El cambio en la dirección del eje de rotación de la Tierra provoca una variación del plano del ecuador y, por tanto, de la línea de corte de dicho plano con la eclíptica. Esta línea señala en la esfera celeste la dirección del punto Aries, que retrograda sobre la eclíptica, fenómeno denominado precesión de los equinoccios. Las consecuencias de este fenómeno son que el polo norte celeste se mueve en relación a las estrellas, estando ahora próximo a la Estrella Polar (alfa de la Osa Menor). Además, el primer punto de Aries, intersección del ecuador con la eclíptica, retrograda sobre el ecuador en el mismo período. A principios de la Era cristiana el Sol se proyectaba al comienzo de la primavera en la constelación de Aries.
Actualmente, 2000 años después, ha girado un ángulo = 50,2511 × 2000 = 27,92°, proyectándose en Piscis. Además la precesión cambia la declinación y ascensión recta de cualquier estrella. Con el transcurso del tiempo el cielo nocturno va cambiando radicalmente. Tomemos como ejemplo las constelaciones de Scorpius y Orión, cuyas ascensiones rectas son 17 horas y 5 horas respectivamente. En el hemisferio norte, Scorpius es una constelación de verano y Orión lo es de invierno. Dentro de unos 12.000 años ambas constelaciones intercambiarán su relación con las estaciones: Scorpius será invernal, y Orión, estival. Para entonces sus ascensiones rectas valdrán 5 horas y 17 horas respectivamente. En astronomía y en astrología, Era Astrológica es un periodo de tiempo que se corresponde con el desplazamiento en 30 grados de arco del eje terrestre debido al fenómeno de la precesión de los equinoccios, equivalentes a un mes del año platónico o ciclo equinoccial, es decir el período que tarda la precesión de la Tierra en dar una vuelta completa de 360° lo que ocurre en aproximadamente 25.776 años. En otras palabras, es el período de tiempo durante el cual, el punto vernal cruza por una de las 12 constelaciones del zodiaco. Debido a la precesión de los equinoccios, el Sol se mueve hacia atrás a través de los doce signos del zodiaco a la velocidad aproximada de un grado de espacio cada 71.6 años, y a través de cada signo, 30 grados de espacio, en unos 2148 años, y en torno de todo el círculo o ciclo equinoccial en unos 25.776 años. La precesión de los equinoccios es debida a que la Tierra no gira sobre un eje estacionario. Su eje posee un movimiento lento y oscilante, similar al de un trompo o peonza que ha perdido parte de la fuerza con que fue lanzado, describiendo así un círculo en el espacio. Debido a este movimiento oscilante, el Sol no cruza el Ecuador (punto vernal) por el mismo sitio todos los años, sino un poco más atrás, y de ahí el término de “precesión de los equinoccios“, porque el equinoccio “precede“. Así, por ejemplo, la estrella polar septentrional es actualmente alfa Ursae Minoris (la cual conocemos como Polaris). Pero los cálculos por medio de ordenador nos permiten afirmar sin temor a equivocarnos que en el 3000 a. C. Alfa Draconis ocupaba la posición polar; en tiempos de los griegos la estrella polar septentrional era beta Ursae Minoris; y en el 14.000 de la era cristiana será Vega.
De todas las muestras y restos que sobrevivieron de esa misteriosa edad en que convivieron el hombre y gigantes, que es mencionado por el Códice Vaticano y con registros del mismo Calendario Azteca, el más impactante es el de la misteriosa civilización de Tiahuanaco, situada en otra altiplanicie fabulosa a 4.000 metros de altura, en América del Sur. Cada versión de cada leyenda de los Andes apunta al lago Titicaca cuando habla del Comienzo, el lugar donde el gran dios Viracocha realizó sus hazañas creadoras, donde la humanidad reapareció después del Diluvio, donde a los antepasados de los incas se les concedió la varita mágica de oro con la que fundarían la civilización andina. Si esto fuera ficción, no vendría apoyado por los hechos; pues a orillas del lago Titicaca se encuentra la primera y más grande de las ciudades que en todas las Américas se hubieran levantado. En Tiahuanaco volvemos a encontrar el recuerdo del hombre blanco. Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas, inexplicables, que nosotros conocemos. Cuando llega allí Pizarro, en 1532, los indios dan a los conquistadores el nombre de Viracochas: señores blancos. Su tradición, más o menos ya perdida, habla de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos, venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del Sol. Reinaba y enseñaba allí, hace milenios. Desapareció de golpe, pero volverá. En todos los lugares de la América del Sur, los europeos que iban en busca de oro conocieron esta tradición del hombre blanco y se aprovecharon de ella. Sus deseos de conquista fueron auxiliados por el más grande y misterioso recuerdo. Hans Schindler Bellamy, que investigó las obras del cosmólogo nazi Hans Hoerbiger, descubre, en los Andes, a cuatro mil metros de altura, restos de sedimentos marinos que se extienden sobre setecientos kilómetros. Las aguas de fines del terciario subían hasta allí, y Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca, sería uno de los centros de civilización de aquel período. Las ruinas de Tiahuanaco dan testimonio de una civilización cientos de veces milenaria y que no se asemeja en nada a las civilizaciones posteriores.
Según los partidarios de Horbiger, son visibles las huellas de gigantes, así como sus inexplicables monumentos. Se encuentra allí, por ejemplo, una piedra de nueve toneladas, con seis hendiduras de tres metros de altura que son incomprensibles para los arquitectos, como si su papel hubiese sido olvidado desde entonces por todos los constructores de la Historia. Hay pórticos de tres metros de altura por cuatro de anchura, que aparecen tallados en una sola piedra, con puertas, falsas ventanas y esculturas esculpidas con cincel, pesando todo el conjunto diez toneladas. Hay lienzos de pared de sesenta toneladas, sostenidos por bloques de piedra arenisca de cien toneladas, hundidos como cuñas en el suelo. Entre estas ruinas fabulosas, se elevan estatuas gigantescas, una sola de las cuales ha sido bajada de allí y colocada en el jardín del museo de La Paz. Tiene ocho metros de altura y pesa veinte toneladas. Todo invita a los horbigerianos a ver en estas estatuas retratos de gigantes realizados por ellos mismos. Hay una plegaria Inca dirigida a Viracocha, que fue traducida por Alonso de Molina, hombre de Pizarro, y que dice: “¡ Oh, Creador! ¡Omnipresente Viracocha! Tú que diste vida y coraje a los hombres, diciendo, <>. Y a la mujer, diciendo, <> ¡Tú que los hiciste y les diste el ser! Vela por ellos, que puedan vivir con salud y en paz. ¡Otórgales larga vida, oh Creador!”. La cordillera andina reúne gran cantidad de misteriosas construcciones, entre ellas, Machu-Pichu, Marcahuasi, Nazca, etc. Vamos a tratar de los misterios de una enigmática ciudad, la ciudad de Tiahuanaco, cuya historia va, inevitablemente unida a un lago, el lago Titicaca. Comencemos pues por este lago que se encuentra a unos 3750 m sobre el nivel del mar, atravesado por la frontera entre Perú y Bolivia, que ocupa un área de 8256 Km2 y mide 220 Km de longitud y unos 112 Km de ancho. Su profundidad alcanza en algunos puntos los 300 metros. Esta región, situada actualmente a una elevada altura, está sembrada de millones de conchas marinas fosilizadas lo que supone que en un pasado remoto la región fue elevada desde el nivel del mar. Según los expertos este fenómeno se produjo hace unos 100 millones de años. Pese a esto, el lago Titicaca ha conservado, hasta el presente, muchos tipos de peces y crustáceos oceánicos, lo que confirma que este lago se formo al quedar estancada el agua marina tras la elevación de los Andes. Desde que este lago se formó, parece haber sufrido diversos cambios y hoy en día se pueden observar distintas líneas de costa, en algunos puntos esa línea de costa antigua esta a 90 metros más arriba que la actual mientras que en otros puntos, esa misma línea, está a 82 metros más abajo, lo que quiere decir que dicha línea de costa no está nivelada, es decir, que el lago ha cambiado su forma quien sabe cuántas veces a lo largo de los millones de años.
