Detalle de la inscripción de Behistún / foto Dominio público en Wikimedia Commons
10 enero, 2018
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En el actual Irán existen numerosas inscripciones antiguas de época aqueménida, por tan solo una fuera del país localizada en la Fortaleza de Van en Turquía, y mandada hacer por Jerjes I en el siglo V a.C.
Los persas de época de Darío I y su hijo Jerjes I utilizaban un tipo de escritura cuneiforme, derivada de la sumerio-acadia pero tan diferente que la mayoría de expertos consideran fue inventada hacia el año 525 a.C., precisamente para poder anotar las hazañas de los aqueménidas en los monumentos conmemorativos. Junto a esta escritura cuneiforme persa, la mayoría de inscripciones incluyen también elamita y acadio, lenguas habladas por los súbditos del imperio.
Pero para el siglo II d.C. este semi-alfabeto cuneiforme persa, cuyo uso había ido decayendo siendo sustituido gradualmente por el alfabeto fenicio, se extinguió por completo y el conocimiento de su lectura e interpretación desapareció.
Detalle del texto. Los daños proceden de disparos de soldados británicos durante la Segunda Guerra Mundial / foto KendallKDown en Wikimedia Commons
Durante siglos los viajeros que viajaban a Persépolis contemplaban las inscripciones con curiosidad y asombro, sin llegar a comprender su significado. Habría que esperar hasta que los historiadores árabes de época medieval realizaran los primeros intentos de desciframiento, todos ellos infructuosos.
El desciframiento de la escritura cuneiforme
En 1474 el embajador veneciano Giosafat Barbaro viajó a Persépolis para intentar convencer a Uzún Hasán, el emperador de la dinastía Ak Koyunlu, de que atacase a los otomanos. Barbaro estuvo en Persépolis, a la que atribuyó erróneamente origen judio, y fue el primer europeo en visitar las ruinas de Pasargada, donde oyó la leyenda que atribuía la tumba de Ciro el Grande a la madre del rey Salomón. A su regreso escribió una crónica de sus viajes titulada Viaggi fatti da Vinetia, alla Tana, in Persia, en la que daba cuenta de una extraña escritura que había encontrado tallada en templos y tablillas de arcilla.
En 1598 el inglés Robert Shirley acompañó a su hermano Anthony a Persia. Éste había sido contratado por el sah Abás el Grande para modernizar y entrenar al ejército a semejanza del británico. Allí vió la inscripción de Behistún, realizada a instancias del rey Darío I en algún momento de su reinado (522 a.C.- 486 a.C.). La monumental inscripción se encuentra a unos 100 metros de altura en la pared de un acantilado en la provincia de Kermanshah, al oeste del país.
Pero Shirley, desconociendo la escritura y su significado, interpretó los relieves figurativos como cristianos, al igual que los demás occidentales que la visitaron sucesivamente: el general francés Gardanne, Sir Robert Ker Porter, y el explorador italiano Pietro della Valle, quienes vieron en ella una representación de Jesús con sus apóstoles o de las tribus de Israel.
Vista general del acantilado en Behistún / foto Radiokafka / Shutterstock.com
En 1627 el historiador Thomas Herbert acompañó a Dodmore Cotton, que había sido nombrado embajador en Persia junto a Shirley, con la mala suerte de que al poco tiempo de llegar tanto Cotton como Shirley fallecieron. Herbert se dedicó entonces a viajar por Persia durante casi un año y, en 1638 publicó un libro titulado Some Yeares Travels into Africa & Asia the Great. En él daba cuenta de una docena de líneas de caracteres extraños…consistentes en figuras, obeliscos, triángulos y pirámides que había visto cerca de Persépolis, indicando que le parecieron griegas.
En la reedición de 1677 reprodujo algunas partes, indicando que eran legibles y por tanto descifrables. También apuntó, correctamente, que los símbolos no representaban letras sino palabras y sílabas, y que debían leerse de izquierda a derecha. No obstante, no fue capaz de encontrar su significado.
Detalle de la inscripción de Behistún / foto PersianDutchNetwork en Wikimedia Commons
Detalle de la inscripción de Behistún / foto PersianDutchNetwork en Wikimedia Commons
Cuando casi un siglo más tarde el explorador y cartógrafo alemán Carsten Niebuhr realizó las primeras copias completas de las inscripciones de Persépolis, y se empezaron a difundir por Europa en 1767, muchos investigadores las estudiaron y lograron descifrar algunos de los símbolos. En especial Georg Friedrich Grotefend, que para 1802 había logrado obtener 10 de los 37 símbolos del persa antiguo.
Con esa información Henry Rawlinson, un oficial de la Compañía Británica de las Indias Orientales, escaló el acantilado de la inscripción de Behistún en 1835, copió el texto en persa y se propuso descifrarlo. Descubrió que la primera sección del texto contenía una lista de reyes persas similar a la citada por Heródoto, con la única diferencia de que los nombres estaban en su original forma persa, en lugar de las transliteraciones griegas empleadas por éste. Tres años más tarde, en 1838, había logrado descifrar por completo la inscripción.
