Una discusión más honesta sobre los transgénicos debe ir más allá de los estrechos conceptos relacionados con la salud humana y debe tener en cuenta los amplios impactos sociales y ambientales.
Por Maywa Montenegro, 7 de octubre de 2015
Ilustración de Erin Dunn
En el debate sobre los transgénicos me he mantenido a distancia a propósito.
Por un lado, han tenido una desproporcionada atención. Por otro lado, si tenemos en cuenta que muchos cultivos domesticados son el fruto de la irradiación de semillas, de la duplicación cromosómica y del cultivo de tejidos vegetales, ninguno de los cuales supone modificación genética, los límites de lo natural resulta ser más poroso de lo que en un principio pudiera parecer.
Mi campo de estudio es el de la Ciencia y la Política de las semillas, en las que se llevan a cabo modificaciones genéticas, una cuestión que no se puede ignorar. Recientemente, el Director de un programa de comunicaciones científicas preguntó si podía realizar estas preguntas a los alumnos: ¿Existe consenso científico sobre los transgénicos? ¿Qué actitud toman los medios de comunicación en lo que respecta a la cobertura informativa sobre la biotecnología aplicada al sistema alimentario? ¿Dónde se observan los prejuicios y los puntos ciegos en las informaciones?
En el intercambio de correos electrónicos, hablamos de la retractación de un estudio sobre el arroz dorado, una característica bastante común en la guerra contra los transgénicos, “llena de alarmismo, errores y fraudes”, y la enorme maraña creada en torno a Vandana Shiva, David Remnick y Michael Specter, como una secuela de “Las semillas de la duda”, una revisión crítica en el New Yorker de la cruzada de Shiva contra los cultivos modificados genéticamente. ( Lea larespuesta de Shiva y la de Remnick). Cualquier persona que lea los entresijos de este debate se dará cuenta de la complejidad de este hecho, de las diferencias de interpretación y la actual situación explosiva en el terreno de los transgénicos.
Permítanme que comience admitiendo francamente que soy defensora de la agroecología, la soberanía alimentaria y del derecho de los agricultores a guardar y reproducir sus semillas, pero no estoy en contra de los transgénicos. De acuerdo con mis colegas de varias Universidades y organizaciones no gubernamentales, creo que algunos cultivos transgénicos podrían tener algunos beneficios. A lo que me opongo es a la ausencia de evaluaciones de esta tecnología, la excesiva propaganda de sus beneficios y la consideración de los escépticos como alarmistas contrarios a la Ciencia. La tendencia a considerar los transgénicos como aislados del contexto histórico, social y político no sirve de mucha ayuda: es una tecnología que fue desarrollada como una herramienta para potenciar la Agricultura Industrial. Yo no discuto que los transgénicos no pueden, ni ahora ni nunca, desvincularse de su contexto, pero sí mantengo que la discusión va mucho más allá de sus posibles beneficios y riesgos.
¿Por qué los méritos o deméritos de los transgénicos ocupan más espacio en los titulares que las preocupaciones sobre la agricultura y el sistema alimentario?
¿Podemos ir más allá de lo que Jonathan Foley llama bala de plata y el pensamiento reduccionista sobre este asunto? Como bióloga molecular que me convertí en periodista sobre informaciones científicas y más tarde en científico social, he estado dándole vueltas a estas preguntas durante los últimos 15 años. De lo que me he dado cuenta es de que las informaciones sobre los transgénicos apuntan a luchas más profundas, sobre cómo se llevan a cabo las investigaciones científicas, cómo se interpretan y se entiende lo que se denomina una alimentación sostenible.
The New Yorker, Slate, National Geographic, y otros muchos medios de comunicación forman parte de la lamentable tendencia de considerar a los escépticos de los transgénicos como promotores de consideraciones anticientíficas. Si un científico pasa a trabajar en una ONG, la credibilidad de esa organización es frecuentemente atacada, como si los investigadores que no forman parte de los ámbitos académicos no pudieran realizar críticas inteligentes. Al contrario, organizaciones como la Unión de Científicos Preocupados, el Centro para la Seguridad Alimentaria y Pesticide Action Network ofrecen un complemento de gran valor en el trabajo científico. De hecho, a menudo están más dispuestos a inmiscuirse en cuestiones políticas, cosa que no suelen hacer los investigadores universitarios al considerar que podría ponerse en peligro su credibilidad o imparcialidad. Esta actitud puede tener sus beneficios ( queremos ser lo más objetivos posible), pero también tiene considerables inconvenientes, ya que tiende a disuadir a los científicos de las consideraciones relacionadas con el contexto social en sus investigaciones. Pero una Ciencia relacionada con la alimentación y la agricultura carente de valores es algo especialmente lamentable, sobre todo ahora, cuando la Agroindustria está teniendo éxito en marginar a sus críticos.
