Viaje al centro de la Tierra es una novela de Julio Verne, publicada el 25 de noviembre de 1864, que trata de la expedición de un profesor de mineralogía, su sobrino y un guía al interior del globo. Guardado en el manuscrito original de la Heimskringla, de Snorri Sturluson, que ha encontrado en la tienda de un judío, el profesor alemán Otto Lidenbrock descubre un pergamino con un texto cifrado.
El autor es un sabio islandés del siglo XVI que afirma haber llegado al centro de la Tierra: Arne Saknussemm. El profesorLidenbrock pretende seguir los pasos del explorador Saknussemm y emprende una expedición acompañado por su escéptico sobrino Axel y el impasible guía islandés Hans. El grupo ingresa por un volcán hacia el interior del globo terráqueo, en donde vivirán innumerables peripecias, incluyendo el asombroso descubrimiento de un mar interior y un mundo mesozoico completo enterrado en las profundidades, así como la existencia de iluminación de carácter eléctrico. Según J.J. Benitez, en su obra “Yo, Julio Verne“, la mayoría de los estudiosos de la vida y obra de Julio Verne aceptan que fue un iniciado; es decir, que estaba en posesión de verdades o enseñanzas ocultas. Y admiten igualmente que sus obras maestras están escritas en clave, así como que pudo pertenecer a una determinada escuela esotérica y que, incluso, varios de sus libros fueron «dirigidos» por los «sumos sacerdotes» de esa secreta hermandad.
Pues bien, a pesar de este unánime reconocimiento, los especialistas han pasado por alto el más que probable significado cabalístico de su epitafio: “Hacia la inmortalidad y la eterna juventud“. Ésta, al parecer, era la sentencia esculpida en la tumba de Verne, en el cementerio de La Madeleine, en la ciudad francesa de Amiens, al norte de París. La tumba de Verne, en Amiens, es la síntesis simbólica y esotérica de un gran iniciado. La rama de palmera es lo más apropiado. No en vano, en griego, se denomina «phoenix» al inmortal pájaro que renace de sus propias cenizas. “Hay que saber morir para renacer“, en palabras de H. Lawrence. Y la palmera es también el árbol de la vida de los cabalistas, así como la asociación iniciática sufí. La estrella de seis puntas es la unión del fuego y el agua para la reconstrucción interior del «fuego celeste», que los cabalistas llaman «shamaim». En cuanto a la cruz inscrita en un círculo, alude a la «cuadratura del círculo»: el opus alquímico completo, acabado y realizado. La rama de olivo es la «paz del justo», una versión bíblica del laurel olímpico. La lápida pentagonal es pitagórica, mientras que los siete abetos son quizá el misterio más grande.
La obra póstuma de Saint-Yves d´Alveydre, titulada Mission de l´Inde, que fue publicada en 1910, contiene la descripción de un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agharta. Pero muchos lectores de dicho libro debieron suponer que eso no era más que un relato puramente imaginario, una suerte de ficción que no reposaba sobre nada real. En efecto, si se quiere tomar todo al pie de la letra, hay algunas inverosimilitudes que, al menos para aquellos que se atienen a las apariencias exteriores, podrían justificar una tal apreciación. Y sin duda Saint-Yves había tenido buenas razones para no hacer aparecer él mismo esta obra, escrita desde hacía bastante tiempo, y que verdaderamente no estaba puesta a punto. Por otra parte, hasta entonces, en Europa no se había hecho apenas mención del Agharta y de su jefe, el Brahmâtmâ, más que por el escritor Louis Jacolliot. Se cree que éste había oído hablar realmente de estas cosas en el curso de su estancia en la India, pero que después las había arreglado de una manera eminentemente fantasiosa. Pero, en 1924, se produjo un hecho inesperado: el libro titulado “Bestias, Hombres, Dioses”, en el que Ferdinand Ossendowski cuenta las peripecias de un viaje accidentado que hizo en 1920 y 1921 a través de Asia central, encierra, sobre todo en su última parte, relatos casi idénticos a los de Saint-Yves. Y el ruido que se produjo alrededor de este libro proporciona una ocasión favorable para romper el silencio sobre esa cuestión del Agharta. Fernando Ossendowski, en su libro “Bestias, Hombres, Dioses”, explica una profecía desconocida para la gran mayoría de la gente, pero no por eso menos inquietante. Fue anunciada, tal como dice el texto, a finales del siglo XIX a los lamas de un monasterio budista en Asia. Y fue escrita por el autor del libro mencionado a comienzos del siglo XX, según consta en los registros editoriales. Al analizar esta profecía detalladamente podemos observar interesantes similitudes con acontecimientos sucedidos durante el siglo XX. El texto es el siguiente: “El hutuktu de Narabanchi me refirió lo siguiente, cuando tuve ocasión de visitarle en su monasterio al empezar el año 1921: -la vez que el rey del mundo apareció a los lamas de nuestro monasterio, favorecidos por Dios, hace treinta años, hizo una profecía relativa a los años venideros, que entre otras cosas, dice: …… Enseguida vendrán dieciocho años de guerra y cataclismos… Luego los pueblos de Agharta saldrán de sus cavernas subterráneas y aparecerán en la superficie de la tierra…“. Agartha, también conocida o denominada Agarthi, Agharta o Agharta, es, según la tradición oriental, un reino constituido por numerosas galerías subterráneas que conectan con decenas de ciudades intraterrestres habitadas por seres de un altísimo nivel de conocimiento, que custodian y preservan la evolución planetaria.
