Los islandeses creen en los elfos. Se niegan a iniciar proyectos de construcción importantes antes de consultarlo con los elfos. Presionan a sus políticos en defensa de los lugares en los que viven elfos. Regentan “escuelas de
elfos” y anuncian recorridos turísticos en los que los elfos son la mayor atracción. Los elfos de Islandia están en todas partes, omnipresentes.
Mito y realidad
Pocas cuestiones en relación con la nación islandesa han sido tan tergiversadas como sus antiguas creencias en la gente oculta. En cierto modo, la idea de que los islandeses actuales creen a pies juntillas en la existencia de los elfos encontró eco en los medios internacionales hace algunos años, y la bola de nieve siguió creciendo hasta que dio la impresión de que no había medio de comunicación que no tuviese alguna historia que contar sobre “aquellos pirados
islandeses y sus elfos”.
De hecho, la creencia del pueblo islandés en los elfos tiene raíces mucho más profundas y llenas de significado de lo que dan a entender la mayor parte de esos artículos sensacionalistas publicados por los medios. Los islandeses somos muy conscientes del legado que supone nuestra gente oculta, pero a día de hoy el hecho de creer en los elfos apenas ejerce influencia alguna en nuestra vida cotidiana.
Dicho esto, ocasionalmente se oirá la historia de algún incidente en una zona rural en el que se achaca a los elfos una avería de maquinaria de construcción cuando se está excavando el terreno: aunque resulta difícil saber hasta qué punto estas noticias van en serio.
Antiguos relatos de la Gente Oculta
No cabe duda, pese a todo, de que estas historias obedecían a un importante propósito para nuestros ancestros. Nuestros antiguos cuentos populares hablan de los álfar y los
huldufólk − dos términos que significan respectivamente “elfos” y “gente oculta”, y que se utilizan de forma más o menos indistinta. Se refieren a un mismo tipo de seres: criaturas que viven ocultas en un mundo paralelo al de los mortales, y casi siempre invisibles a nuestros ojos.
Para los extranjeros, el término “elfos” probablemente evoca una imagen muy diferente de la que tienen en mente los islandeses cuando oyen hablar de los “álfar”: cierta especie de ser diminuto de orejas puntiagudas, que puede ser verde o de otro
color.
Escultura de “Korrigan”, pequeño elfo de los bosques célticos. (
CC BY 2.0)
Los álfar del folklore islandés, sin embargo, presentan un aspecto bastante diferente: altos y regios, visten finas ropas, y sus hogares son opulentos y están llenos de tapices y ornamentos de
oro y
plata. Son similares a los elfos de la Tierra Media de Tolkien, aunque no tienen las orejas puntiagudas.
Bella representación artística de un elfo de la Tierra Media. (Alystraea/
CC BY-SA 4.0)
Los álfar poseían asimismo grandes poderes. La gente oculta se aparece con frecuencia a los humanos en sueños, a menudo cuando necesitan su ayuda. Muchos relatos nos hablan de mujeres de la “gente oculta” que se ponen de parto y reciben la asistencia de una mujer mortal al dar a luz.
Si la mujer mortal hace lo que le pide el ser del otro mundo (a menudo el marido de la mujer de la “gente oculta” que está de parto), su vida mejora invariablemente. Sus cosechas son abundantes, sus hijos crecen fuertes y la buena fortuna impregna todos los aspectos de su vida.
Sin embargo, si la mujer mortal rehúsa prestar su ayuda al ser del otro mundo, su vida se tuerce, y a menudo acaba sus días sola y desamparada. En otras palabras, la gente oculta tenía el poder de favorecer o perjudicar el destino de un ser
humano.
Una tierra de abundancia y prosperidad
Muchos estudiosos opinan en la actualidad que el hecho de creer en la gente oculta cumplía una importante función psicológica para los islandeses en siglos pasados, actuando a modo de antidepresivo. Islandia se encontraba de hecho en el límite del mundo habitable en aquellos días en los que no se conocían la electricidad ni la calefacción central. Los islandeses constituían de este modo un grupo humano oprimido y sacrificado, que habitaba en casas cubiertas de turba, oscuras, húmedas e infestadas de bichos, y a menudo pasaban hambre.
La mortalidad infantil era alta, las enfermedades se extendían rápidamente, la pobreza estaba generalizada y el paisaje y el clima eran crudos e implacables. Dadas estas miserables condiciones de
vida, la gente escapaba a un mundo de fantasía, un universo paralelo que se encontraba muy cerca del suyo, en el que gente muy parecida a ellos vivía en la abundancia, la prosperidad y con relativa comodidad. Todo era mejor en el ‘mundo oculto’, hasta las ovejas estaban más gordas y los cultivos eran más abundantes que los de los sufridos
islandeses.
Kvöldvaka (reunión nocturna) en un hogar islandés, óleo de August Schiøtt (1823 - 1895) (
Imagen original)
De todos modos, ésta no era la única forma en que las historias de la gente oculta servían a los antiguos islandeses para hacer más llevadera su sacrificada vida. También les ayudaban a enfrentarse a la pérdida y la tristeza. En muchos de los relatos de la gente oculta, los seres del otro mundo raptan a niños mortales y se los llevan hasta su mundo paralelo, donde los crían convenientemente. Algunos expertos creen, no obstante, que estas historias encierran un trágico significado. Muchos niños de la antigua Islandia se perdían.
