En la Biblia, la abducción es claramente representada en Elías, que fue llevado a los cielos en cuerpo y alma: “Y estando allí en el Monte Santo sintió que Dios se le iba a aparecer. Y llegó un violento huracán, pero allí no iba Dios. Y sucedió un espantoso terremoto, pero ahí no estaba Dios.
Y vino un fuego devorador, y allí tampoco llegaba Dios. En seguida sintió una suave brisa, y ahí sí venía Dios. Y el Señor mandó a Elías que volviera otra vez a Israel y que consagrara a Eliseo como su sucesor, y a Jehú como nuevo rey”.
En la Biblia existen múltiples relatos de abducción. Además de la del profeta Elías (el “carro de fuego”) la del apóstol Juan quien describe en el Apocalipsis como fue “arrebatado” al cielo por una de esas naves, describe al “astronauta”, su indumentaria, su casco, sus botas y sus emblemas, al igual que la sala de comandos de la nave y la forma como se iba alejando de la Tierra hasta que ya no la vio más. Obviamente lo que él no comprendía, lo narraba de acuerdo con los conocimientos y limitaciones de su época, muchas veces alegóricamente como era usual en esos tiempos para que la gente pudiera entender los relatos.
Igualmente es arrebatado al cielo el profeta Ezequiel y transportado “con visiones divinas” de Babilonia a Jerusalén (casi 800 kilómetros). Ezequiel 10,9-11:
“Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, al quinto día del mes, que estando yo en el río Quebar, los cielos se abrieron y vi visiones de Dios. En el quinto año de la deportación del rey Joaquín, a los cinco días del mes, vino la palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi, en la Tierra de los Caldeos, junto al río Quebar; vino allí sobre él la mano de Jehová.
Y miré, y he aquí que venia del norte un viento tempestuoso (“ruaj”: torbellino), y una gran nube (“shekinah” o habitación de Dios), con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. He aquí una rueda (“Ofan”: rueda, círculo, disco) sobre la tierra junto a los seres vivientes, a los cuatro lados. El aspecto de las ruedas y su obra era semejante al color del crisólito (topacio, turquesa, berilo). Y las cuatro tenían una misma semejanza; su apariencia y su obra eran como rueda en medio de rueda. Cuando andaban, se movían hacia sus cuatro costados; no se volvían cuando andaban.
Y sus aros altos y espantosos, y llenos de ojos alrededor en las cuatro… A las ruedas, oyéndolo yo, se les gritaba: ¡Rueda! (“galgal”: rueda, torbellino, esfera, disco, círculo).. Y cuando los seres vivientes andaban, las ruedas andaban entre ellos; y cuando los seres vivientes se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban. Hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas.
Y sobre las cabezas de los seres vivientes aparecía una expansión a manera de cristal maravilloso, extendido encima sobre sus cabezas. Y debajo de la expansión las alas de ellos estaban derechas, extendiéndose la una hacia la otra; y cada una tenía dos alas que cubrían su cuerpo.”
El bíblico Enoc es llevado hacia el Cielo. Dice así su libro apócrifo: “
Una nube me llamó. Y me condujo a la morada de la tempestad. He visto las moradas de las luces y del trueno y hasta el fuego del ocaso. Y he visto los grandes ríos, y alcancé una gran oscuridad, y llegué allí donde ser alguno de carne camina; he visto las montañas de las tinieblas del invierno y he visto la desembocadura de todos los ríos y la desembocadura del abismo. He visto un lugar sobre el cual no se extendía el firmamento de los cielos.”
¿A qué se está refiriendo? ¿Acaso a los cielos polares? ¿A la gran boca dibujada por Mercator en sus mapas por la que se unen los océanos de ambas caras del planeta?.
Moisés subió al monte Sinaí, por mandato divino, donde permaneció durante cuarenta días:
“Subió, pues, Moisés al monte, y la nube cubrió el monte. La gloria de Yahvé reposó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día llamó Él a Moisés de en medio de la nube. Y parecía la gloria de Yahvé ante los ojos de los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró en la nube y subió al monte. Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches.” (Exodo 24, 15-18).
Por Veritas Boss -22 julio, 2016
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