Los geólogos han determinado que el Altiplano se sigue elevando pero no de forma regular, sino desequilibrada. Los cambios experimentados en el lago Titicaca tendrían más que ver con los cambios geológicos propios del lugar que con las variaciones del volumen de agua. Es por ello que es más difícil de explicar la evidencia irrefutable de que la ciudad de Tiahuanaco fue antiguamente un puerto que estaba provisto de grandes diques y situado en las orillas del lago Titicaca. Las ruinas de esta ciudad se hallan actualmente a unos 20 Km. al sur del lago y a una altura de más de 30 metros de la presente línea costera, por lo que se deduce que en el periodo a partir del cual fue construida la ciudad debió de ocurrir uno de estos dos fenómenos: o bien el nivel del agua descendió de forma muy notable o bien el terreno se elevo igualmente de forma muy notable. El arqueólogo Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, nos ofrece una respetable teoría con respecto al origen de Tiahuanaco, que más tarde explicaremos. La ciudad de Tiahuanaco se encuentra en Bolivia, a unos 4.000 m sobre el nivel del mar. El propio nombre de Tiahuanaco, en lengua quechua, es ya de por si enigmático. Luis E. Valcárcel, en Etnohistoria del Perú (Lima, 1959) nos aclara que Ti significa “reunión o conjunto”; hua es “la tierra”;na significa ”donde se hace” y co quiere decir “agua”. Por tanto, reuniendo el sentido del nombre tendremos que Tiahuanaco viene a querer decir algo así como <<el lugar donde se forma (o hace) la tierra y el agua>>. Sin embargo, no todos los investigadores coinciden con este autor y otros significados que se le dan a este nombre son: “Ciudad eterna”; “Hijos del Tiki o del Jaguar”; “Ciudad del agua” o “Pueblo de los Hijos del Sol”. A Tiahuanaco también se le denomina Chuquiyutu. Según otros autores, Tiahuanaco podría derivar de “tiwanaka”, que significa “esto es de Dios”. En esta ciudad en ruinas podemos encontrar gigantescos monolitos, gruesas piedras labradas y grandes figuras de arenisca rojiza y de andesita. Tiahuanaco es un paraje de leyendas, de felinos y cóndores, de hombres-pájaro, de llamas sagradas, de templos solares… Todo el conjunto arqueológico de Tiahuanaco cubre una zona de unos 450.000 metros cuadrados. Se encuentra en la meseta alta de Collao y se trata de un paraje ondulado, de tierra rojiza y helada. Apenas existe vegetación. Este árido paraje no es el más adecuado para el florecimiento de grandes culturas del pasado, pero todo hace suponer que no siempre fue así, ni que la cordillera tuvo siempre la altura de ahora.
Y ahí puede radicar parte del enigma de Tiahuanaco, que debió surgir en tiempos en que la climatología fuese más benigna. Las ruinas que pueblan el paraje, por supuesto, nada dicen. Son los arqueólogos los que interpretan los signos de acuerdo con lo que pretenden ver allí. Sabemos que en Tiahuanaco existieron templos piramidales. La arquitectura piramidal era abundante. Había cuatro pirámides junto al Palacio de los Sarcófagos, pero de ella apenas si quedan nada y su recuerdo permanece gracias a los cronistas de la conquista, como el caso la pirámide de Akapana. Hay quien supone que Tiahuanaco debió de ser una gran ciudad religiosa, semejante a Teotihuacan, que floreció en México. Incluso podríamos relacionarlas por sus nombres, aunque los filólogos han descartado esta posibilidad. Se sabe que Tiahuanaco fue concebido por individuos que sabían mucho de astronomía y que conocían perfectamente el eje geográfico de la Tierra, como lo demuestran los ejes que parten de la pirámide de Akapana, cuyas dimensiones debieron ser de más de doscientos metros de lado por solo veinticinco de altura. Por lo que sabemos, Tiahuanaco también fue la sede de un colegio de cirujanos que llevaban a cabo operaciones en el cerebro con cuchillos de bronce. También hubo astrónomos que estudiaban las estrellas con el equivalente de modernos telescopios: reflectores y lentes. En el Templo de Kalasasaya, los primeros conquistadores españoles que llegaron quedaron atónitos y no falto quien dijese que tal obra era una de las maravillas del mundo. El templo se alza al noreste de la pirámide de Akapana. El nombre aymará significa “piedras erguidas” y en uno de sus ángulos se alza todavía la famosa Puerta del Sol, que se ha desplomado varias veces, debido a los corrimientos de tierra, pero que ha vuelto a ser levantada. Las “piedras erguidas” no son menhires, sino los restos de pilares que solo reflejan pálidamente lo que debió ser el templo. Volvamos ahora al momento en que el propio pueblo Inca llega a la región. L. Pauwels y J. Bergier se refirieron a este lugar en su libro “El retorno de los brujos”, en el se decía así: <<Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas, inexplicables, que nosotros conocemos>>. <<Pregunte a los nativos si esos edificios se habían construido en la época de los incas – escribió el cronista Pedro Cieza de León – . Se echaron a reír ante mi pregunta, afirmando que habían sido construidos mucho antes del reinado inca y que…según los relatos transmitidos por sus antepasados, todo cuanto se veía allí había aparecido súbitamente de la noche a la mañana…>>. Los libros de Historia nos dicen que cuando los españoles, al mando de Diego Almagro, llegaron al lago Titicaca en 1535, quedaron maravillados al ver las ruinas de Tiahuanaco y los restos de las estructuras megalíticas, algunos de cuyos bloques pétreos pesaban mas de cien toneladas. Estos primeros viajeros quedaron impresionados ante el gigantesco tamaño de los edificios y la atmósfera de misterio que los rodeaba.
Fue en aquel momento cuando nació la historia arqueológica de Tiahuanaco. Diego Almagro y sus tropas buscaban oro y les importaban poco las piedras labradas. Como ya sabemos, los conquistadores españoles son recibidos como Viracochas, señores blancos, en recuerdo de antiguas tradiciones incas sobre una raza desaparecida de Hijos del Sol, surgidos del cielo y que, tras su repentina marcha prometieron volver. El cronista de los conquistadores españoles, Pedro Cieza de León (1518-1560), en su obra “Crónicas del Perú” afirma lo que le contaron sus guías aymaras de que “Tiahuanaco se edifico antes del diluvio, en una sola noche, por gigantes desconocidos. Los gigantes vivieron aquí en soberbios palacios. Pero por no hacer caso a una profecía de los adoradores del Sol, fueron devorados por sus rayos y sus palacios se vieron reducidos a ruinas”. También existe una leyenda inca en la que se cuenta que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por el Noé de la región, un pastor que sobrevivió al diluvio. Otra leyenda asegura que Tiahuanaco fue construida por gigantes, titanes o por “criaturas llegadas del cielo”. Otro visitante español del mismo periodo narro una tradición según la cual las piedras habían sido alzadas de forma misteriosa del suelo: <<fueron transportadas por el aire a los sonidos de una trompeta>>. También Garcilaso de la Vega escribió una detallada descripción del lugar, maravillándose y preguntándose cómo y quiénes pudieron llevar a cabo aquella colosal empresa. Hoy en día no es posible encontrar ninguna de las estatuas de figuras humanas que existían en el siglo XVI. Sólo tenemos fragmentos y piezas y las palabras de viejos misioneros que visitaron la ciudad de los muertos en compañía de los nativos. “Había muchas delicadas estatuas de hombres y mujeres, tan reales que parecían vivientes. Algunas sostenían copas y parecían estar en posición de beber… En mil posturas naturales, las estatuas aparecían de pie o reclinadas”. El viejo misionero manifestó una gran curiosidad porque muchas de las figuras aparecían representadas con barba, una posible relación con los dioses sumerios. Tras el saqueo impresionante llevado a cabo sobre las ruinas de Tiahuanaco podemos observar hoy en día, y en colecciones particulares, objetos maravillosos: estatuas de oro macizo, que pesan de dos a tres kilos, tazas, platos, vasos, cucharas de oro. Ello nos da a entender que los antiquísimos habitantes de la “ciudad de Viracocha” conocían los objetos que hoy utilizamos en nuestras mesas y que aparecieron por primera vez en Europa hacia finales del siglo XVI, cuando en América los vemos entre los aztecas, incas y otros pueblos más antiguos.
