La leyenda dice que estos cangrejos nativos de Japón son reencarnaciones de los espíritus de los Heike, unos guerreros samurái derrotados en una batalla naval.
En el siglo XII, Japón era gobernado por un clan de guerreros llamado «los Heike».
Su dirigente nominal era el emperador, un niño de 7 años llamado Antoku; su tutor era su abuela, la dama Ni. Los Heike sostenían una guerra larga y sangrienta contra otro clan samurái, los Genji. Cada uno reclamaba el derecho ancestral superior al trono imperial.
La batalla que lo decidiría todo entre ambos bandos ocurrió en Dan-no-ura, en el mar de Japón, el 24 de abril del año 1185. Los Genji eran más numerosos y estaban mejor preparados.
Pero el punto de inflexión se daría tras la deserción de uno de los generales del clan Heike, acto que pondría en evidencia en que barco se encontraba el joven emperador.
Los arqueros Genji concentraron su atención en los timoneles y remeros del barco del niño, de la misma manera que lo hicieron con el resto de la flota, dejando a los barcos sin control.
Viendo la batalla volverse en su contra, los Heiké pronto fueron puestos en fuga. Pero muchos de ellos elegirían mantener el honor arrojándose al mar y cometiendo suicidio. Asimismo, la dama Ni también decidió que no serían capturados por el enemigo.
Lo que sucedió después es, precisamente, lo que se conoce como «la leyenda de los Heike»: El niño emperador preguntó a su abuela: «¿A dónde me llevarás?».
Ella se volvió al soberano, con lágrimas en sus mejillas y lo consoló. Cegado por las lágrimas, el niño soberano juntó sus bellas y pequeñas manos; se volvió primero al oriente para decir adiós al dios de Ize, y después al occidente para recitar el nembutsu, la oración de la vida pura.
La dama Ni lo tomó en sus brazos y diciendo estas palabras: «En el fondo del mar está nuestra capital», desapareció con él bajo las olas.
La destrucción de la flota naval de los Heike en Dan-no-ura marcó el fin de los 30 años de reinado del clan. Los Heike casi desaparecieron de la historia.
Solamente sobrevivieron 43 heikes, todas mujeres.
Estas antiguas damas de la corte imperial fueron rebajadas a vender flores y otros favores a los pescadores cerca del sitio de los hechos.
Ellas y los hijos que procrearon con los pescadores, instituyeron un festival para conmemorar la batalla.
Hasta nuestros días, cada año, el 24 de abril, sus descendientes llegan al templo de Akama, que contiene el mausoleo de Antoku, el ahogado emperador de 7 años. Allí celebran una ceremonia que rememora la vida y la muerte de los guerreros Heike.
El cangrejo Heike o Heikegani (en japonés: 平家蟹, ヘイケガニ) (Heikeopsis japonica). Pero hay una extraña posdata a esta historia.
Los pescadores dicen que los samurái Heike aún vagan por el fondo del mar del Japón en forma de cangrejos…
Y en efecto, allí se encuentran cangrejos con curiosas marcas en el lomo, formas semejantes a un rostro humano con el gesto agresivo de un guerrero samurái del Japón medieval.
Cuando se pescan estos cangrejos, no son comidos, son arrojados de nuevo al mar en conmemoración de los tristes eventos de la batalla de Dan-no-ura.
El misterio y la selección artificial Esta leyenda entraña un curioso misterio.
¿Cómo llegó a suceder que la cara de un guerrero esté grabada en el caparazón de un cangrejo japonés? ¿Cómo es esto posible?
La respuesta parece ser que fue debido a los humanos…
Como otros muchos rasgos, estos patrones en el lomo o caparazón de los cangrejos son hereditarios. Pero entre los cangrejos, como entre los humanos, hay muchas líneas hereditarias diferentes.
Supongamos que, por mera causalidad, entre los antepasados lejanos de estos cangrejos Heike hubo alguno que tuviera cierto parecido con un rostro humano.
Mucho antes de la batalla, los pescadores pudieron sentir aversión —y tal vez superstición— por comer un cangrejo que tuviera dicho aspecto.
Entonces, al arrojarlo de nuevo al mar, estaban poniendo en movimiento un proceso de selección: si eres un cangrejo con una coraza ordinaria, los humanos te comerán; pero si tu coraza tiene una ligera apariencia de una cara te arrojarán al mar y podrás tener muchos pequeños cangrejos que serán iguales a ti.
Conforme transcurrieron las generaciones, tanto de pescadores como de cangrejos, aquellos cangrejos que tenían el diseño más parecido a un rostro samurái sobrevivieron preferentemente, hasta que con el tiempo se produjo no únicamente un rostro humano, un rostro japonés, sino el rostro de un guerrero samurái.
Todo esto no tuvo nada que ver con lo que el cangrejo podría desear, la selección es impuesta, artificial, viene del exterior.
En cuanto más se asemeje a un samurái, el cangrejo tendrá más probabilidad de vivir.
Durante miles de años, los humanos han seleccionado deliberadamente cuáles animales y plantas deben vivir, y esta vieja leyenda japonesa es una prueba de cómo funciona y cuáles son sus consecuencias.