El continente americano es otra porción del planeta que guarda las misteriosas marcas del pasaje de extraterrestres por la historia: Palenque, el dios Quetzalcóatl, las figuras de Nazca, el candelabro de Paracas, las Piedras de Ica… y tantos otros interrogantes.
Cuando el doctor Alberto Ruz Lhuiller entró por primera vez al interior de la pirámide de Palenque, ya debía tener la intuición de que encontraría algo muy interesante. Como miembro del Instituto Nacional de Antropología de México, él conocía lo suficiente de la cultura maya para presentir que aquella pirámide en peldaños contenía alguna cosa especial, lo bastante para colocar su nombre definitivamente en los anales del Instituto.
La pirámide de Palenque queda en la entrada de la península de Yucatán, el gran brazo de tierra que separa el golfo de México del mar del Caribe. Palenque forma parte de un gran complejo de ruinas que testimonian la presencia de la civilización maya en el territorio que hoy pertenece a cuatro países: México, Guatemala, Honduras y Belice.
En el día 15 de julio de 1952, Alberto Lhuller (el descubridor de la pirámide de Palenque) y una pequeña expedición científica se aventuraban a penetrar en aquella enorme construcción. He aquí su relato:
“En el día 15, pudimos mover la piedra y entrar en la misteriosa cámara que veníamos procurando tan ansiosamente desde 1949. El momento de trasponer el umbral fue, por cierto, de indescriptible emoción. Yo estaba en una cripta espaciosa, que parecía tallada en hielo, pues tenía paredes cubiertas por una capa calcárea lustrosa, y las numerosas estalactitas que pendían de las bóvedas como cortinas, y las grandes estalagmitas suscitaban la impresión de enormes cilios. Esas formaciones calcáreas eran resultado del agua de lluvia que se filtraba a través de la pirámide durante mil años.”
En las paredes del templo, enormes figuras representaban los guardias del sarcófago. Todos ellos poseían pico de ave y las largas plumas del pájaro místico quetzal, que representaba Quetzalcóatl el dios Venus para los mayas. En el centro del templo, un enorme monolito tapaba un sarcófago inviolado.
Ahora ya acostumbrado con los grandiosos monumentos de la civilización maya, el doctor Alberto Lhuiller se espantó con el tamaño del sarcófago: “Lo que más me sorprendió en esta cripta fue el enorme monumento que la ocupaba casi toda. Imaginen una piedra horizontal de 3,80 por 2,20 m, esculpida de los lados y en la cara superior, reposando sobre un bloque monolítico cuyos lados son igualmente esculpidos”.
El monolito pesaba seis toneladas y la expedición tuvo que erguirlo con los únicos instrumentos a disposición en el interior de la pirámide: dos macacos de automóvil. Y lo que ellos vieron no los decepcionó.
En el interior del sarcófago había un esqueleto de un hombre de 40 a 50 años, con una máscara de jade y perlas en las manos. Aparentemente, nada había en él de anormal, a no ser el hecho de poseer 1,73 de altura, cuando los mayas nunca pasaban de 1,55 m.
El mayor choque sucedió cuando las linternas iluminaron la laja de seis toneladas que protegía los restos de aquel ser. En aquel monolito de casi 4 m de altura estaba registrada la descripción más explícita, hasta ahora encontrada, de un astronauta de la Antigüedad en el comando de su nave.
Cualquier cabeza libre de preconceptos puede percibir que aquella laja registra un ser manejando comandos manuales y pedales, mirando a través de un visor en dirección a símbolos celestes. Este ser parece estar instalado en el interior de una nave de características contemporáneas, en la cual existen llamaradas de fuego saliendo de su parte trasera.
Obviamente, es extraño un astronauta andrajoso, como un indio, comandando una nave espacial. Mas no se debe encarar esta representación como un retrato realista. Los escultores de aquella laja probablemente no vieron la nave y su ocupante, pero supieron de sus características a través de relatos pasados de generación en generación.
Palenque es apenas uno de los misteriosos monumentos de piedra encontrados por las Américas. Por eso ninguno hasta hoy sabe responder con absoluta certeza cuál era la función de aquellas inmensas y perfectas construcciones de roca que el tiempo no destruyó.
La tradición de los pueblos americanos habla de gigantes y dioses venidos del espacio a bordo de naves voladoras, pero la antropología oficial no acepta cualquier relación entre esas leyendas y las construcciones titánicas, y no explica tampoco otras cosas:
los mayas tenían un calendario astronómico y astrológico avanzadísimo, mas aparentemente desconocían la rueda; cada escalón de las pirámides mayas fue construido según una orientación milimétrica de esos calendarios; los mayas sabían que Venus tiene 584 días por año, y calcularon que el año terrestre tendría 365,2420 días (las computadoras modernas afirman que el año exactamente es de 365,2422 días); sus tablas astronómicas abarcan períodos de 400 mil años.
