El investigador esotérico peruano Daniel Ruzo (1900-1991) pasó gran parte de su vida estudiando algunos lugares muy particulares del planeta, como por ejemplo Marcahuasi (Perú) y Tepoztlán (México).
El altiplano de Marcahuasi es un lugar legendario: situado a más de 4000 metros de altura en la región de Lima, tiene una extensión aproximada de 4 kilómetros cuadrados.
En el centro de la meseta están los restos de una ciudadela preincaica cuyos vestigios se remontan al siglo VIII d.C. Además, dispersas en la meseta (o quizás correctamente ubicadas), hay muchas esculturas megalíticas, antropomorfas, zoomorfas y mitológicas, además de algunos petroglifos e ideogramas que Ruzo interpretó como la obra de una civilización antediluviana perdida, a la cual denominó Masma.
Es menester agregar que los arqueólogos tradicionales han negado siempre que las extrañas formaciones rocosas de Marcahuasi sean efectivamente esculturas elaboradas por el hombre en tiempos remotos, y las describen simplemente como el resultado no sólo de la erosión de la lluvia y del viento en el transcurso de los milenios, sino también de la fantasía de los investigadores esotéricos.
Lo extraño es que las esculturas megalíticas son numerosas y que, empezando por la más célebre, el Monumento a la Humanidad, parecen justamente ser el fruto de un antiquísimo trabajo humano. Otras, en cambio, parecen representar singulares animales como el león o el caballo, los cuales se extinguieron en Suramérica alrededor del 12000 a.C. (Podría tratarse del smilodon y del caballo americano).
La teoría de Daniel Ruzo, que se basaba a su vez en las intuiciones y en los sueños de Pedro Astete, indicaba justamente a los hombres de la cultura Masma como los primeros habitantes de la meseta y como aquellos que esculpieron las estatuas megalíticas.
De su libro “Marcahuasi, la historia fantástica de un descubrimiento”, (1974), se deduce que Ruzo sostenía que existieron cinco humanidades diferentes sobre la Tierra, y que cada una de ellas ocupó un período de 8608 años durante los cuales los humanos alcanzaron considerables niveles de desarrollo social y tecnológico, pero luego estas conquistas fueron borradas por respectivas catástrofes de proporciones inauditas, las cuales estarían relacionadas, según Ruzo, con el ciclo de la precesión de los equinoccios.
Es probable que Ruzo estuviera influenciado por el famoso libro “La doctrina secreta” (1888), de la escritora esotérica rusa Helena Blavatsky, en el cual se explica la teoría de las cinco humanidades, pero, en todo caso, la hipótesis de Ruzo difiere de la de Blavatsky, sobre todo en la cronología.
Después de haber estudiado esculturas y sitios megalíticos en Marcahuasi, Sacsayhuamán, Ollantaytambo(Perú), Tiahuanaco (Bolivia), Tepoztlán (México), Fontainebleau (Francia), Stonehenge (Inglaterra), Guiza(Egipto), los Cárpatos (Rumania), además de un lugar no especificado en Brasil (¿Ingrejil?), Ruzo llegó a la conclusión de que los megalíticos que esculpieron las estatuas de Marcahuasi y los megalitos de los otros lugares por él estudiados eran los sobrevivientes del diluvio universal, que según él, ocurrió exactamente en el 6471 a.C.
Las técnicas utilizadas por los megalíticos para esculpir las estatuas eran, según Ruzo, “únicas”, pues permitían percibir peculiares detalles sólo cuando los rayos del Sol las iluminan, en días y a horas específicos del año.
Pero, ¿quiénes eran los hombres de la cultura Masma? Y, ¿por qué, según Ruzo, esculpieron las estatuas de Marcahuasi?
Según el investigador peruano, la cuarta humanidad estaba dominada por la cultura de la Atlántida, que tenía su centro en la isla homónima, situada cerca a la actual costa de Mauritania. Cuando aparecieron los primeros signos de la catástrofe conocida hoy como “diluvio”, que según Ruzo ocurrió exactamente cuando el Sol comenzó a surgir (durante los equinoccios) teniendo al fondo la constelación de Géminis (que corresponde, según sus cálculos, al 6471 a.C.), algunos atlantes se refugiaron en Mauritania, mientras que otros emigraron a Yemen.