Aunque este asunto se puede analizar desde muchos ángulos, creo que son tres los particularmente importantes que nos pueden ayudar a comprender los aspectos menos consecuentes de esta tecnología y aquellos ámbitos en los que está teniendo mayor impacto. La primera es la construcción de un consenso científico en torno a la seguridad de los transgénicos. La segunda es la propaganda en torno a los beneficios de la Biotecnología, que a menudo es exagerada. Por último, creo que es importante debatir sobre las aguas cada vez más turbias de las relaciones entre los científicos, la Industria y los medios de comunicación.
¿Qué es la seguridad?
La buena Ciencia se dice muy a menudo que está basada en el consenso científico, que a su vez dice reposar sobre métodos y conocimientos científicos rigurosos. Pero la Industria tiene una amplia participación en la creación de este consenso científico. La mayoría de la gente cree que tal consenso emerge sólo del estudio objetivo del medio natural. Los estudiosos de la Ciencia y la sociedad señalan que tal consenso también se negocia y se construye a través de mecanismos como las conferencias, los paneles de expertos, las evaluaciones y declaraciones de las sociedades científicas. Cuando se crea un panel de expertos se puede trazar un camino hacia la conformación de un determinado consenso.
Making Money
No hay que buscar mucho para encontrar en los medios de comunicación el veredicto siguiente: la gran mayoría de los científicos están de acuerdo en la seguridad de los transgénicos; no hay evidencias de que tales alimentos no sean seguros para su consumo.
Estas tácticas son una reminiscencia de las prácticas de las grandes tabacaleras y de las grandes empresas petroleras, pero con un giro muy interesante. Si aquellos grupos estaban intentando sembrar dudas, en el caso de los transgénicos se nos dice que la Ciencia está totalmente de su lado.
Sin embargo, ningún buen científico se debiera contentar si “no hay estudios epidemiológicos sobre su supuesta seguridad, y por lo tanto no se puede sustentar tal afirmación en evidencias”, dijo Tim Wise, Director del Programa de Políticas e Investigación del Instituto para el Desarrollo y Medio Ambiente Mundial, de la Universidad de Tufts. Es decir, no hay tal consenso científico sobre la seguridad de los transgénicos.
El análisis más reciente que conozco es un Informe revisado por pares del año 2011 que trató de analizar todos los estudios disponibles en revistas científicas internacionales sobre el impacto en los seres humanos de los transgénicos. Los investigadores encontraron que aproximadamente la mitad de los estudios de alimentación en animales realizados en los últimos años daban motivos de preocupación. La otra mitad no, como dijeron los investigadores, “pero la mayoría de estos estudios fueron realizados bajo el patrocinio de las Empresas de Biotecnología responsables de la comercialización de las plantas modificadas genéticamente”.
Es importante destacar que esta evaluación, bastante completa, sólo se detuvo en los riesgos toxicológicos para la salud por la ingestión de alimentos modificados genéticamente.
No se analizan los impactos sociales y ambientales más amplios, que es uno de los principales motivos de preocupación
Entre ellos se incluyen el uso excesivo de herbicidas asociados a los transgénicos, promoviendo la aparición de plantas resistentes a ellos y degradando la biodiversidad de los hábitats, como es el caso de las mariposas monarca. El monocultivo asociado frecuentemente a los transgénicos genera otros problemas: pérdida del control biológico de las plagas ( con lo cual se requieren más pesticidas), la reducción de fertilidad del suelo ( lo que requiere de más fertilizantes) y los problemas generados en la nutrición y seguridad alimentaria, al ser desplazados los cultivos tradicionales por variedades transgénicas o por contaminación mediante el polen. Y la protección mediante patentes de las semillas se ha traducido en el control de las semillas por parte de la Industria, con lo que se ha reducido el acceso de los campesinos al germoplasma, reduciéndose la diversidad genética de los cultivos, y aumentando la vulnerabilidad a los cambios ambientales.
