Pero hay una auténtica guerra por controlar nuestra fantasía.
Todo aquello que soñamos, imaginamos y somos capaces de concebir y crear.
Quizás pueda parecerte una tontería casi poética, pero de verdad que no lo es.
Es mucho más real de lo que imaginas.
Porque la fantasía implica ir más allá de lo establecido.
Implica la capacidad de concebir nuevos mundos, nuevos modelos de pensamiento, de vida, de conducta y de estética.
Es la actividad más subversiva que existe.
El mayor germen de revolución que puede crear el ser humano.
Mucho más que mil discursos enfervorecidos vomitados por el rebelde de turno desde un púlpito.
Porque una fantasía libre ataca los pilares fundamentales del sistema: la base psíquica instalada en tu mente sobre la que se asienta todo lo organizado y establecido.
Todo ello puede ser derruido con una sola chispa mental, con un solo concepto imaginado de la nada.
Y el Sistema lo sabe muy bien.
Y así es como, de la misma forma en que centra tantos esfuerzos en programarnos a través de la educación, el sistema invierte ingentes cantidades de energía en limitar y canalizar nuestra fantasía, en condicionar todo aquello que imaginamos y soñamos, para que no se salga de los límites controlables por la maquinaria.
Piénsalo bien.
El sistema se sustenta en pilares meramente psíquicos y no tanto físicos, como sutilmente te han hecho creer hasta ahora.
La estructura “visible” del sistema no es más que una representación externa de los mecanismos instalados en nuestro cerebro.
Pongamos un ejemplo: el dinero.
Sabemos que en nuestro mundo el dinero lo mueve todo.
¿Pero sabes una cosa? El dinero solo existe en tu mente, no es un ente real y tangible.
Lo que es tangible son los billetes y las monedas, cuya presencia es física.
Pero en realidad solo son pedazos de papel y de metal a los que llamamos “dinero” y a los que, al hacerlo, otorgamos una determinada función y un determinado valor abstracto.
Si un día tú decides que ese billete solo es un trozo de papel y no le otorgas el valor que tiene como dinero, sino solo su valor tangible, físico y real, es decir, el de estampita con dibujitos, el dinero muere.Literalmente.
Porque para ti, eso ya no será “dinero”.
Pasará a ser lo que siempre ha sido: papel con dibujos.
De verdad, puedes hacer desaparecer el concepto de dinero de tu vida cuando quieras, porque éste solo reside en tu mente.
Así es el sistema.
Tan débiles son sus cimientos.
Solo vive en nuestra psique, es puro software, como el programa de una computadora.
Ahora imagina que un gran número de gente decidiera hacer lo mismo: concibiera un mundo nuevo en su mente y renunciara a la programación del Sistema.
Y que, por ejemplo, no le diera valor al dinero, a las leyes, a las religiones, a las autoridades o a las normas sociales establecidas.
El Sistema se hundiría por completo.
Desaparecería.
Nada ni nadie podría salvarlo de su destrucción.
¿Entiendes ahora porqué es tan importante para el Sistema controlar todo aquello que tu mente pueda crear o fantasear?
Para el sistema tiene una importancia capital que no puedas concebir nada más allá de las reglas que el propio sistema te impone.
Que no seas capaz de soñar un mundo nuevo.
Porque eso podría destruirlo para siempre, de un solo chispazo.
Por esta razón, toda fantasía creada y difundida a través de los medios de comunicación, la televisión, la literatura, la música, los videojuegos o el cine tiene como función principal canalizar y moldear tu fantasía para impedir que puedas salirte del Sistema.
Observa con atención y lo verás.
Nada, absolutamente nada de lo que es creado y difundido por ninguno de estos medios es auténticamente subversivo.
Nada.
Y es que su mecanismo de funcionamiento es tan simple como efectivo: no se produce, publica ni emite nada “que no pueda gustar al público o que el público no pueda comprender”, porque “no resultaría rentable y no tendría éxito”.
Y supuestamente, ¿qué es lo único que el público puede comprender? Evidentemente, los mecanismos del sistema instalados en su mente.
