Sus extremidades les permitían trepar árboles, caminar erguidos y llevar a cabo delicadas tareas con las manos. Una misma criatura aunó rasgos primitivos, de australopitecos, con rasgos más humanos.
El pasado 11 de septiembre se hacía público el descubrimiento de una nueva especie de hominino, Homo naledi, que, por sus características anatómicas únicas, resultaba un firme candidato a ser el «eslabón perdido» entre los últimos australopitecos (aún no humanos) y los primeros representantes del género, al que todos nosotros pertenecemos.
El hallazgo fue hecho en Suráfrica, en lo más profundo de la cueva Rising Star, a unos 50 km. de Johanesburgo, donde en 2013 aparecieron los primeros restos de la nueva especie.
En total, y a pesar de que solo se ha explorado una mínima parte del yacimiento, se recuperaron más de 1.500 restos óseos, pertenecientes a quince individuos diferentes, y desde entonces numerosas instituciones científicas de todo el planeta, entre ellas el Museo Nacional de Ciencias Naturales, del CSIC, se fueron sumando al análisis de los huesos.
La variedad de los fósiles hallados es enorme, ya que representan prácticamente todas las partes del esqueleto y pertenecen a individuos de ambos sexos y todas las edades. Una auténtica «golosina científica» a la que muy pocos paleontólogos han sido capaces de resistirse.
El problema es que, pese a los esfuerzos de los investigadores y debido a la inaccesibilidad del yacimiento (se trata de una profunda sima en el fondo de una cueva de muy difícil acceso), no ha sido posible llevar a cabo una datación de los restos. De modo que no se sabe si tienen más de dos millones y medio de años (la edad de los autralopitecos) o menos de cien mil, en cuyo caso Homo naledi sería un superviviente arcaico que convivió con los primeros representantes de nuestra propia especie, pero no un antepasado nuestro.
Comparación entre el Australopithecus afarensis (Lucy), el Homo naledi y el Homo sapiens. Así las cosas, acaba de aparecer en Nature Communications la segunda tanda de estudios relacionados con Homo naledi.
Se trata de dos trabajos que hacen hincapié en el análisis de los pies y las manos del homínino y que tratan de dilucidar si eran capaces, o no, de caminar y utilizar las extremidades superiores tal y como lo hacemos nosotros. Si prescindimos de la falta de una datación y nos fijamos solo en sus características físicas, Homo naledi parece realmente un «eslabón perdido».
De hecho, su capacidad craneal —apenas 500 cm cúbicos frente a los 1.200 cm. cúbicos de nuestra especie—, junto a las características de su torso y el juego del tórax con la pelvis le acercan mucho a los australopitecos.
Pero su dentadura, masticación y estructura de sus manos y pies se parecen mucho más a las nuestras. Y es en eso, precisamente, en lo que más se han fijado los dos nuevos estudios publicados en Nature. Juntos, indican que Homo naledi pudo tener una adaptación única que le permitía, al mismo tiempo, trepar y vivir en los árboles y caminar erguido sobre sus dos extremidades inferiores, como nosotros, recorriendo a pie grandes distancias.
Sus manos, además, parecen capaces de llevar a cabo las tareas más precisas y delicadas. Según los investigadores, las conclusiones de los dos estudios, tomadas en conjunto, indican una fuerte disociación entre las funciones de los miembros superiores e inferiores de Homo naledi, y proporcionan una serie de importantes pistas de cómo pudieron ser la forma y las funciones que caracterizaron a los esqueletos de los primeros representantes del género Homo.
Los pies, modernos William Harcourt-Smith es el autor principal del estudio titulado Los pies de Homo naledi. Y se basa en los 107 huesos de pies de la nueva especie hallados en la cueva surafricana, entre los que se encuentra un pie derecho adulto y perfectamente conservado. El análisis de esos fósiles muestra que los pies de Homo naledi comparten numerosas características con los del hombre moderno (nosotros), lo que indica que estaba perfectamente adaptado para permanecer erguido y caminar sobre sus dos piernas. Los autores, sin embargo, señalan que la curvatura de los huesos es mayor de la que ostenta nuestra especie. Comparación entre Australopithecus afarensis (izquierda), Homo erectus (centro), y Homo naledi (derecha). «Fue todo un viajero de largas distancias —afirma Jeremy Desilva, coautor de la investigación—, con un pie muy arqueado, cuyo dedo gordo no le permitía coger objetos pero con sutiles diferencias respecto a los seres humanos de hoy».
Dasilva, que ya había descrito los pies de Australopithecus sediba, un precursor de los humanos que vivió en África hace unos dos millones de años, asegura que el pie de Homo naledi «podría ser similar al de Homo erectus. Este es el primer humano con proporciones similares a las nuestras, con piernas largas y brazos cortos. Pero al mismo tiempo, el cerebro de Homo naledi es mucho más pequeño que el de Homo erectus y sus hombros y dedos curvados se parecen a los de Lucy (un australopiteco). Es una nueva combinación de rasgos que no habíamos visto antes». Las mános, únicas El segundo estudio, liderado por el paleoantropólogo Tracey Kivell, describe las manos de la nueva especie basándose en los cerca de 150 fósiles encontrados de esta parte del cuerpo, entre los que, de nuevo, figura la mano derecha de un adulto casi completa y del que solo falta un hueso de la muñeca. La mano de Homo naledi revela una combinación única de rasgos que nunca se habían apreciado en ningún otro fósil humano. Los huesos de la muñeca y el pulgar, por ejemplo, muestran características anatómicas compartidas con las de especies mucho más modernas, como los Neandertales, o incluso la nuestra.
Y sugieren que Homo naledi era perfectamente capaz de agarrar fuertemente objetos con sus manos y de utilizar herramientas de piedra. El esqueleto de un Homo naledi. Sin embargo, los huesos de los dedos de las manos están más curvados que en la mayoría de los fósiles de especies humanas primitivas. Y se parecen más a los de Lucy (un Australopithecus afarensis), lo que sugiere que también podían utilizar sus manos para trepar cómodamente a los árboles.
Esta mezcla de características propiamente humanas con otras mucho más primitivas demuestra que Homo naledi estaba «doblemente especializado» y era, por lo taanto, capaz de combinar el uso de herramientas complejas con la locomoción arborícola. «La adaptación de la mano de Homo naledi para el uso de herramientas, en combinación con su pequeño cerebro, tiene interesantes implicaciones sobre qué necesidades cognitivas son realmente necesarias a la hora de fabricar y utilizar herramientas —afirma Kivell—.
Y, dependiendo de la edad que resulten tener estos fósiles, Homo naledi podría haber sido el autor de las antiguas herramientas de piedra que hemos encontrado ya en Suráfrica». Los resultados de ambas investigaciones parecen confirmar, pues, que el lugar evolutivo de Homo naledi está, precisamente, en la transición de australopitecos a humanos.
Solo falta que los científicos sean capaces de hallar un método de datación que sea aplicable y que permita asignar a los fósiles una edad concreta. Solo así sabremos si estamos, o no, frente al auténtico «eslabón perdido» de la Humanidad.
Artículo publicado en MysteryPlanet