Inmortales capaces de viajar en el tiempo y en el espacio por medios desconocidos, poseedores de un saber que les otorga el poder de convertir el plomo en oro, dotados de clarividencia y conocedores de los acontecimientos venideros.
Son los rosacruces.
Desde que sus primeros escritos aparecieron en una Europa rota por las diferencias religiosas, han dejado un rastro de misteriosa fascinación tras de ellos. Han cambiado la historia, han inspirado instituciones como la UNESCO, e incluso parecen estar en el origen de la ciencia. Una filosofía dedicada a la transformación del hombre.
Hace medio siglo la UNESCO publicó la obra del que se considera su precursor, y el tutelar de la ONU, el hombre que ideó ambas organizaciones hace más de 300 años, Jan Amos Comenius. En 1970, la ONU invitó a sus estados miembros a conmemorar la obra del que se considera uno de los pioneros de la moderna pedagogía. Como tal, un importante proyecto educativo ligado al proyecto Erasmus lleva su nombre, y la UNESCO premia a los mejores educadores en todo el mundo con la medalla Comenius. Este adelantado abogaba por una ciencia universal que debía propagarse y enseñarse en todos los estratos sociales bajo la dirección de una academia de sabios; por la creación de instituciones internacionales que dirimieran los conflictos políticos; y por la reconciliación de las iglesias.
Lo que poca gente conoce es que a Amos Comenius y a su obra se les considera parte de uno de los movimientos espirituales más intrigantes y misteriosos de nuestra historia, la RosaCruz, y que esos proyectos no son sino un aspecto de un ambicioso plan de reforma universal que proclamaban los miembros de esa misteriosa fraternidad hace ya cuatro siglos.
Hoy en día, miles de personas están afiliadas a alguno de los muchos grupos o sociedades que se autocalifican como rosacruces; una denominación muy antigua.
La aparición de los rosacruces podría haber sido predicha ya por Nostradamus, años antes de que se dieran a conocer: «Surgirá una nueva secta de filósofos que despreciarán la muerte, el oro, honores y riquezas; cerca de los montes alemanes vivirán, y contarán con gran contingente de personas que les seguirán y apoyarán».
Y lo cierto es que, poco después de publicadas sus Centurias, se desataba el frenesí rosacruz con la aparición de dos obras que iban a convertirse en el centro de un más que animado debate entre las mentes más preclaras del viejo continente: la Fama Fraternitatis y la Confessio, ambas publicadas en la ciudad de Cassel, en Alemania, en 1614 la primera y un año después la segunda.
Sabiduría oculta
La Fama, sin embargo, circulaba ya, de forma manuscrita, en 1610. En ella se anuncia la existencia de una sociedad poseedora de un extraordinario conocimiento capaz de provocar la renovación general del mundo; una fraternidad que invita a los sabios de toda Europa a dejar a sus falsos maestros, el Papa, Galeno y Aristóteles, para unirse a ellos.
Narra asimismo la historia del misterioso Christian Rosenkreutz, su fundador, que tras un viaje a Oriente, donde halló la sabiduría oculta, regresó a Europa para instruir a sus compatriotas. Los extraños poderes que se achacan a los iniciados de esta sociedad se dibujan en esta obra tras una misteriosa frase en la cual se afirma que un rosacruz es «aquel ante cuyos ojos se abre la naturaleza entera».
La Confessio se expresa en un tono más antipapista que la Fama y explica aún con más detalle la composición y objetivos de la orden. Afirma que, gracias a la alquimia, sus miembros poseen todas las riquezas que necesitan, pese a que desprecian a los «sopladores» —los alquimistas dedicados únicamente a investigar los métodos para fabricar oro—.
Los rosacruces abogan por una reforma universal de todos los aspectos sociales, incluidos la ciencia o la religión. Según se afirma en la obra, están dotados de extraordinarios poderes y conocimientos y detentan una sabiduría que «es el fundamento y la sustancia de todas las facultades, de todas las ciencias, de todas las artes», capaz de producir «maravillas y misterios».
Toda Europa se hizo la misma pregunta: ¿Qué ciencia es capaz de desvelar la naturaleza entera? Grabado del siglo XVII que ilustra la preparación de la «piedra filosofal» y se interpreta como un símbolo del trabajo espiritual de los iniciados para conseguir el conocimiento secreto de la Naturaleza que perseguía esta Fraternidad. Por si fuera poco, al año siguiente, en 1616, se publicó una extraña obra,
Las Bodas Químicas, un tratado hermético en la cual el protagonista, nuevamente Christian Rosenkreutz, asiste a las nupcias de un rey y una reina en medio de fastuosas fiestas y representaciones, en las que participan diferentes órdenes, como la de los «Caballeros de la Piedra Dorada», en lo que parece una clara alusión a la obra alquímica y su meta final: la piedra filosofal capaz de transmutar el plomo en oro, lo cual no es sino una metáfora de la transmutación del ser humano.
¿Quién o quiénes son los autores de las obras rosacruces?
Al menos creemos conocer al autor de Las Bodas Químicas, Valentín Andreae, un pastor luterano que, ya anciano, se refería a esta obra como un «ludibrium», un divertimento o broma, calificativo que también empleaba a menudo para referirse a la RosaCruz: «el ludibrium de la vana Fama», el «ludibrium de la ficticia Fraternidad RosaCruz».
Todo parece indicar que Andreae, y algunos amigos de su círculo, interesados en la magia, la cábala y el hermetismo, y dados a reunirse en sociedades secretas, están involucrados en la creación de los manifiestos. Pero la filosofía que subyace en ellos se encuentra en otras muchas partes. Más bien parece que Andreae y su grupo fueron «inspirados» por alguien anterior.
Artículo publicado en MysteryPlanet
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