lunes, 17 de agosto de 2020

Combustión Humana Espontánea, ¿es real?

Castigo divino, enfermedad desconocida o simplemente maldición… Eso es lo que se ha pensado a lo largo de los siglos de la combustión humana espontánea, de la que únicamente tenemos la certeza de que se produce en muy contadas ocasiones, pillando desprevenidos a todos los que de un modo u otro son testigos directos del suceso.


Combustión Humana Espontánea, ¿es real? - Imagen: Wikimedia Commons.

¿Es selectivo el fenómeno de la combustión humana espontánea, o tan sólo «ataca» a personas que poseen determinadas características que les hacen ser propensos a ello?

 A mediados del siglo XIX, dado que la medicina ortodoxa no aceptaba supersticiones de esta índole, en cierta medida atosigada por una Iglesia que desde la noche de los tiempos ha cuestionado este tipo de sucesos, recurrió a una explicación tan simple como estúpida: los cuerpos acosados por el fuego maldito pertenecían a alcohólicos o a fumadores empedernidos. Para qué hablar cuando se daban los dos elementos en una misma persona…





Las pruebas sobre cadáveres calcinados eran una constante y, así, en el año 1965, el doctor John Gee, a la sazón médico interno del Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Leeds, dictaminó, tras efectuar sus propias indagaciones, que la ignición de determinadas muestras de tejido adiposo se producía cuando se colocaba una corriente de aire, que en definitiva, propiciaba la expansión del fuego.

 Ello sin embargo no explicaba la extrema prontitud con la que ardían los cuerpos, que en ocasiones, observando la posición en la que se hallaban, denotaban que ni tan siquiera habían sido conscientes de su propia muerte. 

Además, la energía calórica liberada por las víctimas en el instante preciso del incendio jamás hubiera sido posible en circunstancias normales. Es decir, cuando un ser humano, especialmente si éste aún permanece con sus constantes vitales a pleno rendimiento, sufre quemaduras en su anatomía, por muy graves que sean es casi imposible que afecten a órganos internos.

En conclusión: quemar un organismo humano vivo resulta a todas luces hartamente complicado, y mucho menos si estamos hablando de que la combustión se produce en pocos segundos. 

Sirva como ejemplo ilustrativo la tesis mantenida por el doctor Wilton Krogman, antropólogo forense de la universidad norteamericana del estado de Pennsylvania y gran estudioso de la CHE, quien asegura que sus trabajos sobre el polémico asunto le han llevado a analizar los cuerpos consumidos por las llamas en crematorios, determinando que para que esto suceda es necesaria una fuente de calor superior a los ¡mil grados centígrados!, y aún así, los huesos no padecerían los efectos devastadores del fuego. 

Uno de los casos más representativos tuvo lugar en la localidad francesa de Arcis-sur-Aude, en el caluroso mes de junio de 1971. Un vecino, León Eveille, fue hallado muerto, cruelmente incinerado en el interior de su vehículo.

Sus articulaciones, o lo que quedaba de ellas, no estaban agarrotadas. No en vano, si hubo algo que sorprendió a los agentes de la ley tras levantar el cadáver es que éste no parecía haber sufrido daño alguno, más bien era como si la muerte le hubiera sorprendido en mitad de un plácido sueño. 

La combustión llegó a tal punto que los cristales del coche se derritieron. Es importante destacar este punto ya que para que el vidrio pase de su estado habitual a líquido, al menos debe de estar bajo la acción intensa de más de un millar de grados centígrados.


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