra Mundial enfrentó a nazis con aliados; a delirios
místico-raciales como el representado por la Teozoología o los
contenidos antisemitas de la revista Ostara; a las insostenibles teorías
del Espacio Vital, la Tierra Hueca y el Hielo Eterno, sin olvidar la
búsqueda que los nazis emprendieron de reliquias como el Santo Grial o
la Lanza del Destino.
Las
experiencias místicas de Hitler, las obsesiones ocultistas de Himmler,
la influencia de astrólogos y magos en ambos bandos del conflicto, el
engaño esotérico del vuelo de Rudolf Hess, el raude de los Protocolos de
los Sabios de Sión… Las reliquias de Hitler aporta luz sobre estos y
otros muchos asuntos sin los que es imposible comprender el mayor
desastre de la historia.
La encarnación del Mal (fragmento de la introducción)
Debo
reconocer que pocos acontecimientos de la historia me parecen tan
sobrecogedores como la Segunda Guerra Mundial.
La contienda bélica que
enfrentó a la casi totalidad del mundo civilizado nos dejó desde sus
múltiples frentes un patrimonio imborrable de dolor y atrocidades,
episodios diversos de una crueldad tenebrosa y profunda, diabólica hasta
sus máximas consecuencias, que ni la más fértil de las imaginaciones
podía haber augurado. Los nazis, con Hitler a la cabeza, desempeñaron
uno de los principales papeles de ésta vergonzosa escenificación del
horror, pero desde luego no fueron los primeros en la historia ni los
únicos en este episodio que llevaron hasta sus últimas consecuencias el
lado más oscuro de la condición humana.
La
barbarie también se personificó en otros líderes, escenarios y momentos
de la contienda, aunque bien es cierto que pocos se recrearon en ella
como los acólitos de la esvástica. Lo vivido, con sus millones de
muertos y un saldo de dolor incalculable anclado en los genes de las
generaciones que sucedieron a la conflagración, debía de haber sido
suficiente para borrar de la faz de la tierra todo atisbo de terror,
pero lo cierto es que la humanidad parece abocada a repetir una vez tras
otra sus errores. Más de 50 millones de muertos entre 1939 y 1945 no
parecen haber sido suficientes.
Mientras
escribo estas líneas son legión los soportes informativos que rememoran
desde los más diversos enfoques la última de las grandes guerras que ha
enfrentado al mundo a lo largo de la historia, con motivo del sesenta
aniversario del cruento final de la contienda, lacrado con el fuego
atómico que hirió mortalmente a las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.
Sin embargo es desolador constatar simultáneamente la certeza de que en
decenas de lugares del planeta la guerra y los inhumanos
comportamientos que la aderezan forman parte de lo cotidiano,
encontrando nuevos escenarios en los que encarna la perversidad. Pero
este no es un libro escrito para analizar la voracidad de la naturaleza
humana, ni las razones, personajes y acontecimientos que desataron,
alimentaron y pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.
De
ello se han ocupado y lo continuarán haciendo con mayor o menor pericia
infinidad de autores. Esta es en cambio una obra que busca poner el
acento en la injustificada omisión en la que, conscientemente o no, han
coincidido la mayor parte de esos mismos autores, exclusión que
pertinazmente ha buscado minimizar o directamente silenciar un aspecto
sin el que es imposible racionalizar adecuadamente, aunque jamás
justificar, lo sucedido. Nos referimos como el lector ya supondrá al
papel desempeñado en la hecatombe por las creencias ocultistas y las
prácticas mágicas nazis.
No
nos equivocamos sí afirmamos que se libraron dos guerras, aunque sólo
una de ellas terminaría pasando a la historia de los manuales
académicos. En las bambalinas de ésta se libró una contienda mágica, una
lucha entre fuerzas posiblemente tan inmateriales como inexistentes,
que a pesar de ello ejerció una demoledora influencia sobre el devenir
de la tragedia humana que todos hemos conocido. Las disputas
territoriales, el expansionismo alemán, las alianzas, la demonización de
la raza judía, la adopción de ceremonias y simbología pagana, el
demoledor carisma de algunos líderes nazis y la ciega confianza que
mostraron los hombres fuertes del nacionalsocialismo en la necesidad del
genocidio, sólo pueden ser completamente entendidos sí tenemos en
cuenta el acervo hermético que abrazaron.
La Historia jamás olvidará las atrocidades nazis, y la esvástica siempre estará asociada a ellas
La
acumulación de explícitas evidencias que apoyan esta afirmación es de
tal calibre que el reiterado silencio que durante décadas han guardado
los historiadores sobre este asunto no admite justificación y sólo
cabría entenderlo en el contexto de mentalidades ingenuamente incrédulas
o marcada e interesadamente parciales. Al igual que es imposible que
logremos tapar el sol con una mano, obviar la presencia e influencia del
ocultismo en los personajes y acontecimientos que configuraron el
Tercer Reich es, hoy más que nunca, faltar a la verdad. Una verdad
plasmada en infinidad de instantáneas y en mil y un detalles.
