Un hombre pasa ante el mercado de Bentu Sugar AlJarari Cross, en Maidiguri, donde un doble atentado suicida con coche bomba mató a 75 personas (Ethel Bonet).
Nigeria sucumbe a la violencia de la milicia islámica radical Boko Haram. Pese a que el Gobierno mantiene una ofensiva antiterrorista en el noroeste del país (de mayoría musulmana en el norte y predominantemente cristiano en el sur) los ataques integristas no cesan. El Confidencial visita el santuario del grupo, responsable del atentado en la capital que la semana pasada dejó 75 muertos y del rapto de cientos de niñas en una escuela. Muchas de ellas siguen en paradero desconocido.
Bienvenidos al infierno de Borno, el santuario de Boko Haram. No hace falta un cartel en la carretera que demarque los confines del siguiente estado para darnos cuenta de dónde estamos. La primera impresión es suficiente: una sucesión de chamizos con techos de paja completamente arrasados, a ambos lados de la carretera. El fuego, todavía humeante, se aprecia en alguna de las cabañas ennegrecidas y prácticamente abandonadas. Apenas unas cuantas personas con aspecto de zombi deambulan por la zona, examinando los estragos causados por las llamas.
Una mujer con la mirada perdida y que cubre su cuerpo desnudo con una manta se acerca a la ventanilla del coche. Quizás pretende pedir socorro, perose asusta tanto al vernos sacar la cámara que arroja la manta al suelo y huye corriendo entre gritos.
En la madrugada, los terroristas arrojaron explosivos, esparcieron pólvora en los dormitorios cuando los niños aún estaban en sus camas y mataron a machetazos a algunos chicos que intentaban escaparNuestro conductor no habla ni una sola palabra de inglés, así que sólo cabe deducir lo que ha ocurrido en esta aldea. Recorremos pensativos, sumidos en el silencio, los 20 kilómetros que nos separaban de Maidiguri, capital del estado de Borno y cuna de este sanguinario grupo islamista.
Niños masacrados en sus dormitorios
Los testigos cuentan que los milicianos de Boko Haram habían atacado, quemado y asesinado a 52 personas en aldea de Mainok. En la víspera, un doble atentado con coche bomba en una concurrida zona comercial de Maidiguri causó más de 70 muertos y cientos de heridos. Un día después los radicales arrasaron la aldea de Jakana, a 12 kilómetros de distancia. Asesinaron a treinta de sus habitantes, incluidos catorce mujeres y ocho niños.
La violencia del islamismo radical dejó en sólo tres días más de 150 muertos en el estado de Borno. Pero las cifras totales son incluso más alarmantes: en lo que va de año, Boko Haram ha asesinado a 1.500 personas, la mayoría de ellas civiles, en el noreste de Nigeria.
El episodio más macabro en este reguero de muerte fue el ataque a un colegio-internado en Yobe, un estado vecino, donde se cree que medio centenar de estudiantes fueron masacrados en sus dormitorios. En la madrugada del 25 de febrero, los terroristas arrojaron explosivos, esparcieron pólvora en los dormitorios cuando los niños aún estaban en sus camas y mataron a machetazos a algunos chicos que trataban de escapar.
Los niños eran el objetivo del ataque; a las niñas les ordenaron que volvieran a sus casas, se casaran y se olvidaran de la idea de aprender. Con ello hacían honor a su nombre: Boko Haram significa “la educación occidental está prohibida” en dialecto hausa.
"No son musulmanes. Son demonios”
El hospital público Umara Shehu Ultramodern no da abasto. No hay camas suficientes ni personal para atender a los 69 heridos del doble atentado en el mercado de Bentu Sugar AlJarari Cross, que se suman a los supervivientes de los ataques contra las aldeas de Mainok y Jakana, que también fueron ingresados en el centro. “Muchos de ellos llegaron a pie. Sangrando o con la piel abrasada, llena de ampollas. Hay casos cuya recuperación ha sido un milagro”, cuenta a este diario el director del hospital, Salihu Aliyu.
Por aquella época, muchos jóvenes sin oficio ni beneficio se unieron al movimiento liderado por Mohamed Jusuf, que predicaba la implantación de un emirato islámico en el norte de Nigeria. Todo a cambio de 200 dólaresAmina observa impotente cómo su bebé se retuerce de dolor por las quemaduras. Ella y su pequeño sobrevivieron al ataque en el poblado de Mainok, a 20 kilómetros de Maidiguri. “No sé cuántos eran. Llegaron en camionetas y comenzaron a disparar a todo el mundo. Después rociaron las casas con gasolina y les prendieron fuego. Son salvajes. No son musulmanes… son seres diabólicos”, dice la mujer entre sollozos. Su marido fue el primero que huyó cuando aquellos hombres incendiaron su casa. Amina no sabe dónde está, si sigue vivo o muerto.