Si debemos la escasa información de Tiahuanaco a alguna persona, es sin duda al arqueólogo austriaco Arthur Posnansky (1873-1946). Este arqueólogo ha dedicado gran parte de su vida al estudio de esta ciudad, y la pregunta que él se hizo y que nos hacemos nosotros es: ¿cuándo fue construida Tiahuanaco? Las tesis oficiales históricas nos dicen que las ruinas no son mucho más antiguas que el año 500 d. C. Pero, basándonos en los cálculos matemáticos y astronómicos del profesor Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, y el profesor Rolf Müller llegamos a unas fechas que sí que podrían explicar mejor los cambios producidos en la región. Estos investigadores sitúan la fase principal de la construcción de Tiahuanaco en el año 15.000 a. C. Tras la construcción de esta ciudad sobrevinieron una serie de cambios geológicos, con fechas marcadas en torno al 11.000 a.C. que comenzaron a separar cada vez más la ciudad de la costa del lago. Arthur Posnansky, en “Tiahuanaco, la cuna del hombre americano”, cree que la ultima civilización de Tiahuanaco apareció hacia el 14.000 a. C. y que en algún lejano momento se produjo un fenómeno geológico de proporciones dantescas que fraccionó la cordillera de los Andes. Posteriormente se produjo una elevación de la región del lago Titicaca hace más de diez mil años, tras un hundimiento de amplias regiones de tierra, como Mu y la Atlántida. Según Posnansky el terrible cataclismo que ocurrió en aquella región durante el undécimo milenio a. C. fue causado por unos movimientos sísmicos que hicieron que se desbordaran las aguas del lago Titicaca y provocaron erupciones volcánicas. Asimismo es posible que ocurriera un aumento temporal del nivel del lago debido al desborde de otros lagos que se hallaban más al norte y a una mayor altitud. Entre las pruebas presentadas por Posnansky de que el agente destructor de Tiahuanaco había sido una inundación, cabe citar el hallazgo de flora lacustre mezclada en el aluvión con los esqueletos de seres humanos que habían perecido en el cataclismo, así como el hallazgo de varios esqueletos de unos peces también hallados en el mismo aluvión. Además, se habían hallado unos fragmentos humanos y esqueletos de animales que yacían en caótico desorden entre piedras, utensilios, herramientas e infinidad de objetos. Fue realmente una terrible catástrofe la que asolo Tiahuanaco. Y si Posnansky está en lo cierto, se produjo hace mas de 12.000 años, lo que es una curiosa coincidencia con los datos que aporta Platón sobre el hundimiento de la Atlántida. A partir de entonces, aunque la inundación remitió, “la cultura del Altiplano no volvió a alcanzar un elevado nivel de desarrollo, sino que cayó en una absoluta y definitiva decadencia”.
Los terremotos que habían hecho que el lago Titicaca inundara Tiahuanaco fueron solo los primeros de una serie de desastres que acaecieron en esa zona. Aunque en un principio estos hicieron que las aguas del lago se desbordaran, al cabo de cierto tiempo provocaron el efecto contrario, reduciendo de forma progresiva la profundidad y el área de superficie del Titicaca. A medida que pasaban los años, el nivel del lago continuó descendiendo aislando así a la gran ciudad, alejándola de las aguas que antaño habían desempeñado un papel decisivo en su vida económica. Al mismo tiempo existen pruebas que el clima de la zona de Tiahuanaco se volvió más frío y desfavorable para el cultivo de unas cosechas que con anterioridad se habían desarrollado sin problema. Podemos decir que un periodo de calma siguió al momento crítico de los disturbios sísmicos pero luego, el clima empeoró y se hizo inclemente. Como consecuencia de ello, se produjeron unas emigraciones masivas de gentes de los Andes hacia emplazamientos más favorables. Los habitantes de Tiahuanaco, integrantes de una civilización muy avanzada y recordados en las tradiciones locales como “los viracochas”, tuvieron que luchar para sobrevivir. En todo el Altiplano se hallaron curiosas pruebas que indican que habían llevado a cabo experimentos agrícolas de carácter científico, con gran ingenio y dedicación, para tratar de compensar el deterioro climático, así por ejemplo, lograron eliminar la toxicidad de determinadas especies vegetales para que fueran comestibles. También diseñaron unos campos de cultivo con determinadas características que superaban las técnicas agrícolas modernas. Durante los últimos años, agrónomos y arqueólogos han reconstruido estos campos elevados y los sembrados experimentales en ellos han proporcionado unas cosechas muy superiores a los sembrados normalmente. Asimismo, los cultivos de las zonas experimentales soportaron casi sin perdidas las bajas temperaturas y extrema sequía que se dio en el lugar. Estas técnicas ancestrales llamaron la atención de las autoridades bolivianas y de otros organismos internacionales que las han aplicado en otros lugares del mundo. Todo esto se asemeja significativamente con lo que hicieron los dioses de Sumer. Según hemos visto, el profesor Posnansky nos dice que Tiahuanaco fue una ciudad portuaria muy activa en el 15.000 a.C., y que continuó siéndolo durante otros 5.000 años. Durante esa época, el muelle principal de la ciudad se hallaba situado en un lugar llamado actualmente Puma Punku, “la puerta del puma”. Cuando Posnansky llevó a cabo sus excavaciones observó que uno de los bloques de piedra que fueron empleados en la construcción del muelle se encontraba todavía en el yacimiento y pesaba aproximadamente 440 toneladas y había muchos otros bloques, los cuales pesaban entre 100 y 150 toneladas.
Otro dato curioso es que en estos bloques aparecen representaciones de la cruz profundamente gravada en la dura piedra gris. Incluso según la cronología histórica ortodoxa esas cruces tenían una antigüedad de no menos de 1500 años. Dicho de otro modo, habían sido esculpidas en este lugar por unas personas que desconocían el cristianismo, un milenio antes de la llegada de los primeros misioneros españoles al Altiplano. Pero, ¿de dónde habían obtenido sus cruces? Seguramente, no de la cruz de Cristo, sino de alguna fuente mucho más antigua. De hecho los antiguos egipcios habían utilizado un jeroglífico semejante a una cruz para simbolizar la vida. Nos encontramos con que en Tiahuanaco se empleaba como elemento decorativo la esvástica, grabada sobre la piedra de construcción, al igual que en el valle del Indo. También se empleaba en la cerámica de Tiahuanaco. Y esto nos vuelve a relacionar con los antiguos dioses sumerios. El Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiahuanaco ha determinado, tras las excavaciones efectuadas en la región, que, como mínimo, se encuentran superpuestas unas cinco civilizaciones diferentes cuya antigüedad no ha podido ser determinada. La arqueóloga Simone Waisbard escribe en su libro de 1975, “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” las siguientes palabras: “Cinco ciudades yacen enterradas, superpuestas o mezcladas con esqueletos de toxodontes, de mamíferos ungulados de una edad al parecer antediluviana…”. En 1956, el submarinista norteamericano William Mardoff efectuó inmersiones en el lago Titicaca, cerca de la desembocadura del río Escoña, y encontró los restos de una supuesta ciudad sumergida que podría tratarse de la legendaria Chiopata, o ciudad de los dioses de la que hablan las crónicas antiguas. Otros investigadores, como Ramón Avellaneda, también se sumergieron en la región obteniendo filmaciones de esas ruinas submarinas de una antigua ciudad. Ante estos descubrimientos, el propio Jacques I. Cousteau se trasladó a la región, en 1968 para efectuar una serie de inmersiones, pero su informe no reveló nada nuevo a lo dicho anteriormente. Más recientemente, la denominada Expedición Atahualpa 2000, descubrió también diversas formaciones arquitectónicas bajo las aguas del lago Titicaca. En concreto se trataba de un templete de unos 250 metros de largo por 50 metros de ancho y que se encuentra a 20 metros de profundidad, un muro de contención, una figura y una especie de terraza.
