Por Magdalena del Amo.- El acoso continuo, la extorsión y el lanzamiento diario de bombas de racimo sobre las mentes de los pobres ciudadanos dormidos, anestesiados, confundidos, sin capacidad de reacción, desprovistos de discernimiento para separar los relatos oficiales propagandísticos, de las versiones alternativas, más lógicas y coherentes, sin conflicto de intereses –salvo algunas excepciones en el marco de la disidencia controlada— es una evidencia y no estamos descubriendo ningún secreto ni dando ninguna primicia. Aun así, nos sigue sorprendiendo.
Conocemos –hasta donde es posible— los mecanismos de la mente humana, cómo funciona cada estructura de nuestro cerebro y que sustancias se activan con la alegría, el dolor o el miedo. A pesar de ello, nos siguen sorprendiendo determinadas actitudes, tanto en el ámbito individual como en el colectivo.
Esta pandemia nos ha hecho constatar algunos aspectos de la conducta humana que solo conocíamos en teoría. Hemos dicho en repetidas ocasiones que esta nueva situación caótica del mundo, creada artificialmente y asentada sobre el pilar de un virus inexistente, aparte de ruinas económicas, restricción de libertades, normas y leyes injustas, control de la población mediante sedaciones de ancianos, muertes por las vacunas, enfermedades y/o agravamiento de las mismas a causa de los efectos adversos de las inoculaciones, incremento de los suicidios, y una sociedad mentalmente enferma, víctima de un trastorno de estrés post traumático (TEPT) colectivo, cada vez más complejo –aparte de otros síndromes difícilmente diagnosticables— , de alguna manera, nos ha descubierto lo que de verdad somos, nuestro grado de disonancia cognitiva, nuestras ideas limitantes, nuestra vulnerabilidad ante la incertidumbre, nuestra docilidad y tendencia a la obediencia, al gregarismo, a que nos dirijan la vida, a que piensen por nosotros y, sobre todo, nos hemos enfrentado a nuestros miedos ancestrales, entre ellos, a ser expulsados de la tribu o del rebaño por pensar y/o actuar diferente.
Es un miedo filogenético inconsciente a la separación del grupo. Los dueños del holding de la manipulación y el control de masas lo saben muy bien –no en vano han tenido a su servicio a los máximos expertos en psicología, sociología y neurociencias en general—, trabajando en sus proyectos.
Al estáblisment no le importa cómo piensa o siente el ciudadano medio, sino su actitud de asentimiento ante la norma, tendencia o pensamiento establecido; lo que llamamos hoy políticamente correcto. Los individuos tienden a manifestarse como el sistema, espera de ellos, reminiscencia antropológica de obediencia al hechicero o jefe de la tribu. Lo mismo que los animales en manada. El genio de la propaganda, Edward Bernays, dice que “el ciudadano medio es el censor más eficaz del mundo. Su propia mente es la mayor barrera que lo separa de los hechos.
Sus propios ‘compartimentos estancos lógicos’ y su propio absolutismo son los obstáculos que le impiden ver en términos de experiencia y pensamiento en lugar de en términos de reacción grupal. […] Para el animal gregario, la soledad física es un miedo real y esa asociación con el rebaño le provoca una sensación de seguridad. En el hombre, este miedo a la soledad crea un deseo de identificación con el rebaño en cuestiones de opinión”. La clase dirigente es conocedora de esta característica humana.
Nuestra sociedad, conducida con los ojos cerrados hacia el transhumanismo –como los antiguos reos ante el garrote vil o la guillotina—, pulula entre el trogloditismo más primitivo, la inteligencia artificial y el metaverso. En el conglomerado humano, las diferencias nunca han sido tan significativas.
Nunca ha habido tanto antagonismo entre nuestras creencias inconscientes, que abarcan las de nuestros ancestros y cultura, y las convicciones de nuevo cuño que se han ido asentando en la sociedad en los últimos tiempos, sin que se haya producido la integración en el inconsciente colectivo. El desequilibrio no puede ser mayor, lo cual hace imposible una mínima estabilidad para la sociedad.
La teoría sobre los sistemas puede arrojar un poco de luz sobre esto. Fue la bióloga austriaca quien reconoció la ley de los sistemas en 1954, si bien fue el biólogo y filósofo austriaco Karl Ludwig von Bertalanffy quien desarrolló la teoría. Un sistema es un conjunto de elementos unidos entre sí que interactúan, cuya totalidad es superior a la suma de las partes.
La Tierra, por ejemplo, está integrada en el sistema solar y todos los planetas se interrelacionan, y el sistema, a su vez, a nivel macrocósmico forma parte de una galaxia, que asimismo interactúa con otras galaxias. El cuerpo humano es un conjunto de sistemas –renal, circulatorio, digestivo—independientes, pero que interactúan entre sí, como también lo hacen el subconsciente y la mente consciente, nuestro ADN genético y nuestro ADN emocional. Esto nos lleva a una conclusión humanista e integrada de la naturaleza humana en contraposición a la concepción mecanicista y robótica.
Las propiedades de los sistemas no pueden definirse separadamente; solo se entienden cuando se estudian de manera global y se tiene en cuenta la interacción de las diferentes partes. Bert Hellinger lo explica con una constelación de estrellas que se relacionan entre sí y crean campos de fuerza que mantienen unida la estructura del sistema. Si se actúa en uno de los elementos del conjunto, afecta al resto.
Esto le llevó a establecer que el ser humano es un sistema, integrado a su vez en un sistema familiar, y este en un sistema social, cada uno sujeto a unas leyes, que si se vulneran, la vida deja de fluir. Se refiere a un funcionamiento lógico, ordenado, sano y equilibrado; sin contradicciones ni inversiones de los conceptos éticos y humanos que han favorecido nuestra evolución como especie.
La distopía y la entropía son contrarias a lo que acabamos de exponer. La nueva biología de vanguardia se desmarca de Darwin y su “ley del más fuerte” y apuesta por teorías más “bondadosas”, como la de la cooperación, más en consonancia con el denostado Lamarck. Pero tendrá que pasar tiempo para que integremos estos nuevos conceptos. La ciencia es renuente a abandonar sus teorías, acuñadas como dogmas, a sabiendas de que muchos de ellos son falsos y obsoletos, con un más que ligero olor a rancio.
*Psicóloga, periodista y escritora