sábado, 1 de septiembre de 2018

¿Quién fue este misterioso personaje llamado Apolonio de Tiana? (y II)

Las asociaciones religiosas, hermandades y clubs fueron de toda clase y condición, como tenemos en nuestros días con las sociedades masónicas, filantrópicas y otras por el estilo.

Estas asociaciones religiosas no fueron privadas en el sentido de que no las mantuviese el Estado, sino en el de que la mayor parte de ellas eran secretas, y por esta razón es tan difícil investigarlas. Entre ellas abundaban las de un carácter más elevado, como las de los misterios frigios, báquicos, de Isis y de Mitra, que se extendieron por las distintas áreas del Imperio Romano.

Se califica como religión mistérica o religión de misterio a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la experiencia. Presenta entonces ciertos misterios que no se plantea explicitar, toda vez que los detalles doctrinales han de conocerse a través de la experiencia iniciática ritual y no mediante la palabra.

Más que una religión es un modo de vivir una religión, existiendo a lo largo de la historia de las religiones muchas que pueden encajar en este tipo. El secretismo y exclusivismo de algunas de estas religiones mistéricas conlleva una serie de ritos iniciáticos, y frecuentemente un periodo de preparación y de pruebas, antes de aceptar a un nuevo adepto en la comunidad. Estas ceremonias recibían el nombre de misterios. Sus orígenes parecen remontarse hasta el neolítico. Y en cuanto a la procedencia, tampoco es seguro que sea oriental.

 Se ha afirmado que las religiones mistéricas parecen surgir en la Antigüedad egipcia, en relación con los dioses Isis, Serapis y Anubis. También se observa su existencia en religiones frigias, como el mitraísmo, así como en el culto a Atis y Cibeles. Los misterios egipcios parecen ser los más antiguos, y los de Isis y Osiris llevados a Roma bajo este nombre, dieron sin duda nacimiento a las tres grandes iniciaciones llamadas misterios órficos, misterios eleusinos y misterios samotrácios.

Se observa en la cultura helenística de la Antigua Grecia, siendo ya evidente su existencia antes del 600 a. C. en los cultos mistéricos de Eleusis y en los de Dionisos y las bacantes. En Grecia comenzaron a tener muchos seguidores las religiones mistéricas del Oriente Próximo, como los dioses frigios (Cibeles, Atis, Sabacio, Mitra) o los egipcios (Anubis).





 Sin embargo, algunos expertos puntualizan que el culto a estas divinidades no muestra características mistéricas en sus lugares de origen, sino que parece adquirir estas características al llegar a Grecia. Algunos autores opinan que el éxito y la expansión de las religiones mistéricas se debían a que la mitología grecorromana clásica no implicaba al individuo en sus creencias, mientras que las religiones mistéricas acogían al creyente, proporcionándole protección y promesa de felicidad.

Las religiones mistéricas se extendieron desde Grecia hacia la totalidad del Imperio romano, a pesar de los esfuerzos de varios emperadores por evitarlo, entre los que destacó Augusto. Poco después, con Tiberio, el protagonismo de las religiones mistéricas era una realidad inevitable.

Durante la época imperial romana ocurrió un fenómeno de sincretismo religioso entre los cultos latinos y los de divinidades procedentes de África y Oriente. En Roma, por ejemplo, los misterios eleusinos, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia, fueron introducidos bajo el nombre de misterios de Ceres, tomando otros nombres particulares según los lugares en que se celebraban.

Asimismo prosperaron los cultos de Hermes Trismegisto y de Asclepio, con antecedentes egipcios aunque helenizados. Los misterios eleusinos, aunque estuvieron bajo la égida del Estado romano, como culto del Estado fue muy superficial. Estos grandes tipos de misterios religiosos tuvieron grandes y varias diferencias entre sí.

Sabemos, por ejemplo, que se consideraba que el ciudadano de Atenas debía iniciarse en las eleusinas, y por eso la prueba no podía ser muy dura. El Dr. K. H. E. de Jong, en su obra De Apuleio Isacorum Mysteriorum Teste, muestra que una de las formas de iniciación del candidato era por medio del sueño, lo que indica algún tipo de telepatía.

Lo elevado de estas instituciones misteriosas despertó el entusiasmo de la gente más ilustrada de la antigüedad, por lo que fueron elogiadas por los grandes pensadores y escritores de Grecia y Roma. Por ello, podemos pensar que el iniciado hallaba en ellas la satisfacción que necesitaba para sus necesidades religiosas. Pero los cultos oficiales fueron completamente incapaces de proporcionar tal satisfacción y fueron tolerados tan sólo como un medio de preservar y mantener la vida tradicional de la ciudad y del Estado.

Los ciudadanos más virtuosos de Grecia eran miembros de las escuelas pitagóricas, tanto hombres como mujeres. Después de la muerte de su fundador, los pitagóricos, parece que gradualmente se mezclaron con las corrientes órficas, y la “vida órfica” fue el término escogido para designar la vida de pureza y de renuncia. El orfismo es una corriente religiosa de la antigua Grecia, relacionada con Orfeo, maestro de los encantamientos.

