Un ejemplar de coipú cazado en EEUU / Gonedigging
Al biólogo Alberto Luengo le encantan los coipúes, uno de los roedores más grandes de España junto al castor.
Es un animal de hasta 10 kilogramos, como un perro bulldog francés, que parece adorable cuando se acerca a comer de la mano de los humanos, con sus descomunales paletos naranjas que asoman por su hocico.
Pero entre el equipo de Luengo y los guardas forestales armados con carabinas de la Diputación de Guipúzcoa han matado en la última década a más de medio millar.
Luengo trabaja en la bahía de Txingudi, unas marismas del estuario del río Bidasoa que se han convertido en el frente de la invasión del coipú en Europa. El roedor gigante, también conocido como rata-nutria, es originario de la Patagonia, en la punta sur de América, pero llegó a España en la década de 1970 después de que su piel pasara de moda y las granjas peleteras que lo criaban en Francia para hacer abrigos decidieran cerrar el negocio y liberar a los animales.
Un informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente acaba de calificar al coipú como “una de las peores especies invasoras” del continente. El roedor es una máquina de procrear. Cada hembra es capaz de sacar adelante 10 crías cada año y sus hordas azotan los diques, los maizales, los campos de cereales y los cultivos de alfalfa y frutales. Su voracidad y su gusto por la vegetación acuática, además, pueden provocar la extinción local de especies amenazadas de aves como el aguilucho lagunero y el avetoro común, que dependen de esta vegetación.
“Una plaga”
En los peores momentos de la invasión, en las marismas de Txingudi había más de un centenar de ejemplares. Hoy sobrevive una decena. Txingudi es la primera línea de fuego para evitar que la especie colonice la península Ibérica. En Italia no consiguieron frenar al invasor. Entre 1995 y 2000, guardas italianos liquidaron unos 220.000 coipúes. La campaña costó 2,6 millones de euros, pero no fue suficiente. Los coipúes se han asentado en el país, como también lo han hecho en Bélgica, la República Checa, Alemania, Francia y Países Bajos. En Italia, el roedor ha provocado daños en las orillas de los ríos por un valor de 10 millones de euros, según el informe de la UE.
Italia mató 220.000 coipúes entre 1995 y 2000, pero no logró frenar la invasión
“Es una plaga”, explica Luengo. Su equipo pone trampas con zanahorias y sacrifica con pinchazos de eutanásicos a los animales capturados. Los guardas de la Diputación de Guipúzcoa son más expeditivos, organizando batidas nocturnas para diezmar a la especie a tiros cuando su número es elevado. “Las especies invasoras nos han pasado por la izquierda hace mucho tiempo. No hay ni medios humanos, ni dinero, ni voluntad política para frenarlas”, opina el biólogo sobre la situación en Europa.
“La erradicación del coipú en España es imposible”, admite. De momento, la especie sólo se ha dispersado por Guipúzcoa, Navarra y el Valle de Arán, pero aunque se logre eliminar a todos los ejemplares de estas regiones la especie seguirá entrando desde Francia, donde hay poblaciones completamente establecidas.
Caza legal
Navarra ha puesto en marcha medidas de emergencia, incluyendo al coipú como “plaga” en las normas de caza para la temporada 2012-2013. Los cazadores podrán tirotear a los coipúes. “Entendemos que la caza puede ser una actividad que puede ayudar al control de la plaga”, explica Jokin Larumbe, jefe de la sección de Hábitats del Servicio de Conservación de la Biodiversidad del Gobierno de Navarra. “No es que sea un método muy eficaz, pero se estableció con el fin de que si algún cazador eliminaba un coipú no pudiera ser denunciado por cazar ilegalmente, porque desde luego no tendría mucho sentido”, detalla.
Ejemplar de coipú en el zoo de Dortmund (Alemania) / Timo Sack
Además del simple trampeo de ejemplares vivos y la caza, las autoridades navarras han ensayado técnicas más sofisticadas, como la llamada Judas. Los técnicos capturan animales y les colocan un dispositivo de radioseguimiento antes de volverlos a liberar. Y como Judas Iscariote delató a Jesucristo según la tradición bíblica, el coipú marcado lleva a los exterminadores a la guarida de su grupo familiar.
“Esta labor que están haciendo Navarra y Guipúzcoa está siendo fundamental para evitar que el coipú se extienda por la península, donde sería muy difícil de erradicar y donde generaría unos daños de enormes proporciones”, alerta Larumbe. “Si termina extendiéndose por la península sería un gran desastre”.
Una campaña de exterminio masivo
Otros expertos son más escépticos con la campaña de eliminación de los coipúes, sobre todo con los disparos. El investigador Jorge Echegaray, de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), vio a la especie por primera vez en 2004, cuando estudiaba las nutrias en los ríos vascos. Tras un breve estudio de campo, calculó una población de 175 ejemplares en el País Vasco. Ahora, opina, puede haber “centenares”, aunque ninguna Administración, ni autonómica ni local, ha llevado a cabo un censo. El propio Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente admite en su catálogo de especies invasorasque “no se han llevado a cabo estudios de cierta entidad sobre la especie en España”.
Echegaray apoya las campañas de control de la especie “con métodos incruentos”, como la captura de animales vivos, pero cree que “o se aborda una campaña de exterminio masivo en Europa o no tiene sentido, porque seguirán llegando desde Francia”.
Calentadores de piel de coipú a la venta en internet / Porter Lyons
El informe de la UE también apoya la declaración de guerra total al coipú. El simple control de sus poblaciones, como se hace en España, puede salir mucho más caro que una auténtica campaña de erradicación.
El ejemplo es Reino Unido, que durante 11 años desembolsó cinco millones de euros para borrar a la especie de sus islas, con éxito. Italia, en cambio, se limitó a poner parches y el coipú se ha desbocado. Su rango de distribución se puede multiplicar por tres a corto plazo y las pérdidas económicas pueden alcanzar los 12 millones de euros al año, según el informe de la UE. Preguntado por Materia sobre si España planea una campaña de erradicación, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente respondió con el silencio.
Echegaray denuncia “la doble moralidad” de las campañas de erradicación. “Hay especies invasoras con interés económico, cinegético o turístico, que no se incluyen por las presiones de unos lobbies”, critica. Sería el caso, por ejemplo, del visón americano, considerado “una amenaza grave para las especies autóctonas” en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, pero con el que se ha hecho una excepción para autorizar su cría y explotación en granjas peleteras.
“Lo que sí es un contrasentido”, prosigue Echegaray, “es que la vecina Francia tiene poblaciones de coipú establecidas, cuyo control se da por imposible, y sin la coordinación con ellos exterminar coipúes sólo será un medida con efectos inmediatos, que supondrá matanzas más o menos regularizadas y con escasa viabilidad a largo plazo”. A juicio del investigador del CSIC, “el culpable no es el coipú, que únicamente lucha por su supervivencia, como cualquier especie, sino una estúpida moda de los seres humanos que hizo que fueran transportados, criados y comercializados, hasta que ese uso y capricho humano se acabó”.
MÁS INFO
» The impacts of invasive alien species in Europe (Agencia Europea de Medio Ambiente)
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