¿Los mayas aprendieron esas cosas por sí mismos? ¿Cómo puede un pueblo de conocimientos tan impresionantes entregarse a la práctica de sacrificios sangrientos de sus niños y jóvenes, en honra de los dioses?
¿Quién enseñó esos conocimientos a los mayas?
Popol Vuh: El libro sagrado de los mayas
Veamos algunos trechos del Popol Vuh, este libro de los mayas escrito en la lengua quichua. Infelizmente, la traducción fue adulterada en parte por traductores españoles, pero no deja de ser muy interesante:
“El nombre del lugar para el cual (los dioses) Balam-Quitzé, Balam-Acabe Iqui Balam se dirigieron a la caverna de Tula, siete cavernas, siete gargantas. También los Tamub y los Ilocab se mudaron allí. Era este el nombre de la ciudad donde recepcionaron a sus dioses… Unos, después otros, dejaron los dioses atrás, y Hacavitz fue el primero… También Mahucutah abandonó su dios. No en tanto, Hacavitz no se escondió en la floresta, mas desapareció en el interior de una montaña desnuda…”
¿Eso no parece la versión de un motín de los colonizadores?
Sigue el Popol Vuh: “Dice que (los primeros hombres) fueron creados y moldeados; no tuvieron madre ni padre, pero, a pesar de eso, eran llamados hombres. No fueron nacidos de una mujer, no fueron producidos por un creador o formador, ni por Alom y Caholom, mas sí creados y formados por milagro, por encanto…”.
Y Popol Vuh parece tener también su propia versión del Diluvio:
“(Los dioses) miraban a la distancia y podían discernir lo que sucedía en el mundo. Cuando ellos miraban, veían todo alrededor, la cúpula del cielo y el interior de la Tierra. Sin moverse, ellos veían que todo se ocultaba en la distancia. Ellos veían de una sola vez el mundo entero del lugar que estaban. Su sabiduría era grande. Sus ojos alcanzaban cada arboleda y montaña y lago, cada colina, mar y valle. En verdad, ellos eran hombres asombrosos.
”Entonces los dioses cubrían sus ojos con un velo e hicieron que las cosas se empañaran como cuando el hálito toca el espejo. Entonces ellos sólo pudieron ver lo que estaba cerca y claro. Así, ellos destruían todo el conocimiento de los primeros hombres.”
Existen semejanzas entre el Popol Vuh y el Viejo Testamento que dispensan mayores comentarios, como esta extraída de la Parte 2, Capítulo 2:
“Para toda aquella gente, la naturaleza de tal árbol era maravillosa, por lo que sucedió en el momento en que pusieron entre sus gajos la cabeza de Hun Hunahpu. Y los señores de Xibalbá ordenaron: ‘¡que nadie venga a recoger de esta fruta! Que nadie venga a ponerse debajo de este árbol!’”
Recordemos una vez más que este es el libro sagrado de los quichuas, uno de los pueblos que hicieron parte de la civilización maya, y que fue escrito muchos años antes de que los españoles surgieran con la Biblia, uno de sus más poderosos instrumentos de dominación.
Quetzalcóatl
“Quetzalcóatl” es una mezcla de las palabras “pájaro” (quetzal) y “serpiente del agua” (cóatl). Quetzalcóatl era adorado por los aztecas como el Gobernante divino de la segunda Era, la Serpiente Emplumada, el Pájaro del Trueno, el Lucero de la Mañana. Tradicionalmente, era identificado con el planeta Venus.
Cuentan las tradiciones aztecas que Quetzalcóatl vino de una tierra extraña del Sol naciente, en trajes claros, y que usaba barba. Enseñó al pueblo todas las ciencias, artes y costumbres, y bajó sabias leyes. Hizo el maíz crecer cuando el algodón ya nacía colorido. Un día salió en dirección al mar, embarcado en un navío que lo llevó hasta la “estrella del alba”.
Curiosamente, ¿esa historia no es muy semejante a la leyenda del Oannes de Sumeria, distante millares de kilómetros de Mesoamérica? Por lo tanto, ¿qué habría en común entre los sumerios y los aztecas? ¿La Atlántida?
La leyenda todavía cuenta que Quetzalcóatl se estableció en Teotihuacán, la monumental ciudad religiosa que hoy se encuentra en territorio mexicano. Y “Teo-Ti-Hua-Khan”, en el antiguo Egipto, significaba “la cabeza de la ciudad de dios, la capital consagrada al Sol”.