Al poseer elementos propios de los cultos mistéricos, se le suele denominar también como misterios órficos. El movimiento órfico supone un enfrentamiento a las tradiciones religiosas de la ciudad griega y, en definitiva, una nueva concepción del ser humano y su destino. Bajo el nombre del mítico Orfeo, cantor y trágico viajero del Más Allá, surgen una serie de textos que predican y atestiguan esa nueva religiosidad, una doctrina de salvación para el hombre, su alma y su destino tras la muerte.

El orfismo se movía exclusivamente en un plano religioso. Cuestionaba la religión oficial de las ciudades peninsulares helénicas, tanto el pensamiento teológico como las prácticas y comportamientos. El orfismo era, fundamentalmente, una religión de textos, con las correspondientes cosmogonías, teogonías e interpretaciones.

En lo esencial, toda esta literatura parece elaborada contra la teología dominante de los griegos, es decir, la de Hesíodo y su Teogonía (“Origen de los dioses”), que es una obra poética que contiene una de las más antiguas versiones del origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega. Es una de las obras claves de la épica grecolatina, que suele datarse en el siglo VIII a. C.

Al ser el orfismo una doctrina inseparable de un género de vida, la ruptura con el pensamiento oficial entraña diferencias no menos grandes en las prácticas y en los comportamientos. Aquel que optaba por vivir a la manera órfica, se presentaba, en primer lugar, como un individuo y como un marginado. Se trataba de un hombre errante, que va de ciudad en ciudad, proponiendo a los particulares sus recetas de salvación, paseándose por el mundo como los demiurgos del pasado.

Eran miembros de una religión al margen de la política y de los textos sagrados, y al mismo tiempo practicantes de sus ritos mistéricos y de un peculiar ascetismo, con preceptos estrictos como el no comer carne ni derramar sangre animal o vestir tejidos de lino.

Los órficos dejaron una larga huella en varios textos, pero también en algunos filósofos. También se sabe que los órficos, como los pitagóricos, se empeñaron activamente en la reforma de los ritos báquicos-eleusinos. Parece que buscaban la pureza del culto báquico mediante la restauración de los misterios báquicos.

Su influencia se extendió y propagó también en general por los centros de los ritos báquicos. Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras del dios Baco, conocido también como Dionisos o Bromio. A veces se las confunde con las ménades, que eran las ninfas que le servían. El culto al dios Baco, aunque en nuestros días esté simplemente asociado a la embriaguez, en la Antigua Grecia fue muy importante e incluso influyó mucho en el pensamiento filosófico de los griegos. Originalmente, Baco era un dios tracio que fue aglutinando diferentes ritos.

El descubrimiento de la cerveza y posteriormente del vino fue asociado a un dios presa de la «locura divina». Posteriormente, la unión de Baco con el dios Pan le dio un giro feminista debido a los ritos de fertilidad del culto de este último, representado por las bacantes, o adoradoras del dios Baco, que eran quienes llevaban a cabo estos ritos, los misterios báquicos, ceremonias secretas en su mayoría prohibidas a los varones.

En Roma las bacanales u orgías se abrieron a todo el mundo, degenerando de tal forma que el Senado las prohibió. El conocimiento del culto ha llegado hasta nuestros días de la mano de Eurípides y su obra Las Bacantes.

Eurípides pone las siguientes palabras en los labios de un coro de iniciados báquicos: “Vestido de blanco vengo desde el origen de los mortales, y nunca acerco el vaso de muerte, pues no tiene que alimentarse el que habita en el alma”.

Estas mismas palabras las podríamos poner en los labios de un brahmán o de un asceta budista, que ansía escapar de los lazos de Samsâra, ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación, o renacimiento en el budismo, que podemos ver en las tradiciones filosóficas de la India; hinduismo, budismo, jainismo, bön y sijismo, así como también en otras tradiciones como el gnosticismo, los Rosacruces y otras religiones filosóficas antiguas.

Así, tales hombres no pueden clasificarse entre los típicos acompañantes de Baco. Puede decirse quizá, que Eurípides, los pitagóricos y los órficos, no dicen nada respecto del primer siglo de nuestra era; pues todo lo bueno que hubo en tales escuelas y comunidades había cesado hacía ya mucho tiempo. Filón de Alejandría, también llamado Filón el Judío (15 a. C. – 45 d. C.), fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico.

Escribiendo cerca del año 25 d.C., nos cuenta que en sus días numerosos grupos de hombres, a quienes sólo guiaba una vida religiosa, abandonaron sus bienes apartándose del mundo, y se aplicaron por completo a adquirir la sabiduría y el cultivo de la virtud, para lo que se retiraron a la soledad. En su tratado Sobre la vida contemplativa escribe:

“Estas clases naturales de hombres se hallan en muchas partes del mundo habitado, ya en Grecia, ya fuera de ella, consagradas al bien perfecto. En Egipto los hay en cada provincia o nomo, como ellos dicen, y especialmente en los alrededores de Alejandría”. Podemos deducir que si hubo tantas personas consagradas a la vida religiosa en ese tiempo, aquel primer siglo no fue uno de los más depravados.