Todo parece indicar que la cultura Tiahuanaco permaneció en el lugar durante mucho tiempo y que no fue construida como relatan las leyendas en una sola noche por los titanes. Cinco civilizaciones se superponen en la zona, como ya hemos visto y puede que sea alguna más. Los miles de años que éstas representan no es fácil de calcular y más difícil aún resulta precisar las gentes que vivieron allí, como, cuando o de dónde procedían. Quienes construyeron los monolitos de Tiahuanaco, aunque suponemos que fueron en distintas épocas, tenían un conocimiento geométrico y astronómico que en nada tenía que envidiar a los nuestros actuales, ya que resolvían problemas que a nosotros nos han costado siglos de esfuerzos. Sabemos que con las piedras de Tiahuanaco se ha construido parte del tendido férreo de La Paz. Bloques magníficamente labrados han servido de cimientos a numerosas construcciones y de ornamentación de las viviendas de los ricos propietarios. El tendido de la vía férrea de Guaqui sirvió para causar más destrozos en las ruinas de Tiahuanaco. Los barrenos volaron en fragmentos el palacio de Putuni, el complejo de Kalasasaya y las estatuas, todo lo cual, convertido en cascajos, sirvió para extender calzadas, puentes o campamentos. Según diversos autores, los primeros pobladores de Tiahuanaco, cuando la cordillera andina todavía no existía, debieron ser los habitantes de la Madre Tierra o el país de Mu, cuyos exploradores, los naacals, extendieron la religión del Sol por todo el mundo, llegando incluso al valle del Indo, al Daccan, Birmania, Mesopotamia y Egipto, y cuyas huellas aun pueden ser encontradas en el Tíbet. Tras el hundimiento de Mu, en un cataclismo apocalíptico, ocurrieron toda clase de catástrofes sísmicas y volcánicas que fueron configurando la cordillera andina, casi como la conocemos en la actualidad. Los escasos supervivientes vivieron refugiados en grutas, cuevas o valles hasta que alguien, Viracocha, hizo aparecer de nuevo el Sol y esto lo podríamos entender como el final de un periodo glaciar. Simone Waisbard, en “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” nos dice: “Es casi cierto que el subsuelo de Tiahuanaco por una parte y el de Cuzco por otra, están perforados por misteriosos túneles empedrados. Los indios de Tiahuanaco dicen que los túneles están a un metro bajo la tierra y a veces incluso a cuatro por lo menos” También se cuentan historias de un cura que se extravió y cayó en uno de estos túneles, recorrió su interior y finalmente salió a una playa del lago Titicaca. Fernando Montesinos, en su libro de 1638 “Memorias antiguas, historiales, políticas de Perú”, escribió: “Tiahuanaco y Cuzco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quien lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la selva amazónica”.
Una de las versiones de la famosa tradición sobre Viracocha nos habla de Thunupa. Esta versión proviene de la zona que rodea al lago Titicaca y que se llama el Collao. En ella se nos narra que Thunupa apareció en el Altiplano en tiempos remotos, procedente del norte y que vino acompañado por cinco discípulos de ojos azules y barba. Después de instruir a la población en diversos campos y recorrer grandes distancias a través de los Andes fue atacado y herido gravemente por un grupo de conspiradores envidiosos. Esta historia, en su desarrollo más detallado, nos ofrece grandes paralelismos con la historia de Osiris y su muerte. De hecho, Osiris en Egipto y Thunupa-Viracocha en Sudamérica presentan los siguientes puntos en común: ambos eran grandes civilizadores, ambos fueron víctimas de una conspiración, ambos resultaron malheridos, los cuerpos de ambos fueron depositados en un receptáculo, ambos fueron arrojados al agua, ambos se deslizaron por un río y ambos alcanzaron el mar. Los paralelismos entre esta región y el antiguo Egipto están aun presentes. En la isla de Suriqui, en el lago Titicaca, se siguen construyendo actualmente unos botes de juncos de totora que son casi idénticos, tanto en el método de construcción como en el aspecto que ofrecen una vez terminados, a los barcas de los faraones hechas con cañas de papiro. Los lugareños afirman que quienes les transmitió la forma de hacer esos barcos fue el “pueblo de Viracocha”. Entre los monumentos que podemos admirar en Tiahuanaco destacan los restos de la pirámide de Akapana, la Puerta del Sol, dentro del gran complejo del Templo de Kalasasaya, el templete del Gran Ídolo, y los palacios de Putuni, Laka-Kollu y Kheri-Kala. Observamos piedras de arenisca y basalto cuyos yacimientos no se encuentran en las inmediaciones, y que sugieren un difícil y sobrehumano transporte, tal vez desde kilómetros de distancia. En la zona central de lo que constituyen las ruinas de Tiahuanaco encontramos dos conjuntos arquitectónicas conjuntos, uno es el Templo enterrado y el otro es el complejo denominado Kalasasaya, dentro del cual se encuentra la Puerta del Sol. El Templo enterrado consiste en un hoyo de grandes dimensiones, rectangular, excavado a unos 2 metros de la superficie. El fondo mide unos 12 metros de largo por 10 metros de ancho, y está formado por grava dura y lisa. Sus sólidos muros están tallados y ensamblados sin el uso de morteros. Las técnicas de construcción y de unión de bloques de piedra mediante junturas metálicas son similares a las técnicas empleadas en Mesopotamia, en la arquitectura de los palacios asirios, relacionados con la antigua Sumer. Sobre los muros de este recinto también se pueden observar decenas de cabezas de animales esculpidas en piedra.
El Kalasasaya se encuentra al oeste del Templo subterráneo y tiene las dimensiones de un estadio de fútbol. Consta de una plaza y a un lado de esa plaza se extiende una sala cubierta. Plaza y sala son de una sola pieza tallada en roca. Kalasasaya significa “lugar de las piedras verticales”. La mayoría de estudiosos defienden que este recinto era una especie de observatorio celestial y su objetivo habría sido el de fijar los equinoccios y solsticios y establecer, con precisión matemática, las diversas estaciones del año. Según el estudio de diversas alineaciones astronómicas se había podido determinar que, el periodo de construcción del recinto Kalasasaya se remontaba a unos 17.000 años, es decir, en el 15.000 a.C. Arthur Posnansky detallo en su libro, “Tiahuanacu: the Cradle of American Man” los cálculos arqueológicos y astronómicos que lo condujeron a esa increíble datación de las ruinas. Según Posnansky esa cifra es el resultado de la diferencia en la oblicuidad de la eclíptica en el periodo en que fue construido el Kalasasaya y la época actual. No vamos a entrar en la explicación detallada de lo que se entiende por oblicuidad de la eclíptica, tan solo vamos a decir que Posnansky consiguió datar el Kalasasaya al establecer las alineaciones solares de ciertas estructuras clave que ahora aparecían desalineadas. El profesor demostró de forma convincente que la oblicuidad de la eclíptica en la época en que se construyo el Kalasasaya era 23º 8`48“. Cuando ese ángulo se cálculo sobre el gráfico que elaboro la Conferencia Internacional de Efemérides, se comprobó que correspondía a la fecha del 15.000 a. C. Recordemos que los científicos ortodoxos situaban dicha construcción en torno al año 500 de nuestra era. Tras el posterior estudio que llevaron a cabo importantes científicos sobre los datos suministrados por Posnansky, llegaron a la conclusión de que Posnansky tenía básicamente la razón. De esta manera se admitía que el Kalasasaya había sido construido de forma que concordaba con las observaciones celestes realizadas hacía mucho tiempo, en una época mucho más antigua que el 500 d.C. Según declararon los científicos, la fecha del 15.000 a.C. propuesta por Posnansky se hallaba dentro de los límites de lo posible. En un elevado pilar de roca roja, dentro del Templo enterrado, se halla tallado un enigmático rostro que muchos investigadores han dicho que se trata de Viracocha. Tiene la frente despejada y los ojos grandes y redondos, nariz recta, una larga e impresionante barba y sus ropas consisten en una túnica larga y vaporosa. A ambos lados de la túnica se aprecia la sinuosa forma de una serpiente que se alzaba del suelo hasta alcanzar el nivel del hombro. Esta figura tallada mide aproximadamente dos metros de altura y estaba orientada hacia el sur, de espaldas a la antigua línea de costa del lago Titicaca.