Henry Rawlinson / foto Dominio público en Wikimedia Commons
En 1843 Rawlinson regresó a Behistún. Volvió a escalar el acantilado, pero esta vez iba preparado con tablas de madera para poder sortear el precipicio y acceder a la parte de la inscripción en elamita. Con cuerdas y la ayuda de un niño consiguió también trepar hasta el texto en escritura babilónica y tomar moldes en papel maché.
De regreso a Inglaterra compartió estos materiales con otros erúditos quienes, trabajando juntos y por separado, lograron finalmente y a partir de la transcripción persa de Rawlinson, descifrar las partes elamita y babilónica de la inscripción. Este hito, junto con la posterior traducción de la tableta número 11 del Poema de Gilgamesh por George Smith en 1872, fueron la chispa que dio comienzo al desarrollo de la asiriología moderna.
La inscripción de Behistún, piedra Rosetta de la escritura cuneiforme
La inscripción de Behistún comienza con la autobiografía de Darío I, dando cuenta de su ascendencia y linaje. Luego cuenta los acontecimientos sucedidos tras las muertes de Ciro el Grande y Cambises II, que llevaron a su ascenso al trono
.La inscripción vista desde el pie de la montaña / foto Ziegler175 en Wikimedia Commons
.La inscripción vista desde el pie de la montaña / foto Ziegler175 en Wikimedia Commons
Durante mucho tiempo después de que el persa antiguo cayera en desuso y se olvidase el significado de la inscripción, se la atribuyó al rey sasánida Cosroes II, quien vivió más de mil años después de Darío.
El texto está inscrito en tres versiones, con tres idiomas de escritura cuneiforme diferentes: persa antiguo, elamita y babilonio (una variante del acadio). Por ello supone para la escritura cuneiforme lo mismo que la piedra Rosetta para los jeroglíficos egipcios, el documento principal que llevó a su desciframiento y comprensión.
Tiene unos 15 metros de altura por 25 de ancho, y se situa a 100 metros de altura en un acantilado de piedra caliza de los Montes Zagros en el antiguo camino que unía Babilonia y Ecbatana (capital de Media). El texto persa tiene 414 líneas en 5 columnas, mientras que el elamita incluya 593 líneas en 8 columnas, y el babilonio 112 líneas.
Grabado de 1860 en el que se aprecia la distribución del texto / foto Dominio público en Wikimedia Commons
Grabado de 1860 en el que se aprecia la distribución del texto / foto Dominio público en Wikimedia Commons
Al texto le acompaña un bajorrelieve a tamaño real que muestra a Darío el Grande con un arco, con el pie izquierdo sobre el pecho de una figura, el pretendiente Gaumata. Dos sirvientes atienden a Darío y otras 9 figuras están a su derecha con las manos y cuellos atados, representando a los pueblos conquistados.
La primera referencia documental que tenemos de la inscripción de Behistún procede de Ctesias de Cnido, historiador griego que, tras ser apresado por los persas en 415 a.C. se convirtió en médico del rey Artajerjes II durante 17 años. Escribió una historia de Persia titulada Pérsica, hoy perdida, pero que se puede reconstruir parcialmente gracias a otras fuentes. En ella menciona la inscripción, indicando que bajo ella hay un pozo y un jardín. Pero incorrectamente atribuye su realización a la reina Semirámis de Babilonia, algo que luego Diodoro de Sicilia daría también por cierto.
El autor de la foto en una de las cornisas de la inscripción en 1967 / foto KendallKDown en Wikimedia Commons
El autor de la foto en una de las cornisas de la inscripción en 1967 / foto KendallKDown en Wikimedia Commons
Tácito también la mencionó, describiendo algunos de los monumentos que había al pie del acantilado, e indicando la presencia de un manantial. Lo que se ha podido recuperar de estos monumentos en las excavaciones arqueológicas es coherente con sus descripciones.
El texto de la inscripción es completamente ilegible desde el suelo, dada la altura a que está situada. Se cree que Darío prefirió velar por su conservación, situándola en un lugar inaccesible, a que fuera legible, algo que en efecto dio resultado. Para ello mandó incluso destruir las cornisas de roca que habían permitido a los artesanos el acceso al lugar, para que nadie pudiera volver a ascender hasta ella.
El texto completo está traducido al castellano y se puede consultar online en el enlace anterior. Comienza así:
Yo (soy) Darío (Dariyamauis), el rey grande, el rey de reyes, rey sobre los persas, rey de los pueblos, el hijo de Histaspes (Misdasba), el nieto de Arsames (Irsama), un aqueménida.
10 enero, 2018
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