Pensemos en los tiempos de la Edad Media. Allí el miedo sobrecogía las almas de aquellos que intentaban transcender a la cotidiana subsistencia. La Inquisición de acuerdo con los monarcas y los señores feudales imponían las restricciones al pensamiento de aquellos que osaban dejar de ser súbditos.
En aquellos tiempos no existían las comodidades actuales ni los avances tecnológicos, pero por el contrario sí existían comunidades de aldeanos que bajo determinadas circunstancias podían ayudarse, pensar unidos, sentir unidos y organizarse. Así que el miedo servía a la casta dominante para sembrar el terror y paralizar toda iniciativa creativa que fuera más allá de la subsistencia mínima y la recolección de cosechas para recaudar los tributos.
Si tomamos este paradigma básico, comprenderemos que a pesar de tener en la actualidad medios económicos y tecnológicos que nos generan un aparente “poder” de comunicación interpersonal, realmente todos esos medios inducen a separarnos de aquellos con los que estaríamos realmente conectados si realmente esos avances tecnológicos hubieran servido para dejar de ser súbditos.
Pongamos un ejemplo muy sencillo. Si me desconecto de todos los medios modernos y me voy a vivir al campo, llevaré un horario diferente que en la ciudad. Curiosamente me sentiré feliz al dormir y al despertar y mis preocupaciones serán quitar los jaramagos de los frutales, recolectar las naranjas o las olivas o las hortalizas por épocas y a medida que las necesite, sembrar, arar, etc…También podré cocinar los platos que me apetezcan, tocar el piano y organizar una cena con amigos o con mi pareja, o por qué no, pintar, barnizar las ventanas, mantener con mortero blanco las paredes de la casa, verificar las luces, desarrollar un sistema de drenaje, etc…Pero y por qué no…También tendré tiempo para escribir, para meditar, para componer, para sentir, para mirar las estrellas…¿Aburrimiento? En absoluto.
El aburrimiento no existirá jamás cuando he conseguido parar el tiempo en un contexto en el que la mayoría de las personas viven hacinadas en las ciudades, pagando una hipoteca, anhelando el mejor coche para competir con el vecino o discutiendo sobre cuál es o no el mejor colegio, la mejor Universidad y la mejor profesión para sus hijos, mientras el sistema les lastra el 85% de sus ingresos (En caso de que los tengan) en pagar unos impuestos que reducen su escasa renta disponible a un rincón de súbditos temporales del sistema para pagar guerras con el miedo hipotecado al futuro y sin saber bien ni quiénes son, ni cómo salir y ni siquiera alcanzan a ver más allá de la urbe de la que en agosto se escapan estresados en hordas por las carreteras para pelearse por un metro cuadrado de contaminadas playas que paradójicamente los otros 11 meses restantes están limpias y en armonía, dejando desiertas las grandes ciudades.
En ese contexto, es el miedo el que desencadena el comportamiento robótico. Cuando el ser humano tiene miedo, actúa como un robot, es previsible en sus conductas personales y sociales, es vulnerable a las críticas y a los reproches externos y finalmente es absolutamente manipulable por los señores feudales de nuestro tiempo, ya que es carne de cañón de las multinacionales, los grandes centros comerciales, los bancos y cómo no….Los poderes oscuros. En ese contexto cualquier pequeño disgusto, implicará discusiones familiares, rupturas y destrucciones de familias que parecían antes firmes pero que realmente son efímeras cuando están fundamentadas en los pilares de un sistema que vende una falsa seguridad inexistente a cambio de una libertad real que el titular no valora.
El dinero no es la verdadera moneda de cambio, sino un medio para engatusar a las personas hacia un sistema en el que la deuda actúa como un lastre de esclavitud basado en el miedo al futuro como arma arrojadiza de un sistema en el que unos pocos (los que disponen de tiempo) pretenden hacer que la gran mayoría carezca de él.
La razón es muy sencilla. Cuando se dispone de tiempo se es rico, cuando no se dispone de tiempo, se es pobre. La pobreza real, consiste en la falta de tiempo. La verdadera riqueza es el don de disponer de tiempo para sentir, tiempo para meditar y tiempo para hacer que esos sentimientos profundos lleguen a cada rincón de aquellos que deseen entender y sentir el paraíso. Ese es el paraíso.
El momento en el que el tiempo se para y escuchamos los pájaros cantar, vemos las abejas libar en las flores, nos emocionamos con el susurro del viento, la brisa que mece las hojas, las olas del mar y la puesta del sol o el amanecer. Cuando en ese momento nos invade esa sensación profunda de amor, de dicha, de belleza, de paz y de armonía perfecta, eso es el paraíso.
En ese estado el miedo no existe, no somos previsibles sino meta-inteligentes, nos conectamos entre nuestras emociones con los demás, y se nos dilatan las pupilas cuando con una simple mirada comunicamos con otros. No necesitamos en esos momentos ni TV, ni Ordenadores, ni I-Phone, ni coches, ni sofisticados sistemas, pues cuando nos sentamos en la orilla del mar a contemplar las olas y disfrutamos y compartimos de una playa salvaje, de un baño en el océano, de un paisaje y de un atardecer, vemos la grandeza de lo que realmente somos y nos volvemos imprevisibles para ellos.
Ahí no existe el miedo. No tiene sentido. ¿Te imaginas lo que sucedería si mañana decidieras volver a reconciliarte con tus emociones más profundas…?
Pues todo esto que acabas de leer es la verdadera receta de la felicidad. Y al mismo tiempo es lo que les asusta a los que quieren buscar tu miedo. Piensa en ello. Piensa también que el lugar donde escribo estas letras, podría ser un lugar que en los medios de comunicación aparece devastado por una “supuesta” guerra que igual no existe salvo en la Tele.
Fuente: Sabiens
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