En su libro “The Coming Race”, Bulwer Lytton describe una civilización mucho más avanzada que la nuestra, que existe dentro de grandes cavidades en el interior de la Tierra, conectada con la superficie mediante largos túneles. Estas inmensas cavidades están iluminadas por una misteriosa luz que no requiere de lámparas. Esta luz mantenía la vida vegetal y permitía a los habitantes subterráneos cultivar sus propios alimentos. Los habitantes que Lytton describe eran vegetarianos y disponían de aparatos que les permitían volar en vez de caminar. Estaban libres de enfermedades y tenían una organización social perfecta, en la que cada uno recibía lo que necesitaba, sin la explotación de unos por otros. No se ha dejado de acusar a Ossendowski de haber plagiado a Saint-Yves. Primero, hay lo que podría parecer más inverosímil en Saint-Yves mismo, tal como la afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende sus ramificaciones por todas partes, bajo los continentes e incluso bajo los océanos, y por el cual se establecen comunicaciones invisibles entre todas las regiones de la tierra. Por lo demás, Ossendowski, que no toma en cuenta esta afirmación, declara incluso que no sabe qué pensar de ella, aunque la atribuye a diversos personajes que él mismo ha encontrado en el curso de su viaje. Hay también, sobre puntos más particulares, el pasaje donde el «Rey del Mundo» es representado ante la tumba de su predecesor, el pasaje donde se trata del origen de los Bohemios, que habrían vivido antaño en el Agharta, como muchos otros todavía. La existencia de pueblos «en tribulación», de los que los Bohemios son uno de los ejemplos más sobresalientes, es realmente algo muy misterioso y que requeriría ser examinado con atención. Saint-Yves dice que hay momentos, durante la celebración subterránea de los «Misterios cósmicos», donde los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, donde los animales mismos permanecen silenciosos; El Dr. Arturo Reghini dice que esto podría tener alguna relación con el timor panicus de los antiguos. Ossendowski asegura que él mismo ha asistido a uno de esos momentos de recogimiento general. Hay sobre todo, como coincidencia extraña, la historia de una isla, hoy en día desaparecida, donde vivían hombres y animales extraordinarios. Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo, por Diodoro de Sículo, mientras que Ossendowski habla del viaje de un antiguo budista del Nepal. Y, no obstante, sus descripciones se diferencian en muy poco. Si verdaderamente existen de esta historia dos versiones que provienen de fuentes tan alejadas la una de la otra, podría ser interesante recuperarlas y compararlas. Independientemente de los testimonios que Ossendowski nos ha indicado. Se sabe, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; y existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos
El nombre de Agharta se refiere a un mundo subterráneo en cuya existencia creen los budistas. Se cree que este mundo subterráneo tiene millones de habitantes y muchas ciudades, todas bajo el dominio de la capital del mundo subterráneo, llamada Shamballah. Allí vive el Gobernante Supremo del Imperio, conocido en oriente como el Rey del Mundo. Se cree que el Dalai Lama del Tíbet era su representante en la superficie de la Tierra. Existía una extensa red de túneles secretos que conectaban el mundo subterráneo con el Tíbet. Brasil, en el oeste, y Tíbet, en el este, parecen ser las dos partes del mundo donde se accede con mayor facilidad al mundo de Agharta, debido a la existencia de estos túneles. El artista, filósofo y explorador ruso, Nicholas Roerich, quien viajó mucho por el Lejano Oriente, sostenía que Lhasa, la capital del Tíbet, estaba conectada mediante un túnel con la ciudad de Shamballah, capital del imperio subterráneo de Agharta. La entrada al túnel estaba vigilada por lamas, a los que el Dalai Lama había hecho jurar que mantendrían en secreto su paradero ante los extraños. Se creía que había un túnel similar que conectaba las cámaras secretas en la base de la pirámide de Gizeh con Agharta, por el cual los faraones establecían contacto con los dioses o “superhombres” del mundo subterráneo. Las diferentes estatuas gigantes de los primeros dioses y reyes egipcios, como las de Buda, hallados en todo Oriente, representan a los “dioses” subterráneos que vinieron a la superficie para ayudar a la raza humana. La tradición budista dice que la primera colonización de Agharta se produjo hace miles de años, cuando un hombre santo condujo bajo la tierra a una tribu que desapareció. Se supone que los gitanos provienen de Agharta, lo cual explica su deseo de moverse por la superficie de la tierra y sus permanentes traslados para recuperar el hogar perdido. Esto nos recuerda a Noé, que en realidad parece que era de la Atlántida, que salvó a un grupo elegido antes del diluvio que sumergió a la Atlántida. Se cree que llevó a su grupo a la altiplanicie de Brasil, donde se establecieron en ciudades subterráneas, conectadas con la superficie por medio de túneles, para poder escapar del envenenamiento por radioactividad, producto de una guerra nuclear que originó el diluvio que sumergió su continente. Se supone que la civilización subterránea de Agharta representa la continuación de la civilización de la Atlántida que, al haber aprendido la lección de la inutilidad de la guerra, aparentemente ha permanecido en paz desde entonces. Allí hicieron progresos científicos extraordinarios, sin estar condicionados por las interrupciones de las guerras que ha sufrido nuestra civilización en la superficie. Aquella civilización subterránea tendría miles de años, ya que los últimos restos de la Atlántida se hundieron hace unos 11.500 años.
Aparentemente los científicos subterráneos pueden manejar fuerzas de las que nosotros no sabemos nada, como lo demuestran sus platillos volantes, operados por una fuente de energía desconocida. Ossendowski sostiene que el Imperio de Agharta consiste en una red de ciudades subterráneas, conectadas entre sí por túneles, por los que pasan vehículos a tremendas velocidades, tanto debajo de la tierra como del océano. Estos pueblos viven bajo un gobierno mundial, encabezado por el Rey del Mundo. Representan a los descendientes del continentes perdidos de Mu, Lemuria y la Atlántida, además de la raza original de los Hiperboreos, la llamada raza de los dioses. Se dice que durante varias épocas de la historia, los “dioses” de Agharta vinieron a la superficie para enseñar a la raza humana y salvarla de las guerras, las catástrofes y la destrucción. La llegada de platillos volantes poco después de la primera explosión atómica en Hiroshima representa otra visita semejante, pero esta vez no aparecieron los mismos “dioses” entre los hombres, sino emisarios suyos. En la epopeya hindú, el Ramayana, describe a Rama como un emisario de Agharta, que vino en un vehículo aéreo que probablemente era un platillo volador. Una tradición china habla de maestros divinos que vinieron en vehículos aéreos. El fundador de la dinastía Inca, Manco Capac, se dice que vino de la misma manera. Uno de los maestros más importantes de Agharta en América fue Quetzalcoatl, el gran profeta de los mayas y aztecas y de los indígenas de América en general, tanto del norte como del sur. Sabemos que era un extraño para ellos, proveniente de otra raza, seguramente de la Atlántida, porque era de tez y cabello claro, alto y con barba, y ellos eran de piel oscura, pequeños y lampiños. Los indígenas de Méjico, Yucatán y Guatemala lo reverenciaron como a un salvador. Los aztecas lo llamaron “Dios de la abundancia” y “Estrella de la mañana“. El nombre Quetzalcoatl significa “Serpiente emplumada“. Se le dio este nombre porque llegó en un vehículo aéreo, que parece haber sido un platillo volador. Es probable que haya venido de Agharta, porque luego de permanecer un tiempo con los indígenas, desapareció en forma misteriosa de igual manera como vino. Se describe a Quetzalcoatl como “un hombre de buena apariencia y expresión seria, con una barba blanca y vestido con un ropaje largo“. También se lo llamó Huemac, por su gran bondad y moderación. Enseñó a los indígenas el camino de la virtud y trató de salvarlos del vicio al darles leyes y aconsejarles resistir a la lujuria y practicar la castidad. Les enseño el pacifismo y condenó todas las formas de violencia. Instituyó una dieta vegetariana, con maíz como el alimento básico, y les enseñó a hacer ayuno y a practicar higiene corporal.
Según un arqueólogo que se ha centrado en América del Sur, Harold Wilkins, Quetzalcoatl también fue el maestro espiritual de los habitantes de Brasil. Luego de permanecer un tiempo con los indígenas y de comprobar lo poco que deseaban seguir sus enseñanzas, excepto por sus recomendaciones de plantar y alimentarse de maíz como alimento básico en lugar de la carne, Quetzalcoati partió y les dijo que algún día regresaría. Sabemos que este “visitante del Cielo” vino como se fue, supuestamente en un platillo volante, porque cuando Cortés invadió Méjico, el emperador Moctezuma creyó que se trataba del anunciado retorno de Quetzalcoati. Lo creyó porque una bola de fuego giraba sobre la ciudad de Méjico, y todas las personas gritaban y aullaban y prendieron fuego al templo del dios de la Guerra, ya que creían que esta bola de fuego era un platillo volante en el que viajaba Quetzalcoati. Según Faber Kaiser, en su obra “Los túneles de América“, tenemos evidencias de que una civilización desconocida construyó un sistema habitable de túneles subterráneos en el subsuelo americano. Los indios hopi, asentados en el estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, recuerdan que sus antepasados fueron instruidos y ayudados por unos seres que se desplazaban en escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas. Muchas otras leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes de comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos para nosotros. Existen diversas hipótesis acerca de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra. Hay numerosos lugares en el continente americano, que tienen posibilidades de conectar con este mundo subterráneo. Lo podemos ver en muchas tradiciones de los indios del Norte, del Centro y del Sur de América, recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Hay algunos investigadores que afirman que el polo Norte alberga tierras cálidas y la entrada hacia un mundo interior. Los indios hopi afirman que sus antepasados proceden de unas tierras hundidas en un pasado remoto en lo que hoy es el océano Pacífico. Y que quienes les ayudaron en su éxodo hacia el continente Americano fueron unos seres de apariencia humana que dominaban la técnica del vuelo y la de la construcción de túneles e instalaciones subterráneas.