Otro motivo de preocupación es el excesivo coste de los cultivos transgénicos. Los productos Biotecnológicos tienden a ser muy caros, y el dinero público que se emplea en su investigación hace que no se dirija hacia otras partes. De acuerdo con la Universidad de California, Berkeley, durante el pasado siglo el Departamento de Agricultura de Estados Unidos dedicó menos del 2% de su presupuesto a la agricultura ecológica.
La seguridad, en definitiva, se ha definido en términos de cómo afecta a la salud humana, excluyéndose otras muchas importantes implicaciones de seguridad e ignorando impactos más amplios en agricultura, sociales y ecológicos. Esto es algo mucho más preocupante que cualquier modificación genética.
Últimamente algunos estudios han empezado a considerar estas implicaciones más amplias, con resultados preocupantes. En marzo de 2015, la Organización Mundial de la Salud examinó los efectos sobre la salud del herbicida glifosato ( también conocido como Roundup), diseñado para matar las hierbas que crecen en los cultivos transgénicos resistentes al glifosato, y lo ha clasificado como probablemente cancerígeno, es decir, que estudios realizados en animales han demostrado un claro vínculo entre el cáncer y la exposición al glifosato.
Cada vez hay mayor número de evidencias de que produce daño en los seres humanos, sobre todo en los estudios realizados con los trabajadores agrícolas que están muy expuestos al pesticida. ( Sin embargo, bastantes estudios toxicológicos están poniendo de relieve que los niveles altos de exposición no son tan importantes como se pensaba, ya que pequeñas dosis de productos químicos, entre los que se encuentran los pesticidas, han demostrado ser igual de perjudiciales para los seres humanos, por no hablar de los efectos potenciales cuando son varios los productos químicos a los que uno se ve expuesto).
En agosto de 2015, The Guardian informaba sobre la posible relación entre los defectos congénitos en los seres humanos y los pesticidas aplicados a los cultivos transgénicos en Hawai. El artículo patrocinado por el Fondo de Investigación Periodística pone de relieve que los científicos aún no tienen datos epidemiológicos, pero parece existir una conexión entre incidencia y exposición, lo que genera motivo de preocupación para los investigadores.
En palabras del comunicado conjunto firmado por 300 científicos en la revista Ciencias del Medio Ambiente el pasado enero:
“Los resultados de la investigación científica en el campo de la seguridad de los cultivos transgénicos deben ser matizados, el algo complejo, a veces resultan contradictorios o no concluyentes;a menudo las decisiones de los investigadores se ven influidas por supuestos y por las fuentes de financiación. En general se puede decir que surgen más preguntas que repuestas”.
La segunda es una hipérbole. A pesar de que en los últimos 25 años el mejoramiento convencional de las plantas ha estado subordinado, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, a los métodos de la Biología molecular en términos de recursos y atención, los avances de la Biotecnologíano se han materializado como se profetizó inicialmente.
Consideremos, por ejemplo, sus rendimientos. Al testificar ante las Academias Nacionales de Ciencias en septiembre de 2014, el científico de Carolina del Norte Major Goodman observó que en realidad es la hibridación clásica la que sigue marcando los estándares de rendimiento. En el caso del maíz dijo que los transgénicos han mejorado sus rendimientos en un 5% durante los últimos 18 años, mientras que el cultivo convencional los ha estimado en un 1% anual.
La mejora convencional parece que está superando a la Ingeniería Genética en el carrera para desarrollar cultivos que puedan mantener la productividad en períodos de sequía, temperaturas extremas, suelos salinos y cambios en los regímenes de las plagas. En un artículo publicado en septiembre de 2014 en Nature News, se describía el trabajo de los investigadores del Centro Internacional de Mejoramiento del Trigo y el Maíz, CIMMYT, de la Ciudad de México, y eldelInstituto Internacional de Agricultura Tropical en Ibadan, Nigeria, sobre el empleo de técnicas no transgénicas para desarrollar variedades de maíz resistentes a la sequía en 13 países africanos. En las pruebas de campo, estas variedades tienen unos rendimientos similares o superiores a los cultivos no resistentes en unas condiciones de lluvia abundante, y un rendimiento de hasta un 30% superior en condiciones de sequía. El proyecto ya cuenta con 153 variedades en período de prueba, mientras que otras semillas ya han superado esta fase, lo que permite que unos 3 millones de pequeños agricultores de África aumenten sus rendimientos en un 20 al 30%.