Pero no todas estas comunidades tuvieron un mismo origen, ni todas fueron herederas de los terapeutas o de los esenios. Los terapeutas (curar o servir) fue un grupo judío en la diáspora, similar a los esenios. El nombre proviene de las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma y cuyo ejemplo podía servir para curar a los demás.





Filón de Alejandría es el primero en hablar de ellos en su obra Sobre la vida contemplativa. Los primeros cristianos les confundieron como los primeros monjes cristianos y la historiografía actual opina que eran una secta judía.

 Los esenios eran los miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a.C. tras la Revuelta Macabea, una rebelión judía, que tuvo lugar de 167 a 160 a. C., dirigido por los Macabeos, movimiento judío de liberación, contra el Imperio seléucida y la influencia helenística en la vida judía.

La existencia de los esenios hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, un partido religioso judío durante la época de la dominación seléucida (197 a 142 a. C.), que era un imperio helenístico, es decir, un estado sucesor del Imperio de Alejandro Magno.

Estudiando los distintos herederos de las doctrinas de las escuelas clasificadas como gnósticas y analizando los tratados de las escuelas herméticas, podemos deducir que en la primera centuria la confrontación entre la vida religiosa y la filosófica fue grande y variada. Pero no puede afirmarse que el origen de las comunidades terapeutas de Filón o de las esenias de Filón y Josefo mostrasen una influencia órfica o pitagórica.

Cuando estudiamos la imperfecta, pero importante, historia de las numerosas escuelas y fraternidades que se hallan en íntimo contacto con el cristianismo en sus orígenes, no podemos por menos de creer que ellas fueron el origen de una intensa vida religiosa en muchas partes del Imperio romano.

La gran dificultad está en que las creencias de esas comunidades, hermandades y asociaciones se han destruido o perdido. Por ello solo tenemos indicaciones de carácter muy superficial. En medio de todo esto se movió Apolonio. Pero su biógrafo Filostrato casi no ha reparado en este hecho, ya que hizo una descripción retórica de la gran vida del filósofo, pero sin creer en su vida religiosa.

Por ello en la Vida de Apolonio sólo se arroja indirectamente alguna luz sobre esas interesantes comunidades. Si fuera posible penetrar en el alma de Apolonio, y ver con sus propios ojos lo que él vio hace unos diecinueve siglos, podrían registrarse hechos importantes de la historia.

Apolonio no sólo atravesó todas las regiones por donde la nueva fe iba arraigando, sino que vivió algunos años en muchas de ellas y estuvo en contacto con muchísimas comunidades místicas de Egipto, Arabia y Siria. Seguramente visitó alguna de las primeras comunidades cristianas, y hasta incluso pudo haber hablado con alguno de los discípulos de Jesús.

Seguramente pudo encontrarse con Pablo, ya que tuvo que dejar Roma el año 66 a consecuencia del edicto de destierro contra los filósofo. Y este fue precisamente el mismo año en que Pablo fue decapitado.

Apolonio fue, además, un admirador entusiasta de la sabiduría de la India. Por ello podemos preguntarnos qué influencias, si las hubo, ejercieron el brahmanismo y el Budismo en el pensamiento de Occidente durante los primeros años de nuestra era. Algunos atribuyen precisamente a la constitución de los esenios y terapeutas una influencia pitagórica, mientras que otros basan su origen en la propaganda budista.

Y no sólo se refieren a esta influencia en los dogmas y en las prácticas de los esenios, sino que también refieren la enseñanza general de Jesús a una fuente budista establecida en el monoteísmo judaico. Algunos investigadores afirman que dos siglos antes del contacto directo de Grecia con la India, realizado a través de las conquistas de Alejandro Magno, la India misma, por medio de Pitágoras, influyó sobre el pensamiento subsiguiente de los griegos.

Está plenamente confirmado por los antiguos escritores griegos que Pitágoras estuvo en la India. Pero como semejante afirmación está hecha por los escritores neopitagóricos y neoplatónicos, posteriores al siglo de Apolonio, se ha objetado que los viajes que consigna Apolonio se indican sólo en las biografías de Pitágoras posteriores a la Vida de Pitágoras de Apolonio, que es el origen de esta información. Sin embargo, la semejanza entre la disciplina y el dogma pitagórico y el pensamiento y el dogma indoario, impiden rechazar la posibilidad de que Pitágoras visitase la antigua Aryâvarta, en sánscrito “la tierra de los Aryas“, o sea la India.

Éste era el antiguo nombre de la India del Norte, en donde se establecieron primeramente los invasores brahmánicos, desde el río Oxo, actualmente río Amu-Daria, según dicen los orientalistas. No obstante sería erróneo dar este nombre a toda la India, puesto que Manú denomina “tierra de los Arios” sólo a la “región comprendida entre las cadenas de montañas del Himalaya y Vindhya“, del mar oriental al occidental..