Los indios hopi están asentados en el estado de Arizona, cerca de la costa del Pacífico. Entre ellos y la costa, se halla el estado de California. Y en el extremo norte de este estado existe un volcán nevado, llamado Shasta. Las leyendas indias del lugar explican que en su interior se halla una inmensa ciudad que sirve de refugio a una raza de hombres blancos, dotados de poderes superiores, supervivientes de una antiquísima cultura desaparecida en lo que hoy es el océano Pacífico. El único supuesto testigo que accedió a la ciudad, el Dr. Doreal, afirmó en 1931 que la forma de construcción de sus edificios le recordó las construcciones mayas o aztecas. El nombre Shasta no procede del inglés, ni de ninguno de los idiomas ni dialectos indios. En cambio, es un vocablo sánscrito, que significa sabio , venerable y juez . Sin tener noción del sánscrito, las tradiciones indias hablan de sus inquilinos como de seres venerables que moran en el interior de la montaña blanca, por ser ésta una puerta de acceso a un mundo interior de antigüedad milenaria. Testimonios de los habitantes de la cercana colonia de leñadores de Weed refieren apariciones esporádicas de seres vestidos con túnicas blancas que entran y salen de la montaña, para volver a desaparecer al tiempo que se aprecia un fogonazo azulado. Narraciones recogidas de los indios sioux y apaches confirman la convicción de los hopi y de los indígenas de la región del monte Shasta, de que en el subsuelo del continente americano habita una raza de seres de tez blanca, superviviente de una tierra hundida en el océano. Pero también mucho más al norte, en Alaska y en zonas más norteñas, los esquimales y otros indígenas hablan una y otra vez de la raza de hombres blancos que habita en el subsuelo de sus territorios. En México hay la creencia de que bajo la pirámide del Sol, en Teotihuacán, la ciudad de los dioses, se esconde por en el subsuelo una ciudad en la cual se afirma que se halla un dios blanco. En la península del Yucatán, en su extremo norte y oculta en la espesura de la selva, hay una ciudad descubierta en 1941, que se extiende sobre un área de 48 km2, y que tiene más de 400 edificios que en alguna época remota conocieron el esplendor. No teniendo los mexicanos recursos suficientes para acometer la exploración del lugar, requirieron ayuda norteamericana, acudiendo dos arqueólogos especializados en cultura maya, adscritos al Middle American Research Institute de la Universidad de New Orleans. Pero la II guerra mundial forzó que el proyecto fuera momentáneamente archivado. Hasta que, en 1956, la Universidad de New Orleans, asociada con la National Geographic Society y con el Instituto Nacional de Antropología de México reemprendió las investigaciones. Andrews, el arqueólogo que dirigía la expedición, se dedicó a recoger informaciones entre los indios de la región. Un chamán le hizo saber que la ciudad se llamaba Dzibilchaltún, palabra que era desconocida en el idioma maya local, y que la laguna era llamada Xlacah, cuya traducción sería ciudad vieja .
E. Wyllys Andrews, IV (1916 – 1971) fue un arqueólogo y hombre de ciencia estadounidense, especializado en la cultura maya, que dirigió en la península de Yucatán durante más de tres décadas, desde antes de 1940, un programa de investigación de la Universidad de Tulane sobre la historia y arqueología de la civilización maya. Complementó sus estudios sobre la región con investigaciones sobre etnología, lingüística, ecología y zoología. Sus escritos se consideran toda una síntesis de la historia de los mayas, con el conocimiento que se tenía hasta su muerte, acaecida en la ciudad de Nueva Orleans en 1971, cuando contaba con 54 años de edad. Desde su infancia Andrews recolectó artefactos geológicos y paleontológicos y desarrolló su interés en la cultura maya durante su adolescencia. A la edad de 15 años se inició en la arqueología en Mesa Verde en una excavación arqueológica con Byron Cummings. En 1933 se inscribió en la Universidad de Chicago donde trabajó en el Museo Field en el tema de los jeroglíficos mayas y herpetología. Acompañó poco más tarde a Sylvanus G. Morley a Chichén Itzá, Yucatán. Se matriculó en la Universidad de Harvard en la que obtuvo su doctorado en 1942. A los 21 años, ya había publicado cinco artículos científicos, principalmente sobre los jeroglíficos mayas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Andrews sirvió en las fuerzas navales de los Estados Unidos y después de la guerra se incorporó a la Agencia Central de Inteligencia. Después de esas experiencias sirviendo a su país, retornó a sus tareas arqueológicas en el Instituto de Investigaciones sobre Mesoamérica de la Universidad de Tulane. Los últimos 40 años de su vida los destinó al estudio de la civilización maya, dedicando esfuerzo particular a los yacimientos del norte de la península, como enDzibilchaltún, sitio que ya había visitado antes de la guerra. Él fue quien afirmó por primera vez que este sitio arqueológico era un gran centro urbano maya y no un conjunto de yacimientos en una zona arqueológica extensa como se pensaba originalmente. También participó activamente en la exploración de Komchén, ayudando a definir los vínculos históricos de este sitio con el deDzibilchaltún. Así mismo, promovió y participó, con arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, en el descubrimiento de otro hallazgo importante en el norte de la península, en las grutas de Balankanché, cerca de Chichén Itzá. Otro caso similar fue el de Kulubá, cerca de Tizimín, en el sector nororiental del estado de Yucatán. Sus trabajos lo llevaron a la zona de Campeche en donde exploró e hizo estudios en Río Bec, en Becan, en Mocú y en Xpuhil, contando en esta ocasión con el patrocinio de la National Geographic Society y también de la Universidad de Tulane.
