Mientras algunos analistas opinan que el violento levantamiento de la milicia del Estado Islámico (EI) es un fracaso más de la política de EE.UU., otros sugieren que, en realidad, Washington le estaría haciendo el juego a los islamistas.
Arkadi Dziuba, columnista de la Fundación de la Cultura Estratégica (portal Fondsk), se ha fijado en cuatro señales que, según él, permiten dudar de que lo que pasa en Irak sea un fracaso de la política de Washington.
Para empezar, la insurrección de los sunitas iraquíes bajo la bandera de Estado Islámico es, en gran parte, resultado de las políticas antisunitas del primer ministro Nouri al-Maliki, que a lo largo de los últimos años ha venido expulsando a los sunitas del aparato estatal y de las estructuras de seguridad, explica. Nouri al-Maliki incluso disolvió la milicia sunita Sahwa, que luchaba contra los islamistas, lo que obligó a muchos de sus combatientes a unirse a sus filas. Pero no se trata solo de las ideas antisunitas de Maliki, que desde el principio ha sido un protegido de EE.UU., sino de que Washington no ha hecho nada para detenerlo.
Parece que la derrota del Gobierno de al-Maliki es el objetivo de EE.UU. La división política entre sunitas y chiítas y la escisión de la identidad iraquí empezó justo después de la invasión norteamericana, lo que permite presuponer que Washington habría podido hacer ciertos esfuerzos en este ámbito, sostiene Dziuba, citando a Fanar Haddad, experto en Irak de la Universidad Nacional de Singapur.
En segundo lugar, el columnista cree que el nivel de la cultura tecnológica del Estado Islámico es sorprendente, pues usa de manera activa Twitter y otras redes sociales, divulgando sus productos propagandísticas para las últimas aplicaciones de teléfonos inteligentes, a lo que se une su propia red de agencias de noticias.
Según el centro de investigaciones conocido como Corporación RAND, que ha tenido acceso a más de 200 documentos confidenciales del Estado Islámico, estos documentos sobrepasan, en cuanto a amplitud de cobertura y precisión de los detalles, a los informes anuales de muchas multinacionales publicados para accionistas e inversores. En ellos, dice la RAND, se enumeran de forma meticulosa todas las explosiones, asesinatos, ataques contra los puestos de control, ciudades tomadas bajo su control, operaciones llevadas a cabo por suicidas, número de conversos, etc. "Esta huella, tan propia del estilo occidental que queda de manifiesto en las actividades de EI, dice mucho más que las revelaciones más sensacionales", enfatiza Dziuba.
En tercer lugar, para el columnista el líder de este grupo yihadista, Abu Bakr Baghdadi, también despierta muchas dudas, pues resulta que ya había sido detenido por las fuerzas estadounidenses y permaneció en una prisión estadounidense de Camp Bucca, antes de ser puesto en libertad. Según datos oficiales del Pentágono, Baghdadi estuvo prisión como un internado civil desde febrero de 2004 hasta diciembre del mismo año. No obstante, el exjefe de la prisión, el coronel Kenneth King, asegura que permaneció retenido hasta 2009 y que luego fue entregado a las autoridades iraquíes, que lo pusieron en libertad. Fue justo después cuando empezó su vertiginoso ascenso en las filas del EI.
Y, por último, las acciones de Washington en un momento en que su aliado sufre una derrota tras otra también son elocuentes. Entre otras cosas, explica Dziuba, EE.UU. demora su respuesta respecto a la venta de cazas F-16 y helicópteros Apache necesarios para ayudar a Irak en su lucha contra los islamistas. "Parece que la derrota del Gobierno de al-Maliki es el objetivo de Estados Unidos", presupone Dziuba.
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