Pero si no puede demostrase la posibilidad de un contacto personal directo de Pitágoras, sí se sabe que Ferécides, el maestro de Pitágoras, pudo muy bien estar familiarizado con algunas de las muchas ideas de la doctrina védica. Ferécides, muy probablemente persa, enseñó en Efeso y es creíble que fuera un docto asiático, ya que enseñó una filosofía mística y basó su doctrina sobre la idea de la reencarnación, lo que indica un indirecto, si no directo, conocimiento del pensamiento Indo-ario.

En esta época Persia debió hallarse en un intenso contacto con la India, pues alrededor de la fecha de la muerte de Pitágoras, durante el reinado de Darío I el Grande, tercer rey de la dinastía aqueménida de Persia desde el año 521 al 486 a. C., e hijo de Histaspes, gobernador de Partia bajo los reyes persas Ciro II y Cambises II, tenemos noticia de la expedición para explorar el río Indo. Darío continuó la política de Ciro que autorizaba la libertad de culto siempre que se aceptase a Ahura-Mazda como máxima divinidad.

Menciones positivas a esta práctica aparecen en el Libro de Esdras del Antiguo Testamento, en el que se menciona el supuesto apoyo a la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Sin embargo, aparecen dudas a esta presentación, pues Jenofonte ya menciona esta política primeramente en la Ciropedia en el 362 a. C.

 La obra no representa ningún documento histórico. Faltan inscripciones del propio Darío sobre el apoyo a la reconstrucción. Darío promovió el Zoroastrismo, pero el cuándo permanece confuso, al igual que los cultos persas de este tiempo.

El dios supremo era Ahura Mazda, que no admitía ningún otro junto a él. Se supone que Darío heredó de su padre esta religión. El apoyo al Zoroastrismo se implantó cuidadosamente. Los magos seguían siendo la clase sacerdotal superior, y por orden del gran rey se ofrecían sacrificios a los dioses. Solo en las inscripciones reales se encuentra a Ahura-Mazda como único dios.

Tras consolidar el dominio intrafronterizo, fue el momento de adelantarse a posibles amenazas desde la frontera oriental. Por lo que el área de los satagidas, una satrapía del antiguo imperio aqueménida, que corresponde a la zona de montañas entre Irán y Pakistán, se anexionó definitivamente al imperio persa, cuyas tropas avanzaron hasta el valle del Indo, que pudo asimismo ser completamente avasallado.

Especialmente valiosa para esta campaña de conquista demostró ser la región Gandhara, reconocida como la tribu india más valiente y bajo dominio persa desde hacía mucho tiempo. El valle del Indo no era solo políticamente interesante. En sus fértiles llanuras había muchas ciudades ricas y del río mismo se obtenía polvo áureo.

Más lejos podía entonces establecerse comercio ilimitado con el interior subcontinental indio. Una impresión del interés comercial lo demostró el viaje de Escílax de Carianda, quien unos doscientos años antes había navegado la costa del golfo Pérsico desde Nearchos, para demostrar su utilidad para el comercio marítimo. Más tarde navegó también la península arábiga hasta Egipto.

El historiador y geógrafo griego Heródoto, que vivió entre el 484 y el 425 a. C., afirma que en la región del Penjab se formó la vigésima satrapia de la monarquía persa en la India. Tropas indias combatieron también en los ejércitos de Jerjes, invadiendo la Tesalia y combatiendo en la batalla de Platea, la última batalla terrestre de la Segunda Guerra Médica, que consistió en una invasión persa de la Antigua Grecia, que duró dos años.

Mediante este invasión, el rey aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. Desde el tiempo de Alejandro Magno en adelante, hubo un constante y directo contacto entre Aryâvarta, la India aria, y los reinos de los sucesores del conquistador del mundo.

Algunos escritores griegos escribieron acerca de este país del misterio, pero en todo lo que ha llegado hasta nosotros no hay más que una vaga indicación del pensamiento de los filósofos de la India. Pero el que los brahmanes permitiesen en aquel tiempo que sus libros sagrados fuesen leídos por los jonios, el nombre genérico dado a los griegos por los indos, es contrario a todo lo que sabemos de su historia.

 La actividad religiosa dominante en aquel tiempo en la India era el Budismo, y es en esta protesta contra las rígidas distinciones de casta establecidas por el orgullo brahmánico, en donde debemos considerar el directo contacto de pensamiento entre la India y Grecia. Aśoka (304 – 232 a. C.) fue el tercer emperador mauria.

Era hijo del rey Bindusara y nieto de Chandragupta. Aśoka reinó sobre la mayor parte del subcontinente indio, desde el actual Afganistán hasta Bengala, y también hacia el sur, hasta la actual Mysore. Alrededor de 260 a. C., Asoka emprendió una destructiva guerra contra el estado de Kalinga, y lo conquistó, cosa que no había logrado ninguno de sus antecesores. Después de presenciar las matanzas de la guerra, Asoka se convirtió gradualmente al budismo.

Luego envió misioneros a Antíoco II de Siria, a Ptolomeo II de Egipto, a Antígono Gonatas de Macedonia, a Magas de Cirene y a Alejandro II de Epiro. Pero es extraordinario que no tengamos un testimonio directo de esa gran actividad misionera. A pesar de la carencia absoluta de toda información directa sobre las fuentes griegas, parece que no tuvieron gran relevancia pública la actuación de esos misioneros en Occidente.