O bien podemos notar que antes del Gran Imperio Inca, los tiahuanacos, a orillas del Lago Titicaca (Perú) conocieron a un símil de Quetzalcoátl: Viracocha, otro “dios instructor”. Las similitudes entre las historias de ambos es más que evidente.
Las Figuras de Nazca
En el día 22 de junio de 1939, a pocas semanas del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el astrónomo norteamericano Paul Kosok sobrevolaba el Sur del Perú cuando avistó algo en la superficie que lo dejó aterrorizado. Él corrió hasta la cabina del piloto de la Fawcett Lines, pero el piloto no se espantó con las marcas que se veían allá abajo. En verdad, ellos ya conocían aquella faja desértica cerca de la frontera chilena como “los terrenos de aterrizaje pre-históricos”.
Estos terrenos están en Nazca y representan uno de los más gigantescos complejos de obras humanas de la Antigüedad. Son figuras inmensas de animales dibujados en el suelo, mezclados con las rectas paralelas y perpendiculares que recuerdan inmediatamente las pistas de los modernos aeropuertos.
Nazca es uno de los terrenos más secos de todo el mundo. El grado de precipitación es “cero”, simplemente no llueve en Nazca, por eso, no existe mejor lugar para registrarse las marcas en la piedra, marcas que duran millares de años.
Algunos de los animales miden más de 100 m, y son decenas, representando, entre otras cosas, una iguana, arañas, macacos, pájaros, un perro, un pica-flor, peces, ballenas, fragatas, un pájaro con pescuezo de serpiente, papagallos y simples caracoles.
Los diseños son de soluciones gráficas muy elaboradas e inteligentes, hasta para nuestros tiempos. Los antiguos habitantes de Nazca dibujaron en el suelo cada animal con una sola línea continua, que nunca se cruza. La precisión y la inteligencia de los trazos es patente, siendo que dos de aquellos animales impresionan particularmente por su avanzadísima concepción visual: una araña y un picaflor.
¿Para que servían esos dibujos? No existe ninguna respuesta definitiva. Algunos hablan de danzas rituales que seguían en fila por las concavidades del suelo, otros hablan de una representación astronómica grabada en el suelo, y hay quien habla de un campo de aterrizaje para las astronaves.
Una cosa es indiscutible: los dibujos de Nazca fueron orientados a lo alto. Al nivel del suelo, ellos no tienen el menor sentido; son apenas líneas sin lógica esparcidas por del desierto.
Los Misterios de Paracas
A pocos kilómetros de Nazca, en la costa peruana, se encuentra el “candelabro” de Paracas. Está cavado en la roca, y representa una de las más gigantescas formas de manifestación cultural de todos los tiempos –un dibujo tallado en el abismo con 183 m de altura. El “candelabro” (otros prefieren el “tridente”) es visible a 20 km de la costa.
Algunos estudiosos arriesgan que este monumental diseño fue un marco de orientación para las naves que se dirigían al campo de Nazca. Es sólo una hipótesis, mas existen otros misterios en Paracas que todavía no fueron esclarecidos. Como, por ejemplo, las momias de jóvenes mujeres decapitadas en Paracas.
Cuentan las leyendas que allá existía una “escuela quirúrgica de peritos en intervenciones cerebrales”, lo que explicaría las diversas momias con el cráneo cortado que fueron descubiertas en Paracas. Pero no es sólo eso: las leyendas locales también hablan de serpientes voladoras y hombres voladores que usaban grandes anteojos.
Las Piedras de Ica
Algunos kilómetros al norte del complejo Nazca/Paracas está la ciudad de Ica. En 1961, el profesor Javier Cabrera Darquea descubrió que piedras extrañamente dibujadas estaban siendo comercializadas por los indios locales como souvenirs o pisapapeles.
El profesor Darquea resolvió investigar el origen de aquellas piedras, y descubrió que éstas provenían de algunas cavernas de la localidad de Ocucaje, a 40 km de Ica. Y, cuanto más piedras él veía, más espantado quedaba. En fin, Darquea consiguió transformar una casa de Ica en museo y dedicó el resto de su vida a recoger y a estudiar tales piedras.
Once mil piedras después, el profesor Darquea llegó a la misma conclusión del arqueólogo americano George Squier, que vivió en la mitad del siglo XIX: “En la cultura peruana existirían dos épocas distintas: una situada en un pasado lejano, detentora de avanzada tecnología y cultura, y otra –la de los incas– muy próxima del hombre contemporáneo”.
