Troya siempre ha resultado una ciudad enigmática y fascinante. De hecho, hasta su descubrimiento muchos pensaban que era un mito inventado por Homero o, al menos, una leyenda milenaria recogida por el escritor y plasmada en La Ilíada. Su destrucción a manos de los aqueos hizo que su emplazamiento exacto se perdiera en la memoria del tiempo, y la existencia del atreida Agamenón, del peleida Aquiles o del priamida Héctor se tomaba como un simple cuento.
Sin embargo, Troya existió, así como la guerra que la redujo a escombros. Para dar con ella hizo falta que un hombre con una fe inamovible en la verosimilitud de la historia narrada por Homero se empeñara en dar con ella poniendo en juego todos los medios a su alcance: el prusiano Heinrich Schliemann.
El que desconozca por completo la vida de este sujeto puede buscar en la red, donde hay información sobrada sobre el mismo. Yo me limitaré a dar cuenta de una serie de curiosidades curiosas que, seguramente, resultarán al personal bastante interesantes.
Añadir solo a este breve introito algo sobre el personaje en cuestión, como que tenía una facilidad pasmosa para aprender idiomas de forma totalmente autodidacta, sabiendo latín, griego clásico y moderno, sueco, polaco, inglés, francés (estos dos últimos los aprendió en menos de un año siguiendo un método ideado por él mismo con menos de 20 años), español, italiano, portugués (estos tres los aprendió en seis semanas, tanto escritos como hablados con soltura), ruso y, naturalmente, su lengua natal, el alemán.
Todo ello derivado de su pasión por aprender y, de paso, para ayudarle en su trabajo ya que Schliemann no era un arqueólogo profesional como Carter o Petrie, sino un mero hombre de negocios. A los 46 años había amasado una gran fortuna, así que lo mandó todo a hacer gárgaras y se dedicó por entero a lo que creía su misión en esta vida: encontrar Troya.
Bien, dicho esto, vamos al tema…
Vista aérea de la colina donde se asienta Hissarlik. Se aprecian las ruinas en gran parte de ella.
Curiosidad 1: Los estudiosos de la época señalaban un pequeño pueblo por nombre Bunarbashi, en Turquía (ojo, hay otro Bunarbashi en Grecia, pero ese no es) como ubicación de Troya. Sin embargo, según Homero, junto a Troya manaban dos fuentes que desembocaban en el río Escamandro.
Una daba agua muy caliente, y la otra un agua tan fría que incluso en verano se veían trozos de hielo flotando en ella. Por otro lado, La Ilíada cuenta que los aqueos podían ir de sus naves a la ciudad cercada varias veces al día, mientras que Bunarbashi se encontraba ubicada a más de tres horas de camino del mar.
Finalmente, la descripción que se da de la lucha a muerte entre Aquiles y Héctor indica que ambos dieron tres veces la vuelta a la ciudad mientras combatían, cosa que era imposible en el emplazamiento señalado.
Así pues, le bastó echar mano a un termómetro para corroborar que las nada menos que las cuarenta fuentes que brotaban junto a Bunarbashi tenían el agua a la misma temperatura: 17,5º.
Su ubicación no era la descrita por Homero, y los dos héroes no pudieron combatir en semejante sitio. O sea, que los datos reflejados en La Ilíada eran mucho más rigurosos de lo que cabía imaginar. El lugar exacto lo encontró en otro pueblo llamado Kissarlik, situado a dos horas y media de camino al norte de Bunarbashi y apenas a una hora de la costa. Para más convencimiento, Hissarlik significa palacio en turco.
Tesoro de Príamo
Curiosidad 2: Otro de los datos que consideró Schliemann como rigurosamente ciertos fue que Herodoto señalaba como Jerjes sacrificó mil terneros en Hissarlik en honor de la Minerva troyana. Jenofonte narra que Míndaro hizo lo mismo, y Arriano cuenta que el macedonio Alejandro también se detuvo en Hissarlik, conocida en aquella época como Nueva Ilión (Troya era también conocida como Ilión), para realizar sacrificios. Esto, unido a las pruebas extraídas de La Ilíada, convencieron a Schliemann de que estaba en el sitio exacto. Aunque parezca increíble, acertó.
Curiosidad 3: En 1869, Schliemann, con 49 años de edad, se casó en segundas nupcias con una ateniense de 16 años (otros dicen que 19) llamada Sofía Engastrómenos, la cual le acompañó en las sucesivas campañas de excavaciones comenzadas a partir de 1870. Tres años después, por fin dio con lo que tomó por el tesoro de Príamo, cuyas joyas puso sobre su joven mujer mientras que, extasiado, no dejaba de murmurar: “Helena…”.
En la foto de la derecha podemos verla de la misma guisa. El tesoro fue hallado en un hueco de una muralla, siendo extraído con un simple cuchillo por el mismo Schliemann que, previamente y por si las moscas, había enviado a todos los obreros a su casa diciendo que les daba el día libre. Tras reunirlo todo lo depositó en un pañuelo de su mujer y se metió en una choza a flipar en colores con el hallazgo.
Curiosidad 4: A pesar de su entusiasmo y perspicacia, Schliemann tenía un grave problema: no era un arqueólogo profesional. Su carencia de conocimientos de la materia y su excesivo apasionamiento le hicieron excavar y excavar sucesivos estratos de muralla hasta dar con una que mostraba claros restos de haber sufrido un incendio.
En su obsesión por tomar como artículo de fe toda La Ilíada, tuvo claro que era la muralla de la ciudad que arrasaron los aqueos. Sin embargo, posteriormente se comprobó que se había pasado, dejando atrás la muralla de tiempos de Príamo dos estratos antes. Pero bueno, un despiste lo tiene cualquiera, ¿no?
Curiosidad 5: Además de Troya, Schliemann descubrió en Micenas varias tumbas que él tomó por las del atreida Agamenón y sus compañeros, si bien luego se comprobó que eran de nobles aqueos cuatro siglos posteriores. Los ajuares funerarios que se hallaron en las tumbas eran simplemente fastuosos, algo nunca visto hasta entonces.
De hecho, el inventario del tesoro abarcaba nada menos que 206 páginas donde se detalla de forma concisa y breve cada pieza, siendo todas ellas de oro puro. Para guardarlo fue precisa una guardia que celaba el mismo las 24 horas del día, encendiéndose durante toda la noche un gran número de hogueras para que ningún ladrón pudiera infiltrarse en el campamento sin ser visto.
Curiosidad 6: Schliemann tuvo enormes dificultades para sacar los tesoros de Turquía, donde las autoridades le tenían echado el ojo por bandido saqueador del patrimonio nacional.
Sin embargo, logró ponerlo a buen recaudo, siendo valorada la colección en la astronómica cifra de 80.000 libras esterlinas de la época. Intentó que Rusia se la quedara a cambio de la mitad de esa cifra, pero al final fueron los alemanes los que se llevaron el gato al agua de forma sutil: bastó nombrarlo miembro de la Sociedad Antropológica y ciudadano de honor junto a los mariscales Otto von Bismarck y Helmuth von Moltke.
A un individuo cuyo nombre había sido vilipendiado por la envidiosa casta científica, que echaban chispas por ver como un aficionado se llevaba la gloria, verse elevado a tan elevados honores le supo a gloria. Así pues, el tesoro acabó en Berlín, donde se conserva a pesar de los destrozos causados en el museo a causa de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Emplazamiento de Troya. Actualmente y debido a la bajada de nivel del mar desde la época homérica, las ruinas de la ciudad se encuentran a unos 7 km. del mar.
18 marzo, 2019