Pero la respuesta a esta cuestión está escondida en la obscuridad de las comunidades religiosas. No obstante, no podemos asegurar que las comunidades ascéticas de Siria y Egipto se fundaran por esos misioneros del Budismo.

Antes, ya en la misma Grecia, hubo comunidades, no sólo pitagóricas, sino que las hubo órficas, y sobre esta base se cree que Pitágoras desenvolvió las comunidades suyas, en base a las existentes o estableciendo algunas completamente nuevas.

Y si existieron en Grecia, es aún más razonable suponer que tales comunidades ya existían en Siria, Arabia y Egipto, puesto que estas regiones eran más dadas a los ejercicios religiosos que los helenos. Con todo, es creíble que en tales comunidades, si hubo alguna misión budista, hallarían una favorable acogida. Pero es evidente que no dejaron una huella directa de su influencia.





Sin embargo, por el mar y por las rutas de las grandes caravanas pudieron establecerse líneas de comunicación entre la India y el Imperio de los sucesores de Alejandro Magno. Si hubiésemos podido hojear un catálogo de la lamentablemente destruida gran biblioteca de Alejandría quizás hubiéramos hallado manuscritos indos entre los rollos y pergaminos de la biblioteca.

Hay, en verdad, frases en los más antiguos tratados de literatura hermética (de Hermes Trismegisto), que presentan semejanzas con frases de los Upanishads y del Bhagavad Gita, lo que lleva a creer que sus autores estaban familiarizados con el contenido de estas dos obras brahmánicas. La literatura hermética tuvo su génesis en Egipto, y principalmente debe fijarse en el siglo I de nuestra era, la época de Apolonio.

Es aún más sorprendente la semejanza entre la metafísica mística del doctor gnóstico Basílides, que vivió al fin del primer siglo y comienzo del segundo de nuestra era, y las ideas del Vedanta hindú. Basílides fue uno de los más célebres gnósticos.

Vivió por los años 120-140 en Alejandría. Sus teorías se conocen por san Ireneo, en su obra Contra las herejías, y San Hipólito. Según Ireneo de Lyon, Basílides enseñaba que del Dios supremo habían surgido 365 cielos, uno de los cuales, el nuestro, encierra un mundo sublunar y está gobernado por un demiurgo subalterno, el Yahvé de los judíos. Según Hipólito de Roma, Basílides hace derivar toda la existencia de una divinidad suprema inconcebible, de la que se engendran, en sucesivos despliegues, numerosos estratos, el último de los cuales es nuestro mundo, gobernado por el dios de los judíos.

Concibe una redención totalmente intelectual, consistente en la súbita revelación (gnosis) de la existencia de Dios, a quien desconocemos por el orgullo inconsciente. Esto había de traer consigo una gran ignorancia, que cubriría al universo y a cada ser humano, y no permitiría conocer otros mundos superiores a este, y solo quedarían los deseos de elevarse por encima de tal condición.

Habría afirmado además que en realidad no fue Jesús de Nazaret quien sufrió la muerte en la cruz, sino más bien Simón de Cirene, por un error de sus ejecutores. La moral de Basílides era austera y aconsejaba abstenerse del matrimonio. Basílides tuvo numerosos discípulos, tanto en Egipto como en la Europa meridional. Se distinguió por el uso de expresiones misteriosas y amuletos, como Abraxas. La secta desapareció aparentemente en el siglo IV.

El Vedanta es una escuela de filosofía dentro del hinduismo. Representa un resumen de las enseñanzas esotéricas que se pueden extraer de las leyendas de los Araniakas (escrituras ‘del bosque’), y de las Upanishads, escrituras compuestas aproximadamente desde el siglo VI a. C.

Sin embargo, ambas escuelas, la hermética y la basílidea, así como sus inmediatas predecesoras, estuvieron consagradas a una severa autodisciplina y a un profundo estudio filosófico, que debió hacerlas acoger favorablemente el estudio filosófico que venía de Oriente.

Pero no podemos establecer un contacto directo, a pesar de la semejanza de ideas. Vemos, por ejemplo, que hay muchísima semejanza entre las enseñanzas del dharma de la India y el Evangelio de Jesús, y que el mismo espíritu de amor anima a uno y otro.

En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo.

A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda que gira sobre sí misma. Este símbolo es el que se encuentra en la bandera de la India. A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento.

Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. En la epopeya india del Majábharata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) también aparece la figura de Dharma como un dios, que encarna como un hombre, Iudistira, que es un emperador del Majabhárata.

Cuando se retiró, por causa de edad, vivió en las ciudades indias para hacer meditación y encontrar el camino de la superación del ciclo de las reencarnaciones, algo que era habitual antiguamente. No murió, pues fue llevado en cuerpo y alma al Cielo de Indra, el jefe de todos los dioses, donde todavía seguiría viviendo.

En el budismo, dharma significa ‘ley cósmica y orden’, aunque también se aplica a las enseñanzas de Buda. En la doctrina budista, el dharma es también el término usado para ‘fenómenos’. Dentro del budismo la noción del dharma, entendido como doctrina, se dividió para su mejor comprensión en las llamadas Tipitaka.