Hasta el momento, aproximadamente el 99% del área con cultivos transgénicos, produce soja industrial, canola, algodón y maíz, cuyo principal empleo final son los biocarburantes, piensos industriales, aceites e ingredientes para productos procesados utilizados en la alimentación
Mientras tanto, Monsanto, el CIMMYT y otros investigadores todavía están a la espera de obtener una semilla transgénica que sea tolerante a la sequía, y su esperanza es que puedan hacerlo como muy pronto en el año 2016. Incluso entonces, las semillas resistentes a la sequía de Monsanto sólo aumentarían su rendimiento en un 6% en Estados Unidos, y sólo bajo condiciones de una sequía moderada. Las comparaciones directas siempre son difíciles, por supuesto, pero como puso de manifiesto el artículo de Nature: “las técnicas que en un principio parecían pasadas de modo están superando a la modificación genética en la carrera para desarrollar cultivos que puedan soportar la sequía y suelos pobres”.
No me cabe duda de que los métodos de la Biotecnología de última generación, como la Edición del genoma, van muy lentamente y su incursión en el desarrollo actual de la Biotecnología se queda corta. Pero las complejas interacciones entre los genes y el ambiente y los rasgos apilados, definidos por múltiples genes, incluyendo el aumento de los rendimientos y resistencia a la sequía, están recordando a los científicos que los sistemas vivos son huesos duros de roer. Los grandes éxitos de la modificación genética hasta la fecha se refieren a la modificación de un solo gen, lo que ya se considera una fruta madura. Sin embargo como dijo a la Academia: “No son resultados que estén al alcance de la mano, sino que son frutos recogidos de la tierra”.
Los medios de comunicación muy a menudo consideran que los escépticos hacia los transgénicos están ignorando una auténtica mina de oro en cuanto a beneficios, o peor, que están privando a los africanos, latinoamericanos y asiáticos de soluciones biotecnológicas contra el hambre. Pero hasta el momento, aproximadamente el 99% del áreacon cultivos transgénicos, produce soja industrial, canola, algodón y maíz, cuyo principal empleo final son los biocarburantes, piensos industriales, aceites e ingredientes para productos procesados utilizados en la alimentación.
En palabras de Foley: “Mientras que la tecnología en sí misma podría haber hecho un buen trabajo, hasta ahora se ha dirigido hacia las partes equivocadas del sistema alimentario, haciendo mella en la seguridad del sistema alimentario mundial”. (Para más información sobre este tema, consulte la obra del antrópologo Glenn Davis Stone “Golden Rice: Bringing a Superfood Down to Earth”.
Por supuesto que hay excepciones: la papaya y la calabaza de verano resistentes a los virus han tenido algunos beneficios a nivel local, y la yuca diseñada para ser resistente a la mancha parda de la hoja, respondiendo así a las preocupaciones de muchos críticos de que la Biotecnología ignora los cultivos de importancia regional y a los pequeños agricultores. Sin embargo, estos ejemplos que son loables en cierto sentido (hacer frente a la enfermedad de la mancha parda) requieren de un análisis detallado de los factores ecológicos (¿por qué la mancha parda de la hoja se ha considerado en primer lugar?).
Y luego están las implicaciones políticas y socioeconómicas de esta tecnología de modificación genética. Por ejemplo, varios países de África han aprobado la comercialización del caupí transgénico (judía de careta) y hay científicos que están preocupados por la posible incidencia en el sector informal de las semillas, las prácticas de trueque, su utilización tradicional como regalo, o su impacto en las economías locales. Lo que está en juego no son los transgénicos en sí, ya que estas plantas podrían realizar una polinización cruzada con el caupí tradicional. También se trata de las leyes de propiedad intelectual y de bioseguridad, junto con las campañas de marketing, abriendo los sistemas alimentarios al sector privado sin la participación ni el consentimiento de la población local.