Quizás sus padres no podían tenerlos vigilados constantemente —después de todo, la gente podía trabajar por aquel entonces hasta 18 horas en un día de verano, intentando sacarle el máximo partido a esta corta estación, y se dejaba a los niños más o menos a su aire. En ocasiones los propios niños participaban en las labores del campo, a menudo solos, ya que a veces se les ponía a trabajar a partir de los cinco años.
Fuera cual fuera la causa, a menudo se perdían, y teniendo en cuenta los peligros del paisaje islandés, no resulta difícil imaginar que los accidentes eran frecuentes, muriendo en ocasiones ahogados en ríos, despeñados en algún acantilado o tras caer en alguna profunda grieta creada por la lava.
¿Cómo se enfrentan unos padres al dolor por la pérdida de un hijo cuando no existe privacidad, cuando uno convive hasta con diez personas más en una habitación de cuatro yardas de ancho por diez de largo? Quizás se decían a sí mismos que el niño se había ido a vivir al ‘mundo oculto’, donde alguien cuidaría bien de él (o de ella). Algunos relatos de la gente oculta eran probablemente una forma de ayudar a la gente a superar su dolor por la pérdida de un hijo.
El ‘hombre amable’
Otro elemento habitual en las historias de la gente oculta es el de las relaciones románticas y sexuales entre mujeres mortales y hombres del otro mundo, a quienes se llamaba ljúflingar, literalmente, “hombres amables”. En estos relatos, la mujer se encontraba muy a menudo trabajando en un establo de montaña, llamados sel en islandés, una estructura rudimentaria construida cerca de los pastos de
montaña, a una distancia considerable de las granjas.
Aquí era donde se guardaban las ovejas durante el verano, y las campesinas a menudo se quedaban viviendo en este establo durante una temporada, solas o acompañadas de alguno de sus hijos, quienes las ayudaban a cuidar de las ovejas en los pastos, o incluso acompañadas de más gente, dependiendo del tamaño de la granja. La mujer era la encargada de ordeñar a las ovejas diariamente, y de hacer mantequilla y skyr, un lácteo islandés similar al yogur.
Típica casa de turba islandesa con un ‘gafli’ de madera. (
CC BY 2.0)
En estas narraciones, las mujeres a menudo se enamoran de hombres del otro mundo, quedándose embarazadas de ellos. Estos hombres suelen ser muy atentos con la mujer durante su embarazo, las asisten en el parto y finalmente se llevan al niño para criarlo en el mundo oculto. Como toque final, el hombre del otro mundo nunca consigue olvidar a la mujer mortal, ni ella a él, por lo que su historia se acaba convirtiendo en un amor atormentado y no correspondido.
A día de hoy, los expertos interpretan estos relatos de muy diversas maneras. Una de ellas es que es posible que desempeñaran una función similar a la de la novela rosa o romántica en la actualidad, sirviendo como fantasías para las mujeres solitarias que no conseguían casarse, ya que las autoridades de la época ejercían restricciones tiránicas en lo relacionado con los casamientos, y en estos casos los campesinos, y más concretamente las campesinas, se encontraban decididamente en desventaja. De este modo, las historias de amantes de otro mundo podrían haber ayudado a las mujeres de la época a evadirse de las duras condiciones de su vida real.
Grabado en el que se observa a un hombre saltando al vacío en un precipicio mientras persigue a una mujer de raza élfica. Ilustración de la leyenda islandesa de Hildur, reina de los Elfos. (
Public Domain)
Existe sin embargo otra posible explicación, más siniestra. Las mujeres que trabajaban en los sel eran a menudo víctimas de abusos sexuales, ya fuera a manos de sus jefes o de campesinos de granjas cercanas. Las leyes islandesas de la época imponían severas penas por tener hijos fuera del matrimonio, por lo que las historias de los ljúflingar podrían haber sido utilizadas en el pasado para justificar embarazos no deseados.
De forma aún más trágica si cabe, el hecho de que el hombre del mundo oculto se llevara al niño podría haber servido para encubrir casos de infanticidio, un crimen tristemente frecuente en aquellos días, dadas las consecuencias que conllevaban los nacimientos ilegítimos.
Los ejemplos expuestos en este artículo tienen poco que ver con las noticias sensacionalistas de “islandeses que creen en elfos” publicadas por los medios o por la industria turística islandesa. De hecho, esta propaganda trivializa una trágica y profunda realidad, pasando por alto además el importante valor histórico y cultural que estas creencias ancestrales atesoran para la nación islandesa.
Imagen de portada: Elfos de la Tierra Media atravesando un bosque durante la noche. (Araniart/
CC BY 3.0)
Autor Alda Sigmundsdóttir
https://www.ancient-origins.es/mitos-leyendas-europa/elfos-islandeses-003640