Círculo cerrado.
Ese es el ciclo lógico que sigue la maquinaria del sistema para moldear y limitar tu fantasía y tu creatividad.
EJEMPLOS CONCRETOS
¿Alguna vez te has preguntado cuantas películas de policías has llegado a ver a lo largo de tu vida?
No intentes contarlas, es imposible.
Porque se trata de un auténtico lavado de cerebro masivo, a escala mundial, perpetrado activa e incesantemente durante décadas.
No habrá un solo día en tu vida en que no enciendas el televisor y no aparezca, como mínimo, un policía, un detective o un agente del FBI, pistola en mano, velando por el orden y la seguridad.
Como una gota malaya, continua, eterna, incesante, desde que eres pequeño hasta que mueres, inoculando en tu mente el mismo mensaje, la misma imagen:
policía-policía-policía
autoridad-autoridad-autoridad
sistema-sistema-sistema
Día tras día, una y otra vez, una y otra vez, sin cesar, como un mantra interminable.
Generación tras generación, los niños crecen y juegan con esas imágenes que moldean sus fantasías y sus sueños hasta el punto de no poder huir de ellas nunca más, férreamente instaladas en su psique como única forma de concebir la realidad.
Y así es como, llegado el momento, centenares de nuevos cineastas y escritores acaban imitando a sus ídolos de juventud, reproduciendo una y otra vez la misma fantasía, vomitando una y otra vez el mismo vómito, pasado en el mejor de los casos por el débil tamiz de su presunta personalidad propia.
Así es el mundo en el que vivimos, a escala creativa.
Y eso sucede en todos los ámbitos de la creación.
Hay más ejemplos de ello: ahí están los miles y miles de insoportables grupos musicales cantando la misma canción, cada uno siguiendo su corriente estética prefabricada, persiguiendo el mismo sueño clónico de gloria sobre el escenario.
Con los mismos instrumentos, raspando las mismas guitarras, bajos, baterías y teclados, con los mismos gorgoritos con tan solo pequeñas variantes que suenan estruendosamente diferentes a orejas de quien ya no llega a concebir nada más en su raquítica y programada mente.
Estructuras musicales repetitivas, párrafo-estribillo-párrafo-estribillo-variación, con la misma duración de 4 minutos cada una, como creadas con un molde.
Millones de canciones que como millones de películas de policías atrapan nuestra mente en la telaraña pegajosa del Sistema para que no consigamos escapar jamás de él.
Tan lavado está nuestro cerebro, que llegamos a considerar como “revolucionario” aquello que no es más que una mínima variación superficial de la norma.
Pongamos de nuevo el ejemplo del género policíaco.
La irrupción de Quentin Tarantino representó un supuesto “aliento de aire fresco” para el género, casi una revolución.
Rápidamente surgieron montones de patéticos imitadores y la ficción televisiva nos acabó obsequiando con exitosos productos, supuestamente innovadores, como Los Soprano, Boardwalk Empire o Breaking Bad.
Muchos han calificado este hecho de “giro revolucionario”.
Pero pensemos un momento…¿realmente comporta alguna diferencia centrar el argumento en la delincuencia en lugar de en la policía?
Para el sistema no.
Pregúntate una cosa: ¿Hay mayor defensor del sistema que un delincuente o un mafioso?
¿O es que acaso su mayor sueño no es ganar dinero y acumular poder, por la vía que sea?
¿Y alguien que solo sueña y lucha por ganar dinero y poder no es un esclavo del Sistema hasta la última célula de su cuerpo?
Poco importa a qué lado se encuentre de la imaginaria línea de la legalidad.
Un gangster, un mafioso o un ladrón forman parte integral del Sistema, exactamente igual que un policía, un juez o un político.
En el fondo, todos refuerzan los mismos mecanismos básicos.
¿Empiezas a ver ya como toda la fantasía está debidamente canalizada por el Sistema para no resultar subversiva?
¿Entiendes por que el Sistema centra tantos esfuerzos en ello?
La ficción se ha convertido en una eficiente fábrica de cadenas para nuestra mente.
