A la sombra de las grandes pirámides, la magia negra también tuvo su lugar. Si el universo de Mesopotamia está lleno de demonios, Egipto apenas los conoce expresamente.
Allí domina más el aspecto benévolo de lo sobrenatural, el sosiego y la calma.
Los dioses están cerca del pueblo, protegen su organización, se encarnan en el gran faraón bajo cuyo manto transcurre la vida hormigueante de los campesinos del Nilo, de los trabajadores de los monumentos.
Hay un deseo, en la civilización egipcia, de sociedad perfecta, piramidal como sus construcciones, pero armónica, sin estridencias.
El Sol (dios supremo) proyecta sus fecundas radiaciones sobre el pueblo desde lo alto del cielo, o desde lo alto del trono, donde se sienta en forma humana.
En cuanto al Nilo, fuente de vida y germinador de las cosechas, acoge en sus orillas, en estrecho abrazo de muy pocos kilómetros de anchura, a todo ser viviente… Ciertamente, en esa gran casa que es Egipto apenas hay rendijas para que entren los demonios.
Pero, en cambio, abundó la magia, la adivinación y el culto a los muertos. Como estas prácticas tomaron en ocasiones formas malignas, insinúan, si no una creencia clara en los demonios, sí al menos el convencimiento de la existencia de misteriosas fuerzas del mal a las que se podía invocar para causar desgracias al enemigo.
Un códice egipcio de 1,300 años de antigüedad que contiene una serie de conjuros e invocaciones, incluyendo aquellos para contrarrestar una posesión maligna. Actualmente se encuentra en el Museo de Cultura Ancestral de la Universidad de Macquarie en Sidney.
Al respecto, Frederik Koning, especialista en el tema y autor de la obra Historia del Satanismo, nos dice lo siguiente: «La magia negra no difería apenas de la de Mesopotamia.
El faraón Ramsés III (alrededor del 1200 a.C.) fue escogido como víctima por una de sus concubinas, Tij o Tii, que quería poner a su hijo en el trono. »
Uno de los cómplices de Tij consiguió robar un libro de la biblioteca real —un libro de magia—, en el que se enseñaba el modo de cegar a una persona y matarla, sin despertar sospechas.
Dicho cómplice modeló las figurillas de cera necesarias para el encantamiento, pero la magia no tuvo efectos.
Entonces se decidió el atentado contra el faraón. Ramsés III fue herido, y los cómplices, así como el sujeto que cometió el acto de magia negra, fueron condenados a muerte. Momia de Ramsés III.
El faraón murió asesinado en una conspiración. »Para matar a un enemigo, mediante procedimientos de magia, los medios son mucho más antiguos.
En la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo, los nombres de los enemigos del faraón se escribían en jeroglífico sobre cualquiera de los recipientes de la cerámica real.
Roto el cacharro en cuestión en centenares de pedazos, destruidos los nombres, se suponía que quedarían aniquiladas las personalidades a que éstos se referían».
En cuanto a la utilización de maldiciones, las inscripciones que se han hallado en muchas tumbas son suficientemente expresivas: «Quien tome posesión de esta tumba como sepultura para él y su parentela o la trate mal será juzgado duramente por el Gran Dios».
«Toda persona que entre en esta tumba como si fuera su propiedad mortuoria será atrapada por mí (se refiere al espíritu del muerto) como lo haría un ave de presa, y juzgada severamente por el Gran Dios».
Cuando, en el curso de los siglos, y a consecuencia de las agitaciones sociales que periódicamente perturbaron la que parecía monolítica estructura de la sociedad egipcia, se generalizaron los saqueos a las tumbas, este tipo de maldiciones se multiplicaría y tomaría acentos más graves…
Por David Ordaz.
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