Hasta el ser más afortunado del mundo, ése que pudiese pasar media vida o toda ella viajando, jamás lograría entrever siquiera una ínfima parte de los recónditos y misteriosos lugares que guarda nuestro planeta.
No es suficiente una sola vida para viajar tanto.
Son muchos y muy lejanos los rincones de la tierra que albergan enigmas complejos y milenarios.
Así, es el misterio que encierran los ataúdes colgantes del sur de China que, desde las alturas, son capaces de medir la capacidad de asombro del viajero.
Los féretros, madera tosca y agrietada por el paso del tiempo, yacen cual nido de águila en riscos y acantilados intransitables, esperando, adosados a la roca, el ansiado reencuentro con el cercano cielo.
Precisamente, los arqueólogos piensan que el motivo principal de colgar los ataúdes en lo alto de las montañas formase parte del ritual funerario de las distintas etnias locales, cuyo propósito final era acercar el alma del difunto lo más próximo al cielo.
Aunque también, se baraja la posibilidad de que fuese una manera de proteger los cuerpos de los fallecidos de los corrimientos de tierra ocasionados por riadas y fuertes trombas de agua que inundan habitualmente el país e incluso alejar a las alimañas y profanadores de tumbas de los ajuares funerarios con los que eran enterrados.
Aunque hay ataúdes de diferentes épocas, no se ha podido fijar un periodo concreto de inicio de éste ancestral ritual.
Hay féretros como los que se encuentran en la montaña Taoísta sagrada de Longhu, al sur del río Yangtsé, cuya datación dio un cálculo aproximado de 3000 años de antigüedad.
Normalmente los ataúdes eran tallados de una sola pieza de madera, lo que hacía que fuesen mucho más confortables para el difunto a la vez que enormemente pesados, alcanzando en ocasiones los 300 kg de peso.
Fueron varias las etnias que tuvieron entre sus costumbres tan osada y curiosa forma de enterramiento. Los Bo fueron seguramente los más importantes.
Abarcaron un periodo cronológico muy amplio, y sus ataúdes son muy numerosos, así es el caso de Gonxiam, dónde son más de 300 los que se conservan con una antigüedad que ronda los 3000 años.
Abarcaron un periodo cronológico muy amplio, y sus ataúdes son muy numerosos, así es el caso de Gonxiam, dónde son más de 300 los que se conservan con una antigüedad que ronda los 3000 años.
Otros como los Guyee, acostumbraron a introducir los ataúdes en cavernas aisladas en los riscos pedregosos, estando los más cercanos al suelo a 20 metros y los más altos cerca de 300 metros.
También los Shang usaron de ésta técnica de enterramiento en las montañas. Se sabe que los féretros de ésta etnia se remontan a los años 1766-1121 a.c., por las placas de bronce encontradas en los ajuares funerarios, lo que los convierte hasta el momento en los más antiguos de toda china.
Aunque, sin duda alguna, los que más han llamado la atención de arqueólogos e historiadores son los ataúdes encontrados en Bawuxia a orillas del Yangtsé, en las inmediaciones de las tres gargantas.
Cuando se abrieron varios de los féretros se encontraron con que estaban ocupados por parejas de hombre y mujer, y no sólo con un cuerpo como era habitual. Se piensa que al morir el hombre, se encargaban de dar muerte a su mujer para que así lo acompañase en el otro mundo.
En el año 2003 en la provincia central de Guizhou, se descubrieron más de 1000 féretros en una sima con una característica de enterramiento peculiar. Los ataúdes que se encontraron a más altura pertenecían a las generaciones más antiguas alineándose sucesivamente hacía abajo las generaciones más recientes.
En Filipinas también se han encontrado ataúdes colgantes. Los de Sagada son los más populares. La diferencia entre ambos estilos radica en la mayor complejidad de los enterramientos chinos, que logran mantenerse soportados por estacas y sogas apareciendo además muchos más aislados. Los féretros encontrados en Sagada se apiñan indiscriminadamente y, como norma general, en cuevas o cavidades en las paredes de las montañas.
Lo increíble de enterramientos tan extraordinarios, es intentar dilucidar cómo se las ingeniaban para transportar y colocar tan pesada carga en lugares prácticamente inaccesibles. Se cree que primero escalaban la montaña y una vez ubicados en el lugar deseado, soltaban las cuerdas que amarrarían el ataúd para posteriormente izar el féretro hasta su lugar de descanso. Sin duda alguna, la tarea no debía de ser nada fácil.
Desde tiempos ancestrales, el ansia del ser humano de alcanzar una vez fallecido, el cielo como lugar de descanso, llevó a nuestra especie a idear ritos y religiones que avalaran la ansiada meta del cielo. Cuál es el método indicado, si lo hubiera nadie lo sabe ni lo sabrá jamás.
Pero de lo que no cabe duda es, que al enterrarse en las alturas, un trecho del trayecto ya está recorrido.
Fuente: Planeta sapiens
Publicado por cordobaparanormal
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