Y el ejemplo más flagrante de ello lo encontramos en la ficción costumbrista: los culebrones, los seriales y las comedias televisivas centradas en lo cotidiano, como única fuente generadora de historias imaginarias.
Ficciones protagonizadas por “gente normal” y consumidas por “gente normal”, en un ciclo de condicionamiento mental infinito, en el que todo sueño posible queda circunscrito a la realidad del sistema.
Un lavado de cerebro en toda regla.
Una prisión psicológica.
Este es el mundo enfermo que hemos creado.
Un lugar infecto en el que el mayor instrumento creador sobre la tierra, nuestra mente, se limita a fantasear sobre una realidad exactamente igual a la que ya experimenta.
Un desperdicio de energía y un auténtico insulto hacia el universo que ha creado una herramienta tan maravillosa.
Y por lo visto, parece que el Sistema no se conforma con repetir incesantemente los mismos patrones una vez tras otra.
Desde hace unos años, la industria del entretenimiento ha entrado definitivamente en un bucle de negocio e ideas: remakes de películas, canciones reversionadas, discos remasterizados, clones de grupos musicales en gira…el sistema ni tan solo hace el esfuerzo de cambiar el argumento externo de sus mecanismos de lavado cerebral.
Los repite directamente, sin más.
¡Tan debilitada está ya la mente del ciudadano medio!
A estas alturas podríamos preguntarnos si toda esta maquinaria de manipulación de nuestra fantasía y de nuestros sueños forma parte de una gran conspiración o ha surgido de forma espontánea y natural dentro del propio sistema.
Quizás ambas opciones sean reales a la vez.
Pero sea como sea, hay indicios que parecen indicar que, como mínimo, hay entidades interesadas en incentivar estos mecanismos de manipulación mental con el fin de sacar algún tipo de beneficio o de seguir manteniendo su estatus de privilegio.
Sobre su identidad habrá teorías de todos los colores y cada uno podrá escoger a su propio villano y achacarle la etiqueta que crea conveniente.
Pero en el fondo eso es irrelevante.
Lo que quizás no sea tan irrelevante es constatar que algunas de estas fantasías inoculadas en nuestra mente albergan mecanismos de condicionamiento social de cara al futuro.
Pongamos algunos ejemplos concretos.
PROGRAMANDO LA SOCIEDAD FUTURA
Estos últimos años hemos experimentado diversas oleadas de moda que, principalmente, han arraigado en la mente de las generaciones más jóvenes, como una semilla sembrada con el fin de obtener frutos más adelante.
Si las analizamos con atención, estas oleadas de moda podrían representar un eficaz mecanismo de condicionamiento mental en vistas a la creación de una sociedad venidera, controlada por grupos elitistas de carácter tecnocrático.
Hablamos de 3 modas, principalmente: la moda de los vampiros, la de los zombies y la de los reality shows musicales.
Vampiros
La imagen del vampiro, tan en boga estos últimos años gracias a bazofias prefabricadas al estilo Crepúsculo, es altamente significativa por su impacto inconsciente.
En sus inicios, el vampiro representaba a un ser maligno e inhumano, un aristócrata malvado castigado por una maldición, que se alimentaba de la sangre de inocentes y puras doncellas.
Más allá de su carácter más o menos romántico y de su posible carga sexual, el vampiro no dejaba de ser un ente antinatural y elitista, un muerto viviente que debía ser enviado de cabeza al infierno, pues actuaba como un parásito que se alimentaba de la sangre de los vivos.
En el fondo, ese concepto de vampiro, contenía un trasfondo social de eliminación de viejas estructuras parasitarias y de cambio de régimen.
Pero curiosamente, el nuevo modelo de vampiro implica justamente todo lo contrario.
Ahora el vampiro se ha convertido en un atractivo joven, guapo, refinado, pijo y musculoso, con una fuerza y capacidades sobrehumanas, muy por encima de los de las personas “de la calle”.
Es decir, posee una carga genética superior.