Aguas enturbiadas en los medios de comunicación
Entonces, ¿qué papel tienen los medios de comunicación? Para mí, artículos como el de Hawai publicado por The Guardian y otros ( por ejemplo, el artículo de Michael Moss sobre el Centro de Investigación de Animales para Carne de Estados Unidos) ilustra la importancia de la presentación de artículos en profundidad. En el terreno agroalimentario no es fácil andar, con las aguas enturbiadas por las campañas de relaciones públicas de la Industria, y el conflicto entre los estudios donde se mezclan la Ciencia con los intereses de las Corporaciones. En un reciente artículo publicado en The New York Times por Eric Lipton se detallan los esfuerzos de Monsanto, Dow y otras empresas para fichar a científicos para que actúen como portavoces en favor de los transgénicos y de este modo “parecer que se actúa con imparcialidad y haciendo valer el peso de la autoridad que como científico tiene”. La Industria de productos ecológicos también se ha visto implicada: Charles Benbrook ha recibido el apoyo de empresas como Stonyfield Organic. Sin embargo, los lectores del Times ( en la sección de comentarios) y algunos científicos ( a través de las listas de distribución mediante correo electrónico) saltaron de inmediato. Fue un intento, dicen, de equilibrar la balanza entre unos y otros, sin tener en cuenta el carácter desproporcionado de estas prácticas por parte de la Industria Biotecnológica, que ha invertido muchos más recursos que la ecológica en obtener el apoyo de los científicos. Además, Benbrook ha revelado públicamente este apoyo, mientras que muchas de las afiliaciones que tiene la Industria solamente salen a la luz porque organizaciones no gubernamentales y periodistas solicitan la información a través de la Ley de Libertad de Información (FOIA).
Mientras que el artículo publicado en The Times ha levantado polémica sobre la transparencia y laLey de Libertad de Información, apenas se han considerado las relaciones entre la Industria y la Investigación. Se nombran pocos científicos en el artículo, pero se hace alusión a una red más amplia de economistas, asesores, grupos de presión, Ejecutivos de la Industria y científicos de prestigio que tienen un amplio historial de publicaciones revisadas por pares, con influencia en las políticas regulatorias del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que trabajarían todos ellos para apaciguar las preocupaciones de la gente en torno a los transgénicos. No podemos encontrar mejor ejemplo para explicar esta situación que la Alianza de Cornell para la Ciencia, fundada en 2014 gracias a las aportaciones de 5,6 millones de dólares por parte de la Fundación de Bill y Melinda Gates a la Universidad de Cornell con el objetivo de reducir la tensiones (despolarizar) en torno a los alimentos modificados genéticamente. Poco después, vi un anuncio de la Alianza que decía que para llevar a cabo esta misión “habría que informar sobre los potenciales beneficios de la Biotecnología para resolver los desafíos de la agricultura”. Un colega mío bromeó diciendo que se pretendían reducir las tensiones dando más munición a una de las partes.
Los científicos no son los únicos que se han alistado en esta guerra de los transgénicos. Otra estrategia, según un Informe publicado recientemente en Estados Unidos por las organizacionesDerecho a Saber y Amigos de la Tierra, firmado por Anna Lappé, es el arreglo para aparecer citados en los medios de comunicación como fuentes independientes de información, sin hacer mención a sus estrechos lazos con la Industria. Entre estos grupos se encuentran la Alianza para la Alimentación del Futuro ( que desarrolla programas sobre alimentación saludable en las escuelas públicas de Estados Unidos) y la Alianza de Agricultores y Ganaderos ( cuyo objetivo declarado es el de generar confianza en el consumidor sobre la producción moderna de alimentos, seguros y asequibles, y entre cuyos socios se encuentra la Compañía Farmacéutica Elanco, el gigante Biotecnológico Monsanto, y las Empresas químicas DuPont, Dow y Syngenta). Lappé estima que tales coaliciones gastaron del orden de 126 millones de dólares desde 2009 a 2013 “para dar forma a la historia de la alimentación, presentándola bajo la apariencia de independencia”.