Dentro del Kalasasaya existen dos gigantescas estatuas, una de ellas denominada El Fraile que mide unos 2 metros de altura y que representa a un ser dotado de unos ojos y labios inmensos que sostiene, en la mano derecha algo semejante a un cuchillo y en la mano izquierda algo parecido a un libro. De cintura para abajo la figura parece ir vestida con una prenda confeccionada con escamas de pez. Todo parece indicar que El Fraile es la representación de un hombre pez imaginario o simbólico. Cierto es que una tradición local antigua se refería a los “dioses del lago, que estaban provistos de colas de pez, llamados Chullua y Umantua”. Esta tradición y esta figura nos recuerdan mucho a los mitos mesopotámicos sobre seres anfibios “dotados de razón” que habían visitado la tierra de Sumer en la remota prehistoria. El jefe de estos seres se llamaba Oannes, el dios pez. Y era, por encima de todo un civilizador, según nos explica detalladamente el escriba caldeo Beroso. El otro gran ídolo del Kalasasaya consistía en un importante monolito de andesita gris, de considerable grosor y unos dos metros y medio de altura. Su amplia cabeza se erigía sobre sus inmensos hombros, y su rostro, plano como una losa, mostraba una expresión ausente. Al igual que El Fraile, de cintura para abajo llevaba una vestimenta compuesta por escamas y símbolos de pez y también sostenía dos objetos no identificables en las manos. En Tiahuanaco existen dibujos de seres de pies palmípedos, con cuatro dedos y rodeados de discos refulgentes. De hecho, cuenta una leyenda que un barco espacial descendió de los cielos en aquella región. En el barco viajaba una reina de nombre Oryana. Su tarea en la Tierra consistía en convertirse en la madre de la Humanidad. Dio a luz a setenta niños terrestres antes de volverse al cielo. Oryana se distinguía de su prole porque poseía manos con cuatro dedos y sus pies eran como los de los palmípedos. En el ángulo noroeste del Kalasasaya se encuentra la famosa Puerta del Sol, que consiste en un monolito de roca de traquito duro de color gris-verdoso formado por un solo bloque de 3,73 m de alto, 3,84 m de ancho, 0,5 m de espesor, y pesa 12 toneladas. Parece representar una puerta entre ninguna parte y la nada. La obra de sillería representada en la roca es de extraordinaria calidad y las autoridades en la materia coinciden en que “es uno de los prodigios arqueológicos de las Américas”.
Su rasgo más enigmático es el llamado Friso del Calendario que aparece esculpido en su fachada oriental. En el centro, el friso está presidido por lo que los expertos consideran otra representación de Viracocha, o también lo denominan el “dios-jaguar”, que en este caso representa su terrible faz de rey-dios capaz de invocar el fuego divino y lleva entre las manos un símbolo del trueno y el rayo. Según Posnansky se trataría de un misterioso instrumento astronómico y, al mismo tiempo, de un calendario del año astronómico venusino. La adopción de tal calendario parece cuando menos misteriosa, ya que el computo del tiempo basado en este planeta presupone cálculos harto complicados. Y mucho más sencillo y racional hubiera sido adoptar el calendario lunar, usado, además, por todos los pueblos. La verdadera razón para la adopción de este calendario venusino aun no es conocida, pero no es descartable que fuera introducido por seres ajenos a la Tierra y cuyo origen fuera Venus. En la tercera columna de la parte derecha se observa la cabeza de un elefante y esto es sorprendente pues no existen elefantes en América, aunque si habían existido en tiempos prehistóricos. Los miembros de una especie llamadaCuvieronius, un proboscidio parecido a un elefante que estaba dotado de colmillos y trompa, de aspecto extraordinariamente similar a los “elefantes” de la Puerta del Sol, habían abundado en la zona meridional de los Andes, hasta su repentina extinción hacia el 10.000 a.C. Entre la multitud de figuras de animales esculpidas en la Puerta del Sol había también varias especies extintas. Una de ellas había sido identificada por los expertos como perteneciente al género Toxodón, un mamífero anfibio bajo y grueso, dotado de tres dedos, que media casi tres metros de largo y uno y medio de altura, parecido a un cruce entre rinoceronte y un hipopótamo. Al igual que elCuvieronius, estos mamíferos habían prosperado en Sudamérica en el plioceno tardío, hace 1,6 millones de años, y se habían extinguido a fines del Pleistoceno, hace unos 12.000 años. Estos importante hallazgos vienen a corroborar las pruebas astro-arqueológicas que datan Tiahuanaco hacia finales del Pleistoceno, dejando obsoletos la cronología histórica ortodoxa. Y es que el mamífero del genero Toxodon solo pudo ser copiado de un ejemplar vivo. Por consiguiente, el hecho de que en friso de la Puerta del Sol aparezcan esculpidas nada menos que cuarenta y seis cabezas de toxodontes viene a demostrar, por lo menos, que la cronología oficial tiene que ser de nuevo revisada. La caricatura de este animal, no solo se encuentra en la Puerta del Sol sino que aparece representada en numerosos fragmentos de cerámica de Tiahuanaco. Como dijimos, además del Toxodon, se determinaron otras especies extintas, en concreto, el Chelidoterium, un cuadrúpedo, y el Macrauchenia, animal similar al caballo moderno dotado de unas características patas con tres dedos.
En la costa peruana se encuentran algunas localidades que indudablemente tuvieron la influencia directa de Tiahuanaco. Y en ellas, en 1920, el profesor Julio Tello descubrió jarrones en los que había llamas pintadas, pero estas no tenían la pezuña partida en dos como se conocen en la actualidad, sino que tenían cinco dedos. Y la ciencia sabe que realmente esas llamas de cinco dedos existieron en aquella región, así como caballos y bovinos de igual característica, pero ello en una remota prehistoria. Julio Tello, para más demostración, también descubrió enterrados esqueletos de estas llamas de cinco dedos. Pero algo súbito ocurrió en aquella región y todo quedo detenido en un segundo eterno. De hecho, la Puerta del Sol no se había completado. Ciertos aspectos inacabados del friso indican la posibilidad de que hubiera sucedido algo trágico e inesperado que habría obligado al escultor, según Posnansky, a “soltar su cincel para siempre en el momento que se disponía a dar los últimos toques a su obra”. En dos paredes que indican el camino hacia la Puerta del Sol sobresalen de las mismas una serie de caras esculpidas. Según cuentan las leyendas, Viracocha, habría esculpido y dibujado en una gran piedra todas las naciones que se proponía crear. Las caras esculpidas en estas paredes no eran realmente indias, ni eran todas iguales, como habría sido normal en una hilera de esculturas ornamentales. En realidad, no habían dos que se pareciesen. Allan y Sally Landsburg en su libro “En busca de antiguos misterios” opinan que: “las caras que se hallaban próximas a la Puerta del Sol parecían copiadas del natural. Había frentes altas y bajas, anchas y estrechas. Ojos saltones, ojos rasgados, ojos hundidos, ojos oblicuos. Pómulos salientes y pómulos hundidos, etc…”. Muy bien este conjunto de esculturas pudieron ser, tal y como nos cuenta las antiguas fábulas incas : “ todas las naciones que Viracocha se proponía crear”. Podemos entender también que, estas esculturas representaran los tipos humanos existentes en el mundo en aquellos momentos. En todo caso, esta idea nos da a entender que, el escultor tenia conocimientos amplios sobre esos tipos humanos y ello presupone unas comunicaciones a nivel mundial. En Tiahuanaco hay una colina artificial de unos 15 metros de alto que es conocida como la pirámide Akapana y que está perfectamente orientada hacia los puntos cardinales y mide unos 210 metros en cada lado.