Aunque se pudiera probar, por los relatos históricos, alguna influencia directa del pensamiento indo sobre las concepciones y dogmas de algunas comunidades religiosas y escuelas filosóficas del Imperio grecorromano, no es necesario referirlo a una transmisión directa.

No obstante, existe la posibilidad de que antes de los días de Apolonio hubiese en Grecia alguna noción general de las ideas del vedanta y el dharma. En el caso del propio Apolonio, la idea de que trajo alguna ciencia de la India parece haber estado muy extendida entre las comunidades e instituciones religiosas del Imperio romano.

Pero cuando observamos, al final del primer siglo y durante la primera mitad del segundo, como entre las escuelas herméticas y gnósticas hay ideas que nos recuerdan la teosofía de los Upanishads o los preceptos éticos de los Suttas, discursos o sutras que Buda Gautama y algunos de sus discípulos habían pronunciado, entonces debemos considerar no solo que Apolonio visitase tales escuelas, sino la posibilidad de sus predicaciones sobre la sabiduría inda.

 La memoria de su influencia se extendió en tales círculos, de tal manera que vemos que Plotino, predicador del neoplatonismo, estaba entusiasmado por lo que había oído sobre la sabiduría inda en Alejandría. Por ello en el año 242 se alista en la fracasada expedición del emperador romano Gordiano III a Oriente, con la esperanza de llegar al país de la filosofía.

Pero dicha esperanza se vio frustrada, pues tuvo que regresar por el fracaso de la expedición y el asesinato del emperador. De todas maneras, no hay que pensar que Apolonio se propusiera propagar la filosofía inda de la misma manera con que los misioneros predican el Evangelio.

Por el contrario, Apolonio parece haberse esforzado en ayudar a sus oyentes, cualesquiera que fuesen, a seguir el camino escogido por ellos mismos. No les decía que lo que creían era falso y perjudicial para el alma, y que su eterna bienaventuranza la conquistarían cuando adoptases su propio esquema de salvación. Se esforzaba en purificar y explicar aquello que practicaban.

Puede que algún etéreo poder le auxiliara en su incesante actividad, por lo que no solo Pablo, sino también Apolonio podrían haber sido ayudados espiritualmente en sus trabajos. Es, pues, en esta atmósfera de tolerancia, en la que debemos considerar a Apolonio y sus hechos.

Apolonio de Tiana fue el filósofo más famoso del mundo grecorromano de la primera centuria y consagró la mayor parte de su larga existencia a la purificación de muchos cultos del Imperio romano y a la instrucción de los ministros y sacerdotes de esas religiones. Con excepción de Jesús, ningún otro personaje más interesante aparece en la historia de Occidente en esa época.

Muchas y muy varias opiniones, con frecuencia contradictorias, se han sostenido acerca de Apolonio, habiendo llegado hasta nosotros el relato de su vida, más como una leyenda que como una verdadera historia. Quizá ha contribuido a esto que Apolonio, además de su enseñanza pública, tuviera una vida en la que no penetraron ni aún sus discípulos más predilectos.

Viajó por los más distantes países y luego desapareció. Penetró en lo más íntimo de los templos sagrados y en los círculos secretos de las distintas comunidades, de las que decía que encerraban un misterio o se servían de él para urdir alguna historia fantástica para los ignorantes. Hallamos referencias sobre Apolonio en los escritores clásicos y en los Padres de la Iglesia.

Así, Luciano, escritor de la primera mitad del siglo segundo, tiene como protagonista de una de sus sátiras al pupilo de un discípulo de Apolonio. Y Apuleyo, un contemporáneo de Luciano, clasifica a Apolonio al mismo nivel que Moisés y Zoroastro entre los más famosos magos de la antigüedad. Hay una obra titulada Chœstiones et responsiones ad Orthodoxos, atribuida a Justino Mártir, que vivió en el siglo segundo y que fue uno de los primeros apologistas cristianos.

En esta obra hallamos el siguiente extraño párrafo: “¿Si Dios es el hacedor y autor de la creación, cómo los objetos consagrados de Apolonio tienen poder en los varios órdenes de la creación?. Pues vemos que detienen el furor de las olas, el poder de los vientos, la invasión de las sabandijas y los ataques de las fieras”. Dion Casio, en su obra Historia romana, afirma que el emperador romano Caracalla honró la memoria de Apolonio con un monumento.

Fue en esta época, el año 216, en la que Filostrato compuso la Vida de Apolonio, a petición de la siria Julia Domna, madre del emperador Caracalla. el escritor romano Elio Lampridio, durante la mitad del siglo tercero, en su obra Vida de Alejandro Severo, nos informa que Alejandro Severo colocó la estatua de Apolonio en un pequeño altar sagrado de su vivienda, juntamente con las de Cristo, Abraham y Orfeo.