Ruzo también creía que los atlantes mauritanos dieron inicio a la cultura Masma, mientras que los atlantes yemenitas originaron la cultura Imiarita. Como el nivel de los mares estaba elevándose y la catástrofe se acercaba, ambos pueblos buscaron refugio en tierras altas y algunos grupos aislados navegaron hacia el Nuevo Mundo. Los Masma atravesaron el Atlántico, y remontando el Río Amazonas y sus afluentes llegaron a los Andes, mientras que los Imiaritas navegaron hacia el este y llegaron a Suramérica atravesando el Océano Pacífico.
Según Ruzo, pequeños grupos de megalíticos Masma e Imiaritas se establecieron en los Andes a partir de hace 85 siglos, originando la cultura andina y fundando los principales lugares de culto: Marcahuasi, Sacsayhuamán y Tiahuanaco.
Las estatuas de Marcahuasi habrían sido esculpidas para dejar a la posteridad el conocimiento de un pasado grandioso. Por ejemplo, la Tueris (Taueret) egipcia (diosa de la fertilidad, representada por un hipopótamo hembra en embarazo) habría sido tallada para recordar los lejanos orígenes semíticos de los Imiaritas, como también para ilustrar el símbolo de la “matriz” o del “renacimiento”.
Asimismo, Ruzo sugirió que la causa que desencadena la catástrofe cíclica, que ocurre cada 8608 años, es el paso del Sol a través de cuatro signos zodiacales, provocado por el cambio de la dirección de la inclinación del eje terrestre, o bien, por la precesión de los equinoccios.
El investigador creía que sólo a la entrada de tres específicos signos zodiacales, respectivamente Géminis, Acuario y Libra, ocurren catástrofes cíclicas causadas alternativamente por los elementos aire, tierra, fuego y agua.
Siguiendo su lógica, acontecerían, por lo tanto, tres cataclismos universales en el curso de 25824 años (1), el tiempo total del ciclo de la precesión de los equinoccios.
Recapitulando, Daniel Ruzo sostenía que:
1. La primera humanidad había alcanzado el grado de civilización tecnológica en el 40903 a.C. y que fue destruida por el elemento aire (tornados, desaparición de la atmosfera?), exactamente en el 32295 a.C., cuando el Sol entró en Géminis.
2. La segunda humanidad fue aniquilada en el 23687 a.C. por el elemento tierra (¿terremotos?) cuando el Sol entró en el signo de Acuario.
3. La tercera humanidad fue devastada en el 15079 a.C. por el elemento fuego (¿volcanes? ¿meteoritos?) cuando el Sol entró en Libra.
4. La cuarta humanidad fue arrasada por el elemento agua (¿diluvio, fin de las glaciaciones?) exactamente en el 6471 a.C., cuando el Sol entró de nuevo en Géminis.
5. La quinta humanidad (la actual) será demolida por el elemento aire, cuando el Sol entre de nuevo bajo el signo de Acuario, exactamente en el 2137 d.C.
Con el fin de verificar si las intuiciones y las creencias de Daniel Ruzo tienen una confirmación efectiva y real, analicemos ahora las posibilidades científicas de que los movimientos cíclicos de la Tierra en el espacio puedan causar catástrofes o puedan desencadenar complejos procesos que provoquen las glaciaciones y, por tanto, el fin de civilizaciones tecnológicas.
Uno de los primeros científicos que estudió a profundidad las interrelaciones entre los movimientos de la Tierra en el espacio y el alternarse de los períodos glaciales (o la posibilidad de otras hecatombes gigantescas) fue el matemático serbio Milutin Milankovic (1879-1958).
Milankovic estudió cuatro movimientos de la Tierra que inciden en las glaciaciones: la excentricidad de la órbita (o bien, qué tan elíptica es la órbita), la inclinación del eje terrestre respecto a la eclíptica (que varía con un ciclo de 41.000 años), la precesión de los equinoccios (cambio en la dirección de la inclinación del eje terrestre, que tiene un ciclo de 25776 años) y, en fin, la oscilación del plano de la eclíptica (que tiene un ciclo de 70000 años).