Tales estrategias de relaciones públicas no son nuevas, pero es algo notable que hayan surgido precisamente en el momento en el que la agricultura química intensiva, el uso de antibióticos en el ganado y la Ingeniería genética se encuentran bajo un intenso escrutinio público. Los periodistas tienen ahora que evaluar de manera crítica no sólo la afirmaciones de los científicos de buena fe, sino también las de las coaliciones de agricultores y organizaciones contra el hambre, y de aquellos grupos que se esconden bajo la apariencia de brillante nombre. Algunos investigadores ni siquiera reconocen la poderosa influencia que tiene el patrocinio a nivel institucional, o las políticas de persuasión en los círculos internos de la élite. Como sostiene la Bióloga molecular de laUniversidad de Nueva York Marion Nestle, hay un importante cuerpo de literatura científica financiada por la Industria, mucha de la cual observa los efectos de la financiación de la Industria Farmacéutica a los profesionales médicos: esta literatura sugiere que la investigación patrocinada por la Industria tiende a reproducir unos resultados que favorezcan los intereses del patrocinador. Estos conflictos son “generalmente inconscientes, involuntarios y no reconocidos por los participantes”, sin embargo, ahí están.
Lo que me gustaría sacar a la luz de esta situación es algo más sutil que el dinero de las Corporaciones corrompiendo la que debiera ser una Ciencia imparcial. La clave consiste es reconocer que no existe una Ciencia en un vacío cultural. El mismo hecho de que ciertos campos científicos ( como el de la Biología molecular) se vean como más legítimos que otros ( como el de la agricultura ecológica y la agroecología), es algo que supera el ámbito social y político convencional, la creación de instituciones y las luchas internas para su convalidación. La Realidades mucho más densa de lo que parece.
Lo que sí sabemos es que desde la década de 1940, sustancias químicas utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial se empezaron a usar como pesticidas, herbicidas y fertilizantes, y las posteriores patentes de las semillas, la agricultura se ha ido simplificando cada vez más, ganando terreno los monocultivos intensivos para así abastecer a las empresas multinacionales de la alimentación con un suministro constante de productos intercambiables. Los excedentes en la producción ha detenido la Amenaza Comunista, suscribiendo los intereses estratégico-militares con el pretexto de ayuda alimentaria, y se ha ampliado el alcance del mercado de proveedores de bienes de consumo, comerciantes de materias primas, procesadores de alimentos y los gigantes minoristas desde Papúa a Plano.
¿Cuáles son las condiciones en las cuales los transgénicos podrían ganar en eficacia? ¿Pueden ser compatibles con las necesidades de los agricultores, consumidores y las comunidades, no sólo con los objetivos de las Corporaciones y los científicos biotecnológicos?
No debiera ser, por tanto, ninguna sorpresa que la Ciencia y la Tecnología que han propiciado estos desarrollos hayan ganado peso entre ciertos Gobiernos, líderes de la Industria y los organismos de financiación. Cuando los actores tienen el poder de invertir en línea concretas de investigación, crear programas educativos y forjar redes de asesoramiento de política científica, un paradigma determinado ( por ejemplo, sistemas simplificados de cultivo + biotecnologías = alimentar al mundo) puede imponerse sobre otro. Es decir, que puede aparecer como normal lo que los eruditos Sheila Jasanoff y Brian Wynne llaman coproducción entre la Ciencia y el orden político, de modo que uno y otro apuntalan su legitimidad.
Es un fenómeno extraordinariamente importante y que los periodistas debieran apreciar, porque les ayudaría a ver cómo la presentación de sus artículos sobre los alimentos puede oscilar entre la Ciencia objetiva y la falsa Ciencia, y la necesidad de considerar los contextos sociopolíticos de la Ciencia. A menos que los periodistas estén dispuestos a andar este camino, la polarización en el debate sobre los transgénicos continuará, y los periodistas no estarían contribuyendo a que se desafíe el status quo.
El desarrollo de unos transgénicos más eficaces
¿Cuáles son las condiciones en las cuales los transgénicos podrían ganar en eficacia? ¿Pueden ser compatibles con las necesidades de los agricultores, consumidores y las comunidades, no sólo con los objetivos de las Corporaciones y los científicos biotecnológicos?