Las piedras de Ica registran animales prehistóricos como los megaterios (perezosos-gigantes), megaceros y mamutes. Según el profesor Darquea, existen piedras que documentan los ciclos reproductivos de los dinosaurios, de los megaquirópteros (un murciélago gigante pre-histórico) y del agnato, un pez primitivo sin maxilares que vivió hace 4-5 “millones” de años.
No hay solo imágenes pre-históricas en las piedras de Ica. Existen retratos detallados de operaciones de cesáreas, de transfusiones de sangre, transplantes de hígado y de corazón. Y existen también estrellas, cometas, y hombres mirando para el espacio a través de lunetas.
Cuentan las leyendas incas que fue en Tiahuanaco donde los dioses se reunieron para crear a los hombres. Tiahuanaco está en el margen boliviano del lago Titicaca, a 3.812 m de altitud, y sus ruinas, datadas de 3.000 años atrás, están llenas de inmensos bloques de arenisca de hasta 10 toneladas algunos con agujeros de 2.5 m de profundidad.
Hay también, como apilados en un canto, conductores de agua tallados en la piedra, midiendo precisamente 2 m de largo. Tales conductores impresionan por su precisión y por los cantos lisos, pulidos y exactos. Algunos autores, por el hecho de que el agua no necesita de conductores tan sofisticados, levantan la hipótesis de que tales caños se prestarían al transporte de alguna forma de energía.
¿Quién talló esos conductores? Y, ¿quién construyó la enigmática Piedra del Sol en un único bloque de roca de 12 toneladas?
Según la tradición local, hace muchos milenios, allí surgió una nave espacial dorada, proveniente de las estrellas. De la nave descendió Orejana, la madre primitiva de la Tierra, que poseía apenas cuatro dedos ligados por una especie de membrana. Después de generar setenta hijos terrestres, Orejana volvió en la nave dorada hacia las estrellas. (Algunos de los monumentos de Tiahuanaco poseen extraños seres de cuatro dedos.)
La tradición inca demás cuenta que estos hijos de Orejana eran “grandes hombres blancos barbudos que habían ejecutado lajas con algunas letras (…). Aparte de su crueldad y su ferocidad, practicaban públicamente el abominable vicio de la sodomia”. Ellos medirían 6 m de altura, y se alimentarían de tiburones, ballenatos y grandes peces.
Una leyenda Hopi
Esparcidos por los Estados de Arizona y de Nuevo México existen todavía 18 mil indios hopi. Los hopi son considerados indios especiales de la América del Norte, tanto por el avanzado aprendizaje cultural de sus antecedentes pre-colombinos, como por los extraños complejos de moradas en la roca.
En el “Book of the Hopi” (de Frank Waters, Nueva York, 1963), se lee que para aquella tribu el primer mundo habría sido el cosmos infinito, donde existiría Taiowa, el creador. Sus ancestros habrían conocido diversos mundos antes de escoger la Tierra. Una leyenda hopi citada en este libro cuenta que en los tiempos antiguos hubo una lucha por la Ciudad Roja del Sur, y que todas las tribus eran formadas por “kachinas” –seres no-humanos y no- terrestres– que actuaban como consejeros y protectores de la tribu.
A cierta altura de los acontecimientos, los hopis habrían sido cercados por enemigos en la Ciudad Roja del Sur, cuando entonces fueron auxiliados por los kachinas, que providenciaron túneles subterráneos en tiempo record. Después los hopi se retiraron, a través de esos túneles, por detrás de esas líneas enemigas, los kachinas así habrían hablado: “vamos a quedar aquí para defender la ciudad. Todavía no llegó la hora de nuestro viaje para nuestro planeta distante”.
Lo que cuentan los indios
En las leyendas de los indios brasileros, en sus ritos que, poco a poco, se disipan de sus más viejas tradiciones, existen referencias sorprendentes del contacto de sus antepasados con seres “muy poderosos”. Pero no siempre la mentalidad civilizada consigue entender.
El Brasil obviamente no escapa de los registros del pasaje de seres fantásticos en un pasado muy remoto. Infelizmente, casi no existen investigaciones específicas dedicadas a este tema. La antropología considera a las leyendas indígenas como fruto de una imaginación inocente, la misma que transformó Caramuru en divinidad. Y muy pocos acostumbran pensar en esas leyendas como registros históricos desfigurados por el tiempo.
El escritor suizo Erich von Däniken, fue a realizar investigaciones al Brasil, después del gran suceso de “¿Eran los Dioses Astronautas?”, alrededor de 1972. Este libro, lanzado en 1969, no fue el primero en tratar la presencia de extraterrestres en la historia. Von Däniken no inventó este estudio, pero ayudó a popularizar esa historia como nadie.