En cuanto a la excentricidad, hoy sabemos que es un valor importante, puesto que mínimas variaciones (causadas por la atracción de otros cuerpos celestes, particularmente de Júpiter y Saturno) podrían causar cambios climáticos.
Algunos estudios han demostrado que la excentricidad varía con un ciclo que va de los 95.000 a los 125.000 años. La excentricidad de nuestra órbita va del valor 0,005 (casi circular) hasta 0,058 (máxima excentricidad). Actualmente, este valor es de 0,017. Cuando la excentricidad es máxima, la diferencia de radiación solar entre el perihelio (mínima distancia del Sol) y el afelio (máxima distancia del Sol) alcanza el 6,8% del total (mientras que hoy está al 3,4% del total). Según el especialista James Croll (siglo XIX), los períodos de máxima excentricidad corresponderían a los períodos glaciales, pero esta teoría fue puesta en discusión por otros estudiosos.
En cuanto a la precesión de los equinoccios, el movimiento de la Tierra que fue observado desde la antigüedad (ver mi artículo: Los valores del número π y de la precesión de los equinoccios en las pirámides de Teotihuacán y Guiza) hoy se puede afirmar que tiene un ciclo de 25776 años.
Cuando el eje de la Tierra apunta hacia el Sol en el perihelio, el hemisferio norte tiene grandes diferencias de clima entre el invierno y el verano (el primero muy frío y el segundo muy caluroso), mientras que en el hemisferio sur no habría diferencias significativas (invierno templado y verano fresco).
Según el matemático francés Joseph Ademar (siglo XIX), la precesión de los equinoccios sería el “motor cósmico” que causó el fin de la glaciación de Wisconsin-Würm, hace alrededor de 10000 años. Sin embargo, su teoría fue refutada por varios climatólogos.
También la inclinación del eje terrestre respecto a la eclíptica (que varía con un ciclo de 41.000 años) fue indicada como una posible causa del inicio de las eras glaciales, puesto que a una inclinación del eje terrestre de 24,5 grados corresponderían inviernos muy severos. Fue justamente Milankovic quien señaló, por el contrario, los veranos frescos (por tanto, los períodos de mínima inclinación) como la causa del desencadenarse de los períodos glaciales, ya que durante esos períodos la nieve acumulada durante el invierno no lograría derretirse y así se podría provocar la glaciación.
La combinación de los tres factores ya mencionados, además de la oscilación del plano de la eclíptica (que tiene un ciclo de 70000 años) han llevado a varios estudiosos a sostener que las glaciaciones tienen un ciclo de 100 milenios y que están intercaladas por períodos glaciales de 10 o 12000 años.
Hay, sin embargo, otras teorías que sugieren que la duración de los períodos glaciales es de respectivamente 21, 40 o 400 milenios. No obstante, estas teorías no han sido todavía universalmente aceptadas puesto que se deben considerar también otros factores, como por ejemplo la distribución de los continentes sobre la superficie terrestre, la posibilidad del paso de cometas y también el impacto humano en la atmósfera terrestre.
Además, los científicos se han concentrado en el análisis de las posibilidades de que los movimientos de la Tierra sean causa de las glaciaciones, pero no han llegado a conclusiones ciertas sobre la posibilidad de la ciclicidad de otras catástrofes globales, tales como el aumento del vulcanismo a escala mundial, el impacto de asteroides gigantes, el cambio de polaridad de la Tierra o períodos de sequía potencialmente peligrosos.
Si la teoría de la ciclicidad de los 100000 años con intervalos interglaciares de 12000 fuera cierta, se podría pensar que entraremos dentro de poco en una nueva era glacial, pero, en todo caso, no se ha encontrado una correlación cierta con la precesión de los equinoccios, indicada por Ruzo como la clave del problema.
Hasta el día de hoy nadie es capaz de decir con certeza absoluta cuándo sucederá la próxima catástrofe a nivel planetario y por qué será causada. En mi opinión, además de los científicos que se basan en las evidencias matemáticas, deben ser tenidos en cuenta también los investigadores esotéricos, quienes podrían, con sus intuiciones, señalar el camino correcto para profundizar y comprender el pasado e intentar prevenir nuestro futuro por medio de una visión holística.
YURI LEVERATTO
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