Las resoluciones de Fin de Año son una tradición, más común en Occidente pero no excepta del resto del mundo. Es el momento cuando una persona hace una promesa en la noche del último día del año para hacer ciertos cambios en su vida o proponerse metas a cumplir.
Se cree que los babilonios fueron los primeros en implementar esta costumbre hace cerca de 4,000 años atrás; costumbre que ha continuado en diversas formas hasta nuestros tiempos. Jano. Busto en los Museos Vaticanos (El Vaticano).
Los antiguos babilonios hacían sus promesas a sus dioses al comienzo de cada año nuevo, el cual comenzaba a mediados de marzo con la primavera septentrional.
Las promesas incluían devolver objetos prestados y pagar sus deudas. Pero en aquel entonces quizás tenían una mayor motivación para formular las resoluciones y cumplir con lo que prometían.
Esta gente de la Mesopotamia creía que si mantenían lo prometido los dioses les concederían la gracia el resto del año; y, por el contrario, si rompían sus promesas, no tendrían ningún favor por parte de los dioses y serían castigados, justicia divina mediante. Con el surgimiento y auge del Imperio romano, esta práctica expandiría sus fronteras. Los romanos ofrecían sus resoluciones de buena conducta a una deidad de dos caras llamada Jano, dios de las puertas, los comienzos y los finales, quien mira hacia atrás y hacia adelante en el tiempo.
Como dios de los comienzos, se le invocaba públicamente el primer día de enero (Ianuarius), el mes que derivó de su nombre porque inicia el nuevo año. En el Medioevo, los caballeros tomaban les voeux du paon (los votos del pavón) al final de cada año para reafirmar su compromiso con la caballería. El hecho de realizar un voto por el que alguien se compromete a emprender una determinada acción no es algo infrecuente en la literatura caballeresca o histórica, aunque sí en esta ocasión debido al hecho que este tipo de promesa o juramento se hacía sobre un ave. Voto de Caballería de las Damas y el Pavón.
Por Daniel Maclise, 1835. Por otro lado, los primeros Cristianos creían que el primer día del nuevo año debía gastarse en reflexionar sobre los errores cometidos y comprometerse a mejorar como persona. Existen otros paralelismos religiosos para esta tradición. Por ejemplo, el inicio del año nuevo judío, Rosh Hashaná, llama a sus fieles a la meditación, al autoanálisis y a retomar el camino de justicia (Teshuvá).
Es el primero de los días del regreso e introspección, de balance de los actos y de las acciones realizadas, de plegaria y sensibilidad especiales (Aseret Yemei Teshuva) que terminan con el Yom Kippur (Día del Perdón). El concepto, más allá de la fe, es mejorarse uno mismo año a año. En la actualidad, la única cosa que ha cambiado (para algunos), es que, en vez de hacer promesas a los dioses, éstas se hacen a uno mismo.
Sin duda, una buena manera de evitar que nos caiga la ira de los dioses en caso que hagamos nuestras promesas en vano para no cumplirlas nunca. En 2007, los resultados de un estudio llevado a cabo sobre 3,000 personas por Richard Wiseman de la Universidad de Bristol, arrojaron que el 88% de aquellos que hicieron resoluciones de fin de año… ¡fallaron! —a pesar que más de la mitad de los participantes tenían una marcada convicción al principio.
Pero no todo es negativo, el estudio también mostró que las chances de alcanzar los objetivos se incrementaban en un 22% cuando los hombres estaban comprometidos con una causa; mientras que las mujeres triunfaron un 10% más cuando hacían sus resoluciones en público o contaban con el apoyo de sus amigos.
Artículo publicado en MysteryPlanet