En el Brasil, von Däniken visitó las ruinas de Siete Ciudades, en el Piauí, donde puede atestimoniar su absoluto abandono, por parte de las autoridades, y la total ausencia de investigaciones, en la época, sobre aquel misterio heredado de la pre-historia brasilera.
Von Däniken disiente que se puede usar el término “ruinas” para Siete Ciudades: “No existen restos de piedras esparcidos de manera desordenada, que, otrora, podrían haber sido dispuestos en construcciones irregulares. No existen, igualmente, monolitos con cantos agudos y encajes artificiales, semejantes a los encontrados en la altiplanicie boliviana, en Tiahuanaco.
Ni procurando la manera más metódica posible, ni recorriendo la fantasía más fértil e imaginativa, serían discernibles allí los escalones, las escaleras, o rutas, en cuyas márgenes, antiguamente, habría habido casas para vivir. ‘Siete Ciudades’ constituyó un solo caos enorme, igual a Gomorra, aniquilada por el fuego del cielo. Allí, las piedras fueron destruidas, desgranadas, fundidas por fuerzas apocalípticas. Y debe hacer mucho, pero mucho tiempo que las llamas voraces contemplaron su obra de destrucción total”.
La mayoría de las pinturas e inscripciones de Siete Ciudades están a 8 m de altura del suelo, en paredes de difícil acceso, y permanecen prácticamente indescifrables. Uno de los extraños símbolos es muy parecido a la descripción del “vimana” (objeto volador) de la India antigua.
Hablando con las Estrellas
Erich von Däniken también colectó algunas leyendas referentes a visitantes del espacio entre indios brasileros. La primera de ellas fue contada por el indigenista Felicitas Barreto, y dijo respecto a la tribu de los caiapós, moradores del Alto Xingu:
“Lejos de aquí, en una estrella alienígena, se reunió un consejo de indios que tomó la deliberación de mudar la aldea. Y los indios comenzaron a cavar un agujero en el suelo. Ellos cavaban siempre más hondo, hasta que saldrían del otro lado del planeta. El cacique fue el primero en tirarse dentro del pozo, y después una larga y fría noche llegó a la Tierra. No en tanto, los vientos allí eran tan fuertes que el cacique fue llevado de vuelta para su tierra natal.
”Entonces el cacique relató su aventura al consejo, contando que había visto un mundo bonito, azul, con mucha agua y muchas arboledas verdes, y dio la sugerencia a los indios para que se mudaran a aquel mundo nuevo. El consejo decidió aceptar la sugerencia del cacique y dio la orden a los indígenas de torcer cuerdas largas de copos de algodón.
Y por esas cuerdas ellos descendieron por el pozo, despacio, para que de la Tierra no fuesen tirados de vuelta para su planeta de origen. Como hicieron una bajada bastante lenta, entrando en la atmósfera que envuelve la Tierra, lograron terminar la gran jornada y, desde entonces, viven en la Tierra.
”Al inicio todavía estaba en contacto con su tierra originaria, a través de cuerdas, mas, cierto día, un mágico maleficio las cortó, y, desde esa época, los indios esperan que sus hermanos y hermanas vengan a la cima y ellos se reúnan en la Tierra…”
“¿Los indios todavía hablan con las estrellas?”, preguntó von Däniken a la doctora Felicitas Barreto.
“No hablan ‘en’ estrellas –respondió ella–, mas sí ‘con’ estrellas. Frecuentemente quedan sentados, horas, asegurándose en los hombros, en una fila larga, sin proferir cualquier palabra. Si, después de tal meditación, se pregunta a uno de ellos lo que hizo, ciertamente él quedara debiendo una respuesta. No obstante, son de las mujeres que, en aquellos instantes, los hombres están conversando con el cielo.”
“¿Estarían rezando?”, preguntó von Däniken.
“No, rezando no. Mantienen una conversación silenciosa con alguien de la cima.”
Bebgororoti: el visitante del cielo
El investigador suizo también conversó con el indianista Joao Américo Peret, que le mostró fotos de una fiesta de los caiapós, en su aldea del río Fresco, sur de Pará. Las fotos muestran algunos indios en su vestimenta ritual, que cubre todo el cuerpo de los hombres como un mono, dejando expuestos apenas las manos y los pies. Y la cabeza está cubierta por un gran casquete de paja.
La semejanza de esos trajes con el uniforme de un astronauta parece obvia. Sucede que las fotos fueron tomadas en 1952, nueve años antes de que Yuri A. Gagarin mostrara al mundo con qué equipamiento, por primera vez, un hombre dio una vuelta orbital en nuestro planeta.