No implica pues algo aberrante contra lo que se deba luchar, como los antiguos Conde Drácula o Nosferatu…sino más bien algo a lo que un adolescente debería aspirar si pretende triunfar en sociedad.
Una clase preeminente, dominante y fuerte.
Una élite aristocrática destinada a dominar el mundo.
Y esta es precisamente la semilla que se siembra en la mente de los adolescentes y los jóvenes a través de estos nuevos modelos de vampiro: la atracción reverencial por la élite, la asunción de su superioridad y ante todo, el sueño de llegar a formar parte de esa casta privilegiada tan cool, que por su propia naturaleza superior de carácter genético, está destinada a dominar el mundo.
Pura ingeniería social.
Zombies
Curiosamente la febril e injustificada moda de los zombies que inunda el mundo en estos momentos está centrada en las clases inferiores, en lo que podríamos considerar como la plebe o chusma.
En sus inicios como género cinematográfico de masas, cuando las películas de género zombie formaban parte de la serie B más bizarra y underground, los zombies eran muertos vivientes, una genuina representación de la masa no-pensante del mundo, que pretendía devorar a aquellos que seguían “vivos”.
Ese concepto de zombies, como muertos que volvían a la vida, representaba todo aquello que formaba parte del pasado más caduco, las ideas y conceptos rancios, podridos y viejos que de forma antinatural pretendían volver a dominar el lugar del que la naturaleza los había desplazado para siempre.
Simbolizaban las viejas estructuras, los anticuados valores que las generaciones de los 60, 70 y 80 habían dejado atrás.
Sin embargo, el estallido y generalización mediática de la nueva moda zombie, trae consigo un cambio tan sutil como sustancial.
Y es que los zombies tan de moda en la actualidad, ya no son muertos vivientes salidos de sus tumbas, sino personas infectadas por una epidemia.
Y esta pequeña variación argumental, que para muchos podría suponer una mera anécdota, trae consigo un mensaje subliminal mucho más profundo y sutil de lo que pueda parecer a simple vista.
Pues como decíamos, un muerto viviente representa ese pasado caduco que pretende recuperar sus antiguos dominios.
Sin embargo, una persona de la calle infectada con una enfermedad incurable, representa a las propias personas que nos rodean.
Nos representa incluso, a nosotros mismos, pues todos somos susceptibles de caer enfermos en cualquier momento.
La identificación inconsciente del espectador con el zombie actual es absoluta, a diferencia del antiguo modelo, en el que al zombie y al espectador los separaba una barrera conceptual infranqueable: ni más ni menos, que la muerte.
Así pues, el concepto de zombie actual representa a los ciudadanos de a pie, a las clases medias y bajas, que llegado el momento deben ser exterminadas sin piedad con el fin de terminar con la epidemia que ellas mismas representan y que inconscientemente ayudan a extender.
El mensaje subyacente en las películas de zombies actuales es: eres un enfermo y tú y los que te rodean debéis ser exterminados por el bien del planeta.
Resulta curioso pues, que un mensaje subliminal tan profundamente insultante haya arraigado con tanta fuerza entre los más jóvenes y haya alcanzado tan elevadas e incomprensibles cotas de éxito.
Realmente, no ofrece muchas esperanzas de cara al futuro.
Como tampoco lo ofrece el propio éxito de esto que ha venido a llamarse absurdamente como “cultura zombie”.
Alguien debería preguntarse como es posible que una temática tan repetitiva, estereotipada y con tan poco recorrido argumental haya proliferado hasta este límite y haya recibido tanto apoyo y difusión mediáticas…
Reality shows musicales
Por último nos centraremos en una de las modas televisivas más extendidas en estos momentos: los concursos de talentos televisivos, al estilo de Operación Triunfo, la Voz, Factor X o Tienes Talento, que como franquicias del Mcdonald’s, del Starbucks o una virulenta infección, se han extendido sin freno por todo el planeta.
La auténtica clave de estos programas no reside en la música, ni en el baile, ni en las emociones exacerbadas; ni tan solo en el sueño de alcanzar la fama y el éxito.
No.
La clave, el concepto a inocular, reside en el jurado.