Esta pirámide fue utilizada a modo de cantera por los constructores de La Paz y ahora tan solo quedan un 10 % de sus bloques originales. En sus entrañas, los arqueólogos han descubierto una compleja red de canales de piedra zigzagueantes, que estaban revestidos de hermosos sillares. Es evidente que la función de este complejo hidráulico era eminentemente práctica. Otro posible legado de “los viracochas” reside en la lengua que hablaban los indios aymaras locales, una lengua que algunos especialistas consideran la más antigua del mundo. En la década de 1980, Ivan Guzman de Rojas, un científico boliviano especializado en informática, demostró de modo casual que la lengua aymara no solo era muy antigua, sino que se trataba de un “invento”, que había sido creada de forma intencionada y muy hábil. Uno de sus rasgos más interesantes es el carácter artificial de su sintaxis, rígidamente estructurada y poco ambigua, hasta el extremo de resultar inconcebible en una lengua “orgánica” normal. Esta estructura sintética significa que el aymara podía transformarse sin dificultad en un algoritmo informático destinado a ser utilizado para traducir de un idioma a otro. Cuando el etnólogo estadounidense L. Taylor-Hansen visito una tribu de pieles rojas apaches asentados en Arizona, descubrió unos datos muy interesantes. El etnólogo mostró a sus huéspedes una fotografías de pinturas egipcias y en una de ellas, los apaches reconocieron a una de sus divinidades y a la que dedicaban sus bailes folklóricos. Se trataba del “Señor de la Llama y de la Luz”, y lo más sorprendente es que aquel dios vivía en el recuerdo de estos indios con su mismo nombre egipcio, Ammón Ra. Aquello no era más que el principio de una serie de revelaciones a las que hicieron de puente dos números sagrados, el 8 y el 13, los que constituyen precisamente la base del calendario venusino. La relación que indica las revoluciones efectuadas durante el mismo periodo por la Tierra y Venus en torno al Sol se expresa como 8:13, es decir, que la Tierra lleva a cabo 8, mientras que Venus cumple 13.
Cuando Taylor Hansen, en su conversación con los indios, hizo referencia a Tiahuanaco, los apaches identificaron con aquella localidad un centro de su legendario imperio del pasado, describiendo, sin haberla visto nunca, la estatua del “blanco barbudo”: << El dios empuña dos espadas en posición vertical, lo que significa “amistad hasta cierto límite”. Las espadas forman ángulo recto con los antebrazos, y con la cabeza un tridente, que es nuestra señal secreta de reconocimiento. Allá donde se alza la estatua, es el lugar de nuestro origen>>. Según el profesor Homet: “Los atlantes eran de raza blanca. Todavía hoy sus escasos descendientes puros son blancos: son los uros del Titicaca, que viven allá donde floreciera la civilización de Tiahuanaco”. El doctor Vernau, que ha estudiado a los patagones del Río Negro argentino, llega a siguiente conclusión : “Son blancos los indios del Brasil central, del Estado de Minas Gerais, los famosos hombres de Lagoa Santa”. Muchas preguntas podrían surgir de esta región y pocas son aun las respuestas, por ello se hace necesario continuar las investigaciones sobre el pasado, pero no con visiones cerradas y dogmáticas sino con mentes abiertas que tengan en cuenta todos los hechos aportados por la arqueología, astronomía o cualquier otra ciencia, porque bien es cierto que no son solo los científicos los encargados de hacer ciencia y no sólo es válido el método científico para obtener conocimientos. Se hace necesaria una nueva generación de científicos que vuelvan a reescribir la historia. Comenzándola desde mucho, muchísimo más atrás en el tiempo, que prescindan de los dogmas impuestos y que sean guiados siempre por la razón y por los hechos, por la investigación moderna y por los relatos antiguos. Para ello nada mejor que la siguiente reflexión de Sir Frederic Sodd, premio Nobel de Física en 1921: No hay nada que pueda impedirnos creer que alguna razas hoy desaparecidas hubieran alcanzado, no solo nuestros conocimientos, sino también poderes que no poseemos todavía…
Volviendo a los temas astronómicos, es importante señalar que se producen cuatro momentos astronómicos cruciales al año, los cuales marcan el inicio oficial de cada una de las cuatro estaciones. Estos momentos, o puntos cardinales, que revestían una inmensa importancia para los antiguos, son los solsticios de invierno y verano y los equinoccios de primavera y otoño. En el hemisferio boreal el solsticio de invierno, el día más corto, recae en el 21 de diciembre, y el solsticio de verano, el día más largo, en el 21 de junio. En el hemisferio austral, por otro lado, todo está literalmente boca abajo, ya que el invierno comienza el 21 de junio y el verano el 21 de diciembre. Los equinoccios constituyen dos puntos en el año en los que la noche y el día tienen la misma duración en todo el planeta. De nuevo, sin embargo, al igual que en el caso de los solsticios, la fecha que marca el comienzo de la primavera en el hemisferio boreal (20 de marzo) marca el del otoño en el hemisferio austral, y la fecha del inicio del otoño en el hemisferio boreal (22 de septiembre) marca el comienzo de la primavera en el hemisferio austral. Al igual que las sutiles variaciones de las estaciones, esto es propiciado por la oblicuidad del planeta. El solsticio de verano del hemisferio boreal recae en el punto de la órbita en que el polo norte está orientado directamente hacia el Sol; seis meses más tarde el solsticio de invierno marca el punto en que el polo norte está orientado en dirección opuesta al Sol. Y, lógicamente, la razón de que el día y la noche tengan la misma duración en todo el planeta en los equinoccios de primavera y otoño, es que éstos marcan los dos puntos en que el eje de rotación terrestre yace de costado al Sol. Además, tenemos el extraño y maravilloso fenómeno de la mecánica celestial. Este fenómeno, tal como hemos descrito antes, se conoce como precesión de los equinoccios. Posee unas cualidades matemáticas rígidas y repetitivas que pueden ser analizadas y pronosticadas con precisión. No obstante, es extremadamente difícil de observar y más difícil aún es medirlo correctamente si no se dispone de unos instrumentos sofisticados. En esto puede residir la clave de uno de los grandes misterios del pasado. El plano de la órbita terrestre, proyectada hacia fuera para formar un gran círculo en la esfera celeste, se denomina eclíptica. Alrededor de la eclíptica, formando un cinturón estelar que se prolonga aproximadamente 7º al norte y al sur, se hallan las doce constelaciones del zodíaco: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Estas constelaciones tienen un tamaño, una forma y una distribución irregular. No obstante, y se supone que por azar, su disposición alrededor del borde de la eclíptica es suficientemente espaciada para proporcionar una sensación de orden cósmico a las salidas y puestas diurnas del Sol.
Bajo los limpios cielos del mundo antiguo, se comprende que los seres humanos se sintieran tranquilizados por esos movimientos celestes periódicos. También se entiende que los cuatro puntos cardinales del año, como son los equinoccios de primavera y otoño, los solsticios de invierno y verano, revistieran en todas partes una enorme importancia. Los antiguos concedían una importancia aún mayor a la conjunción de estos puntos cardinales con las constelaciones zodiacales. Pero lo más importante era la constelación en la que observaban salir el Sol la mañana del equinoccio de primavera, o vernal. En el transcurso de un año, la órbita que describe la Tierra provoca que el fondo estelar sobre el que se levanta el Sol cambie cada mes: Acuario -> Piscis -> Aries -> Tauro -> Géminis -Cáncer -> Leo, etc. En la actualidad, durante el equinoccio de invierno, el Sol sale por el Este, entre Piscis y Acuario. Este giro axial provoca que el «punto invernal» se adelante cada año, como consecuencia de ello se va desplazando muy despacio a través de las 12 casas del zodíaco, manteniéndose 2.160 años en cada signo y realizando un circuito completo en 25.920 años. La dirección de este desplazamiento axial, por contraste con el recorrido anual del Sol, es: Leo -> Cáncer -> Géminis -> Tauro -> Aries -> Piscis -> Acuario. Por ejemplo: la Era de Leo, es decir, los 2.160 años durante los cuales el Sol se elevó en el equinoccio de invierno sobre la constelación de Leo, se prolongó desde el año 10.970 hasta el 8.810 a. C. En relación a la era de Leo, algunos investigadores opinan que la Esfinge no es tan reciente como se dice oficialmente. Podría datarse incluso antes del Gran Diluvio. Se ha hablado sobre la erosión por agua que sufre la piedra con la que está construida la Esfinge y que la situaría en una era anterior al Diluvio. Pero existen teorías que relacionan las eras zodiacales con la construcción de la enigmática Esfinge. Como sabemos el año se divide en doce signos zodiacales, que se corresponden con las constelaciones. Hay tres signos que se relacionan con el equinoccio de primavera: Aries, Tauro y Géminis. Los que se corresponden con el solsticio de verano serían: Cáncer, Leo y Virgo. Los tres del equinoccio de otoño son: Libra, Escorpio y Sagitario. Y por último los pertenecientes al solsticio de invierno serían: Capricornio, Acuario y Piscis. La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar, tal como ya hemos explicado.