Existe una leyenda caiapó relacionada a ese traje ritual, la cual fue narrada por Peret a Erich von Däniken. El indianista afirmó haber oído la leyenda de la boca de Kubenkrakein, un viejo consejero de la aldea de Gorotire en el río Fresco. Así habló, en resumen Kubenkrakein, también conocido como “Gaway-Baba”, “el sabio”.
“Nuestro pueblo habitaba una región, lejos de aquí, de donde se avistaba la sierra de Pukato-ti, cuya cumbre estaba y continúa cubierta por la niebla de la incerteza, hasta hoy no levantada. El Sol, cansado de su extenso paseo diario, se echó en el pasto verde, detrás de unas arboledas, y Mem-Baba, el inventor de todas las cosas, cubrió el cielo con su manto, repleto de estrellas colgadas. Cuando una estrella cae, Memi-Keniti atraviesa el cielo para recolocarla en su lugar. Es esta la tarea de Memi-Keniti, el eterno guarda.
”Cierto día, Bebgororoti, viniendo de la sierra de Pukato-ti, entró por primera vez a la aldea. El vistió ‘bo’ (representado por el traje de paja en el ritual), que cubrió todo su cuerpo de la cabeza a los pies. En la mano llevaba ‘kob’, un arma de trueno. Todos los habitantes de la aldea quedaron apabullados y se refugiaron en las arboledas. Los hombres procuraron proteger a las mujeres y los niños, y algunos intentaron luchar contra el intruso, mas sus armas se revelaron frágiles por demás.”
El hombre contemporáneo, por lo visto, todavía no produjo un arma semejante a la usada por Bebgororoti:
“Toda vez que las armas de los indígenas tocaban en los trajes de Bebgororoti, quedaban desintegradas y hechas polvo. El guerrero, venido del cosmos, dio una risotada ante la fragilidad de las armas de los terrestres. A fin de dar una demostración de su fuerza, levantó el ‘kob’ (el arma de trueno), apuntó para un árbol o una piedra y, en seguida, destruyó ambas. Todos acreditaron que, con eso, Bebgororoti quería promover sus intenciones pacíficas, pues no vino para hacer la guerra con los indios. Y así continuó por largo tiempo.”
En seguida, según la narrativa de Kubenkrakein, se estableció la confusión en la tribu:
“Los guerreros más valientes de la tribu procuraron ofrecer resistencia, mas nada podían hacer sino acostumbrarse a la presencia de Bebgororoti, el cual nada intentó contra quien quiera que fuese. Su belleza, la blancura resplandeciente de su piel, su gentileza y su amor para con todos vencieron los corazones más recalcitrantes y cautivó a toda la tribu. Todos experimentaron una sensación de seguridad, y así quedaron siendo amigos.
”Bebgororoti, gustoso de luchar con las armas de nuestro pueblo y de aprender lo que era preciso para tornarse eximio cazador, llegó a superar, en el manejo de las armas, a los mejores entre los líderes tribales, el ser el más valiente de la aldea. Poco después, Bebgororoti fue aceptado como guerrero en la tribu. En seguida, fue escogido por una joven para marido. Se casaron y tuvieron hijos hombre y una hija moza, que llamaron Nyobogti.”
Como Oannes, en el Oriente Medio, y Quetzalcóatl, en Mesoamérica, Bebgororoti también dedicó su tiempo a enseñar a los nativos lo que ellos no conocían:
“Instruyó a los hombres en la construcción de la ‘ngob’, casa de los hombres, hoy existente en todas las aldeas indígenas. En aquella casa, los hombres hablaban a los más mozos de sus aventuras, y así los jóvenes aprendían como actuar en la hora del peligro y como pensar. En realidad, aquella casa era una escuela y Bebgororoti era el maestro.
”En el ámbito de la ‘ngob’ evolucionaban los oficios y las artes manuales, perfeccionando nuestras armas, y todo lo que allá se hacía era debido al gran guerrero proveniente del cosmos. Fue él que instituyó el ‘gran consejo’ en el cual discutimos los problemas de la tribu, y, al poco tiempo, se constituyó una organización más perfeccionada, la cual facilitó las tareas y la vida cotidiana de todos.”
¿Qué sería esa “arma de trueno”, el “kob”? El misterio aumenta cuando se queda sabiendo que, “cuando la caza era difícil, Bebgororoti tomaba el ‘kob’ y mataba a los animales sin herirlos. El cazador tenía siempre derecho de reservarse para sí la mejor parte de la caza, mas Bebgororoti, que no comía los alimentos usuales de la aldea, llevaba apenas lo estrictamente necesario para él y su familia. Sus amigos discordaban de esa actitud, mas él quedó irreducible en su modo de actuar”.