Se puede empezar el debate sobre las implicaciones en la salud humana, para luego incluir las perspectivas de las ciencias sociales y las ciencias naturales, y de este modo abarcar las repercusiones de las tecnologías implicadas en la modificación genética. El impacto en la salud de los trabajadores agrícolas, en el endeudamiento de los agricultores y los daños provocados en los invertebrados acuáticos, así como en los suelos y su influencia en el calentamiento global, nada de esto debe olvidarse.
En segundo lugar, hay que dejar hablar a los ciudadanos y trabajadores que participan en el sistema alimentario. Habrá que considerar cómo los transgénicos afectan no sólo a los rendimientos, sino también a los márgenes de rentabilidad de los agricultores, los que cultivan alimentos y las comunidades. Debemos escuchar las experiencias de los productores de algodón Bt de la India, a los agricultores de Iowa que utilizan los cultivos Roundup Ready y a aquellos investigadores que ahora nos recuerdan que cosas que antes se consideraban seguras, como el DDT, los PCB, el BPA y la talidomida, por nombrar algunos, no lo eran tanto, comprobándose que el llamado consenso científico puede ser más frágil de lo que generalmente se cree.
También es necesaria una mejor supervisión por parte de las Agencias de Regulación. Muchos ( probablemente la mayoría) de los transgénicos seguramente se puedan comer, pero otros serán perjudiciales. ¿Qué hacer cuando no existe un sistema de regulación eficaz? El etiquetado es una cuestión importante en un sistema de este tipo; cómo es lógico se opone a ello con uñas y dientes la Industria. Otro asunto importante es el de demostrar la seguridad de los transgénicos, la realización de estudios epidemiológicos a largo plazo plazo y la eliminación de las tácticas de intimidación por parte de los acuerdos comerciales internacionales que presionan a los países a liberalizar sus mercados en favor de la producción e importación de transgénicos.
Por último, me gustaría que la investigación y el desarrollo de organismos modificados genéticamente alcanzase la esfera pública. La ruptura de los intereses lucrativos en I+D podría abrir nuevas posibilidades: transgénicos adaptados a los sistemas agroecológicos en lugar de monocultivos transgénicos, desarrollados a través de un sistema de mejoramiento participativo, y semillas transgénicas desarrolladas bajo licencias de código abierto. Como punto de partida, se podría volver a revisar la Ley Bayh-Dole de 1980, que permite a las Universidades el control y la comercialización de las invenciones realizadas con fondos federales, incluyendo la concesión de licencias en exclusiva al sector privado de las innovaciones realizadas en el campo de los transgénicos. Mientras que la Ley Bayh-Dole tenía la intención de acelerar el flujo desde el ámbito científico a los mercados por el bien público, la presión de la Industria hacia la administración universitaria y los profesores ha conformado profundamente el sentido de los cultivos y la ciencia agrícola. Las Universidades, atadas por la reducción de los presupuestos estatales, se ven avocadas a llevar a cabo investigaciones cuyos resultados son patentados y vendidos a la Industria. La financiación privada viene superando desde hace décadas las aportaciones de los fondos federales.
Los transgénicos, en suma, apuntan a cuestiones más profundas que subyacen en todo el sistema alimentario. Una evaluación no reduccionista de los transgénicos nos puede ayudar a considerar los múltiples efectos a diferentes escalas y en diferentes períodos de tiempo. Tal evaluación nos puede abrir los ojos sobre quién se beneficia de tales tecnologías, controlando su disponibilidad y acceso, que hace que se tomen este tipo de decisiones. Tenemos que pensar en el laberinto de la política, los medios de comunicación y el interés público en la conformación de la validez de un consenso científico. En resumen, se nos invita a pensar social y ecológicamente acerca de la utilidad y el valor de las semillas manipuladas genéticamente.
Si los transgénicos pueden soportar tal escrutinio y reaparecer como herramientas poderosas, desde luego que no estaré en contra de los transgénicos. Espero que todo lo expuesto no quede en saco roto.
Maywa Montenegro es investigadora de los sistemas alimentarios de la Universidad de California, Berkeley.
por NOTICIASDEABAJO • 18 OCTUBRE, 2015
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