Dzibilchaltún es un sitio arqueológico maya ubicado en el estado mexicano de Yucatán, aproximadamente 17 kilómetros al norte de Mérida, la capital del estado. La estructura más famosa es el Templo de las Siete Muñecas, nombrado así debido a siete pequeñas figurillas de barro, encontradas en el sitio cuando el templo fue excavado por arqueólogos, en la década de 1950. En el equinoccio de primavera, la orientación del edificio hace que sol pueda verse a través las puertas este y oeste, “atravesando” la construcción. El templo está conectado con el resto del sitio por un sacbé largo. Sacbé es un camino recto, elevado, sin desniveles y pavimentado construido por los mayas prehispánicos, particularmente en la península de Yucatán. Otra característica importante deDzibilchaltún es su cenote, en el que es posible bañarse. En algunas partes alcanza los 40m. de profundidad. Dzibilchaltún también contiene las ruinas de una capilla abierta española del siglo XVI, construida en el sitio después de la conquista. El sitio arqueológico alberga un museo que contiene muchos artefactos mayas hallados en el sitio y su región adyacente. Entre estos se cuentan estelas, así como inscripciones de Chichén Itzá y Uxmal. También hay una armadura de los conquistadores, vestidos mayas representativos de Chiapas, Yucatán y Guatemala y fragmentos originales de una iglesia colonial. El museo alberga una mayor cantidad de artefactos que los de Chichén Itzá o Uxmal. En Dzibilchaltún se encuentra el cenote de Xlacah es el más importante cenote abierto de la zona arqueológica de Dzibilchaltún y fue utilizada como abastecimiento de agua para los mayas. Mide 40 metros de profundidad ,40 metros de ancho y 100 de largo. Su nombre es una voz maya que significa “Pueblo viejo“. El sitio arqueológico de Komchén se encuentra a unos 20 km de la costa del Golfo de México en la Península de Yucatán, 17 km al norte de la ciudad de Mérida, y a sólo 2 km del poblado del mismo nombre. El yacimiento maya precolombino fue estudiado con una relativa profundidad por el arqueólogo y antropólogo de la Universidad Tulane, Wyllys Andrews, durante los años 1960. Los trabajos realizados en ese entonces señalan la existencia de mayas del preclásico en esta región de la Península de Yucatán, como Komchén, Dzibilchaltún y Tipikal. La ciudad maya de Komchén se estableció durante el periodo preclásico medio. Sus construcciones más tempranas consistieron en una zona residencial de estructuras efímeras. Más tarde el sitio evolucionó hacia una ciudad más compleja durante el preclásico tardío, habiendo alcanzado su apogeo constructivo hacia los años de 350-150 a. C. De esta época datan los vestigios que se encuentran actualmente en el yacimiento y que fueron construidos con piedra caliza. Parece ser que el lugar fue totalmente abandonado al final del periodo preclásico, hacia el año 250 d. C. Más tarde, sin embargo, la ciudad se volvió a ocupar durante el periodo de expansión de la cercana ciudad de Dzibilchaltún. Durante la investigación arqueológica del lugar, bajo la dirección de Andrews, se hicieron excavaciones y descubrimientos importantes de la ciudad maya. La investigación documentó cerca de 1000 estructuras residenciales en un área de aproximadamente 2 km², que incluyó un núcleo de cinco plataformas grandes.
Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida entre los indios desde antiguas generaciones y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad. De acuerdo con la narración del viejo chamán, muchos siglos (o tal vez milenios) antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que le solicitó hospedaje. Ordenó a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud por el hospedaje. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra preciosa. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el anciano continuó manteniéndose en silencio, el soberano montó en cólera y ordenó a sus servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero. Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría en ella más objetos valiosos. Mas, para su desespero, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin mayor atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra. El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda. Pero en relación a estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería totalmente de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en ninguna de las ciudades mayas conocidas. En el interior del templo, adornado con representaciones de animales marinos, Andrews descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que representaban a seres híbridos entre peces y hombres. Seres similares por lo tanto a aquellos que en tiempos remotos revelaron conocimientos astronómicos a los dogones, en el Africa central, y a aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes.
En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado por dos experimentados submarinistas, que debían completar con un mejor equipamiento la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz. En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después de los primeros sondeos, vieron que la laguna tenía una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un suceso real. Este enclave del Yucatán presenta certeras similitudes con las ruinas de Nan Madol, la antigua ciudad del océano Pacífico del que afirman proceder los indios americanos. Consistente en una serie de pequeñas islas artificiales unidas por una red de canales, Nan Madol es conocido a veces como “la Venecia del Pacífico“. Está cerca de la isla de Pohnpei, que forma parte de los Estados Federados de Micronesia, y fue la capital de la dinastía Saudeleur hasta aproximadamente el año 1500 de nuestra era. Nan Madol significa “entre espacios” y hace referencia a sus canales. También allí se conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron igualmente columnas y construcciones engullidas por el agua. En la costa del Pacífico de México, en Jalisco, y a unos 120 km tierra adentro del cabo Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en el que antaño fue venerado el emperador del universo . Y que, cuando finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra con esplendor. Tal afirmación guarda relación con el legado que encierran los pasadizos de Tayu Wari, en la selva del Ecuador. En el estado mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala, moran unos indios diferentes, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos ya se había interesado en marzo de 1942 el mismo presidente norteamericano Roosevelt. Cuentan los lacandones que saben de sus antepasados que en la extensa red de subterráneos que surcan su territorio, se hallan en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre las que alguien dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del mundo, además de describir con precisión lo que sería la Segunda Guerra Mundial, que implicaría a todas las naciones más poderosas de la Tierra. Este relato llega a oídos de Roosevelt a los pocos meses de sufrir los Estados Unidos el ataque japonés a Pearl Harbor.
Estas planchas de oro guardan estrecha relación con las que se esconden en los citados túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano. En 1689 el misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán dejó descrita la maravillosa estructura de los túneles del pueblo de Puchuta, que recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala, situado a unos 50 km. A finales de los 40 del siglo pasado apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central, Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo el dibujante Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al otro lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún en el estado original en que se hallaban antes de la conquista. En conferencia de prensa celebrada en New York, tiempo después de la publicación del libro, añadió que, recabando más información por la zona, averiguó que dichos indios habían podido sobrevivir en su estado original gracias a que, siempre que aparecían tropas extrañas, se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos antiguos por los dioses que habitan bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a recorrer un túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que en opinión de los indios antiguamente se llegaba en una hora a México. Faber Kaiser, en octubre de 1985, accedió, con otros acompañantes, a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Se internaron en una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las profundidades de aquel terreno. Los lugareños afirmaron que al final del túnel se halla el templo de la Luna , un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida que, de acuerdo con sus registros, había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios. En 1986 Faber Kaiser se adentró en la intrincada selva que, en el Oriente amazónico ecuatoriano, le llevaría hasta la boca del sistema de túneles conocidos por Los Tayos , Tayu Wari en el idioma de los jíbaros que los custodian, en los que el etnólogo, húngaro Janos Moricz había hallado una auténtica biblioteca de planchas de metal. En ellas estaba grabada con signos y escritura ideográfica la relación cronológica de la historia de la Humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización extinguida. Por los testimonios recogidos, a partir de allí partían dos sendas subterráneas principales. Una se dirigía al Este hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano hasta Cuzco, el lago Titicaca en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona lindante a Arica, en el extremo norte de Chile.
