La presunta capacidad de adivinar si una persona está viva o muerta observando su foto, ha sido puesta a prueba en un singular experimento
Por Juan José Sánchez-Oro
11 de Julio de 2016 (11:43 CET)
¿Llevamos la muerte en la cara?
La cara es el espejo del alma", asegura un conocido dicho popular. Pero hay quien lleva ese refrán al límite y pretende hacer de él una técnica. Desde la remota antigüedad existió una mancia denominada Fisiognomía.
Sus practicantes aseguraban ser capaces de adivinar el futuro de una persona o su estado de salud contemplando con atención su rostro. Los ojos, los labios, la nariz, las mejillas o el pelo, eran los signos a través de los cuales la fortuna y la enfermedad escribirían el destino de los hombres.
Ya casi en nuestros días y con la llegada de la fotografía, surgieron otra clase de videntes que afirmaban ser capaces de saber si una persona estaba viva o muerta observando sencillamente su imagen. Sobre esta clase de sensitivos han fijado su mirada un grupo de investigadores de la Universidad de California y el Instituto de Ciencias Noeticas en EEUU.
Estos científicos se han propuesto verificar las capacidades extraordinarias de tales sujetos proponiéndoles participar en un ensayo experimental relativamente simple. Los investigadores invitaron a doce de esos especialistas psíquicos residentes en San Francisco y les prepararon un amplio repertorio de retratos humanos donde aplicar sus dotes inusuales.
Naturalmente, se tuvieron en cuenta una serie de medidas de control para evitar dar más información de la necesaria a los participantes. Así, todas las fotos usadas en el experimento fueron homogeneizadas bajo una escala uniforme de grises y luego compensadas en su contenido siguiendo ocho categorías: género, edad, dirección de la mirada, gafas, posición de la cabeza, sonrisa, color de pelo y resolución de imagen.
Una vez que todo este banco de instantáneas había sido debidamente tratado, se pasó a realizar la prueba. Los participantes tuvieron que examinar 404 fotografías que les eran mostradas en un monitor de ordenador. Cada fotografía aparecía ante sus pupilas durante un máximo de 8 segundos. Conviene precisar que las imágenes recopiladas tenían diferente antigüedad. 108 eran muy viejas, realizadas hace unos 75 años. 126 imágenes tenían menos tiempo, alrededor de 50 años.
Mientras que el último grupo correspondía a 160 fotos recientes de entre 10 o 20 años de antigüedad. A modo de calentamiento y antes de iniciar el experimento como tal, los sujetos disfrutaban de 10 imágenes de tanteo cuyos dictámenes no se contabilizan en el resultado final. Por otro lado, la mitad exacta de los retratados estaban fallecidos, y la otra mitad permanecían con vida en el momento en que se llevó a cabo el ensayo.
Finalmente, los participantes tenían ante sí dos botones y, mientras se les presentaba la imagen en la pantalla, debían pulsar uno de ellos dependiendo de si creían o no que la persona de la foto estaba viva o muerta.
Un procedimiento sin complicaciones para que los sensitivos no se quejaran de la dificultad de la experimentación y se distrajeran o aburrieran en exceso, lo que podría servir para justificar unos posibles mal resultados. Adicionalmente, los investigadores decidieron monitorizar la actividad electrocortical de los participantes.
Se quería saber, hasta donde fuera posible, qué estaba ocurriendo en el cerebro de estas personas. Para ello, se habilitaron 32 registros electrofisiológicos, con la intención de averiguar si había una correlación o no entre la actividad neuronal de los sujetos y sus aciertos significativos durante la prueba.
Los datos obtenidos fueron bastante reveladores a juicio del equipo investigador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario