El pasado 9 de diciembre, el periòdico The Washington Post, uno de los principales voceros de la élite política estadounidense, publicó un artículo sobre un dossier secreto de la CIA en el que afirmaba que Rusia no sólo había intervenido en las elecciones presidenciales de EEUU, sino que había ayudado a que Donald Trump fuera elegido presidente.
El informe señala que hackers rusos, apoyados por el gobierno ruso, habrían pirateado los emails de Hillary Clinton y otros altos cargos demócratas con el objetivo de producir la victoria de Trump.
Este informe surgió pocas horas después de que el presidente Barack Obama anunciara que había ordenado una “revisión completa” acerca de las alegaciones de que Rusia se había interferido en las elecciones norteamericanas. Todo ello busca, sin duda, arrojar dudas sobre el proceso electoral estadounidense y ha llevado a algunos analistas norteamericanos a preguntarse si se está preparando un auténtico golpe de estado contra Trump. De hecho, una de las funciones de la CIA es la de preparar golpes de estado y sembrar el caos, pero hasta ahora la agencia había llevado a cabo tales actividades en países extranjeros y no en EEUU.
Las alegaciones de que Rusia actuó para elegir a Trump procedieron sobre todo de la campaña de Hillary Clinton, que intentó presentar a Trump poco menos que como un “agente ruso”. La propia Clinton calificó a Trump de “títere de Putin” en el debate presidencial final. Sin embargo, la CIA no había dado un paso semejante hasta ahora y el propio FBI rechazó en su día tales alegaciones. La Casa Blanca dijo también entonces que no había indicaciones de que Rusia hubiera llegado a cabo actividades maliciosas en Internet para influir en la elección estadounidense.
El artículo del Washington Post deja ver que la CIA no dispone de ninguna prueba que respalden sus afirmaciones y sólo hace referencias a individuos que no son nombrados y que estarían cercanos al gobierno ruso y que podrían haber sido las fuentes de las filtraciones a WikiLeaks de los emails que mostraban actividades sospechosas o presuntamente delictivas de Hillary Clinton. WikiLeaks, por su parte, ha desmentido a través de su director, Julian Assange, que Rusia haya sido la fuente de tales filtraciones.
La decisión de la CIA de pronunciarse sobre tales hechos resulta tanto más chocante por cuanto que corresponde al FBI la tarea de investigar los temas internos en EEUU. Sin ninguna evidencia que probara lo contrario, el FBI declaró que Rusia no había intervenido en las elecciones en favor de ningún candidato.
La decisión de la CIA de filtrar el dossier al Post se debe, sin duda, a su irritación por la intención declarada de Trump de poner fin a algunas de sus actividades -¿incluyendo algunas de apoyo encubierto al terrorismo?-. Uno de los puntos de divergencia de la agencia con Trump es Siria, donde la CIA ha estado apoyando las actividades de subversión dirigidas a provocar un cambio de régimen -en coordinación con el régimen saudí, que tiene un largo historial de cooperación con la CIA-. Trump ha prometido poner fin al programa dirigido a proporcionar armas a los terroristas sirios y dirigir la atención hacia la lucha contra el EI. También ha prometido coordinar la lucha contra el grupo terrorista con Rusia, un anatema para la CIA.
Arabia Saudí, junto con otras monarquías del Golfo Pérsico, suministró millones de dólares a la Fundación Clinton y todos estos gobiernos contaban con la victoria de Clinton y con sus promesas de provocar una escalada en la guerra para provocar un cambio de régimen en Siria y de crear una alianza anti-iraní en la región. Y todo ello para ayudar a Arabia Saudí, uno de los regímenes más despóticos y brutales del planeta, a ganar una hegemonía regional junto con Israel.
Algunos analistas creen que las acusaciones contra Trump buscan también influir en su política, ya que cualquier acercamiento a Rusia o cooperación con ese país que el nuevo presidente promueva será achacada por los círculos políticos y mediáticos hostiles al falso apoyo ruso a su candidatura presencial. Se trataría, pues, de un acto de puro chantaje político. El antiguo director adjunto de la CIA, Mike Morell, que pidió recientemente el asesinato de los rusos e iraníes presentes en Siria, acusó a Trump de ser un “agente inconsciente de los rusos” y de “no ser un patriota” por el hecho de que quiera cooperar con Rusia y no demonizarla.
Sin embargo, el hecho de que el Partido Demócrata, la rama belicista del Partido Republicano y los medios corporativos –y también algunos “progresistas”- hayan repetido de forma acrítica estas alegaciones de la CIA apunta a un objetivo más siniestro: el de presionar a los miembros del Colegio Electoral para que elijan a Clinton en lugar de a Trump pese al hecho de que la mayoría de ellos fueron elegidos precisamente para votar por este último. Un hecho tal supondría una falsificación de las elecciones y un golpe de estado abierto en EEUU.
El ex analista de la CIA, Bob Baer, ha estado abogando por “unas nuevas elecciones” y John Dean, ex consejero de la Casa Blanca durante la época de Richard Nixon, ha pedido que “un informe de inteligencia sobre el papel de Rusia en las elecciones sea enviado a los 538 miembros del Colegio Electoral antes de que ellos se reúnan el 19 de Diciembre para elegir formalmente al nuevo presidente.
Reacción de Trump
La reacción del equipo de transición de Trump fue rápida. En una declaración el mismo día que apareció el artículo en el Post, el equipo señaló que “la misma gente que había afirmado que Iraq tenía armas de destrucción masiva” eran los que difundían tales infundios sobre la “injerencia rusa” en la campaña electoral norteamericana.
“Ellos son la misma gente que dijo que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Las elecciones terminaron hace un tiempo con una de las mayores victorias en el Colegio Electoral de la historia. Ahora es tiempo de moverse hacia delante y “hacer América grande de nuevo”, dijo la declaración.
Poco antes de la invasión nortamericana de Iraq, varias agencias de inteligencia de EEUU y el grupo de los neocon sionistas que dominaron la Administración de George W. Bush afirmaron que Iraq tenía armas de destrucción masiva. El propio presidente Bush afirmó en su libro autobiográfico que “mientras que el mundo está indudablemente más seguro sin Saddam, la realidad es que envié a tropas norteamericanas al combate en base a unos datos de inteligencia que resultó ser falsos”.
Yusuf Fernández
Hace 1 día 12 diciembre, 2016
http://spanish.almanar.com.lb/36650
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