De acuerdo con las informaciones recogidas en Brasil por el periodista alemán Karl Brugger, se hallarían diversas ciudades, ocultas en la espesura, en la cuenca alta del Amazonas, construidas por seres procedentes del espacio exterior en épocas remotas, y que conectarían con un sistema de trece ciudades ocultas en el interior de la cordillera de los Andes. Karl Brugger fue asesinado en la década de 1980 y desaparecieron los documentos fruto de su investigación. Sabemos desde la época de la conquista que los nativos ocultaron sus enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas. Todo parece indicar que utilizaron para ello los sistemas de subterráneos ya existentes desde muchísimo antes, construidos por una raza muy anterior a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados. Posiblemente, el desierto de Atacama en Chile sea el final del trayecto, en el extremo Sur. Sería la zona que las tradiciones de los indios hopi señalan como punto de arribada de sus antepasados cuando, ayudados por unos seres que dominaban tanto el secreto del vuelo como el de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas, se vieron obligados a abandonar precipitadamente las tierras que ocupaban en lo que hoy es el océano Pacífico. Osiris fue otro dios subterráneo. Según Donnelly, en su libro Atlantis: the Antedeluian World, los dioses de los antiguos eran los gobernadores de la Atlántida y miembros de una raza sobrehumana que gobernaba la humana. Antes de la destrucción de su continente, que habían previsto, viajaron en platillos volantes a través de una abertura polar que da acceso al mundo de Agharta, en el interior hueco de la tierra, donde aún viven. “El imperio de Agharta – escribió Ossendowski – se extiende por túneles subterráneos hacia todas las partes del mundo“. Ossendowski habla de la vasta red de túneles construida por una raza prehistórica en la más remota antigüedad, que pasa debajo de océanos y continentes, por los que viajaban vehículos veloces. El imperio del que habla Ossendowski, y del que aprendió de los lamas del Lejano Oriente durante sus viajes en Mongolia, consiste en ciudades subterráneas bajo la corteza terrestre. Debemos diferenciar éstas de las que están situadas en el centro hueco de la tierra. Por lo tanto, existen dos mundos subterráneos, uno más superficial y otro en el centro de la tierra. El escritor O.C. Huguenin cree que existen muchas ciudades subterráneas en diferentes profundidades, entre la corteza terrestre y el interior hueco. Con respecto a los habitantes de estas ciudades, escribe lo siguiente: “Esta otra humanidad tiene un alto grado de civilización, organización económica y social y progreso cultural y científico. En comparación, la de la superficie terrestre es una raza de bárbaros“. Huguenin muestra un diagrama del interior de la tierra, en el que se observan varías ciudades subterráneas en diferentes niveles de profundidad, conectadas entre sí por túneles. Las describe dentro de inmensas cavidades en la tierra.
Huguenin dice que la ciudad de Shamballah, la capital del imperio subterráneo, está en el centro de la tierra, en el interior hueco, en vez de encontrarse en la corteza sólida. Escribe lo siguiente: ‘Todas las cavernas subterráneas de América están habitadas por gente antigua que desapareció del mundo. Estos pueblos y las regiones subterráneas donde viven están bajo la misma autoridad suprema del Rey del Mundo. Tanto el océano Atlántico como el Pacífico, una vez fueron el hogar de los vastos continentes que luego se sumergieron; y sus habitantes hallaron refugio en el Mundo Subterráneo. Las profundas cavernas están iluminadas por una luz resplandeciente que permite el crecimiento de cereales y otros vegetales y les brinda una larga vida, libre de enfermedades. En este mundo, existe una gran población y muchas tribus“. En su libro The Coming Race, Bulwer Lytton describe una civilización mucho más avanzada que la nuestra, que existe dentro de una gran cavidad en la tierra, conectada con la superficie por un túnel. Esta cavidad inmensa era iluminada con una extraña luz que no requería de lámparas para producirla, sino que parecía proceder de la electrificación de la atmósfera. Se afirma que la corteza terrestre está llena de redes de túneles que pasan debajo del océano de un continente a otro, y de la existencia de ciudades subterráneas en grandes cavidades en la tierra. Estos túneles abundan en América del Sur, en especial debajo de Brasil, que fue uno de los principales centros de la colonización de los habitantes de la Atlántida, y podemos suponer que fueron quienes los construyeron. El más conocido de estos túneles es el “camino de los Incas“, que se extiende por varios cientos de kilómetros al sur de Lima, Perú, y pasa debajo de Cuzco, Tiahuanaco y Tres Reos, en camino al Desierto de Atacama. Otra rama se dirige a Arica, Chile. Se dice que los Incas utilizaron estos túneles para escapar de los conquistadores españoles y de la Inquisición. Ejércitos enteros entraron en ellos, con llamas cargadas con oro y tesoros, cuando los primeros conquistadores llegaron. Esa entrada también explica su misteriosa desaparición, que dejó atrás solamente la raza de los quechuas. Se cree que cuando Atahualpa, el último de los reyes Inca, fue asesinado por Pizarro, el oro que era transportado en una hilera de 11.000 llamas cargadas halló refugio en estos túneles. Estaban iluminados por unas fuentes artificiales de luz y habían sido construidos por la raza que construyó Tiahuanaco mucho antes de que el primer Inca apareciera en Perú. Dado que nunca se volvió a ver a los Incas que entraron en estos túneles para escapar de los españoles, es probable que aún vivan en ciudades subterráneas iluminadas, a las que llevan los túneles.
Estos túneles misteriosos, un enigma para los arqueólogos, existen en gran número debajo del Brasil, donde se abren a la superficie en diferentes lugares. El más famoso está en las montañas Roncador, al nordeste del Matto Grosso. Allí se dirigía el coronel inglés Fawcett cuando fue visto por última vez. Se afirma que la ciudad de la Atlántida que buscaba no eran las ruinas de una ciudad muerta en la superficie, sino una ciudad subterránea con habitantes vivos; y se dice que él y su hijo, Jack, estuvieron allí. Esto es lo que creen el profesor de Souza, el comandante Strauss y O.C. Huguenin. La abertura del túnel en las montañas Roncador está vigilada por los feroces indios xavantes que matan a cualquiera que se atreva a entrar sin ser invitado y que pueda molestar a los habitantes subterráneos, a quienes ellos respetan y reverencian. Xavantes son una etnia amerindia que habita una región de Brasil, que en su lengua llaman la tierra Marãiwatséde, en el Mato Grosso. Se autodenominan A´uwê Uptabí, que quiere decir “gente verdadera“. Su población actual es de unas 800 personas, la mayor parte de las cuales siguen hablando el xavante. Practican el rito iniciático de la perforación de orejas. Los indios murcego también guardan el secreto de las aberturas de los túneles secretos que llevan a las ciudades subterráneas en la región de las montañas Roncador del Matto Grosso. Citaremos una carta escrita a Faber Kaiser por un ciudadano estadounidense que vivió muchos años en la zona, llamado Cari Huni: “La entrada a las cavernas está vigilada por los indígenas murcego, una raza de tez morena, tamaño pequeño y extraordinaria fuerza física. Su sentido del olfato está más desarrollado que el de los mejores sabuesos. Aunque aprueben a una persona y le permitan entrar en las cavernas, me temo que esa persona estaría perdida para el mundo conocido, porque guardan el secreto con mucho cuidado y tal vez no le permitan salir”. Tal vez esto le haya ocurrido al coronel Fawcett y a su hijo Jack, quienes se cree entraron en un túnel, que lleva a una ciudad subterránea en las montañas Roncador, y nunca retornaron. Los indígenas murcego viven en cavernas y salen a la noche a las junglas que los rodean, pero no tienen contacto con los habitantes subterráneos. Estos habitan una ciudad subterránea donde forman una comunidad de población considerable que se autoabastece. Se cree que los habitantes de la Atlántida construyeron las ciudades subterráneas. Una cosa es segura: no les llegarían residuos radioactivos. Nadie sabe si aquellos que viven en las antiguas ciudades subterráneas de la Atlántida son los mismos habitantes u otros que se establecieron allí, luego de que los constructores originales se fueron. El nombre de las montañas donde existen estas ciudades es Roncador, en el nordeste del Matto Grosso. Si alguien va en busca de una de esas ciudades debe tener en cuenta que peligra su propia vida, como posiblemente ocurrió al coronel Fawcett.