La narración del indio Kubenkraiken ya parece suficientemente fantástica hasta aquí, principalmente si tenemos en cuenta que esos hechos pueden haber ocurrido en pleno Amazonas. Y el misterio aumenta cuando “el visitante del cosmos” es tomado por una creciente nostalgia por la sierra de Pukato-ti, de donde él había venido años antes.
“Cierto día, Bebgororoti no consiguió dominar su voluntad de partir y abandonó la aldea. El reunió su familia, faltando sólo Nyobogti (su hija), que estaba enferma, y partió de prisa. Los días pasaron y Bebgororoti no fue encontrado en parte alguna. En tanto, él reapareció en la plaza de la aldea, lanzando terribles gritos de guerra.
Todos pensaron que él habría enloquecido y procuraron calmarlo. Sin embargo, en el instante en que los hombres intentaron aproximarse a él, irrumpió una batalla feroz. Bebgororoti no hizo uso de su arma, pero su cuerpo vibraba completamente, y quien lo tocaba caía muerto. Así, los guerreros murieron uno después de otro.
”La lucha prosiguió por varios días, pues los guerreros muertos resucitaban y, nuevamente, intentaban vencer a Bebgororoti. Lo persiguieron hasta las cumbres de la sierra, cuando entonces sucedió algo terrible, pavoroso, que dejó a todos sin habla.
”Bebgororoti se dirigió hasta el borde de la sierra de Pukato-ti. Con su ‘kob’, destruyó todo a su alrededor, y, cuando alcanzó el tope de la sierra, los árboles y arbustos quedaron pulverizados. En seguida, hubo un estruendo pavoroso, que hizo estremecer a toda la región, y Bebgororoti desapareció en los aires, envuelto en nubes y llamas, fumaradas y truenos. Con esos acontecimientos, que hizo estremecer la tierra, las raíces de los árboles fueron arrancadas del suelo, los frutos silvestres perecieron, la caza sucumbió y la tribu comenzó a sufrir de hambre.”
Felizmente, la leyenda caiapó tiene un final feliz, Nyobogti, la hija de Bebgororoti se casó con un guerrero y dio a luz un niño. Cuando la situación en la tribu comenzó a ser insostenible, Nyobogti partió con su marido en dirección a la sierra de Pukato-ti, en busca de alimentos.
“Allá, ella buscó un determinado árbol en cuyo ramaje se sentó con su hijo pequeño en el cuello. Después pidió al marido que doblase los gajos del árbol, hasta que las puntas tocaran el suelo. En el instante que eso sucedió, hubo una fuerte explosión y Nyobogti desapareció en medio de nubes, fumaradas, polvareda, rayos y truenos.
”El esposo esperó durante algunos días. Y ya estaba perdiendo casi toda la esperanza y muriendo de hambre cuando, de repente, oyó un estruendo y vio que el árbol desaparecido volvió a su antiguo lugar.
Tuvo entonces una sorpresa enorme, viendo la mujer delante, acompañada de Bebgororoti, trayendo una cesta grande llena de alimentos jamás vistos. Poco después, el hombre celeste se sentó de nuevo en el árbol encantado y dio orden de doblar sus gajos hasta que las puntas tocaran el suelo. Nuevamente, hubo una explosión y el árbol subió en los aires.”
A nuestros cerebros civilizados parece claro, que tal árbol era un aparato de transporte físico o molecular, algo que hacía a las personas ser enviadas hacia lugares desconocidos.
“Nyobogti volvió con el marido a la aldea y divulgó el mensaje de Bebgororoti, que era una orden: todos los habitantes debían mudarse, inmediatamente, para construir sus aldeas en el lugar donde recibirían alimentos.
Nyobogti dijo también que ellos deberían guardar las semillas de los frutos, de las verduras y de los arbustos hasta la próxima época de las lluvias, para entonces dejarlas en la tierra a fin de obtener una nueva cosecha. Y nuestro pueblo se mudó para la sierra de Pukato-ti, donde vivió en paz. Las chozas de nuestras aldeas se tornaron más y más numerosas, y podían ser vistas desde las montañas hasta el horizonte…”
Es en memoria de Bebgororoti que los caiapós visten su traje ritual.
La Crónica de Akakor
Karl Brugger es un periodista alemán que se estableció en el Brasil como corresponsal de la radio y TV alemana, siendo un perito en historia, sociología y asuntos indigenistas.
Brugger conoció en Manaus, en el año 1972, un mestizo de la tribu de los uga-mongulala, llamado Tatunca Nara. Grabó 12 horas de declaraciones del mestizo y publicó el material en Düsseldorf, en 1976, con el título “Die Chronik von Akakor” (La crónica de Akakor).