En un jurado de “expertos” que dirime si alguien es válido o no es válido para triunfar.
Se trata de una autoridad no electa, escogida arbitrariamente por la siempre oculta y desconocida dirección del programa y que en función de sus supuestos conocimientos y experiencia, tiene la facultad de decidir de forma dictatorial y siguiendo solo sus propios criterios personales, quién progresa socialmente y quién tiene permiso para alcanzar su sueño y triunfar.
Es decir, determinan de forma pública qué función le corresponde a cada uno en la sociedad.
Así pues, el concepto sembrado por estos concursos no es un concepto cualquiera.
Si la idea del vampiro nos servía para identificar a la élite y la idea del zombie nos servía para identificar a las clases sometidas a los designios de esa élite, el concepto de jurado de estos reality show nos sirve para designar la relación entre ambas clases.
Si nos fijamos bien, los dos conceptos anteriores, vampiro y zombie, se ven perfectamente reflejados en estos Talent Shows: en ellos, el jurado representa a una autoridad tecnocrática, fría e implacable, cuya función consiste en escoger, según estrictos criterios de validez y eficiencia, a aquellos que, entre la masa enferma (los zombies), tienen derecho a alcanzar determinados puestos de privilegio (vampiros)…puestos de privilegio que, en el mejor de los casos, algún día les permitirán ocupar el puesto de jurado, pero jamás la dirección del programa, que sigue en manos de autoridades ocultas que lo controlan todo desde la sombra.
Como vemos pues, los sueños y fantasías de la juventud actual, sembrados por estas modas mediáticas, parecen tener una orientación clara: inocular en sus mentes la estructura social del mañana.
Y no se trata, precisamente, de una estructura social igualitaria y justa.
Y a ello debemos añadir un último factor.
Un factor altamente significativo, que hemos visto proliferar en el mundo de la ficción los últimos años y que cada vez vemos más presente en las generaciones más jóvenes: el sadomasoquismo.
Porque si no es por el sadismo de la población, ¿como puede explicarse el rotundo éxito de películas de terror centradas en asesinos psicópatas como Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street), Michael Myers (Halloween), Ghostface (Scream), Jigsaw (Saw), Jason Voorhees (Viernes 13) o Anibal Lecter (El Silencio de los Corderos), por poner algunos ejemplos?
¿Qué oscuro resorte activan en el interior del espectador para que éste asista fascinado a sus sangrientos crímenes y destripamientos?
Sin duda el más puro sadismo reprimido hacia sus semejantes.
Y al mismo tiempo el más inconfesable masoquismo.
Pues al ver cualquiera de estas películas, el espectador no solo se ve reflejado en la figura del asesino, sino también en el de la víctima.
Y es que solo a través del más absoluto masoquismo puede justificarse la actitud servil con la que los concursantes de estos Talent Shows se someten sumisamente a los dictados de estos jurados que fríamente deciden sobre su futuro.
Al masoquismo y a la más profunda indignidad como seres humanos.
Quizás todos estos no sean más que una serie de razonamientos paranoides.
Es posible.
Pero nadie puede negar que la configuración de la fantasía y de los sueños de la ciudadanía resultan claves a la hora de mantener el sistema en pie y programar estructuras futuras.
Y sabiendo que el Sistema utiliza todos estos mecanismos para limitar nuestro desarrollo como individuos y esclavizarnos, solo nos queda una opción para empezar a liberarnos: dejemos volar la imaginación.
Derribemos los muros impuestos en nuestra fantasía por el Sistema.
Reventemos las presas levantadas en nuestras psiques por las fabulaciones prefabricadas por la industria del entretenimiento.
Creemos mundos nuevos jamás concebidos por otras mentes, nuevas estructuras sociales y nuevas formas de expresarnos y relacionarnos, por locas que parezcan.
Dejemos que broten de nuestro interior como individuos libres, sin ataduras, más allá de lo que nos hayan inculcado como correcto, real y aceptable.
Porque si de verdad queremos cambiar el mundo, la subversión empieza aquí.
Es el primer paso.