En Brasil se habla mucho sobre estas cavernas y ciudades subterráneas. Sin embargo, están cerca del Río Araguaya, que desemboca en el Amazonas. Están al nordeste de Guiaba, al pie de una cadena montañosa increíblemente larga llamada Roncador. Pero los indios murcego vigilan, con gran celo, la entrada a los túneles. Una gran parte de los inmigrantes que ayudaron a la sublevación del General Isidro López en 1928, desaparecieron en estas montañas y nunca se les vio de nuevo. Fue durante el mandato del doctor Benavides, que bombardeó Sao Paulo durante cuatro semanas. Luego declararon una tregua de tres días y permitieron que unos 4000 soldados, que eran principalmente alemanes y húngaros, salieran de la ciudad. Alrededor de 3000 fueron a Acre, en el noroeste de Brasil, y aproximadamente 1000 desaparecieron en las cavernas. El lugar donde desaparecieron parece que fue en el sur de la Isla Bananal, cerca de las Montañas Roncador. También hay cavernas en Asia, que mencionan los viajeros del Tíbet, pero las más grandes están en Brasil y existen en tres niveles diferentes. Este mundo subterráneo se asemeja mucho a la descripta por Bulwer Lytton en su libro The Corning Race. Lytton era un rosacruz y es probable que basara su novela en información oculta relacionada con ciudades subterráneas. Se hallaron ruinas de muchas ciudades de la primitiva Atlántida en el norte del Matto Grosso y en el territorio de Amazonia, lo cual indica que los habitantes de la Atlántida colonizaron esta tierra alguna vez. Hace algunos años, un inglés, maestro de escuela, que oyó rumores de una ciudad perdida de la Atlántida en un elevado altiplano de la región, fue a buscarla. Lo hizo, pero las dificultades del viaje le costaron la vida. Antes de morir envió una paloma mensajera con una nota que describía una magnífica ciudad que descubrió, en cuyas calles se alineaban altas estatuas doradas. Si los habitantes de la Atlántida colonizaron Brasil alguna vez y construyeron ciudades en el Matto Grosso, ¿por qué construyeron ciudades subterráneas? No parece que pudiese ser para escapar del diluvio que sumergió la Atlántida y las zonas vecinas, porque el Matto Grosso está en un altiplano, donde se supone no podía llegar el agua. El arqueólogo Harold Wilkins, especializado en América del Sur, opina que las ciudades subterráneas fueron construidas para escapar de la radioactividad que resultó de una guerra nuclear que afectó a los habitantes de la Atlántida. Esta parece una explicación verosímil, pues no parece haber otras razones para llevar a cabo una labor tan compleja como la de la construcción de ciudades subterráneas, cuando ya tenían ciudades magníficas en la superficie de la tierra. Pero esto entra de lleno en el terreno especulativo.
Se dice que en Agharta algunos de sus habitantes han alcanzado algo parecido a la inmortalidad. El profesor Henrique J. de Souza, Presidente de la Sociedad Teosófica de Brasil y una autoridad en el tema de Agharta, publicó un artículo en la revista de la Sociedad Teosófica. Bajo el título “Does Shangri-la Exist?”, dice lo siguiente: “Entre todas las razas humanas, desde el principio del tiempo, siempre existió una tradición con respecto a la existencia de una Tierra Sagrada o Paraíso Terrenal, donde los ideales más elevados de la humanidad se realizaban. Este concepto podemos hallarlo en las escrituras y tradiciones más antiguas de los pueblos de Europa, Asia Menor, China, India, Egipto y las Américas. Se dice que sólo las personas merecedoras, puras e inocentes pueden tener acceso a esta Tierra Sagrada. Por eso, constituye un tema central de los sueños de la niñez. El camino que lleva a esta Tierra Bendita, este Mundo Invisible, este Dominio Esotérico y Oculto, constituye la búsqueda central y la clave maestra de todas las enseñanzas de misterio y los sistemas de iniciación del pasado, presente y futuro. Esta clave mágica es el ‘Ábrete Sésamo’ que abre la puerta a un nuevo y maravilloso mundo. Los antiguos rosacruces lo designaron por una palabra francesa, Vitriol’, que es una combinación de las primeras palabras de la frase: ‘vista interiora terrae rectificando invenes omnia lapidem’. Indica que ‘en el interior de la Tierra, hay un verdadero misterio oculto’. El camino a este Mundo Escondido es el Camino de la Iniciación“. Shangri-la es el topónimo de un lugar ficticio descrito en la novela, escrita por James Hilton en 1933, titulada Horizontes perdidos. Por extensión, el nombre se aplica a cualquier paraíso terrenal, pero sobre todo a una utopía mítica del Himalaya: una tierra de felicidad permanente, aislada del mundo exterior. En la novela, las personas que viven en Shangri-la son casi inmortales, de modo que aventureros y exploradores intentaron hallar ese paraíso perdido. En la antigua Grecia, en los Misterios de Delfos y Eleusis, se hacía referencia a esta Tierra Paradisíaca como el Monte Olimpo y los Campos Elíseos. Además, en los primeros tiempos védicos, se lo llamaba por diferentes nombres, como Ratnasanu (‘pico de la piedra preciosa’), Harmadri (‘montaña de oro’) y Monte Meru (‘hogar de los dioses y Olimpo de los hindúes’). Simbólicamente, el pico de esta montaña sagrada está en el cielo, su parte media está en la tierra y la base, en el Mundo Subterráneo. Las Eddas escandinavas también mencionan esta ciudad celestial, que estaba en la tierra subterránea de Asar de los pueblos de la Mesopotamia. Era la Tierra de Amenti del Libro Sagrado de los Muertos de los antiguos egipcios. Era la ciudad de los Siete Pétalos de Vishnu y la Ciudad de los Siete Reinos de Edom o Edén de la tradición judía. Es decir, era el Paraíso Terrenal. En toda Asia Menor, no sólo en el pasado, sino en la actualidad también, existe la creencia en la existencia de una Ciudad de Misterio, llena de maravillas, conocida como Shamballah, donde está el Templo de los Dioses.