Es por esto que nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años, el equivalente a un grado de arco. Se necesitan casi 26.000 años para dar la vuelta a las constelaciones. Este fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad y recibe el nombre de Era. Cada Era tiene una duración de 2.160 años. La era cristiana ha transcurrido bajo el signo de Piscis y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, tuvimos la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Y antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios. Esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. La constelación que relacionamos con la Esfinge es la de Leo, ya que representa a un león. En base a este planteamiento se considera que la construcción de la Esfinge tuvo lugar en la era de Leo. Ello nos lleva a una fecha aproximada entre el 10.970 y el 8.810 a. C. Probablemente fue en aquellos tiempos en que algún pueblo de la antigüedad comenzó a levantar la Esfinge. En el ámbito astrológico, vivimos ahora al final de la Era de Piscis y en el umbral de la Nueva Era de Acuario. Tradicionalmente estos tiempos de transición eran considerados nefastos. Debido a la precesión axial de la Tierra, los antiguos descubrieron que una constelación no permanecía siempre fija ni inmutable, sino que el apuntar al Sol el día del equinoccio vernal iba pasando, muy lentamente, de una a otra constelación del zodíaco. Según Giorgio de Santillana: «La posición del Sol entre las constelaciones en el equinoccio vernal era el indicador que señalaba las “horas” del ciclo precesional, una enorme cantidad de horas, puesto que el sol equinoccial ocupaba cada constelación zodiacal durante casi 2.200 años». La lenta precesión axial de la Tierra se desarrolla en el sentido de las manecillas del reloj, es decir, de este a oeste, y por tanto en sentido contrario a la trayectoria anual del planeta alrededor del Sol. En relación con las constelaciones del zodíaco, que permanecen fijas en el espacio, esto hace que el punto en el que se produce el equinoccio de primavera «se mueva obstinadamente a lo largo de la eclíptica en dirección contraria al curso anual del Sol, es decir, en dirección contraria a la secuencia “correcta” de los signos zodiacales: Tauro -> Aries -> Piscis -> Acuario, en lugar de Acuario -> Picis -> Aries -> Tauro». Éste, en resumen, es el significado de la precesión de los equinoccios. Y esto es exactamente lo que significa el concepto del «amanecer de la Era de Acuario». La Era de Piscis se aproxima a su fin y el Sol vernal no tardará en abandonar el sector de Piscis para salir en Acuario. El ciclo de precesión, que dura 25.776 años, constituye el motor que impulsa este fenómeno celestial a lo largo de su interminable recorrido por los cielos.
Pero los detalles sobre la forma en que la precesión mueve los puntos equinocciales de Piscis a Acuario, y alrededor de todo el zodíaco, merecen ser descritos. Los equinoccios se producen sólo en dos ocasiones al año, cuando el eje inclinado de la Tierra yace de costado al Sol. Éstos ocurren cuando el Sol sale por el este en todo el mundo y el día y la noche tienen la misma duración. Debido a que el eje terrestre se desplaza en una lenta pero inexorable precesión en sentido contrario al de su órbita, los puntos en los que yace de costado al Sol se producen cada año fraccionalmente más pronto en la órbita. Estos cambios anuales son tan pequeños que resultan casi imperceptibles. No obstante, tal como señala Santillana, estos minúsculos cambios equivalen en poco menos de 2.200 años a un pasaje de 30° a través de una casa completa del zodíaco, y en poco menos de 26.000 años a un pasaje de 360° a través de un ciclo de precesión completo. En la respuesta a esta pregunta reside un gran secreto, y misterio, del pasado. En la Encyclopaedia Britannica encontramos una referencia sobre un erudito llamado Hiparco, el presunto descubridor de la precesión: “Hiparco nació en Nicea, Bithynia y murió después del 127 a. C. en Rodas. Fue un astrónomo y matemático griego que descubrió la precesión de los equinoccios. Este notable descubrimiento fue fruto de las minuciosas observaciones realizadas por una mente preclara. Hiparco observó las posiciones de las estrellas, y luego comparó sus resultados con los que había obtenido Timocaris de Alejandría unos ciento cincuenta años antes y con unas observaciones incluso anteriores que habían sido realizadas en Babilonia, Hiparco constató que las longitudes celestes eran diferentes y que esta diferencia era de una magnitud que excedía la atribuible a errores de observación. Por tanto propuso que la diferencia se debía a la precesión y dio un valor de 45” o 46” (segundos de arco) a los cambios anuales. Esto se aproxima mucho a la cifra de 50,274 segundos de arco que se acepta hoy en día“. Los segundos de arco constituyen las subdivisiones más pequeñas de un grado de arco. Existen 60 de estos segundos de arco en un minuto de arco, 60 minutos en un grado, y 360 grados en el círculo completo de la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol. Un cambio anual de 50,274 segundos de arco representa una distancia algo inferior a una sesentava parte de un grado, de forma que se requieren unos setenta y dos años para que el Sol equinoccial se mueva un grado a lo largo de la eclíptica. Debido a las dificultades en materia de observación que supone detectar un cambio que se produce a un ritmo tan lento, el valor calculado por Hiparco en el siglo II a. C. es enjuiciado en laEncyclopaedia Britannica como «un notable descubrimiento». Pero todo parece indicar que el difícil reto de medir la precesión había sido asumido miles de años antes de Hiparco.
Hemos visto que Hiparco propone un valor de 45 o 46 segundos de arco con respecto a un año de movimiento precesional. Pero seguramente hay un valor mucho más preciso recogido en una fuente considerablemente más antigua. Existen muchas posibles fuentes. Hay un grupo de mitos, tales como las tradiciones sobre diluvios y cataclismos, que presentan interesantes características. Consideremos la leyenda mesopotámica del diluvio, de la que se han hallado numerosas versiones escritas en las tablillas que proceden de los primeros estratos de la historia de Sumer, hacia el 3000 a. C. Estas tablillas, transmitidas desde los albores de la historia del pasado, demuestran sin ningún género de dudas que la tradición de un diluvio causante de la destrucción del mundo ya era antigua, y por tanto se había originado mucho antes de los albores de la historia. No obstante, no es posible establecer cuándo. Parecen haber existido desde siempre, como si formaran parte del bagaje cultural de la humanidad. No podemos descartar la posibilidad de que esta extrema antigüedad no sea una fantasía. Por el contrario, hemos visto que muchos de los grandes mitos sobre cataclismos parecen contener testimonios fidedignos sobre las condiciones reales que vivió la humanidad durante el último período glacial. En teoría, por tanto, estas leyendas pudieron haber sido creadas prácticamente hacia la misma época en que apareció la subespecie del Homo sapiens sapiens, hace unos cincuenta mil años. Las pruebas geológicas, sin embargo, indican la época del 15.000 al 8.000 a. C. como la más probable. Entonces se registraron unos bruscos cambios climáticos de una magnitud catastrófica, como los que aparecen descritos en los mitos. El período glacial y su tumultuosa desaparición constituyeron unos fenómenos globales. Por consiguiente, no tiene nada extraño que las tradiciones sobre cataclismos correspondientes a diversas culturas repartidas por todo el globo se caractericen por un elevado grado de uniformidad. Lo que sí resulta sorprendente, sin embargo, es que los mitos no sólo describan unas experiencias compartidas, sino que lo hagan en lo que parece ser un lenguaje simbólico compartido. Los mismos motivos, los mismos personajes reconocibles y las mismas tramas arguméntales aparecen de forma reiterada. Según el profesor Santillana, este tipo de uniformidad sugiere la existencia de un origen común.