Veamos algunos párrafos del relato de Tatunca Nara:
“Al comienzo todo era un caos. Los seres humanos vivían como animales, de manera irracional, sin saber, sin ley, sin labrar la tierra, sin vestirse, sin siquiera cubrir su desnudez. Ignoraban el misterio de la naturaleza. Vivían en grupos de dos o tres individuos. No andaban derechos, pero gateaban. Así fue hasta la llegada de los dioses, que les llevaron la luz.”
Según Tatunca Nara, esos hechos habrían ocurrido en una época localizada hace 15 mil años, en el 13.000 a.C.:
“Fue cuando, de repente, surgieron del cielo naves que brillaban como el oro. Enormes señales de fuego iluminaban la planicie. La tierra tembló y el trueno resonó sobre las colinas. Los hombres se curvaron en humilde reverencia delante de los poderosos forasteros, que vinieron para apoderarse de la Tierra.
”Los forasteros hablaron que su tierra natal quedaba en Xuerta, un mundo remoto, perdido en las profundidades del cosmos. Allá vivían sus ancestros y de allá ellos vinieron para transmitir sus conocimientos a otros mundos. Nuestros sacerdotes dicen que era un reino poderoso, de muchos planetas, numerosos como los granos de arena en la playa. Y hablan también de que los dos mundos, el de nuestros antiguos dueños y la Tierra, se encuentran de 6.000 en 6.000 años. Entonces, los dioses retornan.”
Según el relato de los antepasados de los uga-mongulala, esos “dioses” conocían el “pasaje de los astros y las leyes de la naturaleza. En verdad, sabían de la ley suprema que gobernaba al mundo (…). Gobernaron a los hombres y la Tierra.
Sus naves eran más veloces de lo que vuela un pájaro. De día y de noche, sus barcos, sin vela ni timón, llegaban a su destino. Y poseían piedras mágicas para mirar a lo lejos. Mirando por esas piedras, se podían distinguir ciudades, ríos, colinas, lagos. Ellas reflejaban todo lo que pasaba en la tierra y en el cielo. En tanto, la mayor de todas las maravillas eran sus habitaciones subterráneas”.
Un día en el “año cero” (10481 a.C.), los dioses abandonaron la Tierra. Y los mongulala, instruidos por sus visitantes, se abrigaron en los subterráneos de Akakor.
En 10468 a.C. ocurre una terrible catástrofe que casi eliminó a todos los seres vivos. “¿Qué sucedió en la Tierra? ¿Quién la hizo temblar? ¿Quién hizo que las estrellas bailaran? ¿Quién mandó las aguas brotar de la roca? Hizo un frío terrible y un viento helado barrió la tierra.
Hizo un calor tremendo y las personas murieron calcinadas con su propio hálito. Hombres y animales huyeron de pánico. Intentaron subir en los árboles, mas estos los repelían, llevándolos para las cavernas, que caían sobre ellos. El que quedó por debajo, venía para arriba. El que estaba por encima, caía en las profundidades”.
Tatunca Nara cuenta que sus antepasados mongulala se protegían con éxito en los escondrijos subterráneos. En seguida, otra hecatombe todavía más violenta se abatió sobre el planeta, pero los mongulala sobrevivieron para salir a la superficie y contemplar un paisaje muy diferente de lo que ellos conocían.
“La penumbra todavía estaba sobre la faz de la Tierra. El Sol y la Luna estaban cubiertos. Entonces en el cielo aparecieron naves imponentes, del color del oro. Grande era la alegría de los siervos electos. Sus antiguos señores estaban de vuelta.
De rostro resplandeciente, descendieron en la tierra. Y el pueblo electo les ofreció sus presentes: plumas del gran pajaro de la floresta, miel de abejas, incienso y frutas. Todo eso los electos colocaron a los pies de los dioses… Todos, hasta los más humildes, subieron de sus valles y miraron a sus ancestros. No en tanto, fue pequeño el número de los que vinieron para saludar a sus antiguos señores…”
La crónica de Akakor llega a los detalles de señalar las naves usadas por esos “señores”: “El disco es de color oro, es hecho de un material desconocido. Tiene la forma de un cilindro de arcilla, la altura de dos hombres, uno colocado encima de otro. (…) No posee vela ni timón. (…) Podía volar más de prisa que el águila más fuerte y pasar por las nubes con la facilidad de una hoja danzando al viento”. La crónica todavía registra un “vehículo exquisito” de siete piernas, “que puede andar sobre las montañas y las aguas…”.