También es la Erdami de los tibetanos y mongoles. Los persas la llamaron Alberdi o Aryana, tierra de sus ancestros. Los hebreos, Canaan; y los mejicanos, Tula o Tolan; los aztecas la llamaron Maya-Pan. Los conquistadores españoles que llegaron a América creían en la existencia de una ciudad semejante y organizaron muchas expediciones para hallarla. La llamaron El Dorado. Es probable que se hubieran enterado de ella por medio de los aborígenes que la llamaban Manoa o Ciudad cuyo Rey viste ropa de Oro. Para los celtas, esta tierra sagrada era conocida como la Tierra de los Misterio, Duat o Dananda. Una tradición china habla de una Tierra de Chivin o Ciudad de una docena de Serpientes. Es el Mundo Subterráneo, que está en las raíces del Cielo. Es la Tierra de los Calcas, Caléis o Kalki, la famosa Colchida que buscaban los argonautas cuando salieron en busca del Vellocino de Oro. En la Edad Media, se referían a ella como la Isla de Avalon, donde los Caballeros de la Mesa Redonda, bajo el liderazgo del Rey Arturo y del mago Merlín, salieron en busca del Cáliz Sagrado, símbolo de obediencia, justicia e inmortalidad. Cuando el Rey Arturo fue seriamente herido en batalla, pidió a su compañero Belvedere que partiera en barco a los confines de la tierra, con las siguientes palabras: “Adiós, Belvedere, amigo y compañero mío. Ve a la tierra donde nunca llueve, donde no hay enfermedad, y donde nadie muere”. Esta es la Tierra de la Inmortalidad, o Agharta, el Mundo Subterráneo. Esta tierra es la Walhalla de los alemanes, el Monte Salvat de losCaballeros del Cáliz Sagrado, la Utopía de Thomas More, la Ciudad del Sol de Campanella, la Shangri-la del Tíbet y la Agharta del mundo budista. Aparentemente las ciudades subterráneas de Agharta fueron construidas por los atlantes Abandonaron su hogar anterior en la cima de la montaña sagrada en el centro de la Atlántida, el Monte Olimpo o Meru, luego simbolizado en las pirámides truncadas de cuatro lados, en Egipto y Méjico, y volaron a través de la abertura polar, al nuevo hogar en Walhalla, los palacios dorados de la ciudad de Shamballah, capital de Agharta, el mundo subterráneo. La mitología teutónica se refiere a la migración de los dioses-gobernantes de la Atlántida al mundo subterráneo, antes a la destrucción de la Atlántida, como el “Gotterdammerung“, oCrepúsculo de los Dioses. Hicieron el viaje en platillos volantes, o vimanas, que eran las aeronaves de la Atlántida. En los días de la Atlántida, los platillos volantes viajaban en la atmósfera de la Tierra, pero después que entraron en el mundo subterráneo siguieron volando en el interior hueco. Después de la explosión atómica de Hiroshima en 1945, salieron a la superficie para evitar una catástrofe nuclear. La tragedia que ocurrió a la Atlántida se debió a su desarrollo científico. Ello originó una guerra nuclear que calentó la atmósfera, derritió las capas de hielo polares y produjo el diluvio que sumergió todo el continente. Un grupo de sobrevivientes, liderados por Noé, halló refugio en las alturas de Brasil, que era una colonia de los habitantes de la Atlántida en ese momento, donde construyeron ciudades subterráneas, conectadas a la superficie por túneles, para impedir la destrucción a causa de la radioactividad y la inundación.
Según Platón, la Atlántida se sumergió debido a una serie de inundaciones que ocurrieron hace aproximadamente 11.500 años. Se dice que alrededor de cuatro millones de habitantes perdieron sus vidas. Aquellos que fueron prevenidos escaparon a tiempo. Se afirma que ellos o sus descendientes aún viven en ciudades subterráneas. También es posible que a bordo de sus platillos volantes emigraran a otros planetas. En relación con esto, es interesante tomar en cuenta el antes mencionado libro de Julio Verne, Viaje al Centro de la Tierra, que presenta una concepción similar sobre la formación de la Tierra. Verne describe un grupo de exploradores que entró en un conducto volcánico y, luego de viajar durante meses, llegó al centro hueco de la tierra, a un nuevo mundo con un sol propio que lo iluminaba, océanos, tierra y hasta ciudades, construidas por los habitantes de la Atlántida. Verne creía que antes de la destrucción de la Atlántida, algunos de sus habitantes escaparon y colonizaron ciudades subterráneas en el centro hueco de la tierra. Dado que la mayoría de las predicciones de Verne luego fueron verificadas, es posible que ésta también se cumpla. Por Probablemente no a través de un conducto volcánico, sino mediante una expedición aérea a través de las aberturas polares hasta el interior hueco de la tierra. Uno de los primeros colonizadores alemanes en Santa Catarina, Brasil, escribió y publicó un libro sobre el Mundo Subterráneo, con información obtenida de los indígenas. El libro describía la Tierra como hueca, con un sol central. Decía que el interior de la tierra era habitado por una raza longeva, que vivía libre de enfermedades y se alimentaba con frutas. También sostenía que este Mundo Subterráneo estaba conectado con la superficie por medio de túneles abiertos en su mayoría en la zona de Santa Catarina y alrededores, en Brasil, lugar con una fuerte inmigración alemana, en muchos casos de jerarcas nazis, al finalizar la II Guerra Mundial. El autor invirtió seis años en la investigación y el estudio de los misteriosos túneles que abundan en Santa Catarina, construidos por una raza antigua para llegar a las ciudades subterráneas. Las investigaciones continúan. El explorador ruso Ferdinand Ossendowski sostiene que los túneles que pasan por debajo de los Océanos Pacífico y Atlántico, así como debajo de los continentes, son construcciones de hombres pertenecientes a una civilización hiperbórea. Esta civilización floreció en la región polar en el momento en que el clima aún era tropical. Se trataría de una raza de “superhombres” que poseían elevados conocimientos científicos y fueron autores de inventos maravillosos, que incluían máquinas excavadoras de túneles, de las que no conocemos casi nada. Con estas máquinas llenaron la tierra de túneles.
Ossendowski cuenta sus propias experiencias en Mongolia, donde es universal la creencia en el mundo subterráneo de Agharta, gobernado por el Rey del Mundo, que residiría en la ciudad sagrada de Shamballah: “¡Deténgase! dijo mi guía mongol, cuando cruzamos el altiplano de Tzagan Luk—. Deténgase! —Su camello se agachó sin que él se lo ordenara. El mongol levantó las manos en señal de adoración y repitió la frase sagrada: ‘OM MANÍ PAEME HUM’. Los otros mongoles detuvieron sus camellos de inmediato y comenzaron a rezar. ¿Qué ocurrió?, me pregunté, mientras detenía mi camello. Los mongoles siguieron sus oraciones unos momentos y, luego montaron los camellos y continuaron. —Mire —dijo mi guía—, cómo los camellos mueven las orejas con terror, cómo se quedan inmóviles y alertas las melenas de los caballos y cómo los camellos y el ganado se agachan hasta el suelo. Note cómo las aves dejan de volar y los perros de ladrar. El aire vibra de dulzura y uno oye la canción que penetra los corazones de todos, los hombres, los animales y las aves. Todos los seres vivientes, llenos de miedo se detienen. Pues el Rey del Mundo, en su palacio subterráneo está profetizando el futuro de todos los pueblos de la tierra. —Así habló el anciano. En Mongolia, con sus montañas e interminables mesetas, nació un misterio que preservaron los lamas. Los gobernadores de Lhasa y Ourga poseyeron estos misterios. Fue durante mi viaje al Asia Central que oí por primera vez sobre este Misterio de los Misterios. En un principio no le presté atención; pero luego sí, cuando pude analizarlo y compararlo con determinados testimonios, frecuentemente sujetos a controversia. Los ancianos en Amyil me contaron una antigua leyenda, que decía que una tribu mongol, que escapaba de Genghis Khan, se escondió en una tierra subterránea. Luego, cerca del Lago Nogan, en la vecindad de Soyota me mostraron una puerta que servía de entrada al reino de Agharta. Un cazador había entrado a través de esta puerta y contó de su visita cuando volvió. Los lamas le cortaron la lengua para impedirle hablar sobre el Misterio de los Misterios. En su ancianidad, volvió a la entrada de la caverna y desapareció en el Mundo Subterráneo. Los nómades se emocionan siempre al recordar esto. Obtuve información más detallada de Houtouktou Jelyl Djamsrap, de Narabanch Kure. Me contó la historia de la llegada del Rey del Mundo todopoderoso a la puerta de salida del Mundo Subterráneo, de su aparición, de sus milagros y de sus profecías. Luego, comencé a comprender esta leyenda, esta hipótesis, esta visión colectiva, que —más allá de cómo la interpretemos— esconde no sólo un misterio, sino una fuerza real que gobierna e influye en el curso de la vida política del Asia. Desde ese momento, comencé mis investigaciones. El lama Gelong, favorito del Príncipe Choultoun Beyli, me describió el Mundo Subterráneo. Hace más de seis mil años —me dijo—, un hombre santo desapareció en la tierra, en compañía de una tribu de personas que nunca volvió a la superficie. Varios otros hombres, como Cakya-Muni, Undur-Ghengen Paspa, Baber y otros, también visitaron este mundo interno. Nadie sabe dónde hallaron la entrada. Algunos dicen que fue en Afghanistan, otros, que fue en la India“.