En la cama de al lado descansa Mustafa Mohamed, que recibió un tiro en el muslo en el ataque a la aldea de Jarkana. “No sabemos por qué hacen esto.Están asesinando a mujeres y niños musulmanes, ¿y son ellos los que predican el islam? Es el trabajo del diablo. Que Alá nos guarde”, exorciza, mientras hace aspavientos con los brazos.
“No se dónde están mis hijos. A muchos de nosotros nos falta alguno de nuestros niños. Escaparon a los bosques y tememos que los hayan apresado”, confiesa este hombre, preso de la preocupación.
Unas 300 familias perdieron sus hogares en las aldeas de Mainok y Jarkana, pero el Gobierno central está más ocupado en otros menesteres antes que en ayudar a sus ciudadanos. Bastante tiene el Ejecutivo del presidente Goodluck Jonathan con el escándalo de la petrolera estatal, Nigerian National Petroleum Corporation (NNPC), que debe justificar la pérdida de 20.000 millones de dólares que no han llegado a las arcas del Estado.
Mustafa cuenta que cuando llegaron los radicales islamistas a la aldea iban disfrazados con uniformes de la policía para no levantar sospechas. “Bajaron de un furgón policial y comenzaron a disparar por todos lados”, dice mientras rememora aquel doloroso incidente.
Sembrar la muerte por 200 dólares
Cuentan los vecinos que Boko Haram nació en Maidiguri, en 2002, como un movimiento religioso que defendía el islam en todos los aspectos de la vida en contra de los valores de Occidente. “Intentaban convencernos de que con la educación occidental perdíamos nuestros valores musulmanes”, explica a este diario Zafir, de 27 años. “Incluso –dice– esperaban en la puerta de los colegios, nos obligaban a darles el certificado escolar y lo quemaban allí mismo”.
Por aquella época, muchos jóvenes sin oficio ni beneficio se unieron al movimiento liderado por el clérigo musulmán Mohamed Jusuf, que predicaba laimplantación de un emirato islámico en el norte de Nigeria. Los milicianos de Boko Haram campaban a sus anchas con un fusil en el hombro, tomándose la justicia por su mano a cambio de unos miserables 200 dólares.
“Zombis” inmunes a las balas
Tras la muerte en 2009 del predicador Jusuf (se cree que a manos de la Policía), sus seguidores juraron venganza e iniciaron una violenta campaña contra las fuerzas de seguridad. Desde entonces viven fugitivos en los bosques del estado de Borno. Sus ataques se han vuelto más sanguinarios desde principio de año, cuando el presidente Jonathan presumió de estar ganando la batalla contra los integristas. Hace una semana volvieron a golpear en el corazón de Nigeria: más de 70 personas perdieron la vida en un atentado con coche bomba en una concurrida estación de autobuses en Abuya, la capital.
Entre las creencias populares que circulan destaca la siguiente: cuando Boko Haram secuestra a alguien le hace beber sangre humana. Algunos creen que los soldados se convierten en zombis a través de rituales de magia negra que los hacen inmunes a las balasBoko Haram está tan inmerso en la sociedad nigeriana que cuesta mucho diferenciar entrebuenos y malos. Y ¿quién mejor que los propios vecinos para identificar a posibles radicales islamistas en su barrio? Por ese motivo, se crearon hace más de nueve meses las Civilian-JTF (joint task force) para suplantar a las fuerzas de seguridad en Maidiguri. Se trata de unejército de chavales de entre 15 y 20 años armados con machetes, lanzas y palos con clavos oxidados; montan retenes, registran vehículos y cachean al personal en las atestadas carreteras.
Estas patrullas vecinales cazan a sospechosos y los llevan directamente a las fuerzas de seguridad para evitar así arrestos innecesarios e intimidación policial. “El Ejército no puede estar en todos los sitios, pero nosotros llegamos a todos los lugares. En ocasiones éramos nosotros los que acabábamos siendo detenidos cuando las fuerzas de seguridad hacían una redada. Nos arrestaban, nos pegaban y nos encarcelaban sin pruebas”, explica, lanza en mano, Yunes Abye, de 19 años.Muchos nigerianos temen pronunciar el nombre de Boko Haram y se refieren a los radicales como “crisis” o “inseguridad”. Con el mero hecho de invocar su nombre, la milicia adquiere una dimensión esotérica. Entre las creencias populares que circulan destaca la siguiente: cuando Boko Haram secuestra a alguien lo lleva a los bosques y le hace beber sangre humana para que se convierta en uno de ellos. Algunos creen que los soldados de Boko Haram se convierten en “zombis” a través de rituales de magia negra que los hacen inmunes a las balas.
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través de rituales de magia negra que los hacen inmunes a las balas.