En Hamlet’s Mill, Santillana afirma: “La universalidad constituye en sí misma una prueba cuando va acompañada de un propósito firme. Cuando algo que hemos hallado en China, por ejemplo, aparece también en los textos astrológicos babilónicos, cabe suponer que se trata de algo importante si revela un complejo de imágenes insólitas que nadie puede afirmar que hayan aparecido de modo independiente o por generación espontánea. Tomemos los orígenes de la música. Orfeo y su estremecedora muerte pueden ser una creación poética nacida en más de un caso en lugares diversos. Sin embargo, cuando unos personajes que no tocan la lira sino unas gaitas son desollados vivos por diversas y absurdas razones, y su idéntico fin es representado en varios continentes, debemos pensar que nos hallamos ante un descubrimiento importante, pues estas leyendas no pueden estar unidas por una secuencia interna. Del mismo modo, cuando el flautista aparece en el mito alemán de Hamelín y en México mucho antes que Colón, y en ambos lugares está ligado a ciertos atributos como el color rojo, no es posible decir que se trate de una coincidencia… Por otra parte, cuando uno halla números como 108, o 9 X 13, que reaparecen bajo varios múltiplos en el Vedas, en los templos de Angkor, en Babilonia, en las enigmáticas palabras de Heráclito y en el Valhalla escandinavo, tampoco se trata de un hecho fortuito“. Si relacionamos los grandes mitos universales sobre cataclismos, no parece que sean simples coincidencias, sino que demuestran la influencia global de una antigua fuente común, todavía sin identificar. Tal vez fue la misma fuente que, durante y después del último período glacial, trazó aquellos mapas tan precisos y técnicamente avanzados. También son dignos de consideración los mitos que describen la muerte y resurrección de dioses, entre otros temas. Según Santillana y Von Dechend, esas imágenes se refieren a acontecimientos celestiales, y lo hacen en el lenguaje técnico y refinado de una ciencia astronómica y matemática arcaica, pero «inmensamente sofisticada»: «Este lenguaje pasa por alto las creencias y los cultos locales. Se centra en números, movimientos, medidas, el entramado general, esquemas sobre estructuras de números, geometría». Pero, ¿de dónde proviene ese lenguaje?Hamlet’s Mill no nos ofrece una respuesta clara a esta pregunta. Los autores apuntan algunas claves. Por ejemplo, en cierto momento afirman que el lenguaje científico o «código» que creen haber identificado es de «una antigüedad asombrosa». En otra ocasión sitúan esta antigüedad con mayor precisión en un período como mínimo «seis mil años anterior a Virgilio», es decir, hace más de ocho mil años, lo cual vuelve a coincidir con la era de Leo.
Aquí nos tendríamos que preguntar qué civilización conocida en la historia fue capaz de desarrollar y utilizar un sofisticado lenguaje técnico hace más de ocho mil años. La respuesta es que estamos haciendo conjeturas sobre un episodio olvidado de una cultura tecnológicamente muy desarrollada, pero perteneciente a tiempos prehistóricos. De nuevo, Santillana y Von Dechend se muestran escurridizos a la hora de aclarar las cosas, refiriéndose tan sólo al legado que todos debemos a «una antigua civilización casi increíble, que se atrevió a entender el mundo tal como fue creado por medio de números, medidas y pesos». Este legado, evidentemente, tiene que ver con un pensamiento científico y una compleja información de carácter matemático que, debido a su gran antigüedad, el paso del tiempo ha borrado, tal como dicen los autores antes mencionados: “Cuando aparecieron los griegos, el polvo de los siglos ya se había posado sobre los restos de esta gran construcción arcaica que abarcaba el mundo entero. No obstante, ha sobrevivido una parte de ella en los ritos tradicionales, en unos mitos y leyendas que no comprendemos. Unos enigmáticos fragmentos de un todo que se ha perdido. Estos nos recuerdan esos «paisajes brumosos» en los que los pintores chinos son unos auténticos maestros, los cuales muestran aquí una roca, allí un tejado, más allá un árbol, para dejar el resto a la imaginación. Incluso cuando hayamos descifrado el código, cuando conozcamos las técnicas, será imposible profundizar en el pensamiento de esos remotos ancestros nuestros, envuelto en sus símbolos, puesto que las mentes creadoras que concibieron los símbolos han desaparecido para siempre“. Lo que tenemos, de momento, son dos distinguidos profesores de Historia de la Ciencia, pertenecientes a renombradas universidades de ambos lados del Atlántico, los cuales afirman haber descubierto los restos de un lenguaje científico codificado que es muchos centenares de años más antiguo que la civilización humana más antigua identificada por los expertos. Por otra parte, aunque en general se muestran cautelosos, Santillana y Von Dechend aseguran también «haber descifrado parte de ese código». Ello constituye una extraordinaria afirmación, al provenir de dos académicos de prestigio.
En Hamlet’s Mill, los profesores Santillana y Von Dechend presentan una impresionante serie de pruebas míticas para demostrar la existencia de un curioso fenómeno. Por motivos inexplicables, y en una fecha que se desconoce, parece que ciertos mitos arcaicos procedentes de todo el mundo fueron utilizados como vehículos para desarrollar unos complejos datos técnicos referentes a la precesión de los equinoccios. La importancia de esta asombrosa tesis, según ha apuntado una destacada autoridad en medidas antiguas, radica en que ha disparado lo que puede convertirse en «una revolución copernicana en los conceptos actuales del desarrollo de la cultura humana». Hamlet’s Mill fue publicado en 1969. Durante este período, sin embargo, el libro no ha gozado de una amplia difusión entre el público en general, ni ha sido bien comprendido por los expertos en el pasado remoto. Según afirma Martin Bernal, profesor de Estudios Gubernamentales en la Universidad de Cornell, se debe a que «pocos arqueólogos, egiptólogos e historiadores especializados en la Antigüedad disponen del tiempo, las ganas y la habilidad necesarios para examinar los argumentos, en extremo técnicos, de Santillana». Estos argumentos giran principalmente en torno a la transmisión recurrente de un mensaje precesional en numerosos mitos antiguos. Y, curiosamente, muchas de las imágenes y símbolos clave que aparecen en estos mitos, en concreto los que se refieren a «una perturbación de los cielos», también se hallan enraizados en las antiguas tradiciones sobre cataclismos mundiales. En la mitología escandinava, por ejemplo, el lobo Fenrir, a quien los dioses habían encadenado, logró al fin romper sus cadenas y escapar: «Cuando Fenrir se libró de las cadenas, el mundo tembló. El fresno Yggdrasil[considerado el eje de la Tierra] se estremeció desde sus raíces hasta sus ramas superiores. Las montañas se desmoronaron o partieron en dos. La Tierra empezó a perder su forma primitiva. Las estrellas vagaban errantes en el cielo». Yggdrasil, el árbol del mundo, no fue destruido y los progenitores de la futura humanidad consiguieron refugiarse dentro de su tronco hasta que brotara una nueva Tierra de las ruinas de la antigua. ¿Puede considerarse mera coincidencia el hecho de que la misma estrategia fuera adoptada por los supervivientes del diluvio universal, tal como es descrito en ciertos mitos centroamericanos? Los vínculos y las analogías en los mitos entre los temas de la precesión y una catástrofe global son muy comunes. En opinión de Santillana y Von Dechend, este mito mezcla el tema familiar de las catástrofes con un tema muy distinto, el de la precesión. Por un lado tenemos un desastre terrestre de una magnitud que deja pequeño al diluvio de Noé. Por otro nos enteramos de que se están produciendo unos temibles cambios en los cielos y las estrellas, las cuales vagan errantes por el cielo y «caen al vacío». Estas imágenes celestiales, repetidas una y otra vez con pequeñas variaciones en los mitos de diversos lugares del mundo, se inscriben en una categoría considerada en Hamlet’s Mill «no unas simples leyendas como las que se crean de forma natural».
Fuentes:
Arthur Posnansky –Tiahuanaco, la cuna del hombre americano
Graham Hancock – Las Huellas de los Dioses
Simone Waisbard – Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas
Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend – Hamlet’s Mill
Graham Hancock – El espejo del paraíso
Pauwels y J. Bergier – El retorno de los brujos
Diego de Landa – Relación de las cosas de Yucatán
Jane B. Sellers – The Death of Gods in Ancient Egypt
Allan y Sally Landsburg – En busca de antiguos misterios
https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/11/02/los-grandes-mitos-universales-demuestran-un-antiguo-conocimiento-comun/
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