Y continúa Ossendowski: “Todos los habitantes de esta región están protegidos contra el mal, y no existe el crimen dentro de sus límites. La ciencia se desarrolló con tranquilidad, sin interrupciones por la guerra, y libre de espíritu de destrucción. En consecuencia, el pueblo subterráneo pudo lograr un grado de sabiduría mucho mayor. Estas personas componen un vasto imperio con millones de habitantes, gobernado por el Rey del Mundo, que domina todas las fuerzas de la naturaleza, puede leer lo que está dentro de las almas de cada uno y gobierna más de ocho millones de seres humanos, todos dispuestos a ejecutar sus órdenes. Todos los pasajes subterráneos en el mundo entero llevan al Mundo de Agharta. Los lamas dicen que todas las cavidades subterráneas en América están habitadas por esta gente. Los habitantes de los continentes prehistóricos sumergidos (Lemuria y la Atlántida) hallaron refugio y siguieron viviendo en el Mundo Subterráneo. El lama Turgut, que realizó el viaje de Ourga hasta Pekín conmigo, me dio más detalles: La capital de Agharta (Shamballah) está rodeada de villas, donde viven los Sabios Sagrados. Me recuerda a Lhasa, donde el templo del Dalai Lama se eleva por encima de una montaña rodeada de templos y monasterios. Su palacio está rodeado de los palacios de los gurúes, que controlan las fuerzas visibles e invisibles de la tierra, desde el interior hasta el cielo, y son los dioses de la vida y la muerte. Si nuestra alocada humanidad continúa sus guerras, tal vez vengan a la superficie y la transformen en desierto. Pueden secar los océanos, transformar los continentes en mares y hacer desaparecer las montañas. Viajan en extraños vehículos, desconocidos en la superficie, a velocidades increíbles, a través de los túneles dentro de la tierra. Los lamas encontraron vestigios de estos hombres en todas partes e inscripciones en las rocas; y vieron restos de las ruedas de sus vehículos. Cuando le pedí que me contara cuántas personas habían visitado Agharta, contestó: ‘Un gran número, pero la mayoría conservan el secreto todas sus vidas. Cuando los olets destruyeron Lhasa, uno de sus regimientos, en las montañas del sudoeste, llegó a los límites de Agharta y se los instruyó en sus misteriosas ciencias, por lo cual los olets y talmuts se convirtieron en profetas. Algunas tribus negras del este también entraron en Agharta y continuaron viviendo allí por siglos. Luego, fueron expulsadas del Mundo Subterráneo y volvieron a la superficie. Trajeron con ellos los conocimientos del misterio de la profecía con cartas y la lectura de las líneas de la palma de la mano. (Fueron los ancestros de los gitanos.) En una región determinada del norte de Asia, existe una tribu que está a punto de desaparecer y que frecuenta las cavernas de Agharta. Sus miembros pueden invocar a los espíritus de los muertos, que viven en el espacio’. Entonces, el lama se calló por un tiempo y, luego, respondió a mis pensamientos. Siguió: ‘En Agharta, los sabios escriben todas las ciencias de nuestro planeta y de los otros mundos en tablas de piedra. Los sabios de los budistas chinos saben eso. Su ciencia es la más avanzada y pura. Todos los siglos, los sabios de China se unen en un lugar secreto cerca del mar, montados en las espaldas de cien tortugas grandes que salen del océano, para escribir las conclusiones de la ciencia divina de su siglo‘””.
Y Ossendowski sigue con su relato: “Esto me trae a la mente una historia que me contó un anciano asistente chino en el Templo del Cielo en Pekin. Me contó que las tortugas viven tres mil años sin aire ni comida. Por esa razón, todas las columnas del Templo del Cielo, de color azul, descansan en las espaldas de tortugas vivas: para que los soportes de madera no se pudran. Muchas veces, los gobernadores de Ourga y Lhasa envían embajadores al Rey del Mundo; —dijo el lama bibliotecario—, pero no llegan a él. Sin embargo, un jefe tibetano, después de una batalla con los olets, llegó a una caverna, cuya entrada decía: ‘ESTA PUERTA LLEVA A AGHARTA’. Un hombre de hermosa apariencia salió de la caverna y le presentó una tableta dorada, con una extraña inscripción: ‘El Rey del Mundo aparecerá ante todos los hombres cuando llegue el tiempo de la guerra del bien contra el mal, pero el momento aún no ha llegado. Los peores miembros de la raza humana todavía no han nacido’. Chang Chum Ungern envió al joven Príncipe Pounzig como embajador ante el Rey del Mundo. El embajador retornó con una carta para el Dalai Lama de Lhasa. Lo mandó una segunda vez, pero el joven nunca regresó“. Todo parece indicar que no existen el Polo Norte ni Sur. Donde se supone que existen, hay grandes aberturas que dan al interior hueco de la tierra. Una gran cantidad de los platillos volantes observados parece que vienen del interior hueco de la tierra a través de estas aberturas polares. El interior hueco de la tierra, que el sol central calienta y que sería el origen de las auroras boreales, tiene un clima subtropical, de alrededor de 24 grados de temperatura. Los exploradores árticos descubrieron que la temperatura se eleva a medida que se viaja hacia el norte lejano. Allí hallaron océanos sin hielo, vieron animales que viajaban al norte en invierno, en busca de comida y calor, cuando deberían viajar hacia el sur, se encontraron con que la aguja de las brújulas tomaban una posición vertical en vez de horizontal y actuaban de una forma extraña. También descubrieron que hay aves tropicales y más vida animal, cuanto más al norte se va. Hallaron mariposas, mosquitos y otros insectos en el lejano norte y vieron que la nieve estaba coloreada a causa del polen y de un polvo negro, lo que es más frecuente cuanto más al norte se va. La única explicación es que este polvo venga de volcanes activos en las proximidades de las aberturas polares. Todo parece indicar que existe una gran población que habita en el interior de la corteza terrestre y que conforma una civilización mucho más avanzada que la nuestra. Es probable que desciendan de los antiguos habitantes de los continentes sumergidos de Mu, Lemuria y la Atlántida. Los platillos volantes son sólo uno de sus muchos logros. Es probable que los Estados Unidos conozcan la existencia de una abertura polar y una tierra más allá de los polos. El Almirante Byrd realizó vuelos en los Polos Norte y Sur que demostraban su entrada en este mundo subterráneo. Probablemente esta información se conserve como secreto de estado. También los nazis hicieron referencia a sus contactos con Shamballah.
Fuentes:
Raymond Bernard – La Tierra Hueca
Andreas Faber Kaiser – Los túneles de América
Julio Verne – Viaje al centro de la Tierra
J.J. Benitez – Yo, Julio Verne
http://oldcivilizations.wordpress.com/2014/07/19/viaje-al-centro-de-la-tierra-de-julio-verne-fue-algo-mas-que-una-obra-de-ficcion/