La caída de los restos de la sonda rusa Fobos-Grunt, en enero de este año puso en estado de alerta a Argentina. La tripulación de la Estación Espacial Internacional tuvo que ser evacuada ante el riesgo de colisión con los restos a la deriva del satélite Cosmos 2251.
Los desechos orbitales representan una amenaza para los cerca de 1.000 satélites operativos –comerciales, militares y civiles- que orbitan la Tierra, según un informe elaborado por científicos del Consejo Nacional de Investigación de EE.UU. La Agencia Espacial Europea (ESA) cuenta con un telescopio de observación en Canarias donde se lleva a cabo el seguimiento de esta chatarra espacial.
Se considera basura espacial a todos aquellos restos que se encuentran orbitando la Tierra resultantes de la actividad del ser humano en el espacio. En 2010, el número de restos estaba catalogado en 15.500.
La mayoría – como explica la astrofísica canaria Julia de León, vinculada al Instituto Andaluz de Astrofísica-CSIC, ubicado en Granada – son restos de satélites que han finalizado su “vida útil”, además, de, distintas fases de los lanzamientos de naves espaciales (típicamente tanques que contienen el combustible para las distintas fases de propulsión de las naves), y también muchos fragmentos que se generan por explosiones (por ejemplo para activar una de estas fases de lanzamiento). También hay tornillos, chapas, cubiertas, etc., e incluso, como anécdota, un guante que perdió un astronauta en un paseo espacial”.
Esta doctorada en Astrofísica estuvo ocho años destinada en el telescopio 1m OGS (Optical Ground Station) de la Agencia Espacial Europea (ESA) ubicado en el Observatorio de El Teide (Tenerife) dedicado, la mayor parte del tiempo, a la detección y catalogación de basura espacial. El seguimiento de la basura espacial se realiza desde telescopios terrestres.
“Se realizan observaciones rutinarias todos los meses, apuntando a las diferentes órbitas en las que se encuentran los residuos y haciendo barridos o “scans”- explica la astrofísica- cada noche se detectan nuevos objetos, que deben ser contrastados con las bases de datos de satélites operativos, para descartar que se trate de uno de ellos. Si no es el caso, se realiza un seguimiento a posteriori de los objetos nuevos detectados, para definir bien su órbita y proceder a su catalogación”.
Existen diferentes órbitas en las que se localiza la basura espacial. La órbita geoestacionaria, por ejemplo, se utiliza mucho para posicionar satélites, dado que es muy estable. “Esta órbita, que se encuentra a unos 36.000 km de altura- explica la experta- es la más problemática, dado que los objetos que se encuentran a esta distancia no escapan a la gravedad de la Tierra, pero tampoco son atraídos con suficiente fuerza como para terminar desintegrándose.
Es decir, que pueden permanecer ahí durante miles de años. Y en la actualidad no contamos con ningún mecanismo, aparte de la propia atmósfera terrestre, para eliminar estos residuos”.
Nuestra atmósfera es un protector muy efectivo. Una vez que un satélite se queda sin combustible, la gravedad de la Tierra lo va atrayendo poco a poco, hasta que hace su entrada a través de la atmósfera. El rozamiento con los gases que la componen y la velocidad de caída hacen que el objeto se caliente y finalmente se fragmente. Si es suficientemente pequeño, se desintegrará por completo”.
Basura caída del cielo
El problema está en aquellos que no son tan pequeños y que acaban cayendo al mar o en algún rincón deshabitado, o no, del planeta. “A pesar de lo que pueda parecer por los últimos acontecimientos, en la actualidad la basura espacial no supone un peligro real para los seres humanos.
Es más un problema a nivel práctico y técnico, dado que es necesario conocer las zonas de mayor acumulación de residuos a la hora de posicionar un nuevo satélite en el espacio, a fin de evitar riesgos de colisión. Aun así, en los más de 50 años de actividad del hombre en el espacio, solo se han registrado 10 colisiones”, indica la científica.
La mayor concentración de objetos se encuentra a distancias de entre 800 y 1000 km. A esas alturas la acción de la gravedad y de las capas altas de la atmósfera es capaz de limpiar la basura espacial, aunque muy lentamente. Es la eliminación de estos restos el principal objetivo de las agencias espaciales internacionales.
Como explica Julia de León, “el problema es que no existe la tecnología para destruir la basura espacial. Son miles de fragmentos, dispersos alrededor de la Tierra. Estamos hablando de miles de kilómetros. No tenemos en la actualidad ningún mecanismo de eliminación que sea efectivo. Solo contamos con la acción de la atmósfera terrestre, y con la prevención, para no generar más residuos”.
Un espacio saturado de chatarra
Los expertos alertan de la grave situación a la que se puede llegar si el ritmo de generación de residuos continúa como hasta la fecha. Los objetos serán cada vez más numerosos, aumentando la probabilidad de colisión entre ellos, especialmente en las órbitas más bajas, donde la densidad es mayor.
Las colisiones generarían más fragmentos que aumentarían la población de basura espacial, y por consiguiente, la probabilidad de colisión. Y eso iría aumentando el número de fragmentos de manera progresiva, y cada vez más pequeños.
Esta especie de efecto cascada o dominó es lo que se conoce como Síndrome de Kessler. Si eso ocurriera, podría llegar a inhabilitar por completo el uso de determinadas órbitas para la actividad espacial. Para la astrofísica canaria, “afortunadamente, existe una incipiente “legislación espacial” por la que las agencias regulan la actividad en el espacio, de manera que no se generen más.”
7 marzo, 2019
http://www.unsurcoenlasombra.com/8147-2/
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