El historiador romano Flavio Vopisco, que escribió en la última década del tercer siglo, nos cuenta que el emperador Aureliano (270 – 275) consagró un templo a Apolonio, quien supuestamente se le apareció en sueños cuando sitió la ciudad de Tiana. El mismo autor, en su obra Vida de Aureliano, habla de Apolonio como de un “sabio del más inmenso renombre y autoridad, un antiguo filósofo y un verdadero amigo de los dioses”.

 Y añade: “¿Pues quién, entre los hombres fue más santo, más digno de reverencia, más venerable y más divino que él?”. Él fue el que dio vida a los muertos; el que hacía y decía muchas cosas sobrehumanas”. Y Vopisco se entusiasmó tanto con Apolonio, que prometió un resumen de su vida en latín, para que sus hechos y sus obras pudiesen ser leídas por las gentes que no supiesen griego. Pero, sin embargo, Vopisco no llegó a realizar su promesa,

Por esta misma época Sotérico, poeta épico egipcio que escribió algunas historias poéticas en griego y que vivió en la última década del siglo III, y Nicómaco de Gerasa, filósofo y matemático neopitagórico, escribieron biografías de Apolonio. Posteriormente, el escritor romano Tascio Victoriano escribió otra biografía basada en las notas de Nicomaco. Ninguna de estas biografías, sin embargo, ha llegado hasta nosotros.

También en los últimos años del siglo tercero y primeros del cuarto, es cuando los filósofos neoplatónicos griegos Porfirio y Jámblico componen sus tratados sobre la vida de Pitágoras y su escuela. Ambos mencionan a Apolonio como una de sus autoridades, y las treinta primeras secciones de Jámblico se refieran a Apolonio. Hierocles, filósofo además de gobernador de Palmira, Bitinia y Alejandría, hacia el año 305 escribió una crítica sobre las pretensiones de los cristianos en dos libros titulados La verdad sobre los cristianos y El amigo de la verdad.

El autor parece haberse basado en gran parte en obras anteriores de Porfirio, pero oponiendo las obras milagrosas de Apolonio a la pretensión de los cristianos de obrar milagros como una prueba de la divinidad de Jesús. Hierocles utilizó en su tratado la Vida de Apolonio de Filostrato. Al pertinente criticismo de Hierocles respondió inmediatamente Eusebio de Cesárea, considerado padre de la historia de la Iglesia, ya que sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo, con un tratado que aún se conserva, titulado Contra Hierocles.

Eusebio admite que Apolonio fue un hombre sabio y virtuoso, pero niega en cambio que haya pruebas suficientes para atribuirle los hechos milagrosos que se cuentan de él, y plantea que en dichos milagros, si los hubo, tomó parte el demonio. El tratado de Eusebio examina atentamente los relatos de Filostrato con espíritu crítico. Pero Eusebio ponía en duda lo que era extraño a su comprensión, y consideraba como blasfematorio criticar los supuestos milagros de Jesús.





La vida de Apolonio se consideró como un plagio pagano de la vida de Jesús. Pero no hay una sola palabra en la obra de Filostrato que indique que estuviera familiarizado con la vida de Jesús. Filostrato escribió la historia de un hombre excelente y sabio, que hacía maravillas.

Firmiano Lactancio, escritor latino y apologista cristiano, que escribió cerca de 315 de nuestra era, atacó también al tratado de Hierocles. Lactancio dice que Hierocles enumera muchas enseñanzas secretas del cristianismo, y que algunas veces señala como si hubiera existido en tiempos pasados una instrucción parecida.

Pero es inútil, dice Lactancio en su obra Divinæ Instituciones, que Hierocles se empeñase en presentar a Apolonio haciendo hechos tan grandes como los de Jesús, pues los cristianos no creen que Cristo es Dios porque haya hecho maravillas, sino porque concurren en él todas las circunstancias anunciadas por los profetas.

Arnobio de Sicca, retórico pagano y, tras una tardía conversión, polemista cristiano del siglo IV, fue maestro de Lactancio. Sin embargo, en su obra Adversus Nationes clasificaba a Apolonio entre los magos, tales como Zoroastro y otros. Curiosamente los Padres de la Iglesia, sin embargo, omiten a Moisés de entre la lista de magos.

Pero después de esta controversia se verificó un cambio de opinión entre los Padres de la Iglesia, pues aunque a fines del siglo cuarto Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente, en su obra Adversus Judœs llama a Apolonio impostor y malhechor, y declara que todos los incidentes de su vida son una farsa incalificable. Jerónimo de Estridón, por lo contrario, después de leer a Filostrato, escribe que en Apolonio hallará cualquiera algunas cosas que aprender, y que le parece que debió de ser un buen hombre.

Al comienzo del siglo quinto, esforzándose en ridiculizar la comparación entre Apolonio y Jesús, Agustín de Hipona, santo, padre y doctor de la Iglesia católica, dice que el carácter de Apolonio fue “muy superior” al atribuido al dios Júpiter en cuanto a virtud. Antes, en su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes.

Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.

Cerca de la misma fecha hallamos también a Isidoro de Pelusio, discípulo de Juan Crisóstomo, negaba que hubiera algo de verdad en la suposición de que Apolonio de Tiana “se consagrara en muchas partes del mundo a la salvación de sus habitantes”. El argumento de los Padres de la Iglesia, de que Apolonio usara de la magia para conseguir sus resultados, no puede aceptarse como válido por la crítica imparcial, cuando en la ignorancia cristiana se pudo curar milagrosamente por una simple palabra.