La
cruz gamada, las runas como emblema de las SS, los desfiles alegóricos a
la mitología, la filosofía ocultista de las sociedades secretas
enquistadas en la Europa de la primera mitad del siglo XX. Quizá y
atendiendo a razones de causa mayor ese silencio fuera justificable tal y
como algunos expertos han apuntado durante la celebración de los
juicios de guerra de Nuremberg. Exponer y publicitar ese maremagnum de
creencias irracionales, de ceremonias y rituales herméticos, de
aventuras en la frontera de una arqueología que buscaba pruebas que
dieran credenciales al mito, tal vez hubiera abierto una vía judicial
por la que los criminales nazis hubieran podido escapar alegando
perturbación y desequilibrios psíquicos. Porque nadie en sus cabales
podía creer en la existencia y poder real de reliquias como el Martillo
de Thor o la Lanza de Longinos, en la herencia genética de razas
prediluvianas supervivientes de la Atlántida o en ejércitos invisibles
luchando en los campos de batalla.
En
ese momento obviar lo evidente a sabiendas de que también ellos, los
aliados, habían tomado parte activa en esa guerra invisible, fuese lo
más conveniente para liberar el dictado de sentencias ejemplares por
parte de los tribunales. Pero que esa actitud se mantenga hoy en día en
inconcebible y secuestra la verdad. Desgraciadamente continúa siendo así
por obra y gracias de la mayor parte de los historiadores, lo que
expande las fronteras de la especulación hasta límites insospechados.
Estas páginas pretenden ofrecer una modesta aproximación a esta pieza
sin la que a nuestro juicio resulta imposible reconstruir el
rompecabezas nazi. Nuestro objetivo es el de exponer las creencias
esotéricas en las que germinó y se alimentó el nacionalsocialismo,
especialmente las que empaparon a Hitler hasta emborracharle de
mesianismo, así como el despliegue que hicieron los iniciados nazis de
las más diversas artes ocultas con el fin de aliar a su favor las
fuerzas de lo invisible.
No
pretendemos demostrar que tales creencias y prácticas contaban con los
fundamentos y desencadenaban los efectos que los seguidores del Führer
pensaban -que cada lector lo juzgue según su criterio-, sino reflejarlos
como parte de una realidad en la que creían y sobre la que sustentaban
muchas de sus acciones. Desde nuestro modesto punto de vista y con el
más sentido de los respetos hacia las creencias de cada lector,
consideramos absurdo el pensar que un objeto como la Lanza Sagrada
contaba con algún poder propio, de naturaleza mágica, que ayudara a
Adolf Hitler a gobernar con el indiscutible liderazgo con el que lo hizo
a su pueblo.
Sin
embargo, la obsesión que el dictador alemán sintió por esta reliquia y
la creencia que albergó de su condición de talismán que le ayudaría en
la consecución de sus objetivos, le hicieron codiciarlo y hacerse con
él. El poder evocador que dicha lanza generaba en Hitler era más que
suficiente, convirtiendo en superfluo la más que dudosa filiación
cristiana del mismo y por supuesto, su improbable poder objetivo. Algo
similar podríamos decir del Grial o a cerca de la también anhelada Arca
de la Alianza, e incluso aunque con otra interpretación de la Bandera de
la Sangre, la reliquia que él mismo creo para alimentar la religiosidad
de su política. Tampoco apreciamos efecto alguno objetivo en los
rituales y en la guerra psíquica desplegada desde ambos bandos, pero la
realidad es que los protocolos mágicos siempre han sido una constante
que cohesiona y enardece a las sociedades secretas, que las distingue
del resto.
El
Führer construyó su cuerpo de mando con un patrón cercano a esas
sociedades secretas, de ahí la necesidad de esas ceremonias y de adherir
a su causa cualquier práctica mágica que pudiera dar ventaja sobre el
enemigo y ayudar a cumplir la mística misión que el destino le había
encomendado tanto a él como a personajes como Himmler.
Después
adoptaría medidas contra toda práctica ocultista y sociedad secreta
operativa en los territorios bajo su mando, una medida como tantas otras
que tomó que han dado pie a todo tipo de especulaciones. Ahora bien,
que nadie entienda que pretendemos engañarnos. Fueron las balas, las
bombas, el mortífero gas de los campos de concentración los que acabaron
con las vidas de las víctimas, y no los hechizos de los magos al
servicio nazi. Sin embargo estas arengas de ocultistas, iluminados,
astrólogos y videntes diversos alimentaron el enfermizo concepto de
trascendencia de quienes daban las órdenes.
Esos
son los aspectos que nos interesan. El resultado de todo ello no pudo
ser más dantesco. La atrocidad se apoderó del mundo y la encarnación del
mal en la figura de un perturbado de aspecto risible marcó con sangre
como jamás había sucedido la historia de la Humanidad.
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