El Peñón de Gibraltar y la bahía de Algeciras.
Firmado hace 300 años y aún vigente, contiene disposiciones muy polémicas
En el siglo XVIII, diferentes regímenes españoles sometieron el Peñón a asedio
La reforma de la Constitución de Gibraltar de 2006 introduce el derecho de autodeterminación
Una bandera española ondea frente al peñón de Gibraltar.
Se vuelve a hablar de Gibraltar. Algo que no ha dejado de pasar desde que al finalizar la Guerra de Sucesión española, en 1713, se firmara el polémico Tratado de Utrecht por el que el Rey Felipe V cedía el Peñón a los ingleses «para siempre».
Desde entonces, España ha intentado recuperarlo sin éxito este enclave estratégico de 6,8 kilómetros cuadrados y 31.000 habitantes, sin importar si nos encontrábamos en una república, una dictadura o bajo un gobierno del PSOE o del PP.
En el siglo XVIII, diferentes regímenes sometieron al Peñón a terribles asedios con este propósito. En el más importante de ellos, entre 1779 y 1783, murieron más de 5.000 españoles, por 1.900 soldados británicos.
En 2009, el entonces ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, aseguraba que la reclamación de la soberanía sobre Gibraltar por parte de España era «irrenunciable».
Y el último en alzar la voz ha sido José Manuel García Margallo, al anunciar medidas sobre la colonia como la introducción de una tasa para cruzar la frontera o cerrar el espacio aéreo a los aviones que utilicen el aeropuerto británico del peñón. «Con Gibraltar se ha acabado el recreo de la época de Moratinos», aseguró.
Aunque no se puede cuestionar la vigencia del Tratado de Utrecht:
¿Qué dice exactamente?
¿Qué se establecía en sus disposiciones?
¿Deben revisarse?
¿Has sido respetados los puntos básicos de este tratado con 300 años de antigüedad que nunca ha dejado de estar de actualidad?
Irael Viana responde a todas estas cuestiones en 'ABC', este 6 de agosto de 2013.
Jurisdicción territorial
El famoso artículo X dice:
«El Rey Católico [Felipe V], por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno». Hoy en día, la definición del territorio cedido es objeto de disputa en lo que se refiere a la tierra, el espacio aéreo y el mar, precisamente porque el tratado también establecía la propiedad se cedía «sin jurisdicción territorial y sin comunicación abierta con el país circunvecino por parte de tierra».
Esto quiere decir que, aunque el Reino Unido tiene un título válido de soberanía, habría que resolver el problema de su alcance territorial, pues en el artículo X no se estableció una línea fronteriza, ni posteriormente se realizó una demarcación. Según el tratado, son británicas la Ciudad, el Castillo y las edificaciones agregadas en 1704.
Pero ¿qué ocurre con las ampliaciones del terreno que se llevaron en años posteriores? España ya mostró su oposición a la presencia británica en la lengua de tierra y objetó la construcción del aeropuerto en 1938, pues se encontraban fuera de la demarcación establecida en Utrecht.
Comunicación por tierra
Para «evitar abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías», el tratado también establecía que «la comunicación por mar con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los tiempos».
Esto aislaba por tierra a Gibraltar, a la que dejaba abastecerse del mar para su propia subsistencia, pero no para comerciar, y solo se dejaba a sus habitantes comprar alimentos en territorio español en tiempos de «grandes angustias».
Según esta disposición, España mantuvo aislado a Gibraltar hasta 1985, cuando, en el contexto de nuestra incorporación a las instituciones europeas y a la OTAN, se intentó atraer a los gibraltareños a posiciones más favorables a España y desarrollar el conjunto de la región.
Sin embargo, estos pasos para facilitar los intercambios no han producido avances significativos hacia el objetivo español de recuperar el territorio.
Más bien contrario, ya que Gran Bretaña, además de haber consolidado su estatuto político autónomo, ha ido reforzando la economía de la colonia y tiene como plan a medio plazo convertir el peñón en un centro de negocios, en contra del espíritu del Tratado de Utrecht.
En los últimos tiempos, la gran obsesión del Reino Unido ha sido consagrar que las aguas que rodean el Peñón son de soberanía británica, algo que España no acepta, porque en Utrecht sólo se cedieron las aguas del puerto de Gibraltar.
Por eso, el Gobierno de David Cameron, alentado por los "llanitos", no pierde ocasión para denunciar supuestas violaciones de esas aguas por parte de embarcaciones españolas.
El fin de la cesión
La tercera condición pactada en Utrecht es la más importante, ya que establecía que España tiene prioridad a dar por terminada la cesión si a Gran Bretaña intentara «dar, vender o enajenar de cualquier modo la propiedad de Gibraltar».
En este sentido, se pude decir que el Gobierno británico sí que ha decidido «enajenar» su colonia. Obviamente no a una potencia extranjera, pero sí a la población de la colonia con las ambiguas concesiones hechas a la población.Tales son, por ejemplo, la Constitución gibraltareña de 1969 o las reformas de 2006, en las que se introducía el derecho de autodeterminación de los gibraltareños, aunque lo condicionara a «los tratados existentes», tal y como exigía España.
Si hiciéramos caso al Derecho Internacional e interpretáramos correctamente el artículo X del Tratado de Utrecht, la cesión de España habría terminado y tendrían que recuperar los derechos soberanos de origen sobre el territorio cedido.
No hay que olvidar que el artículo X considera al peñón como un punto de apoyo estratégico sin dimensión demográfica y nada dice de la población.
De ahí que dispusiera la reversión a España si Gran Bretaña lo abandonara. De esta forma, no solo se impide la transferencia a un tercer país, sino también a un Gibraltar independiente, algo que avalan las Naciones Unidas en su resolución 2253 de 1967.
Tres siglos de vigencia de un tratado que jamás se ha revisado y por el que no han dejado de sucederse episodios de tensión con Inglaterra, en una relación que el historiador y escritor Federico Sánchez Aguilar calificó como la «herida abierta» de España.
Periodista Digital, 06 de agosto de 2013 a las 14:49
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