No hay pruebas para sostener que Apolonio emplease tales medios para sus maravillas; al contrario, tanto Apolonio como su biógrafo Filostrato, rechazaban la imputación de mágico. Algunos años más tarde, Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand, en Francia, escribió en los más elevados términos sobre Apolonio.

Sidonio tradujo al latín la vida de Apolonio para León, el consejero del rey Eurico, y escribiendo a su amigo decía: “Leed la vida de un hombre que se os parece en muchas cosas; un hombre solicitado por los ricos, pero no por las riquezas; que amaba la sabiduría y despreciaba el oro; un hombre frugal en medio de los festines, que se vestía de lino entre los que se adornaban de púrpura, austero en medio de la sensualidad.

En fin, sinceramente hablando, acaso ningún historiador hallará en los tiempos pasados un filósofo cuya vida sea igual a la de Apolonio”.

Vemos, pues, que entre los Padres de la Iglesia las opiniones estaban divididas, mientras que entre los filósofos las alabanzas a Apolonio eran casi unánimes.

Para Amiano Marcelino, militar e historiador romano del siglo IV, así como consejero del emperador Juliano, en su obra Amplissimus ille philosophus considera que Apolonio fue “el filósofo más célebre”.

Pocos años después, Eunapio, sofista e historiador griego además de discípulo de Crisanto de Sardis, filósofo teorgista y uno de los preceptores del emperador Juliano, decía que Apolonio fue más que un filósofo, ya que fue “un término medio, algo así como entre los dioses y el hombre”. Hay algunos seres que son algo superiores al hombre, pero no iguales a los dioses, sino del orden de los daimones. La palabra daimon de los griegos fue alejándose de su significado primitivo igual al de “ángel”.

Platón dice así en El Banquete: “Todo lo que es de los demonios, está entre Dios y el hombre“. Apolonio fue, no sólo un adepto de la filosofía pitagórica, sino “el ejemplo más divino y práctico de la misma”. Según Eunapio de Sardes, sofista e historiador griego, en su obra Vitæ Philosophorum, afirma que Filostrato pudo haber titulado su biografía de Apolonio:

“La estancia de un Dios entre los hombres”. Este título, muy exagerado, es entendible teniendo en cuenta que Eunapio perteneció a la escuela que conoció la naturaleza de los conocimientos atribuidos a Apolonio. También el teólogo francés Albert Réville, en su obra Apollonius of Tyana: The Pagan Christ of the Third Century, nos dice: “a fines del siglo quinto, hallamos un Volusiano, procónsul de África, descendiente de una antigua familia romana, muy apegado a la religión de sus antecesores, que veneraba a Apolonio de Tiana como a un ser sobrenatural”.

Más adelante, ya en plena decadencia de la filosofía, hallamos a Casiodoro, político y escritor latino que pasó los últimos días de su dilatada existencia en un monasterio, se refiere a Apolonio como el “Insigne filósofo”.

Entre los escritores bizantinos, el monje Jorge Syncelo, en el siglo octavo, estudió los tiempos de Apolonio, y no sólo no hizo la más ligera crítica contra él, sino que manifiesta que fue el primero y más célebre de todos los hombres que aparecieron bajo el Imperio romano. Ioannes Tzetzes, escritor y erudito bizantino, llamó a Apolonio “sabio y omnisciente”.

Cedreno, en el siglo XI, en su obra Compendium Historiorum otorga a Apolonio el título de “filósofo adepto al pitagorismo”, y refiere algunos ejemplos de la eficacia de sus poderes en Bizancio. Si hemos de creer a Nicetas Choniates, historiador bizantino, hasta el siglo trece hubo unas puertas de bronce en Bizancio, en otro tiempo consagradas a Apolonio, que hubieron de derribarse porque eran un objeto de superstición hasta para los mismos cristianos.

Si la obra de Filostrato hubiera desaparecido con los restos de las biografías, tendríamos todo lo principal para poder conocer a Apolonio. Suficientes para mostrarnos, que a excepción de prejuicios teológicos, todos los testimonios de la antigüedad están de parte de Apolonio.


Fuentes:
Blavatsky, H.P. – Apolonio de Tyana y Simón el Mago
R. S. Mead – Apolonio de Tyana
Palmer Hall Manly – Las Enseñanzas Secretas de todos los Tiempos
Schure Edouard – Los Grandes Iniciados
Filóstrato de Atenas – Vida de Apolonio de Tiana
Filóstrato y Alberto Bernabé Pajares – Vida de Apolonio de Tiana
Carmen Padilla – Los milagros de la Vida de Apolonio de Tiana: Morfología del relato de milagro y géneros afines
Jan van Rijckenborgh y Renate Lind – El Nychthemeron de Apolonio de Tiana

https://oldcivilizations.wordpress.com/2018/08/27/quien-fue-este-misterioso-personaje-llamado-apolonio-de-tiana/

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